Libertad (23 page)

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Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Novela

En ese momento, lo único que podría haber arrastrado a Walter de nuevo a los malos hábitos en que había incurrido en la universidad, cuando lo atormentaba su sensación de derrota ante la persona a la que quería demasiado como para que le interesara vencerla, habría sido una secuencia de acontecimientos patológica y anómala. Las cosas en casa tendrían que haberse agriado en extremo. Walter tendría que haber tenido tremendos conflictos con Joey, y haber sido incapaz de comprenderlo y ganarse su respeto, y descubrirse, en general, reproduciendo la relación con su propio padre, y la carrera de Richard tendría que haber tomado un inesperado cambio de rumbo hacia mejor en el último momento, y Patty tendría que haberse enamorado perdidamente de Richard. ¿Cuales eran las posibilidades de que ocurriese todo eso?

No nulas, por desgracia.

Uno vacila al atribuirle demasiada significación explicativa al sexo y sin embargo la autobiógrafa descuidaría sus obligaciones si no dedicara un incómodo párrafo al tema. La triste realidad es que Patty pronto empezó a encontrar el sexo un tanto aburrido y carente de sentido —la misma monotonía de siempre— y a practicarlo básicamente por Walter. Y sí, a no practicarlo muy bien, sin duda. Por lo general, daba la impresión de que habría preferido estar haciendo otra cosa. Las más de las veces habría preferido dormir. O un ruido en la habitación de los niños la distraía o la preocupaba vagamente. O calculaba mentalmente cuántos entretenidos nulos minutos de cierto partido de baloncesto universitario de la Costa Oeste quedarían cuando por fin se le permitiera volver a encender la tele. Pero incluso tareas básicas de jardinería o limpieza o la compra podían antojársele deliciosas y apremiantes en comparación con follar, y en cuanto a una se le metía en la cabeza que necesitaba relajarse deprisa y sentirse satisfecha deprisa para poder bajar y plantar las balsaminas que estaban marchitándose en sus pequeñas macetas de plástico, ya no había manera. Intentó tomar atajos, intentó tácticas preventivas haciéndoselo a Walter con la boca, intentó decirle que tenía sueño y que, adelante, que se lo pasara bien él y no se preocupara por ella. Pero al pobre Walter, por su propia naturaleza, le importaba menos su propia satisfacción que la de ella, o al menos basaba la suya en la de ella, y Patty nunca parecía encontrar una manera amable de explicarle en qué mala posición la dejaba eso, porque, en última instancia, implicaba decirle que ella no lo deseaba tanto como él a ella: que desear sexo con su pareja era una de las cosas (vale, lo principal) a las que había renunciado a cambio de todas las cosas buenas de su vida en común. Y ésa resultaba una confesión harto difícil para hacérsela a un hombre a quien uno quería. Walter buscó por todos los medios formas de sexo mejores para ella, excepto lo único que acaso habría dado resultado, que era dejar de preocuparse por buscar lo mejor para ella y sencillamente obligarla a doblarse sobre la mesa de la cocina una noche y darle por detrás. Pero el Walter que habría sido capaz de eso no habría sido Walter. Él era lo que era y quería ser lo que era ser lo que quería Patty. ¡Quería que las cosas fueran mutuas! Y por lo tanto la desventaja de chupársela era que luego él siempre quería lamerla a ella, y eso a ella le provocaba unas cosquillas tremendas. Al final, después de años de resistirse, Patty consiguió que él dejara de intentarlo. Y se sentía en extremo culpable, pero también indignada y molesta, porque la hicieran sentirse una fracasada. En el cansancio de Richard y Molly, la tarde de su visita, Patty creyó ver el cansancio de personas que se habían pasado la noche en vela follando, y eso dice mucho sobre su estado de ánimo en aquel momento, sobre lo muerto que estaba el sexo para ella, sobre lo absoluto de su inmersión en el papel de madre de Jessica y Joey, hasta el punto de que ni siquiera los envidió por ello. A ella el sexo le parecía una diversión para jóvenes sin nada mejor que hacer. Desde luego, ni a Richard ni a Molly parecía levantarles el ánimo.

Y los
Traumatics
se marcharon camino de su siguiente bolo en Madison y camino de la publicación de otros discos con títulos mordaces que a cierta clase de críticos y a unas cinco mil personas más en el mundo les gustaba escuchar, y camino de bolos en locales pequeños a los que asistían hombres blancos cultos y desaliñados que ya no eran tan jóvenes como antes, mientras Patty y Walter continuaban con su vida cotidiana en general muy absorbente, en la que los treinta minutos semanales de tensión sexual eran una incomodidad crónica pero de baja intensidad, como la humedad en Florida. La autobiógrafa sí reconoce la posible relación entre esa pequeña incomodidad y los grandes errores que Patty cometió como madre en esos años. En tanto que los padres de Eliza, en otro tiempo, habían errado por estar demasiado pendientes el uno del otro y no lo suficiente de Eliza, quizá pueda decirse que Patty cometió el error contrario con Joey. Pero hay tantos otros errores no atribuibles a los padres que referir en estas páginas, que resulta casi inhumanamente doloroso entretenerse también en los errores que Patty cometió con Joey; la autobiógrafa teme que eso la llevaría a tumbarse en el suelo y no levantarse nunca más.

