Los cazadores de mamuts (74 page)

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Authors: Jean M. Auel

Nadie dijo nada durante unos instantes. Era el primer comentario favorable que oían a Frebec con respecto a Ayla.

–Quizá podamos darle nombre en el Festival de Primavera –dijo Latie, que estaba sentada a la sombra, junto a Mamut; el recién llegado no la había visto–. Eso le traería buena suerte.

–Sí, en efecto –comentó Frebec, cogiendo la taza que Deegie le ofrecía. Comenzaba a sentirse algo más cómodo.

–Yo también voy a tomar parte en el Festival de Primavera –anunció la jovencita, entre tímida y orgullosa.

–Latie ya es mujer –le informó Deegie, con la leve condescendencia de toda hermana mayor que se dirige a otro adulto bien enterado de las cosas.

–Este año, en la Reunión de Verano, pasará por el Rito de los Primeros Placeres –agregó Tronie.

Frebec asintió y dedicó una sonrisa a Latie, sin saber qué decir.

–¿Fralie todavía está durmiendo? –preguntó Ayla.

–Dormía cuando la dejé.

–En ese caso, creo que yo también voy a acostarme –dijo ella, levantándose–. Estoy cansada –apoyó una mano en el brazo de Frebec–. ¿Quieres avisarme cuando se despierte?

–Sí, Ayla, te avisaré. Y..., eh..., eh..., gracias –concluyó, con suavidad.

–Creo que está creciendo, Ayla –dijo Fralie–. Estoy segura de que tiene más peso. Y comienza a mirar en derredor. Además, mama durante más tiempo.

–Tiene cinco días. Es posible que se esté fortaleciendo –corroboró Ayla.

Fralie sonrió, con los ojos llenos de lágrimas.

–No sé qué habría hecho sin ti –dijo–. Me he reprochado mucho el no haberte llamado antes. Este embarazo no marchó bien desde el comienzo, pero cuando madre y Frebec empezaron a reñir, no quise tomar partido.

Ayla se limitó a asentir.

–Sé que madre puede ser difícil de soportar, pero ha perdido tanto... Era Mujer Que Manda, ¿sabes?

–Lo suponía.

–Yo era la mayor de cuatro hijos. Tenía dos hermanas y un hermano... Cuando todo ocurrió, tenía aproximadamente la edad de Latie. Madre me llevó al Campamento del Ciervo para presentarme al hijo de la Mujer Que Manda. Quería acordar una Unión. Yo no quería ir, y cuando le vi, no me gustó. Era mayor; además, se interesaba más por mi rango que por mí. Pero antes de que acabara la visita, ella se las compuso para hacerme aceptar. Se dispuso todo para que nos apareásemos en la ceremonia de las Uniones del verano siguiente. Pero cuando llegamos a nuestro Campamento... Oh, Ayla, fue horrible...

Fralie cerró los ojos, tratando de dominarse.

–Nadie sabe lo que pasó, pero hubo un incendio. Era un albergue viejo, construido por el tío de madre. Dijeron que la paja, la madera o los huesos debían de estar resecos, que tal vez se inició por la noche... El caso es que nadie pudo salir.

–Lo siento, Fralie –dijo Ayla.

–Como no teníamos adónde ir, volvimos al Campamento del Ciervo. Se compadecieron de nosotros, pero aquello no les gustó. Tenían miedo a la mala suerte; además, nosotros habíamos perdido rango. Quisieron romper el trato, pero Crozie apeló al Consejo de las Hermanas y les obligó a cumplir. El Campamento del Ciervo habría perdido influencia y respeto si lo rompían. Ese verano nos aparearon. Madre dijo que era preciso, pues no nos quedaba otra solución. Pero nunca hubo mucha felicidad en aquella Unión, exceptuando a Crisavec y a Tasher. Madre siempre discutía con ellos, sobre todo con mi hombre. Estaba habituada a ser la Mujer Que Manda, a tomar decisiones y a recibir muestras de respeto. Para ella no fue fácil perder esas cosas. No podía resignarse. La gente empezó a considerarla amargada y murmuradora, que siempre estaba quejándose y gruñendo; nadie la quería cerca.

