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Authors: Margaret Mitchell

Tags: #Drama, Romántico

Lo que el viento se llevó (150 page)

—¡Oh, Archie, qué amable! —Melanie le dirigió una mirada infantil de agradecimiento—. No sé lo que haría sin ti. ¿Crees que podrías ir poniéndoles las velas y siempre habría ese tiempo ganado?

—Acaso pueda —dijo Archie, gruñón. Y se dirigió renqueando hacia las escaleras del sótano.

—Se cazan más moscas con una cucharada de miel que con un tonel de vinagre —murmuró Melanie cuando el bigotudo viejo hubo desaparecido escaleras abajo—. Estaba deseando que Archie pusiera esos faroles, pero ya sabéis como es. No hace nada si se le manda. Y ahora hemos conseguido quitárnoslo de encima un rato. A los negros los cohibe tanto, que nunca hacen nada bien cuando le tienen encima, respirando sobre sus cuellos, como quien dice.

—Melanie, por nada del mundo tendría yo a ese viejo en mi casa —dijo Scarlett de mal humor. Odiaba a Archie tanto como Archie la odiaba a ella, y apenas se dirigían la palabra. La de Melanie era la única casa en la que él hubiera consentido hallarse por un momento estando Scarlett presente; y aun en casa de Melanie la miraba siempre con recelo o desdén—. Te hará algún daño. Acuérdate de mis palabras.

—¡Oh! Es inofensivo si le das un poco de coba y le haces creer que no puedes pasar sin él. Y quiere tanto a Ashley y a Beau, que yo siempre me encuentro más segura sabiéndole cerca.

—¡Querrás decir que te quiere tanto a ti, Melanie! —dijo India. Y su pálido rostro se distendió en una calurosa sonrisa mientras miraba cariñosamente a su cuñada—. Yo creo que eres la primera persona a quien ese viejo rufián ha tomado cariño desde que su mujer... Creo que le gustaría que alguien te insultase para matarle, demostrándote su cariño de ese modo.

—¡Misericordia! ¡Qué ocurrencias, India! —repuso Melanie, poniéndose como la grana—. Sabes de sobra que me cree completamente boba.

—Bueno —interrumpió Scarlett bruscamente—. No comprendo la importancia que pueda tener lo que piense ese estafermo. Tengo que marcharme. Aún debo comer, luego ir al almacén y pagar a los dependientes, y después al depósito de maderas a pagar a los conductores y a Hugh Elsing.

—¿Vas a ir al depósito de maderas? —preguntó Melanie—. Ashley tiene que ir también a última hora de la tarde a ver a Hugh. A ver si puedes entretenerlo hasta las cinco. Si vuelve antes, seguramente nos encontrará acabando algún pastel o algo por el estilo, y entonces, ¡adiós sorpresa!

Scarlett sonrió para sus adentros, sintiéndose de nuevo de buen humor.

—Sí, lo entretendré —contestó.

Mientras hablaba, los inexpresivos ojos de India la miraban penetrantemente: «Siempre me mira así cuando hablo de Ashley», pensó Scarlett.

—Bueno, entreténlo todo el tiempo que puedas después de las cinco —dijo Melanie—. Y entonces India puede pasar a recogerlo... Scarlett, ven temprano esta noche. No quiero que pierdas ni un minuto de la fiesta.

«No quiere que pierda ni un minuto de la fiesta, ¿eh? Pues ¿por qué no me invita a recibir con ella, como a India y a tía Pitty?», pensaba Scarlett, malhumorada, mientras volvía a su casa.

Generalmente a Scarlett se le hubiera dado un ardite recibir o no en las recepciones de Melanie. Pero aquélla era la fiesta más notable que había dado, y sobre todo era la fiesta de cumpleaños de Ashley, y a Scarlett le hubiera gustado poder estar a su lado y recibir con él. Pero sabía muy bien por qué no se le había invitado a ello. Y, si ella no lo hubiera sabido, el comentario de Rhett sobre el asunto había sido suficientemente franco.

