Las llanuras del tránsito (99 page)

Miró a S’Armuna con expresión desconcertada.

–Es la primera vez que he visto algo semejante –dijo.

Jondalar entregó la figura a Ayla, quien sintió un escalofrío en el momento de tocarla. Se dijo que hubiera debido ponerse la chaqueta de piel al salir del campamento, pero no pudo por menos de pensar que aquel brusco escalofrío lo provocaba algo que no era precisamente la temperatura del ambiente.

–Esa munai comenzó como el polvo de la tierra –afirmó la mujer.

–¿Polvo? –se extrañó Ayla–. ¡Pero si esto es piedra!

–Sí, lo es ahora. Se convirtió en piedra.

–¿Has sido tú quien lo ha convertido en piedra? ¿Cómo puedes convertir el polvo en piedra? –preguntó Jondalar, mirándola incrédulo.

–Si te lo dijera –la mujer sonrió–, ¿creerías en mi poder?

–Si logras convencerme... –replicó el hombre.

–Te lo diré, pero no intentaré convencerte. Tendrás que hacerlo por ti mismo. Comencé a trabajar con arcilla dura y seca de la orilla del río, y la molí hasta convertirla en tierra pulverizada. Después, la mezclé con agua. –S’Armuna hizo una breve pausa, preguntándose si debía revelar más acerca de la mezcla y decidiendo por fin no hacerlo–. Cuando tuvo la consistencia adecuada, le di forma. El fuego y el aire caliente la convirtieron en piedra. –Y miró para comprobar cómo reaccionaban los dos jóvenes forasteros, si demostraban incredulidad o estaban impresionados, si dudaban o la creían.

El hombre cerró los ojos, tratando de concentrarse.

–Recuerdo haber oído... de labios de un losadunai... algo acerca de las estatuillas de la Madre fabricadas con lodo.

–En realidad –sonrió S’Armuna–, se podría decir que fabricamos munai con lodo. También animales, cuando necesitamos evocar sus espíritus, muchas clases de animales: osos, leones, mamuts, rinocerontes, caballos, lo que deseamos. Pero sólo son lodo mientras los plasmamos. Una figura creada con el polvo de la tierra mezclado con agua, incluso después de endurecerse, si es sumergida de nuevo en agua volverá a ser lodo, y más tarde se convertirá en polvo; pero después de haberle infundido vida con su llama sagrada, cambia definitivamente. El paso por el calor candente de la Madre consigue que las figuras se endurezcan como la piedra. El espíritu vivo del fuego las hace resistentes.

Ayla vio brillar una llama de entusiasmo en los ojos de la mujer, y recordó la excitación de Jondalar la primera vez que fabricó el lanzavenablos. Comprendió que S’Armuna estaba reviviendo la emoción del descubrimiento, y eso la convenció.

–Son quebradizas, incluso más que el pedernal –continuó diciendo la mujer–. La Madre Misma ha demostrado cómo puede romperse, pero el agua no las cambia. Un munai de lodo, una vez tocado por Su fuego vivo, puede permanecer a la intemperie, expuesto a la lluvia y la nieve, y aunque se hundiera en el agua, jamás se desharía.

–No cabe duda de que ejerces el poder de la Madre –dijo Ayla.

La mujer vaciló un instante y después preguntó:

–¿Os gustaría que os enseñara algo?

–¡Oh, sí! Me encantaría –exclamó Ayla, al mismo tiempo que Jondalar replicaba–: Sí, me interesaría mucho.

–Entonces, venid conmigo.

–¿Puedo llevar mi chaqueta? –pidió Ayla.

–Por supuesto. Todos tenemos que ponernos prendas más abrigadas, aunque si celebrásemos la Ceremonia del Fuego el calor sería tan intenso que nadie necesitaría pieles, ni siquiera en un día como éste. Casi todo está preparado. Deberíamos de haber encendido el fuego e iniciado la ceremonia esta noche, pero eso lleva tiempo, y hay que estar concentrado. Esperaremos hasta mañana. Esta noche, en cambio, asistiremos a un festín importante.