Fralie hizo una pausa antes de proseguir:

–Cuando mi hombre fue corneado por un uro, el Campamento del Ciervo dijo que nosotros traíamos mala suerte y nos expulsó. Madre trató de arreglarme otra Unión. Había algunos pretendientes, porque yo tenía aún el rango de mi nacimiento; nadie te puede quitar nunca aquello con lo cual naciste. Pero nadie quería a mi madre. Decían que traía mala suerte, pero creo que era por sus quejas constantes. De cualquier modo, yo no podía criticarla. Ellos no comprendían.

»El único que hizo una oferta fue Frebec. No tenía mucho que ofrecer –Fralie sonrió–, pero ofreció cuanto tenía. Al principio no me atraía mucho. Él no tenía mucho rango y no siempre sabe cómo actuar; esto avergüenza a mi madre. Como quiere ser digno, trata de darse importancia diciendo cosas desagradables de... otras personas. Decidí irme con él por un tiempo, a manera de prueba. A madre le sorprendió que, a nuestro regreso, yo estuviera dispuesta a aceptar su ofrecimiento. Ella nunca ha comprendido...

Miró a Ayla con una suave sonrisa.

–¿Puedes imaginarte lo que se siente cuando estás apareada con alguien que no te quiere, que nunca se interesó por ti? Después encuentras a un hombre que te quiere hasta el punto de dar todo cuanto posee y de prometer todo lo que en el futuro pueda conseguir... Esa primera noche me trató como..., como si yo fuera un tesoro especial. No podía creer que estuviera en su derecho al tocarme. Hizo que me sintiera..., no puedo explicarlo..., deseada. Aún es así cuando estamos solos. Pero él y madre comenzaron a discutir desde un principio. El hecho de que yo te consultara o no se convirtió en una cuestión de orgullo entre ambos. Y yo no podía rebajar su dignidad, Ayla.

–Creo comprenderte, Fralie.

–Yo trataba de convencerme de que las cosas no estaban tan mal, que lo que me diste surtía efecto. Siempre pensé que él cambiaría de idea cuando llegara el momento, pero quería que fuera idea suya, no algo impuesto.

–Me alegro de que haya sido razonable.

–Pero no sé que habría hecho si mi bebé...

–Todavía no estamos seguros, pero creo que estás en lo cierto: se la ve más fuerte –dijo Ayla.

Fralie sonrió.

–He escogido un nombre para ella. Espero que haga feliz a Frebec. Quiero llamarla Bectie.

Ayla estaba junto a la plataforma de almacenamiento vacía, clasificando vegetales secos. Había pequeños montones de cortezas, raíces y semillas; haces de tallos y cuencos con flores secas, hojas y frutos; hasta algunas plantas enteras. Ranec se aproximó, tratando de no llamar la atención sobre la mano que ocultaba a la espalda.

–¿Estás muy ocupada? –preguntó.

–No, en realidad no, Ranec. He estado revisando mis medicinas, para ver qué me hace falta. Hoy he salido con los caballos. La primavera ya está cerca. Es mi estación favorita, ¿sabes? Ya se ven brotes verdes y pelusas en los sauces. Pronto empezará el verdor.

Ranec sonrió ante su entusiasmo.

–Todo el mundo espera con ansias el Festival de Primavera. Es el momento en que celebramos la vida nueva, los nuevos nacimientos. Con la pequeña de Fralie y el nuevo estado de Latie, hay mucho que celebrar.

Ayla frunció levemente el ceño. No estaba segura de que le gustara su propio papel en el Festival de Primavera. Mamut la había estado adiestrando y ocurrían cosas muy interesantes, pero todo aquello la asustaba un poco. No tanto como había pensado en un comienzo, la verdad. Todo saldría bien. Y volvió a sonreír.

Ranec la estaba observando, preguntándose qué estaría pasando por su mente, mientras buscaba el modo de abordar el asunto que le había llevado allí.

