Libertad (24 page)

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Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Novela

Perdona —dijo Patty—. ¿Puedes recordarme qué tiene de malo Dave Matthews?

—Básicamente todo, salvo la maestría técnica —respondió Walter.

—Ya.

—Pero quizá sobre todo la banalidad de las letras. «Tengo que ser libre, muy libre, yeah, yeah. No puedo vivir sin mi libertad, yeah, yeah.» A eso se reducen casi todas las canciones.

Patty se echó a reír.—¿Crees que Richard iba a acostarse con esa chica?

—No me cabe duda de que lo intentará —respondió Walter—. Y probablemente lo consiga.

—No me han parecido muy buenas, esas chicas.

—No, no lo eran. Si Richard se acuesta con ella, no será un refrendo del talento del grupo.

En casa, después de ir a ver si los niños estaban bien, Patty se puso una camiseta sin mangas y un pantalón corto muy exiguo de algodón y, ya en la cama, fue a por Walter. Era un comportamiento muy poco habitual en ella, pero afortunadamente no tan inaudito como para suscitar comentarios o interrogatorios; y Walter no se hizo de rogar. No fue nada del otro mundo, sólo una pequeña sorpresa ya entrada la noche, y sin embargo ahora, desde la retrospectiva autobiográfica, parece casi el punto culminante de su vida juntos. O quizá, para ser más exactos, el punto final: la última vez que ella recuerda haberse sentido segura en el matrimonio. El sentimiento de cercanía con Walter en el Bar 400, el recuerdo de las circunstancias en que se conocieron, el ambiente distendido en compañía de Richard, la cordial calidez de los dos como pareja, el elemental placer de tener un amigo tan viejo y querido, y luego el raro deleite, para ambos, del intenso y repentino deseo de Patty de sentir a Walter dentro de ella:
el matrimonio iba bien
. Y no parecía haber ninguna razón de peso para que dejara de ir bien, quizá incluso cada vez mejor y mejor.

Pocas semanas después, Dorothy se desplomó en la boutique de Grand Rapids. Patty, hablando como su propia madre, le expresó a Walter su preocupación por la asistencia hospitalaria que recibía, y sus recelos se vieron trágicamente confirmados cuando Dorothy sufrió un fallo orgánico múltiple y falleció. El dolor de Walter fue por una parte generalizado, abarcando no sólo la pérdida de su madre sino las dimensiones atrofiadas de toda la vida de ella, pero a la vez quedó amortiguado por el hecho de que su muerte fue para él también un alivio y una liberación: el final de sus responsabilidades para con ella, el corte de su principal atadura con Minnesota. Patty se sorprendió por la intensidad de su propio dolor. Al igual que Walter, Dorothy siempre había tenido el mejor concepto posible de ella, y Patty lamentaba que, tratándose de alguien con un espíritu tan generoso como Dorothy, no hubiese podido haber una excepción a la regla de que en último extremo todo el mundo muere solo. Que Dorothy, en su bondad eternamente confiada, hubiese tenido que cruzar la amarga puerta de la muerte sin compañía de nadie: eso sencillamente le desgarró el corazón.

Naturalmente, también se compadecía a sí misma, como siempre hace la gente que se compadece de los demás por su muerte solitaria. Se ocupó de los preparativos del funeral en un estado mental cuya fragilidad, espera la autobiógrafa, quizá explique al menos en parte su deficiente proceder al descubrir que una vecina de mayor edad, Connie Monaghan, había estado aprovechándose sexualmente de Joey. La larga sucesión de errores que cometió con posteridad a este descubrimiento superaría la actual extensión de este documento ya de por sí largo. La autobiógrafa sigue sintiéndose tan avergonzada por lo que le hizo a Joey que no sabría ni cómo plasmarlo en una narración coherente. Cuando te descubres a ti misma en el callejón trasero de la casa de tu vecino a las tres de la mañana con un cúter en la mano, destrozando los neumáticos de su pickup, puedes alegar demencia como defensa legal. Pero ¿y moralmente?

Sostiene la defensa: Patty había intentado, al principio, prevenir a Walter sobre la clase de persona que ella era. Le había dicho con insistencia que no era normal.

Sostiene la acusación: Walter actuó con la debida cautela. Fue Patty quien lo siguió hasta Hibbing y se echó en sus brazos.

Sostiene la defensa: Pero ¡ella intentaba ser buena y crear una buena vida! Y luego renunció a todos los demás y se afanó por ser una madre y un ama de casa extraordinaria.

Sostiene la acusación: Sus motivaciones no eran las correctas. Competía con su madre y sus hermanas. Quería que sus hijos fuesen un reproche para ellas.

Sostiene la defensa: ¡Ella quería a sus hijos!

Sostiene la acusación: Ella quería a Jessica en la justa medida, pero quería a Joey mucho más de lo debido. Era consciente de lo que hacía, y sin embargo no desistió, porque estaba enfadada con Walter por no ser lo que ella de verdad quería, y porque tenía mal carácter y sentía que merecía una compensación por ser una estrella y una competidora atrapada en una vida de ama de casa.