S’Armuna se detuvo un momento y cerró los ojos como si escuchara, sobresaltada por el pensamiento que acababa de asaltarla.

–Sí, un festín muy importante –repitió, clavada la vista en Ayla, preguntándose si la joven sería consciente del peligro que la amenazaba. Si era quien ella suponía, debería saberlo.

Entraron en la vivienda de la hechicera y se pusieron las prendas de abrigo. Ayla vio que la muchacha se había marchado. A continuación, S’Armuna les condujo a cierta distancia de su morada, al límite más lejano del poblado, en dirección a un grupo de mujeres que trabajaban alrededor de una construcción de aspecto inocente, la cual parecía una pequeña vivienda con un techo en pendiente. Las mujeres se ocupaban en llevar cargas de estiércol seco, madera y hueso a la pequeña estructura. Ayla comprendió que se trataba del combustible para el fuego. Reconoció entre las mujeres a la joven embarazada y le sonrió. Cavoa respondió con una sonrisa tímida. S’Armuna se acercó a la entrada baja de la pequeña estructura. Inclinó la cabeza y, volviéndose, hizo una seña a los visitantes, quienes habían retrocedido porque no sabían si podían seguirla. En el interior, un hogar en el que las llamas brotaban de los carbones encendidos mantenían bastante elevada la temperatura de la antesala más o menos circular. Diferentes pilas de hueso, madera y estiércol ocupaban casi toda la mitad izquierda del espacio. En la pared curva de la derecha había varios estantes de madera basta, así como omoplatos planos y huesos pelvianos de mamuts sostenidos por piedras, encima de los cuales se veían numerosos objetos pequeños.

Al acercarse les sorprendió descubrir que los objetos eran figurillas moldeadas en arcilla y puestas a secar. Varias figuras correspondían a mujeres, eran representaciones de la Madre. Algunas, sin embargo, no estaban completas, reconociéndose en ellas tan sólo las características anatómicas femeninas, por ejemplo, los pechos o la mitad inferior del cuerpo. En otros estantes había animales, también incompletos; cabezas de león y de oso, y las formas peculiares de los mamuts, con la cabeza muy abovedada, la cruz encorvada y el lomo caído.

Las figurillas parecían obra de diferentes personas; algunas, muy toscas, demostraban escasa habilidad artística; en cambio, otros objetos respondían a un concepto refinado y estaban bien trabajados. Aunque Ayla y Jondalar ignoraban el motivo por el cual los creadores de esas piezas habían realizado determinadas formas, comprendían que cada una estaba inspirada por una razón o un sentimiento individual.

Frente a la entrada había una abertura más pequeña que conducía a un espacio cerrado en el interior de la estructura, el cual había sido creado excavando el suelo de loess de la ladera de la colina. Excepto en que se abría en un lado, le recordaba a Ayla un gran horno en el suelo, del tipo que se excavaba en la tierra, calentado con piedras ardiendo, usado para cocer los alimentos; pero ella adivinó que en aquel horno jamás se había preparado comida. Cuando se acercó a mirar el interior, encontró un hogar en la segunda habitación.

Al ver los restos de material calcinado en la ceniza, comprendió que el hueso era utilizado como combustible, y en un examen más atento lo reconoció como un hogar análogo a los que usaban los mamutoi, pero más profundo. Ayla miró en torno, preguntándose por dónde entraría el aire destinado a alimentar la combustión. Para quemar hueso se necesitaba un fuego muy fuerte, lo que a su vez exigía la entrada de gran cantidad de aire. Los hogares mamutoi se alimentaban con el viento que soplaba constantemente en el exterior y penetraba por respiraderos controlados mediante láminas. También Jondalar examinó de cerca el interior de la segunda habitación y sacó conclusiones similares. Por el color y la dureza de las paredes, dedujo que en aquel espacio habían ardido fuegos muy intensos durante períodos prolongados. Era fácil adivinar que los pequeños objetos de arcilla de los estantes estaban destinados a recibir el mismo tratamiento.