–Este año, la ceremonia podría ser muy especial...

Hizo una pausa, buscando las palabras apropiadas.

–Supongo que tienes razón –dijo Ayla, quien todavía estaba pensando en su propio papel.

–No te veo muy entusiasmada –observó el muchacho moreno, sonriendo.

–¿No? ¡Pero sí me entusiasma que Fralie le dé nombre a su bebé! ¡Y también me alegro por Latie! Recuerdo lo feliz que me sentí al convertirme, finalmente, en mujer. Y qué alivio fue para Iza. Sólo que Mamut tiene ciertos planes y no sé si me gustan.

–Siempre olvido que llevas poco tiempo entre los Mamutoi. Todavía no sabes lo que representa el Festival de Primavera. No me extraña que no te entusiasme tanto como a los demás –frotó los pies contra el suelo, nervioso, y bajó la vista por un momento–. Podría entusiasmarte más, Ayla, y también a mí, si acaso...

Ranec se interrumpió. De pronto decidió cambiar el modo de enfocar el tema y mostró el objeto que estaba ocultando.

–He hecho esto para ti.

Ayla miró aquello y levantó hacia Ranec unos ojos dilatados de sorpresa y placer.

–¿Para mí? Pero ¿por qué?

–Porque así lo deseaba. Es para ti, simplemente. Considéralo como regalo de primavera –dijo, instándola a cogerlo.

Ella aceptó la talla de marfil y la sostuvo con cuidado, examinándola.

–Es una de tus mujeres-pájaro –comentó, con respetuoso placer–. Como la que me mostraste anteriormente, pero no es la misma.

A Ranec se le iluminaron los ojos.

–La hice especialmente para ti, pero debo advertirte algo –añadió, con burlona seriedad–: He puesto en ella cierta magia, para que... te gustara y para que te gustara quien la talló.

–Para eso no tenías que infundirle magia, Ranec.

–¿Te agrada, entonces? Dime qué opinas de ella.

Habitualmente, Ranec no pedía opinión sobre su obra; no le importaba lo que pensaran los demás. Trabajaba para sí mismo y para complacer a la Madre. Pero en aquella oportunidad quería, por encima de todo, complacer a Ayla. Había puesto en cada línea su corazón, sus ansias, sus sueños, con la esperanza de que la figura surtiera su efecto en la mujer a la que amaba.

Ella observó atentamente la estatuilla, reparando en el triángulo apuntado hacia abajo, símbolo de la mujer, una de las razones por las que el tres era el número de la potencia generadora, cifra sagrada para Mut. El ángulo se repetía en cheurones, en lo que debía ser la parte frontal de la talla, si se la consideraba mujer, o la posterior si se la consideraba pájaro. Toda la estatuilla mostraba una decoración de cheurones y líneas paralelas, en un fascinante diseño geométrico, que resultaba agradable a la vista, pero también sugería otras cosas.

–Es muy bello, Ranec. Me gusta mucho el modo en que has trazado estas líneas. El diseño me hace pensar en las plumas, pero también en el agua, tal como se la representa en los mapas.

La sonrisa de Ranec se ensanchó de placer.

–¡Lo sabía! ¡Sabía que ibas a darte cuenta! Las plumas son Su Espíritu cuando se convierte en pájaro y retorna volando, en primavera, y las aguas del nacimiento con las que colmó los mares.

–Es una maravilla, Ranec, pero no puedo quedarme con ella –dijo Ayla, tratando de devolvérsela.

–¿Por qué, si la he hecho para ti? –protestó él, rehusando cogerla.

–Pero ¿qué puedo darte a cambio? No tengo nada que iguale el valor de esta figura.

–Si es eso lo que te preocupa, tengo una sugerencia que hacerte. Posees algo cuyo valor es muy superior a este trozo de marfil –los ojos de Ranec centelleaban de humor... y amor. De pronto se puso serio–. Unete a mí, Ayla. Sé mi compañera. Quiero compartir contigo un hogar. Quiero que tus hijos sean los hijos de mi hogar.

