Las llanuras del tránsito (11 page)

Ayla también pensó que era magia, pero creía que la magia estaba en el pedernal, no en ella. Antes de abandonar el valle por última vez, ella y Jondalar habían cogido el mayor número posible de las piedras metálicas de color gris amarillento, pues no sabían si lograrían hallarlas en otro lugar. Habían regalado algunas al Campamento del León y a otros mamutoi, pero aún tenían muchas. Jondalar deseaba compartirlas con su pueblo. La capacidad para hacer fuego rápidamente podía ser muy útil, y para fines diversos.

Dentro del anillo de piedras, la joven formó una pequeña pila de trozos muy secos de corteza y usó la pelusa de los arbustos como yesca; al lado preparó otro tanto de ramitas y astillas para avivar el fuego. A poca distancia estaban los residuos secos desprendidos de la pila de madera. Acercándola mucho a la yesca, Ayla sostuvo un pedazo de pirita de hierro en un ángulo que, como sabía por experiencia, era el más apropiado, y acto seguido golpeó la mágica piedra amarillenta, en el centro de la muesca que estaba formándose por efecto del uso, con un pedazo de pedernal. De la piedra brotó una chispa grande, luminosa y duradera, que cayó sobre la yesca, enviando al aire un hilo de humo. Con un gesto rápido, Ayla rodeó la chispa con una mano y sopló suavemente. Una pequeña brasa resplandeció con una luz roja y se originó una lluvia de minúsculas chispas amarillas. Un segundo soplo provocó una pequeña llama. Agregó ramitas y maderas pequeñas, y una vez que el fuego se encendió, un montón de maderas secas.

Cuando Jondalar regresó, Ayla tenía varias piedras redondeadas, recogidas de un estanque seco cerca del río, calentándose en el fuego para cocinar, y un buen pedazo de carne de bisonte puesto sobre las llamas; la capa externa de grasa ya chirriaba. Había lavado y estaba cortando raíces de espadaña y otra raíz blanca feculenta, con una piel pardo oscura, llamada chufa, preparándolas para introducirlas en un canasto impermeable de apretado tejido, medio lleno de agua, en el que esperaba la grasienta lengua. Al lado había un pequeño montón de zanahorias silvestres enteras. El hombre de elevada estatura depositó en el suelo su carga de leña.

–¡Qué bien huele ya! –exclamó–. ¿Qué es lo que cocinas?

–Estoy asando el bisonte, pero pienso destinarlo sobre todo para el viaje. Es fácil comer carne asada fría por el camino. Para esta noche y mañana por la mañana preparo sopa con la lengua y las verduras, y los restos que nos quedaron del Campamento del Espolín –contestó.

Con un palo retiró del fuego una piedra caliente y usando una ramita provista de hojas, retiró las cenizas. Después, con un segundo palo, que unió al primero, los empleó a modo de tenazas para levantar la piedra y la introdujo en el canasto con el agua y la lengua. La piedra chisporroteó y desprendió vapor, al transferir su calor al agua. Con movimientos rápidos, depositó varias piedras más en el canasto, agregó algunas hojas que había cortado y lo tapó.

–¿Qué pones en la sopa?

Ayla sonrió para sí. Él siempre deseaba conocer los detalles de su cocina, e incluso las hierbas que usaba para preparar las infusiones. Era otra de las características que al principio le habían sorprendido de él, porque los hombres del clan ni siquiera concebían la idea de manifestar semejante interés, aunque sintieran curiosidad, por las tareas que desempeñaban las mujeres ni por los conocimientos que éstas adquirían.

–Además de estas raíces, agregaré los extremos verdes de la espadaña, los bulbos, las hojas y las flores de estas cebollas verdes, rebanadas de tallos pelados de cardo, las arvejas de las vainas de astrágalo, y para dar sabor, algunas hojas de salvia y tomillo. Y tal vez le añada un poco de uña de caballo, porque tiene cierto sabor salado. Si nos acercamos al Mar de Beran, tal vez podamos conseguir más sal. Cuando yo vivía con el clan, siempre teníamos sal –aclaró–. Creo que majaré para el asado un poco de ese rábano que descubrimos esta mañana. Lo aprendí en la Reunión de Verano. Es fuerte, y no es necesario poner demasiada cantidad, pero le da un gusto agradable a la carne. Te gustará.

