Lo que el viento se llevó (154 page)

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Authors: Margaret Mitchell

Tags: #Drama, Romántico

¡Oh, debía avergonzarse, debía estremecerse al simple recuerdo de la cálida, enervante oscuridad! Una dama, una verdadera dama, no podría nunca levantar la cabeza después de una noche semejante. Pero más fuerte que la vergüenza era el recuerdo de la locura, del éxtasis de la rendición. Por primera vez en su vida se había sentido poseída, había sentido una pasión tan avasalladora y primitiva como el miedo que experimentara el día que huyó de Atlanta, tan enloquecedoramente dulce como el odio frío con que había matado al yanqui.

Rhett la amaba. Al menos había dicho que la amaba. ¿Y cómo iba a poder dudarlo ahora? ¡Qué extraño y asombroso, y qué increíble que la amase ese salvaje extraño, con el cual había vivido tan fríamente! No estaba muy segura del efecto que le producía tan revelación, pero cuando se le ocurrió la idea se echó a reír de repente a carcajadas. ¡Así que él la quería y era suyo por fin! Casi había olvidado su anterior deseo de entregarle su amor, de modo que pudiera tener el látigo levantado sobre aquella insolente cabeza negra. Ahora volvió aquel deseo, produciéndole gran satisfacción. Por una noche, él la había tenido a su merced; pero ahora ella conocía el punto vulnerable de su armadura. De ahora en adelante lo llevaría por donde quisiese. Durante mucho tiempo ella se había dolido bajo sus burlas, pero ahora lo tenía a él en una situación donde podía hacerle saltar a través de cualquier aro que se le antojase. Cuando pensó en volverlo a ver de nuevo cara a cara, a plena luz, se sintió dominada por un azoramiento y una nerviosidad que envolvían un excitante placer.

«Estoy nerviosa como una novia —pensó— y por culpa de Rhett.» Y ante esa idea empezó a reír como loca.

Pero Rhett no vino a comer ni ocupó su sitio en la mesa a la hora de la cena. Pasó la noche, una noche larguísima en la que lo esperó despierta hasta el alba, con los oídos en tensión, para oír su llave en la cerradura. Pero Rhett no volvió. Cuando transcurrió el segundo día sin saber ni una palabra de él, sintióse frenética de desesperación y de miedo. Pasó por el Banco, pero no estaba allí. Fue al almacén y estuvo muy severa con todo el mundo. Cada vez que la puerta se abría para dar paso a un cliente, miraba, temblando, con la esperanza de que fuese Rhett. Fue al depósito de madera y estuvo impertinente con Hugh, hasta que éste, para librarse de ella, se escondió detrás de una de las pilas de madera. Pero Rhett tampoco fue a buscarla allí.

No podía humillarse a preguntar a los amigos si lo habían visto. No podía hacer indagaciones entre los criados para averiguar noticias suyas, aunque se daba cuenta de que estaban enterados de algo que ella desconocía. Los negros lo sabían siempre todo. Mamita, durante aquellos dos días, estaba casi siempre silenciosa, miraba a Scarlett con el rabillo del ojo, pero no decía nada. Transcurrida la segunda noche, Scarlett decidió acudir a la policía; tal vez le hubiese ocurrido algún accidente. Quién sabe si el caballo lo había tirado y estaría abandonado en el fondo de una zanja. Acaso... —¡oh, qué pensamiento tan horrible!— acaso estaría muerto...

A la mañana siguiente, cuando, acabado el desayuno, estaba en su habitación poniéndose el sombrero, oyó en la escalera pasos ligeros, y, loca de alegría, se dejó caer en el lecho. Rhett entró en la alcoba; iba recién afeitado, bien cortado el pelo, arreglado, y no estaba borracho, pero tenía los ojos inyectados en sangre y el rostro congestionado por la bebida. La saludó con la mano y le dijo:

—¡Hola!