Lo que ocurrió en primer lugar fue que Walter y Richard volvieron a ser grandes amigos. Walter conocía a mucha gente, pero la voz que más deseaba oír en el contestador automático al llegar a casa era la de Richard, diciendo cosas como «Hey, aquí Jersey City. Me preguntaba si puedes conseguir que me sienta mejor por la situación en Kuwait.Dame un toque». Tanto por la frecuencia de las llamadas de Richard como por la actitud menos a la defensiva con que le hablaba a Walter ahora —diciéndole que no conocía a nadie más como él y Patty, que eran la cuerda de salvamento que lo unía a un mundo de cordura y esperanza—, Walter por fin comprendió que Richard lo apreciaba de verdad y le necesitaba y no se limitaba a consentir pasivamente en ser su amigo. (Este era el contexto en el que Walter, agradecido, hacía referencia al consejo de su madre sobre la lealtad.) Cada vez que una nueva gira llevaba a los
Traumatics
a la ciudad, Richard encontraba un rato para dejarse caer por la casa, en general solo. Se interesó en especial por Jessica, a quien tenía por un Alma Genuinamente Buena a imagen de su abuela, y la acribillaba a preguntas sobre sus escritores preferidos y su trabajo de voluntaria en el comedor de beneficencia del barrio. Si bien Patty quizá habría deseado una hija más parecida a ella, para quien su propio caudal de experiencia en la comisión de errores habría sido un recurso reconfortante, en general se enorgullecía de tener una hija que sabía muy bien cómo funcionaban las cosas. La complacía ver a Jessica a través de los ojos admirativos de Richard, y cuando Walter y él salían juntos, Patty se sentía segura al verlos a los dos subir en el coche, al tipo maravilloso con quien se había casado y al sexy con quien no se había casado. El afecto de Richard por Walter la llevó a sentirse mejor ella misma respecto a Walter; el carisma de Richard tenía la virtud de ratificar todo lo que tocaba.

Una sombra digna de mención era la desaprobación por parte de Walter de la situación entre Richard y Molly Tremain. Ésta tenía una voz hermosa, pero era depresiva y posiblemente bipolar y pasaba una enorme cantidad de tiempo sola en su apartamento del Lower East Side, corrigiendo galeradas como autónoma por la noche y durmiendo de día. Molly estaba siempre disponible cuando Richard quería acercarse a verla, y él sostenía que ella se conformaba con ser su amante a tiempo parcial, pero Walter no podía sacudirse la sospecha de que su relación se basaba en malentendidos. A lo largo de los años Patty le había sonsacado a Walter varios inquietantes comentarios que Richard le había hecho en privado, entre ellos: « A veces pienso que mi finalidad en este mundo es meter el pene en la vagina del mayor número de mujeres posible» y «A mí la idea de acostarme con la misma persona el resto de mi vida me parece la muerte». La sospecha de Walter de que Molly en el fondo creía que él, al madurar, dejaría atrás esa actitud resultó acertada. Molly tenía dos años más que Richard, y cuando de pronto decidió que quería un hijo antes de que fuera demasiado tarde, Richard se sintió obligado a explicarle por qué eso nunca ocurriría. Las cosas entre ellos se deterioraron tan deprisa que él la abandonó del todo y ella a su vez dejó el grupo.

Daba la casualidad de que la madre de Molly era, desde hacía años, una de las redactoras de la sección de cultura del
New York Times
, circunstancia que acaso explique por qué los
Traumatics
, pese a unas ventas discográficas en la franja baja de las cuatro cifras y un promedio de público en las actuaciones en la franja alta de las dos cifras, habían obtenido varias críticas extensas en el
Times
(«Plenamente original, perennemente inaudito», «Inmunes a la indiferencia, los
Traumatics
siguen en la brecha»), amén de reseñas breves de cada uno de sus discos a partir de
Por si te ha pasado inadvertido
. Fuera coincidencia o no,
Demencialmente feliz
—su primer disco sin Molly y, como se vería, el último— no recibió la menor atención del
Times
, como tampoco de los semanarios gratuitos de la ciudad que habían sido tradicionalmente bastiones del apoyo a los
Traumatics
. Lo que había sucedido, según la teoría expuesta por Richard durante una cena temprana con Walter y Patty cuando el grupo pasó a rastras una vez más por las Ciudades Gemelas, fue que, sin darse cuenta, había estado comprando la atención de la prensa a crédito desde el principio y al final la prensa había llegado a la conclusión de que conocer a los
Traumatics
nunca sería una necesidad ni para la formación cultural ni para la credibilidad de nadie, y por tanto no había razón para ampliarles el crédito.