–¿Para qué son esas hojas? –preguntó él, refiriéndose a un manojo que ella había recogido, pero no mencionado. Le gustaba saber lo que ella usaba y lo que pensaba acerca de la comida. Le gustaba la comida de Ayla, pero era un tanto extraña. Había ciertos sabores que eran exclusivos de sus recetas y no se parecían a los gustos de los alimentos que él había conocido en el curso de su vida.

–Esto es pie de ánade, para envolver el asado cuando esté cocido. Los dos sabores juntos casan muy bien cuando están fríos –hizo una pausa y adoptó una actitud reflexiva–. Quizá espolvoree un poco de ceniza de madera sobre el asado; eso también le agrega un poco de sal. Y es posible que añada parte del asado a la sopa, después de que ésta espese, para darle color y gusto. Con la lengua y el asado, tendremos un caldo sabroso, y mañana por la mañana convendría cocer parte del cereal que trajimos. También quedará un pedazo de lengua, pero lo envolveré en hierba seca y lo guardaré en mi depósito, para después. Hay espacio, incluso con el resto de la carne cruda y contando el pedazo que reservamos para Lobo. Si se mantiene fría durante la noche, se conservará algún tiempo.

–Me parece que estará todo delicioso. Casi no puedo esperar –dijo Jondalar, sonriendo ilusionado, y Ayla pensó que no era sólo por la comida–. A propósito, ¿tienes un canasto que yo pueda usar?

–Sí, ¿por qué?

–Te lo diré cuando vuelva –dijo Jondalar, sonriendo, pero sin revelar su secreto.

Ayla dio una vuelta al asado, después retiró las piedras y agregó otras más calientes a la sopa. Mientras se hacía la comida, revisó las hierbas que había reunido para usarlas como «repelente de Lobo», y separó la planta que había cogido para su propio uso. Aplastó parte de la raíz de rábano picante con un poco de caldo, para la comida de los dos, y después comenzó a desmenuzar el resto del rábano y las otras hierbas fuertes, ásperas, de olor intenso, que había recolectado esa misma mañana, tratando de crear la combinación más explosiva que podía imaginar. Pensó que el ardiente rábano sería muy eficaz, aunque el penetrante aroma de alcanfor de la artemisa también podía ser muy útil.

Pero la planta que había separado atrajo su pensamiento. Pensó: «Me alegro de haberla encontrado. Sé que no tengo suficiente cantidad de las hierbas que necesito para mi infusión de la mañana, si quiero que dure el viaje entero. Tendré que encontrar más en el camino, para así estar segura de que no habrá un hijo, sobre todo porque estoy todo el tiempo con Jondalar». Sonrió ante la idea.

«Estoy segura de que es así como se originan los hijos, no importa lo que la gente diga acerca de los espíritus. Por eso los hombres quieren poner sus órganos en ese lugar de donde vienen los niños, y por eso las mujeres lo desean. La Madre ofreció Su Don del Placer para que los tuvieran. El Don de la Vida también proviene de Ella, y quiere que sus hijos gocen creando una nueva idea, sobre todo porque dar a luz no es fácil. Es posible que las mujeres no quisieran dar a luz si la Madre no las hubiera dotado de su Don del Placer. Los niños son maravillosos, pero uno no sabe cuán maravillosos son hasta que los tiene.» Ayla había concebido por su cuenta esas ideas heterodoxas acerca de la concepción de la vida durante el invierno en que se dedicó a aprender cosas acerca de Mut, la Gran Madre Tierra, de labios de Mamut, el anciano maestro del Campamento del León, aunque había concebido mucho antes la idea original.