¿Cómo podía un hombre presentarse diciendo: «¡Hola!», después de haberse pasado dos días sin aparecer por casa ni dar la menor explicación? ¿Cómo podía estar tan tranquilo tras el recuerdo de una noche como la que habían pasado? No podía, no podía, a menos que... El terrible pensamiento se apoderó de su mente... A menos que noches como aquélla fuesen una cosa corriente para él. Durante un rato no fue capaz de hablar; olvidó todos los remilgos y sonrisas con que había pensado recibirlo. Rhett ni siquiera se acercó a ella para darle su acostumbrado beso, sino que se quedó mirándola con una mueca, en la mano el cigarrillo que estaba fumando.

—¿Dónde has estado? —No me digas que no lo sabes. Estoy seguro de que a estas horas toda la ciudad está enterada. Tal vez todos lo sepan menos tú. Ya sabes el viejo adagio: la mujer es siempre la última que se entera.

—¿Qué quieres decir?

—Yo creí que después de haber estado la policía anteanoche en casa de Bella.

—Bella... Esa mujer... ¿Has estado con...?

—Naturalmente. ¿En qué otro sitio podía estar? Espero que no habrás estado preocupada por culpa mía.

—Fuiste de mí a... ¡Oh!

—Vamos, vamos, Scarlett, no juegues a la mujer engañada. Hace mucho tiempo que debías estar enterada de lo de Bella.

—Fuiste de mí a ella, después, después...

—¡Oh, eso...!

Hizo un gesto de despreocupación.

—Se me había olvidado. ¡Mis excusas por mi conducta la última vez que nos vimos! Estaba muy bebido, como seguramente sabes. Y me sacaron de quicio tus innumerables encantos. No creo necesario enumerarlos.

De repente, a Scarlett la acometieron deseos de echarse a llorar, de tenderse en la cama y sollozar interminablemente. Rhett no había cambiado, nada había cambiado, y ella había sido una estúpida, una idiota, ana candida, dejándose engañar, creyéndose que él la quería. Todo había sido una de sus repugnantes bromas de borracho. La había cogido y había abusado de eÜa estando borracho, exactamente igual que hubiera hecho con cualquier mujer de casa de Bella. Y ahora volvía insultante, sardónico, inaccesible. Devoró sus lágrimas y se rehízo. Él no debía saber nunca, nunca, lo que ella había llegado a pensar. ¡Cómo se reiría si lo supiese! No, no lo sabría jamás. Lo miró de repente y sorprendió la vieja expresión tan desconcertante. Era una expresión expectante, aguda, ansiosa, como si dependiera de sus palabras, como si esperase que fueran lo que él deseaba. ¡Como que iba a ser tan tonta para decirle algo de que pudiera reírse! ¡De ningún modo! Enarcó las oscuras cejas en un gesto frío.

—Claro que siempre había sospechado lo que eran tus relaciones con esa persona.

—¿Sospechado nada más? ¿Por qué no preguntármelo y satisfacer tu curiosidad? Te lo hubiera dicho: he vivido con ella siempre desde el día en que Ashley Wilkes y tú decidisteis que debíamos tener habitaciones aparte.

—¿Tienes el descaro de estar ahí y alardear conmigo, tu mujer, de que...

—¡Oh! Ahórrame tu indignación. Nunca te ha importado un ardite lo que yo hiciera, siempre que pagara las cuentas. Y sabes de sobra que últimamente no he sido ningún ángel. Y en cuanto a lo de ser mi mujer... no has sido gran cosa mi mujer desde que llegó Bonnie. ¿No es verdad? No ha sido un negocio excelente para mí, Scarlett. Bella ha sido mucho mejor inversión.

—¿Inversión? ¿Quieres decir que le has dado...

—Que la he instalado; es la expresión correcta, creo yo. Bella es una gran mujer. Yo deseaba que llegase a ser algo, y lo único que necesitaba era dinero para montar un negocio propio. Ya sabes los milagros que una mujer puede hacer con algo de dinero. Si no, fíjate lo que has hecho tú.

—¿Vas a compararme?