El hombre había dicho la verdad al afirmar que nunca había visto antes una estatuilla de la Madre como la que S’Armuna le había mostrado. La figurilla, creada por la mujer que estaba de pie ante él, había sido manufacturada modificando –a través del tallado, el modelado o el pulido– un material que existía en la naturaleza. Consistía en una pieza de cerámica, es decir, arcilla cocida, y era el primer material creado por la mano y la inteligencia humanas. La cámara de calentamiento no era un horno para cocinar; era un horno de alfarero.

Y se daba la circunstancia de que la primera mufla no fue inventada con el propósito de fabricar recipientes útiles para contener agua. Mucho antes de que comenzara la alfarería, se cocieron pequeñas esculturas de cerámica que adquirieron una dureza impermeable. Las figurillas que ellos habían visto sobre los estantes representaban animales y seres humanos, pero las imágenes de mujeres –no se presentaba a los hombres, sino sólo a las mujeres– y de otros seres vivos no eran consideradas verdaderos retratos. Eran símbolos, metáforas, cuyo significado era mucho más importante que su apariencia, ya que estaban destinados a sugerir una analogía, una semejanza espiritual. Eran arte; el arte había llegado antes que la función práctica.

–¿Es éste el sitio donde arde el fuego sagrado de la Madre? –preguntó Jondalar a la hechicera.

S’Armuna asintió, consciente de que ahora él la creía. La mujer lo supo antes de ver el lugar; el hombre había tardado un poco más.

Ayla se alegró cuando los tres salieron de la pieza. No sabía si era el calor del fuego en el pequeño espacio o los objetos de arcilla o tal vez otra cosa, pero había comenzado a sentirse incómoda. Percibía que estar allí podía hasta resultar peligroso.

–¿Cómo descubriste esto? –preguntó Jondalar, extendiendo el brazo para indicar todo el conjunto de objetos de cerámica y el horno de alfarero.

–Gracias a la Madre –respondió la mujer.

–No lo dudo, pero ¿cómo? –insistió Jondalar.

S’Armuna sonrió ante el interés del hombre. Parecía lógico que un hijo de Marthona quisiera comprender.

–La primera idea surgió cuando estábamos construyendo una vivienda –aclaró–. ¿Sabes cómo las levantamos?

–Creo que sí. Las que hay aquí se parecen a las moradas mamutoi, y nosotros ayudamos a Talut y a los demás a ampliar el Campamento del León. Ellos empezaban por la estructura de apoyo construida con huesos de mamut, a la que cubrían con una espesa capa de ramas de sauce, seguida por otra de hierba y juncos. Después añadían una capa de tierra. Encima de todo ello extendían un revestimiento blanco de arcilla del río, que se endurecía mucho al secarse.

–Es esencialmente lo mismo que hacemos nosotros. Cuando estábamos agregando el último revestimiento de arcilla, la Madre me reveló la primera parte de Su secreto. Casi habíamos terminado, pero ya oscurecía, de modo que encendimos un gran fuego. El revestimiento de arcilla comenzó a espesarse y un pedazo cayó por casualidad en la hoguera. Era un fuego vivo; usábamos como combustible gran cantidad de hueso, y lo mantuvimos encendido la mayor parte de la noche. Por la mañana, Brugar me dijo que limpiara el hogar y descubrí que parte de la arcilla se había endurecido. Me llamó la atención sobre todo un trozo que se parecía a un león.

–El tótem protector de Ayla es un león –comentó Jondalar.

La hechicera miró a Ayla; luego asintió como para sí misma, y continuó hablando.