«Pero, recordó Ayla, Broud no fue un placer para mí. Odié todo eso cuando me forzó, pero ahora estoy segura de que así empezó Durc. Nadie creyó que yo tendría un niño. Pensaban que mi tótem de la Caverna del León era demasiado fuerte y que el espíritu del tótem de un hombre no podría vencerlo. Eso sorprendió a todos. Pero sucedió únicamente después de que Broud comenzara a forzarme, y yo pude ver sus rasgos en mi hijo. Sin duda, él fue quien dio forma a Durc en mi cuerpo. Mi tótem sabía que yo deseaba mucho tener un hijo; quizá también lo sabía la Madre. Tal vez ése era el único modo. Mamut dijo que sabemos que los placeres son un Don de la Madre precisamente cuando son tan poderosos. Es muy difícil resistir. Y dijo que para los hombres es aún más irresistible que para las mujeres.

»Y así sucedió con la mamut de color rojo oscuro. Todos los machos la deseaban, pero ella no los quería. Ella quería esperar a su macho grande. ¿Por eso Broud no me dejaba en paz? Aunque me odiaba, ¿el Don del Placer de la Madre era más poderoso que su odio?

»Tal vez, pero no creo que él lo hiciera sólo por los placeres. Eso podía conseguirlo con su propia compañera, o con otra mujer a quien deseara. Creo que él sabía cuánto le detestaba yo y por eso su placer fue mayor. Es posible que Broud comenzara un hijo en mí, o tal vez mi León de la Caverna permitió que le derrotaran porque sabía cuánto deseaba yo tener un hijo, pero Broud podía darme únicamente su órgano. No podía darme el Don de los Placeres de la Madre. Sólo Jondalar lo consiguió.

»En Su Don seguramente hay algo más que los placeres. Si Ella sencillamente quería conceder a Sus hijos un Don del Placer, ¿por qué debía hacerlo en ese lugar de donde nacen los niños? Un lugar para los placeres podría estar situado en otro rincón cualquiera. El mío no está exactamente donde está el de Jondalar. Su placer lo obtiene cuando está dentro de mí, pero el mío está en un lugar diferente. Cuando él me da placer allí, todo parece maravilloso, dentro y alrededor. Entonces, deseo sentirlo dentro de mí. No querría que mi lugar del placer estuviese dentro. A veces estoy sensible; entonces Jondalar tiene que ser muy suave, porque de lo contrario me duele, y dar a luz no es una cosa suave. Si el lugar del placer de una mujer estuviese dentro, dar a luz sería mucho más difícil, y ya es demasiado duro según son las cosas.

»¿Por qué Jondalar siempre sabe lo que tiene que hacer? Él conocía el modo de darme placeres antes de que yo supiera lo que eran. Creo que ese gran mamut también sabía cómo dar placeres a la bonita pelirroja. Me parece que ella emitió ese sonido grave e intenso porque él consiguió que sintiera los placeres, y por eso toda su familia se sentía tan feliz por ella».

Estos pensamientos provocaban en Ayla cierta sensación de cosquilleo y su rostro estaba arrebolado. Miró hacia el área boscosa, hacia el lugar donde Jondalar había desaparecido, y se preguntó cuándo regresaría.

«Pero un niño no comienza siempre que se comparten los placeres», continuó pensando. «Quizá son necesarios también los espíritus. Ya se trate de los espíritus totémicos de los hombres del clan o de la esencia del espíritu de un hombre lo que la Madre toma y da a una mujer, en todo caso el asunto comienza cuando un hombre introduce su órgano y deja allí su esencia. De ese modo Ella da un hijo a una mujer, no con los espíritus, sino con Su Don del Placer. Sin embargo, Ella decide qué esencia del hombre iniciará la nueva vida, y cuándo comenzará la vida.

»Si la Madre decide, ¿por qué la medicina de Iza impide que una mujer quede embarazada? Quizá no permite que la esencia de un hombre, o su espíritu, se mezcle con la de una mujer. Iza no sabía por qué era eficaz, aunque casi siempre lo es.