Sostiene la defensa: Pero el amor surge sin más. Ella no tenía la culpa si todo en Joey, hasta el último detalle, le producía tanta satisfacción.

Sostiene la acusación: La culpa era de ella. Uno no puede tener una pasión desmedida por las galletas y el helado y luego, cuando acaba pesando ciento cincuenta kilos, decir que no tiene la culpa.

Sostiene la defensa: Pero ¡ella eso no lo sabía! Pensaba que hacía lo correcto al conceder a sus hijos la atención y el amor que sus propios padres no le habían concedido.

Sostiene la acusación: Sí lo sabía, porque Walter se lo dijo, y se lo repitió, y se lo volvió a repetir.

Sostiene la defensa: Pero no se podía confiar en Walter. Ella creía que debía hacer piña con Joey y ser el poli bueno porque Walter era el poli malo.

Sostiene la acusación: El problema no era entre Walter y Joey. El problema era entre Patty y Walter, y ella lo sabía.

Sostiene la defensa: ¡Ella quiere a Walter!

Sostiene la acusación: Las pruebas lo desmienten.

Sostiene la defensa: Pues entonces Walter tampoco la quiere a ella. No quiere a la verdadera Patty, quiere a una idea equivocada de ella.

Sostiene la acusación: Eso vendría al caso si fuese mínimamente cierto. Por desgracia para Patty, él no se casó con ella a pesar de quién era ella; se casó con ella porque era ella. Las personas buenas no se enamoran forzosamente de personas buenas.

Sostiene la defensa: ¡No es justo decir que ella no lo quiere!

Sostiene la acusación: Si ella no es capaz de comportarse, da igual si lo quiere o no.

Walter sabía que Patty había rajado los neumáticos de la espantosa pickup de su espantoso vecino. Nunca hablaron de ello, pero él lo sabía. El hecho mismo de que nunca hablaran de ello era el motivo por el que ella sabía que él lo sabía. El vecino, Blake, estaba construyendo un espantoso anexo en la parte de atrás de la casa de su espantosa novia, la espantosa madre de Connie Monaghan, y ese invierno Patty consideraba oportuno beberse una botella o más de vino cada tarde, y despertarse después en plena noche bañada en un sudor fruto de la ansiedad y la rabia y deambular por la planta baja de su casa en pleno delirio y con el corazón acelerado. Blake desplegaba una estúpida suficiencia que ella, en su estado de privación del sueño, identificaba con la estúpida suficiencia del fiscal especial que había llevado a Bill Clinton a mentir sobre Monica Lewinsky, y la estúpida suficiencia de los congresistas que acababan de someterlo a una moción de censura. Bill Clinton era uno de los pocos políticos que Patty no consideraba mojigato —que no pretendía estar libre de todo pecado—, y ella se contaba entre los varios millones de mujeres norteamericanas que se habrían acostado con él sin pensárselo dos veces. Pinchar los neumáticos del espantoso Blake era el menor de los golpes que deseaba asestar en defensa de su presidente. Con esto no se pretende en modo alguno exculparla, sino sólo esclarecer su estado mental.

Un elemento irritante más directo fue el hecho de que Joey, ese invierno, fingía admirar a Blake. Joey era demasiado listo para admirar de verdad a Blake, pero atravesaba una etapa de rebelión adolescente que le exigía apreciar todo aquello que Patty más detestaba para alejarla. Probablemente ella se lo merecía, debido a los miles de errores que había cometido por quererlo demasiado, pero en ese momento ella no creía merecerlo. Se sentía como si la azotaran en la cara con un látigo. Y debido a las cosas monstruosamente malvadas que era capaz de decirle a Joey, como había comprobado en varias ocasiones en las que, mordiendo el anzuelo, había perdido el control y le había devuelto los latigazos, hacía lo posible por desahogar su dolor y su ira en terceras partes de menor riesgo, como eran Blake y Walter.

No se consideraba alcohólica. No era una alcohólica. Simplemente empezaba a parecerse a su padre, quien a veces huía de su familia excediéndose con la bebida. En otro tiempo, Walter incluso veía con manifiesta satisfacción que ella disfrutara de una o dos copas de vino después de acostar a los niños. Decía que se había pasado la infancia sintiendo náuseas por el olor a alcohol y sin embargo había aprendido a perdonarlo y amarlo en el aliento de Patty, porque amaba su aliento, porque su aliento salía de muy dentro de ella y él amaba el interior de ella. Esas eran las cosas que solía decirle: la clase de declaración a la que ella no podía corresponder y que, aun así, la embriagaba. Pero en cuanto ese par de copas se convirtió en seis u ocho, todo cambió. Walter por las noches la necesitaba sobria para que escuchara todo aquello que él consideraba moralmente defectuoso en su hijo, mientras que ella necesitaba no estar sobria para no tener que escucharlo. No era alcoholismo, era defensa propia.