–Cuando descubrí que la figura del león no se ablandaba en el agua, traté de obtener más arcilla igual que aquélla. Necesité muchas pruebas, y otras sugerencias de la Madre, antes de alcanzar por fin cierto éxito.

–¿Por qué nos revelas tus secretos? ¿Por qué muestras tu poder? –inquirió Ayla.

La pregunta fue tan directa que cogió desprevenida a la mujer, aunque enseguida sonrió.

–No creáis que os cuento todos mis secretos. Os muestro sólo lo que es evidente. Brugar creyó conocer mis secretos, pero pronto supo a qué atenerse.

–Seguramente Brugar estaba al tanto de las pruebas que hacías –dijo Ayla–. No puedes encender un gran fuego sin que todos se enteren. ¿Cómo pudiste evitar que él conociera tus secretos?

–Al principio, la verdad es que no le importó gran cosa lo que yo hacía, mientras yo misma trajese mi propio combustible, pero después vio algunos de los resultados. Entonces pensó que también él podría fabricar figuras, pero no sabía todo lo que la Madre me había revelado. –La sonrisa de La Que Servía reflejó sus sentimientos de venganza y triunfo–. La Madre rechazó furiosa sus esfuerzos. Las figuras de Brugar reventaban con estrépito y se hacían añicos cuando trataba de cocerlas. La Gran Madre las arrojaba con tanta velocidad y fuerza que provocaban heridas dolorosas a las personas que estaban cerca. Después, Brugar temió mi poder y yo no intenté controlarlo.

Ayla imaginó fácilmente lo que debía ser encontrarse en la pequeña antesala, con pedazos de arcilla al rojo vivo que volaban por el aire a gran velocidad.

–De todos modos, eso no explica por qué nos dices tanto acerca de tu poder –dijo–. Es posible que otra persona que pueda entender las cosas de la Madre llegue a conocer tus secretos.

S’Armuna asintió. Había previsto la reacción de la mujer, y ya había llegado a la conclusión de que la franqueza total era el mejor camino a seguir.

–Por supuesto; no te equivocas. Tengo mis motivos. Necesito vuestra ayuda. Con esta magia, la Madre me ha concedido un gran poder, incluso sobre Attaroa. Ella teme mi magia, pero es una mujer astuta e imprevisible, y estoy segura de que llegará el día en que dominará su miedo. Entonces me matará. –La mujer miró a Jondalar–. Mi muerte no será demasiado importante, excepto para mí. Quienes más me preocupan son los miembros de mi pueblo, este campamento. Cuando tú dijiste que Marthona había pasado el liderazgo a su hijo comprendí lo mal que estaban las cosas. Sé que Attaroa jamás cederá voluntariamente a nadie su dominio, y cuando ella muera me temo que ya no habrá un campamento.

–¿Por qué estás tan segura? Si es tan imprevisible, ¿no cabe suponer que algún día acabará por cansarse? –preguntó Jondalar.

–Estoy segura porque ya ha matado a una persona a la que podría haber entregado el mando; me refiero a su propio hijo.

–¡Mató a su hijo! –exclamó Jondalar–. Cuando dijiste que Attaroa había provocado la muerte de los tres jóvenes, supuse que hablabas de un accidente.

–No fue un accidente. Attaroa los envenenó, por mucho que se empeñe en no admitirlo.

–¡Envenenó a su propio hijo! ¿Cómo es posible que una persona mate a su propio hijo? –se asombró Jondalar–. ¿Y por qué?

–¿Por qué? Porque conspiraron para ayudar a una amiga, Cavoa, la joven a quien habéis conocido. Estaba enamorada de un hombre y planeaba fugarse con él. Su hermano también quiso ayudarles. Los cuatro fueron descubiertos. Attaroa perdonó a Cavoa sólo porque estaba embarazada, pero ha dicho que si la criatura es un varón, matará a la madre y al hijo.

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