Esa noche, Patty, provista de tapones para los oídos, fue con Walter a la actuación. Las
Sick Chelseas
, un cuarteto de chicas autóctonas asonantes poco mayores que Jessica, salieron como teloneras de los
Traumatics
, y Patty, sin poder evitarlo, intentó adivinar a cuál de las cuatro le había tirado los tejos Richard en el camerino, no sentía celos de las chicas; sentía lástima por Richard. Por fin empezaba a comprender, tanto ella como Walter, que pese a ser un buen músico y un buen compositor, la de Richard no era la mejor de las vidas: que no estaba bromeando, pues, al manifestar su autodesprecio y confesar la admiración y envidia que sentía por ella y Walter. Después de tocar las
Sick Chelseas
, sus sus amigos, todos en la adolescencia tardía, abandonaron el local y dejaron allí a no más de treinta seguidores incombustibles de los
Traumatics
—blancos, varones, desaliñados y menos jóvenes aún que antes— para oír las salidas de Richard, con su humor imperturbable («Queremos daros las gracias por venir a este Bar 400 y no al otro Bar 400, más popular... Por lo que se ve, nosotros hemos cometido el mismo error»), y luego una trepidante interpretación de la canción que daba título a su nuevo disco:

¡Vaya cabezas tan pequeñas en esos cuatro por cuatro tan grandes!

Amigos míos, se os ve demencialmente felices al volante.

¡Y cientos de Kathy Lees sonríen en Circuit City!

¡Una pared entera de Regis Philbins!

¡En serio, empiezo a estar demencialmente feliz, demencialmente feliz!

y, después, una canción interminable, y repelente de un modo más propio de ellos,
TCBY
, consistente sobre todo en un ruido de guitarra que recordaba a cuchillas de afeitar y cristales rotos, por encima del cual Richard recitaba su poesía:

Os pueden comprar

Os pueden destripar

Un yogur de etiqueta simpática y banal

Ayer vomitó el gato

Tecno crema, amarillo beige

Golosina creada por aduladores

Os pueden achantar

Os pueden enterrar

juventud pisoteada, asfixiada, ignorante

Adoctrinada por patanes para el consumismo

Esto no puede ser lo mejor del país

Esto no puede ser lo mejor del país

y por último su canción lenta, con sonido country,
El lado oscuro del bar
, con la que a Patty se le empañaron los ojos de tristeza por él:

Hay una puerta sin rótulo a ninguna parte

En el lado oscuro del bar

Y lo único que yo siempre quise

Fue perderme en el espacio contigo

La noticia de nuestra desaparición

Nos persigue por el vacío

Nos equivocamos al doblar en las cabinas telefónicas

Y ya nunca volvieron a vernos

El grupo era bueno —Richard y Herrera llevaban casi veinte años tocando juntos—, pero costaba imaginar a una banda tan buena como para vencer la desolación de aquel local demasiado pequeño. Después de un único bis,
Odio el sol
, Richard no abandonó el escenario por la salida lateral, sino que se limitó a aparcar la guitarra en un soporte, encender un cigarrillo y saltar al suelo.

—Ha sido un detalle quedaros —les dijo a los Berglund—. Sé que tenéis que madrugar.

—¡Ha sido magnífico! ¡Has estado magnífico! —exclamó Patty.

—Creo que éste es tu mejor disco hasta el momento, de verdad —dijo Walter—. Las canciones son geniales. Es otro paso de gigante.

—Ya.

Richard, distraído, escudriñaba el fondo del local para ver si se había quedado alguna de las
Sick Chelseas
. Y en efecto una de ellas andaba aún por allí. No era la bajista, de una belleza convencional y por la que habría apostado Patty, sino la batería, alta y adusta, de apariencia arisca, cosa que Patty vio más lógica, claro está, en cuanto se detuvo a pensarlo. Ahí hay alguien esperándome para hablar conmigo —dijo Richard. Supongo que querréis iros a casa directamente, pero si os parece, podemos salir todos juntos.

—No, ve tú —lo instó Walter.

Ha sido una maravilla oírte tocar, Richard, de verdad —dijo Patty. En un gesto amistoso, le apoyó una mano en el brazo y luego lo observó acercarse a la batería adusta.

De camino a su casa en Ramsey Hill, en el Volvo familiar, Walter elogió con entusiasmo las excelencias de
Demencialmente feliz
y el gusto degradado del público norteamericano, que se presentaba a millones en los conciertos de la Dave Matthews Band y ni siquiera conocía la existencia de Richard Katz.

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