»Me gustaría permitir que comenzase un niño cuando Jondalar comparta conmigo los placeres. Deseo con todas mis fuerzas tener un hijo, sobre todo que sea parte de él. De su esencia o de su espíritu. Pero él está en lo cierto. Tenemos que esperar. Para mí fue muy difícil tener a Durc. ¿Qué habría hecho si no hubiese estado Iza? Necesito estar segura de tener gente a mi alrededor, gente que sepa cómo ayudarme.

»Continuaré bebiendo todas las mañanas el té de Iza, y no diré nada. Será lo mejor. Tampoco debo hablar mucho sobre los niños que nacen del órgano de un hombre. Jondalar se preocupó tanto cuando mencioné el asunto que pensó que debíamos interrumpir nuestros placeres. Si no puedo tener todavía un hijo, por lo menos deseo compartir con él los placeres.

»Igual que lo habían hecho los mamuts. ¿Era eso lo que estaba haciendo el gran mamut? ¿Conseguir que un hijo se iniciara en la hembra de pelaje rojo oscuro? Era realmente maravilloso compartir sus placeres con el rebaño. Me alegra de veras haberlo presenciado. Me preguntaba a cada momento por qué huía ella de los otros machos, pero lo cierto es que no le interesaban. Quería elegir a su propio compañero y no marcharse con cualquiera de los que la deseaban. Estaba esperando al gran macho de pelaje pardo claro, y apenas él llegó, la hembra tuvo la seguridad de que era el elegido. No pudo contenerse y corrió hacia él. Había esperado mucho tiempo. Comprendo lo que sentía».

Lobo llegó trotando al claro; sostenía orgullosamente entre las fauces un hueso viejo y descompuesto, de manera que ella lo viese. Lo dejó caer a los pies de Ayla y la miró expectante.

–¡Uf! ¡Qué mal huele! Lobo, ¿dónde has encontrado eso? Seguramente en algún lugar en el que están enterrados los restos de alguien. Sé que te encanta la carne descompuesta. Tal vez éste sea el momento oportuno para comprobar si te agrada el sabor ardiente y fuerte –dijo–. Tomó el hueso y extendió sobre el hallazgo de Lobo un poco de la mezcla que había estado preparando. Después, arrojó el hueso al centro del claro.

El animal joven se lanzó ansiosamente sobre el hueso, pero antes de levantarlo lo olió cautelosamente. Aún tenía ese olor a podrido que él adoraba, pero no estaba muy seguro de lo que significaba el otro aroma extraño. Por fin se animó y lo cogió entre los dientes, pero lo soltó deprisa y comenzó a gruñir, a resoplar y sacudir la cabeza. Ayla no pudo evitarlo, sus maniobras eran tan divertidas que se echó a reír estrepitosamente. Lobo olfateó de nuevo el hueso y después retrocedió y gruñó, con un aire de profundo desagrado, y corrió hacia la fuente.

–Lobo, no te gusta, ¿verdad? ¡Magnífico! Ésa era la intención –dijo Ayla, y sintió que la risa le burbujeaba en el cuerpo mientras lo miraba. La ingestión de agua al parecer no le sirvió de mucho. Lobo alzó una pata y se frotó con ella el costado de la cara, tratando de limpiarse el hocico, como si creyera que así podía eliminar el sabor. Aún estaba resoplando y agitando la cabeza cuando echó a correr hacia el interior del bosque.

Jondalar se cruzó con él y, cuando llegó al claro, vio a Ayla que reía tanto que se le habían llenado los ojos de lágrimas.

–¿Qué te parece tan divertido? –preguntó.

–Deberías haberlo visto –dijo ella, todavía sofocada–. Pobre Lobo, estaba tan orgulloso de ese hueso viejo y descompuesto que descubrió... No sabía lo que pasaba, y ha hecho todo lo posible por quitarse de la boca el mal sabor. Jondalar, si crees que puedes soportar el olor del rábano picante y el alcanfor, creo que he descubierto el modo de mantener a Lobo alejado de nuestras cosas. –Mostró el cuenco de madera que había estado usando para mezclar los ingredientes–. Aquí lo tienes. ¡Repelente para Lobo!

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