—Quiero decir que las dos sois mujeres de cabeza privilegiada para los negocios y ambas habéis tenido éxito. Bella te lleva ventaja, pues es un ser de buen corazón y buenos instintos...

—¡Sal inmediatamente de aquí!

Él se apoyó contra la puerta, levantando burlonamente las cejas. ¿Cómo podía insultarla de aquel modo?, pensó Scarlett, llena de rabia y de dolor. Se desviaba de su camino por el placer de herirla y humillarla. Y ella se estremeció pensando en cómo había deseado que volviera a casa, mientras él estaba bebiendo y vociferando con la policía en un prostíbulo.

—Sal de esta habitación y no vuelvas a poner los pies en ella. Ya te lo había dicho una vez antes y no has sido lo bastante caballero para comprenderlo. De ahora en adelante cerraré con llave.

—No te molestes.

—Cerraré con llave. Después de lo que hiciste la otra noche... tan borracho, tan repugnante...

—Vamos, querida; no tan repugnante, seguramente.

—Vete.

—No te molestes, ya me voy. Y te prometo que no volveré a molestarte. Esto es el final. Y ahora se me ocurre que si mi infame conducta es para ti imposible de soportar, me avendré al divorcio. Sencillamente, dame a Bonnie y no pondré ningún obstáculo.

—No tengo la intención de deshacer la familia con un divorcio.

—Buena prisa te darías a deshacerla si Melanie hubiese muerto. ¿Verdad? Me da vértigos el pensar lo de prisa que te divorciarías en ese caso.

—¿Quieres marcharte?

—Sí, me voy. Es precisamente para decírtelo para lo que he vuelto a casa. Me voy a Charleston y a Nueva Orleáns y... Bueno, una excursión bastante larga. Me marcho hoy.

—¡Oh!

—Y me llevo a Bonnie. Dile a esa loca de Prissy que arregle sus cosas. Me llevo a Prissy también.

—Nunca te llevarás a mi hija de esta casa.

—Es mi hija también, señora Butler. Me figuro que no te opondrás a que lleve a mi hija a Charleston a ver a su abuela.

—¡Al diablo su abuela! ¿Crees que voy a dejar que te lleves a esa criatura, cuando te emborracharás todas las noches y lo más probable es que la lleves a casas como la de Bella Watling?...

Él tiró violentamente el cigarrillo, que humeó sobre la alfombra, mientras el olor de la lana quemada se agarraba a la garganta. En un instante estuvo al otro lado de la habitación junto a Scarlett, con el rostro ensombrecido por la ira.

—Si fueras hombre, te retorcería el pescuezo para castigarte por esas palabras. Como no lo eres, lo único que puedo hacer es obligarte a cerrar la boca. Crees que no quiero a Bonnie, que la voy a Uevar donde... ¡A mi hija! ¡Santo Dios! Estás loca. ¡Y presumir tú de madre ejemplar! ¡Pero si una gata es mejor madre que tú! ¿Qué has hecho tú nunca por tus hijos? Wade y Ella te tienen verdadero pánico, y si no fuera por Melanie no sabrían lo que significa cariño y afecto. Pero a Bonnie, a mi Bonnie, ¿crees que no soy capaz de cuidarla mucho mejor que tú? ¿Crees que te voy a dejar que la intimides y destroces su carácter como has hecho con Wade y con Ella? ¡Cielos! ¡De ningún modo! Tenla preparada y lista para que me la lleve dentro de una hora, o te advierto que lo que ocurrió la otra noche sería gloria comparado con lo que ocurriría ahora. Siempre he pensado que una buena tunda con un látigo de cochero te haría un bien enorme.

Giró sobre sus talones antes de que ella pudiera hablar y salió de la habitación rápidamente. Le oyó atravesar el vestíbulo hacia el cuarto de los niños y abrir la puerta. Se escuchó una alegre algarabía de voces infantiles y la de Bonnie que dominaba la de Ella.

—Papaíto, ¿dónde has estado?