Ayla no se decidía a dar una respuesta. Ranec, notando su vacilación, siguió hablando, en un intento por convencerla.

–Piensa en lo mucho que tenemos en común. Eres Mamutoi y yo soy Mamutoi, pero los dos lo somos por adopción. Si nos apareamos, ninguno de los dos tendrá que mudarse a otro Campamento. Podríamos continuar viviendo aquí. Y tú seguirías cuidando de Mamut y de Rydag; eso haría feliz a Nezzie. Pero lo más importante es que te amo, Ayla. Quiero compartir mi vida contigo.

–No sé... qué decir.

–Di que sí, Ayla. Anunciémoslo, incluyamos una Ceremonia de Promesa en el Festival de la Primavera. Así podremos formalizar nuestra Unión este verano, en el Nupcial, cuando lo haga Deegie.

–No estoy segura... No creo que...

–No hace falta que respondas de inmediato –Ranec había abrigado la esperanza de que ella aceptara enseguida. Ahora comprendía que aquello podía requerir más tiempo, pero lo que no deseaba era que la respuesta fuera un «no»–. Di sólo que me darás la oportunidad de demostrarte lo mucho que te amo, lo mucho que te deseo, lo felices que podemos ser juntos.

Ayla recordó lo que Fralie había dicho. En realidad, una se sentía especial al saber que un hombre la quería, que alguien se interesaba por una, en vez de evitarla constantemente. Y le gustó la idea de permanecer allí, entre las personas que la amaban, entre sus seres amados. El Campamento del León era ahora su familia. Jondalar nunca se quedaría: ella lo sabía desde hacía mucho tiempo. Él deseaba retornar a su propio hogar. En otros tiempos había deseado llevársela consigo. Ahora parecía no quererla en absoluto.

Ranec era simpático y agradable; si se apareaba con él, podría permanecer allí. Y si pensaba tener otro bebé, era preferible darse prisa; a pesar de lo que Mamut dijera, tener dieciocho años, en su opinión, era ser vieja. Sería maravilloso tener otro bebé, pensó. Como el de Fralie, sólo que más fuerte. Con Ranec podría tener un bebé. ¿Saldría con las facciones de Ranec, con sus ojos negros y hondos, sus labios, suaves, su nariz corta y ancha? Una nariz tan diferente de las del Clan, grandes, afiladas y picudas... La de Jondalar era un término medio, en tamaño y en forma... Pero ¿por qué pensaba en Jondalar?

De pronto se le ocurrió una idea que aceleró los latidos de su corazón de puro entusiasmo. «Si me quedo y me uno con Ranec», pensó, «¡podría ir en busca de Durc! El verano próximo, tal vez. Por entonces no habría Reunión del Clan. ¿Y Ura? ¿Por qué no traerla también? Si me voy con Jondalar, jamás volveré a ver a Durc. Los Zelandonii viven demasiado lejos. Y Jondalar no querrá volver por Durc para llevarlo con nosotros. Si Jondalar quisiera quedarse y convertirse en Mamutoi... Pero no quería.»

Miró al hombre moreno y vio amor en sus ojos. «Tal vez debería pensar en unirme a él.»

–Prometí que lo pensaría, Ranec.

–Lo sé, pero si necesitas más tiempo para pensar en hacer una Promesa, al menos ven a compartir mi cama, Ayla. Dame la oportunidad de demostrarte lo mucho que te quiero. Dime que aceptarás al menos eso. Ven a compartir mi cama, Ayla.

La cogió de la mano. La muchacha bajó la vista, tratando de ordenar sus sentimientos. Experimentaba un fuerte, aunque sutil, impulso de obedecerle. Aunque lo reconocía como lo que era, le costaba sobreponerse a la idea de que era una obligación acompañarle a su cama. Más aún, se preguntaba si debía darle esa oportunidad. Tal vez pudieran pasar por un período de prueba, como Fralie con Frebec.

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