Los cazadores de mamuts (76 page)

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Authors: Jean M. Auel

Mientras desandaba el trayecto dio en pensar en su hermano. Recordó el momento en que Thonolan había caído en las arenas movedizas, en la boca del Río de la Gran Madre, y por primera vez comprendió del todo por qué Thonolan, tras la muerte de Jetamio, había perdido las ganas de vivir al punto de querer quedarse en la ciénaga. Su hermano había preferido quedarse con el pueblo de la mujer a la que amaba. Pero Jetamio era de aquel pueblo por nacimiento. Ayla, en cambio, era tan poco Mamutoi como él. «No», se corrigió; «ahora Ayla es Mamutoi».

Ya cerca del albergue, Jondalar vio que una silueta corpulenta se encaminaba hacia él.

–Nezzie estaba preocupada por ti y me envió a buscarte ¿Dónde estabas? –preguntó Talut, siguiéndole los pasos.

–Fui a caminar.

El pelirrojo asintió. No era ningún secreto que Ayla había compartido Placeres con Ranec, pero tampoco que Jondalar estaba angustiado, a pesar de lo que él creyera.

–Tienes los pies mojados.

–Me metí en un charco, creyendo que era nieve suelta.

En tanto caminaban hacia el Campamento del León, Talut dijo:

–Deberías cambiarte las botas enseguida, Jondalar. Tengo un par que puedo prestarte.

–Gracias –dijo el joven, comprendiendo súbitamente que allí era un simple forastero. No tenía nada propio y dependía por completo de la buena voluntad de los Mamutoi, hasta si quería las provisiones necesarias para el viaje. No le gustaba pedir más, pero no había alternativa si quería marcharse. Una vez que se fuera, no tenían que seguir compartiendo con él sus reservas.

–Por fin has llegado –exclamó Nezzie al verle entrar–. ¡Jondalar! ¡estás frío y mojado! Quítate las botas y deja que te sirva algo caliente.

Nezzie le trajo una bebida humeante; Talut le dio un par de botas viejas y pantalones secos.

–Puedes quedártelos –dijo.

–Te agradezco mucho, Talut, todo lo que has hecho por mí, pero quiero pedirte un favor. Debo irme. Debo volver a mi hogar. Llevo demasiado tiempo ausente. Es hora de iniciar el retorno, pero necesitaré prendas de viaje y algunos víveres. Cuando haga más calor me será más fácil encontrar comida, pero necesitaré algunas cosas para el viaje.

–Te daría con mucho gusto todo lo que necesitas, aunque mis ropas te quedan grandes –dijo el pelirrojo. De inmediato, sonriente y atusándose la poblada barba, agregó–: Pero tengo una idea mejor. ¿Por qué no pides a Tulie que te equipe?

–¿A Tulie? ¿Por qué? –preguntó Jondalar, intrigado.

–Su primer hombre era más o menos de tu talla, y ella debe de tener todavía muchas ropas suyas. Eran de primera calidad; Tulie se encargaba de eso.

–Pero ¿por qué va a dármelas?

–Todavía no has cobrado tu prenda; tiene una deuda pendiente contigo. Si le dices que quieres saldarla en forma de provisiones y equipo de viaje, ella se encargará de conseguirte lo mejor para liberarse de su obligación.

–Es cierto –dijo Jondalar, con una sonrisa. Había olvidado la apuesta ganada, y se sentía mejor al saber que no carecía completamente de recursos–. Se lo pediré.

–Pero no pensarás irte, ¿verdad?

–Sí, tan pronto como pueda.

El jefe se sentó para discutir el tema seriamente.

–Todavía no es prudente viajar. Todo se está fundiendo. Mira lo que te ha pasado en un simple paseo –dijo–. Y yo esperaba que nos acompañaras a la Reunión de Verano y que cazaras el mamut con nosotros.

–No sé –musitó Jondalar.

Notó que Mamut estaba comiendo junto a uno de los hogares y pensó en Ayla. No creía poder soportar aquello un día más; ¿cómo iba a quedarse hasta la Reunión de Verano?

–No tienes por qué quedarte hasta el fin de temporada. Poco después del inicio de la primavera tendrá lugar la primera cacería de mamuts. El mejor momento de iniciar un viaje largo es la primera parte del verano. Es lo más seguro. Deberías esperar, Jondalar.