—Cazando conejos para envolver a mi Bonnie con su piel. Dale un beso a tu novio, Bonnie, y tú también, Ella.

55

—Querida mía, no necesito ninguna explicación ni quiero oírla —dijo Melanie enérgicamente, al tiempo que ponía un dedo sobre los labios de Scarlett, deteniendo sus palabras—. Te insultas a ti misma, a Ashley y a mí, sólo con suponer que haya necesidad de una explicación entre nosotros. ¡Pero si los tres hemos sido como soldados que han luchado juntos contra el mundo entero durante años! ¡Me avergüenza que puedas pensar que comadreos absurdos pueden separarnos! ¿Crees que puedo pensar que tú y mi Ashley...? ¡Qué ocurrencia! ¿No comprendes que te conozco mucho mejor que nadie en el mundo te conoce? ¿Crees que he olvidado todas las cosas que has hecho por Ashley, y por Beau, y por mí?... Todo, desde salvar mi vida hasta impedir que muriéramos de inanición. ¿Crees que puedo olvidarme de ti haciendo aquellos duros surcos detrás del caballo del yanqui, con los pies casi desnudos y las manos llenas de ampollas, sencillamente para que el bebé y yo tuviéramos qué comer, y al mismo tiempo creer de ti cosas tan horribles? No quiero que me digas ni una sola palabra, Scarlett. Ni una sola.

—Pero...

Scarlett balbuceó y se detuvo.

Hacía una hora que Rhett, con Bonnie y con Prissy, había salido de la ciudad, y el abandono se había unido a la ira y a la vergüenza. El recuerdo de lo de Ashley y la defensa de Melanie eran más de lo que podía soportar. Si Melanie hubiera dado crédito a India y a Archie, si la hubiera echado de la reunión o, sencillamente, si la hubiera recibido con frialdad, entonces podría haber mantenido la cabeza erguida y haber luchado con todas las espadas de su panoplia. Pero ahora, con Melanie que se colocaba entre ella y la ruina social, que se interponía como una fina y brillante hoja, con confianza y ardor en sus ojos, no cabía honradamente más que confesar toda la verdad. Sí, decirlo todo, desde el lejano comienzo en el porche de Tara.

Se sentía impulsada por una conciencia que, aunque largo tiempo dormida, aún podía despertar, una estricta conciencia católica. «Confiesa tus pecados y haz penitencia de ellos con dolor y contrición», le había dicho Ellen un millar de veces. Y, en aquella crisis, la educación religiosa que Ellen le había dado parecía volver a ella y apoderarse de su alma. Confesaría, sí, absolutamente todo, cada palabra, cada mirada, aquellas pocas caricias, y entonces Dios aliviaría su dolor y le daría la paz. Y, como penitencia, la vista del rostro de Melanie, cambiando del profundo cariño y confianza al horror incrédulo y a la repulsión. ¡Oh, sería una penitencia demasiado terrible tener que vivir el resto de su vida recordando la expresión de Melanie, sabiendo que Melanie conocía toda la bajeza, la mezquindad, la deslealtad, la hipocresía que había en ella!

En otros tiempos, la idea de lanzar, insultante,, la verdad al rostro de Melanie y gozar viendo derrumbarse su paraíso había sido una idea que la llenaba de felicidad, y le parecía que tal satisfacción podía compensar todo cuanto ese gesto pudiese hacerle perder. Pero ahora todo había cambiado por completo, y no había nada más allá de sus deseos. ¿Cómo había cambiado así? No lo sabía. Era demasiado grande el tumulto de ideas opuestas que luchaban en su mente, para poder discernir. Scarlett sólo se daba cuenta de que así como un día había deseado que su madre continuara creyéndola buena y de corazón puro, así ahora deseaba apasionadamente conservar la elevada opinión que de ella tenía Melanie. Sólo sabía que no le importaba lo que el mundo pensara de ella, ni lo que Ashley o Rhett pensasen; pero Melanie debía seguir considerándola exactamente como siempre la había considerado.

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