Y aquí: aquí tenemos un grave defecto de Walter: no podía aceptar que Joey no fuese como él. Si Joey hubiese sido tímido y cohibido con las chicas, si Joey hubiese disfrutado desempeñando el papel de niño, si Joey hubiese deseado un padre capaz de enseñarle cosas, si Joey hubiese sido irremediablemente franco, si Joey se hubiese puesto del lado d e los desvalidos, si Joey hubiese amado la naturaleza, si Joey hubiese sido indiferente al dinero, él y Walter se habrían llevado de maravilla. Pero Joey, desde la infancia, fue una persona más bien del estilo de Richard Kattz, sereno de una manera espontánea, dotado de una seguridad en sí mismo inquebrantable, totalmente encauzado a conseguir lo que quería, impermeable a la moralización, sin miedo a las chicas—, y Walter arrastraba toda la frustración y el desengaño causados por su hijo y los colocaba a los pies de Patty, como si la culpable fuera ella. Él venía rogándole desde hacía quince años que lo respaldara cuando intentaba inculcar disciplina en Joey, que lo ayudara a hacer cumplir las reglas de la casa sobre los videojuegos y el exceso de televisión y la música que denigraba a las mujeres, pero Patty no podía evitar querer a Joey tal como era. Admiraba y encontraba graciosos sus muchos recursos para eludir las prohibiciones: ella lo consideraba un fuera de serie. Un estudiante de sobresalientes, muy aplicado, querido en el colegio, extraordinariamente emprendedor. Si hubiese sido madre soltera, tal vez se habría preocupado más de inculcarle disciplina. Pero Walter había asumido esa tarea, y ella se había permitido creer que tenía una amistad excepcional con su hijo. Escuchaba absorta las malévolas imitaciones que Joey hacía de los profesores que no le caían bien, lo ponía al corriente acerca de los chismes más escabrosos del vecindario sin censura alguna, se sentaba en la cama de él con los brazos alrededor de las rodillas y no se detenía ante nada con tal de hacerlo reír; ni siquiera Walter quedaba a salvo. Ella no tenía la sensación de ser desleal con su marido cuando hacía reír a Joey con las excentricidades de Walter —su abstinencia absoluta de alcohol, su insistencia en ir en bicicleta al trabajo en plena ventisca, su indefensión ante los pelmazos, su odio a los gatos, su desaprobación de los rollos de papel de cocina, su entusiasmo por el teatro difícil—, porque todas esas eran cosas que ella misma había aprendido a amar en él, o al menos a encontrar curiosamente divertidas, y quería que Joey viese a Walter como lo veía ella. O así lo interpretaba, ya que si hubiese sido sincera consigo misma, habría admitido que lo que de verdad quería era que Joey estuviese deslumbrado con ella.

Patty no se explicaba cómo era posible que Joey sintiera tanta lealtad y devoción hacia la vecina. Pensó que aquella Connie Monaghan, aquella taimada competidora, había conseguido de algún modo tenerlo bajo su sucio yugo sólo momentáneamente. Tardó un tiempo catastrófico en comprender la gravedad de la amenaza Monaghan, y durante los meses en que subestimó los sentimientos de Joey hacia la chica —cuando creyó que bastaría con neutralizar a Connie y burlarse alegremente de su chabacana madre y del alcornoque que ésta tenía por novio, y que pronto Joey se reiría de ellos también—, consiguió echar por tierra quince años de esfuerzos por ser buena madre. La suya fue una cagada mayúscula, y acto seguido pasó a desquiciarse casi por completo. Se enzarzó en tremendas peleas con Walter en las que él la culpaba de convertir a Joey en un chico ingobernable y ella era incapaz de defenderse debidamente, porque no se permitía expresar la convicción malsana que albergaba en el fondo de su alma: que Walter había arruinado la amistad entre ella y su hijo. Durmiendo en la misma cama que ella, siendo su marido, reivindicando su pertenencia al bando de los adultos, Walter había llevado a Joey a creer que Patty estaba del lado del enemigo. Odiaba a Walter por eso y se sentía a disgusto en su matrimonio, y Joey se marchó de casa y se instaló en la de los Monaghan e hizo pagar a todos sus errores con amargas lágrimas.

Aunque esto equivale a escarbar apenas en la superficie, ya es más de lo que la autobiógrafa se proponía decir sobre esos años, y ahora seguirá adelante valerosamente.

Una pequeña ventaja de tener toda la casa para ella sola era que Patty podía escuchar la música que le apetecía, sobre todo la música country ante la que Joey aullaba de dolor y repugnancia sólo de oír un acorde y de la que Walter, con sus gustos de radio universitaria, podía tolerar sólo una selección limitada y en general antigua: Patsy Cline, Hank Williams, Roy Orbison, Johnny Cash. A la propia Patty le gustaban todos esos cantantes, pero no le gustaban menos Garth Brooks y las Dixie Chicks. En cuanto Walter se iba a trabajar por la mañana, ella subía el equipo a un volumen incompatible con toda forma de pensamiento y se sumergía en penas lo bastante parecidas a las suyas como para reconfortarla y lo bastante distintas para resultarle incluso un tanto graciosas. A Patty sólo le iban las canciones con una buena letra y una buena historia detrás. Walter había desistido hacía tiempo de despertarle interés por
Ligeti
y
Yo La Tengo
, y nunca se cansaba de los hombres traicioneros y las mujeres fuertes y el indómito espíritu humano.

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