—¿Una
scallawag
recibiendo cuando todo lo más importante ex confederado y demócrata va a estar allí? Tienes unas ocurrencias tan divertidas como absurdas. Desengáñate, ha sido necesaria toda la lealtad de Melanie para que te haya invitado...

Aquella tarde, Scarlett se arregló con más detenimiento que de costumbre para ir al almacén y al depósito de maderas. Se puso el traje verde oscuro de seda con irisaciones que a ciertas luces parecía de color lila, y el sombrero nuevo verde pálido, rodeado de plumas verde oscuro. Si Rhett la hubiese dejado cortarse algo de flequillo y ponérselo rizado por la frente, ¡cuánto mejor le sentaría la toquita! Pero él declaró que le afeitaría toda la cabeza si se cortaba el flequillo. Y aquellos días estaba haciendo tales atrocidades, que era capaz de realizar ésa también.

Era una tarde deliciosa, soleada pero no demasiado calurosa; clara pero no deslumbradora, y la templada brisa que hacía susurrar los árboles a lo largo de Peachtree Street agitaba las plumas del gorrito de Scarlett. Se sentía feliz, como siempre que iba a ver a Ashley. Tal vez, si pagaba temprano a los conductores y a Hugh Elsing, éstos se marcharían a casa y los dejarían a ella y a Ashley solos en el despachito del depósito de maderas. ¡Aquellos días resultaba tan difícil ver a Ashley a solas! ¡Y pensar que Melanie le había encargado a ella que lo entretuviera!... Era divertido. Se sentía feliz cuando llegó al almacén y pagó a Willie y a los otros empleados, sin preguntarles siquiera qué tal se había dado el día. Era sábado, el mejor día de la semana para el almacén, porque todos los campesinos iban ese día a la ciudad a comprar; pero no preguntó nada.

En su camino al depósito se detuvo una docena de veces para hablar con señoras republicanas que iban en espléndidos carruajes (no tan espléndidos como el suyo, pensó complacida) y con hombres que cruzaban el rojo polvo del camino para presentarle, sombrero en mano, sus respetos. La tarde era hermosa, se sentía feliz, se encontraba bonita y su carruaje era verdaderamente regio. A causa de tales retrasos, llegó al depósito más tarde de lo que era su propósito y se encontró a Hugh y a los carreteros sentados sobre un montón de maderas esperándola.

—¿Está ahí Ashley?

—Sí, está en el despacho —dijo Hugh, abandonando la expresión habitualmente huraña de su rostro para sonreír al verla tan contenta—. Está intentando..., quiero decir, está con los libros.

—¡Oh, no tiene que molestarse en eso hoy! —dijo ella; y luego, bajando la voz—: Melanie me ha mandado para que lo entretenga mientras ponen la casa en orden para la fiesta de esta noche.

Hugh sonrió, porque iba a asistir a la fiesta. Le gustaban mucho y pensó que, a juzgar por la expresión de Scarlett esta tarde, a ella también le debían gustar. Ella pagó a los carreteros y a Hugh y, dejándolos bruscamente, se dirigió al despachito, demostrando a las claras con su actitud que no deseaba que la acompañasen. Ashley la recibió en la puerta, de pie bajo los rayos del sol, con los ojos brillantes y en sus labios una sonrisa que casi era una mueca.

—Bueno, Scarlett... ¿Cómo es posible que estés aquí a estas horas en lugar de estar en mi casa ayudando a Melanie a preparar la sorpresa?

—¡Pero, Ashley! —exclamó ella, indignada—. ¡Si creía que no sabías ni una palabra de eso! ¡Qué desilusión se va a llevar Melanie si no te sorprendes!

—No se enterará. Seré el hombre más sorprendido de toda Atlanta —dijo Ashley, con la risa en los ojos.

—¿Pero quién ha sido tan vil como para contártelo?

—Realmente, todos los hombres invitados por Melanie. El general Gordon el primero. Dice que sabe por experiencia que cuando las mujeres dan fiestas de sorpresa para agasajar a sus maridos generalmente escogen el día en que los hombres han decidido limpiar y arreglar todas las escopetas de la casa. Y el viejo Merriwether también me avisó: dice que, una vez, la señora Merriwether también le quiso sorprender con una fiesta en su honor y la más sorprendida fue ella, porque el viejo había estado curándose su catarro, el muy pillo, con una botella de whisky y estaba demasiado borracho para levantarse de la cama... ¡Oh! Todos los hombres a quienes se ha querido sorprender alguna vez con una fiesta dada en su honor me han avisado.

—¡Qué necios! —dijo Scarlett, aunque no pudo menos de sonreír.

Cuando Ashley sonreía de aquel modo, parecía el antiguo Ashley de Doce Robles. ¡Y era tan raro que sonriese ahora! El aire era suave, el sol benigno, el rostro de Ashley alegre, su charla tan natural que el corazón de Scarlett saltó de alegría; se hinchaba dentro del pecho hasta que llegó a dolerle materialmente de placer, como si tuviera un peso demasiado grande de felicidad, de lágrimas dichosas. Sintió el loco impulso de lanzar su sombrerito al aire y gritar: «¡hurra!». Entonces pensó en el asombro que esto causaría a Ashley, y de repente se echó a reír; rió hasta que las lágrimas acudieron a sus ojos. Él rió también, echando atrás la cabeza como cuando se ríe con muchas ganas, creyendo que su alegría era producida por la amistosa traición de los hombres que habían divulgado el secreto de Melanie.

—Entra, Scarlett. Vamos a ver los libros.

Entraron en el despachito bañado por el sol de la tarde y ella se sentó delante del pupitre. Ashley, que la seguía, se instaló en una esquina de la mesa de pino balanceando las piernas despreocupadamente.

—Vaya, no nos aburramos con los libros esta tarde, Ashley. No tengo ganas de preocupaciones. Cuando estreno sombrero me hace el efecto de que todos los números que conozco se borran de mi cabeza.

—Los números están bien borrados cuando el sombrero es tan bonito como ése —dijo Ashley—. Estás más linda cada día, Scarlett.

Se deslizó de la mesa y riendo le cogió las manos apartándoselas para poder contemplar el vestido.

—¡Estás preciosa! No puedo creer que llegues nunca a ser vieja.

A su contacto, ella comprendió que, sin darse cuenta de ello, había estado deseando que esto ocurriese. Todo aquel alegre atardecer había estado esperando el calor de sus manos, la ternura de su mirada, una palabra que indicase que él la quería. Ésta era la primera vez, desde aquella helada tarde en el pomar de Tara, que se encontraban completamente solos, la primera vez que sus manos se encontraban en un ademán que no fuera de mera formalidad, y después de tantos meses que estaba hambrienta de su contacto. Pero ahora...

¡Qué extraño que el contacto de sus manos no la emocionase! Antes, su sola proximidad la hubiera hecho estremecerse. Ahora sentía una curiosa sensación de calurosa amistad y de satisfacción. No se comunicaba fiebre alguna de las manos de Ashley a las suyas, y su corazón latía con plácida felicidad. Esto la intrigaba y la desconcertaba un poco. Aún era su Ashley, su ardiente amado, y le quería más que a su vida, pero...

Desechó esa idea de su imaginación. Era suficiente estar con él y que él le cogiera las manos y que sonriesen completamente como amigos, sin tensión ni fiebre. Parecía imposible que pudiera ser así cuando pensaba en todas las cosas calladas que había entre ellos. Los ojos de Ashley se clavaron en los de ella, claros y brillantes, sonriendo como antiguamente, como a ella le gustaba, como si nunca hubiera habido entre ellos más que felicidad. No había barrera entre los ojos de los dos. Ella rió.

—¡Oh!, ¡Ashley, me estoy volviendo vieja y decrépita!

—¡Qué disparate! No, Scarlett; cuando tengas sesenta años, a mí me seguirás pareciendo la misma. Yo siempre te recordaré como estabas aquel día de nuestro último
barbacoa,
sentada bajo un roble con una docena de muchachos a tu alrededor. Podría decirte con todo detalle cómo estabas vestida: con un traje blanco salpicado de florecillas verdes y un chai blanco sobre los hombros. Lucías chinelas verdes con lacitos negros y un enorme sombrero de paja con largas cintas. Me sé ese traje de memoria, porque, cuando estaba en la cárcel y las cosas se ponían demasiado mal, me dedicaba a recordar y me parecía contemplar los cuadros del pasado con minucioso detalle.

Se detuvo bruscamente, borrándose de sus ojos la luz de ansiedad. Dejó caer las manos suavemente y ella permaneció sentada esperando..., esperando las próximas palabras.

—Hemos andado mucho los dos. ¿Verdad, Scarlett? Hemos caminado por caminos por los que nunca habíamos pensado caminar. Tú has llegado rápida y directamente, yo despacio y de mala gana.

Volvió a sentarse en la mesa, la miró y sonrió de nuevo; pero no era una sonrisa como la que la había hecho tan feliz un momento antes; era una sonrisa fría.

—Sí, llegaste de prisa, atándome a las ruedas de tu carro. Scarlett, algunas veces no puedo menos de preguntarme qué hubiera sido de mí sin ti.

Scarlett acudió rápidamente a defenderlo de sí mismo; muy de prisa porque, traidoramente, la opinión de Rhett sobre el mismo asunto se presentó a su imaginación.

—Pero si yo nunca he hecho nada por ti, Ashley... Sin mí tú hubieras llegado a ser lo mismo. Algún día hubieras llegado a ser un hombre rico, un gran hombre como lo vas a ser.

—No, Scarlett, la semilla de la grandeza nunca estuvo en mí. Creo que, si no hubiera sido por ti, hubiera caído en el olvido, como la pobre Cathleen Calvert y otros muchos que antaño tuvieron grandes nombres, viejos nombres. —¡Oh, Ashley! No hables así; parece que estás triste.

—No, no estoy triste. Ya no lo estoy. Lo estuve hace tiempo. Ahora sólo estoy...

Se detuvo de repente. Ella estaba leyendo su pensamiento. Era la primera vez que era capaz de hacerlo, cuando los ojos de Ashley miraban más allá cristalinos y ausentes. Mientras la locura de su amor había hecho latir su corazón, su mente había estado cerrada para ella. Ahora, en la tranquila amistad que reinaba entre ambos, podía leer en su mente, comprenderle un poco. Ahora ya no estaba triste, había estado triste después de la rendición, triste cuando ella le había suplicado que viniera a Atlanta. Ahora sólo estaba resignado.

—Me disgusta oírte hablar así, Ashley —dijo vehementemente—. Hablas lo mismo que Rhett. Siempre está machacando en esas cosas y en lo que él llama los supervivientes de la lucha, hasta que me desespera de tal modo que me dan ganas de llorar.

Ashley sonrió.

—¿No se te ha ocurrido nunca pensar, Scarlett, que Rhett y yo somos fundamentalmente iguales?

—¡Oh, no! ¡Tú eres tan delicado, tan honrado, y él...! —se interrumpió, confusa.

—Pues lo somos. Procedemos de la misma clase de gente, nos hemos educado en el mismo ambiente, acostumbrados a pensar las mismas cosas. Y, en algún cruce del camino, seguimos distinta dirección. Aún pensamos igual, pero tenemos distintas reacciones. Como, por ejemplo: ninguno de los dos tenía confianza en la guerra, pero yo me alisté y combatí y él permaneció a un lado hasta casi el final. Los dos sabíamos que era una lucha inútil. Algunas veces pienso que era él el que tenía razón, y entonces...

—¡Oh, Ashley! ¿Cuándo vas a dejar de mirar siempre los dos lados de las cuestiones? —preguntó Scarlett. Pero no habló impaciente como lo hubiera hecho hacía poco tiempo—. No se va a ningún lado estudiándolo todo tan a fondo.

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