–Lo pensaré –prometió el visitante, si bien no tenía intenciones de permanecer allí un día más de lo imprescindible.

–Bueno –dijo Talut, levantándose–, Nezzie me encargó cuidar de que tomaras sopa caliente en el desayuno. Le puso las últimas raíces aprovechables.

Jondalar acabó de atarse el calzado de Talut y se levantó para acercarse a la fogata, donde Mamut estaba terminando su cuenco de sopa. Después de saludar al anciano, tomó uno de los cuencos allí guardados y lo llenó para sí. Se sentó junto al chamán, sacó su cuchillo y ensartó un trozo de carne.

Mamut limpió su cuenco y lo dejó en el suelo.

–No estaba escuchando, pero te oí decir que pensabas marcharte pronto –dijo, volviéndose hacia Jondalar.

–Sí, mañana o pasado, en cuanto esté listo –dijo Jondalar.

–¡Es demasiado pronto! –protestó Mamut.

–Lo sé. Talut dijo que era mala época para viajar; pero no será la primera vez que lo haga en estas condiciones.

–No me refería a eso. Debes quedarte hasta el Festival de Primavera –indicó Mamut, con absoluta seriedad.

–Sé que es una gran fiesta, porque todo el mundo habla de ella, pero tengo que irme, de veras.

–No puedes. No es prudente.

–¿Por qué? ¿En qué cambiarían las cosas unos días más o menos? –el joven visitante no comprendía la insistencia del anciano en hacerle participar de un festival que, para él, no tenía especial interés.

–Sé que puedes viajar en cualquier época del año. Pero no pensaba en ti, sino en Ayla.

–¿En Ayla? –Jondalar frunció el ceño; tenía un nudo en el estómago–. No comprendo.

–He estado adiestrando a Ayla en algunas prácticas propias del hogar del Mamut y proyecto una ceremonia especial con ella en ese festival. Usaremos una raíz que trajo del Clan. La usó una vez... bajo la guía de su Mog-ur. Yo tengo experiencia con varias plantas mágicas que pueden llevarte al mundo de los espíritus, pero nunca he probado esa raíz y Ayla tampoco la ha usado sola. Para los dos supondrá probar algo nuevo. Ella parece... algo preocupada y... ciertos cambios podrían perturbarla. Si te vas, el efecto sobre Ayla podría ser imprevisible.

–¿Quieres decir que hay algún peligro para ella en esa ceremonia de la raíz? –preguntó Jondalar, con los ojos llenos de preocupación.

–Siempre existe un elemento de peligro al tratar con el mundo de los espíritus –explicó el chamán–, aunque Ayla ha viajado sola hasta allí. Si vuelve a ocurrir, sin guía ni adiestramiento, podría perder el rumbo. Por esto la estoy adiestrando. Las plantas mágicas ayudan, pero ésta no la he probado nunca, Jondalar. Ayla necesitará la ayuda de todos los que la aman. Es esencial que estés aquí.

–¿Por qué yo? –inquirió el joven–. Ya no..., ya no estamos juntos. Hay otros que... aman a Ayla. Otros a los que ella dedica sus sentimientos.

El viejo se levantó.

–No puedo explicártelo, Jondalar. Es un presentimiento, una intuición. Sólo puedo decirte que, cuando te oigo hablar de partir, me ataca un presentimiento oscuro, terrible. No sé con seguridad qué significa, pero preferiría... No, me expresaré con más energía: no te vayas, Jondalar. Si la amas, prométeme que no te irás hasta después del Festival de Primavera.

Jondalar se levantó para observar la cara vieja e inescrutable del anciano chamán. No era costumbre en él hacer peticiones semejantes sin motivos, pero ¿por qué era tan importante que él estuviera allí? ¿Acaso Mamut sabía algo que él ignoraba? Fuera lo que fuese, los reparos del anciano le llenaban de aprensión. No podía partir si Ayla estaba en peligro.

–Me quedaré –dijo–. Prometo que no partiré hasta el Festival de Primavera.

Pasaron algunos días antes de que Ayla volviera a la cama de Ranec, pero no porque él no insistiera. Le resultó difícil negarse la primera vez que él se lo pidió directamente. Su educación había dejado en ella una huella profunda y tenía la impresión de haber cometido una falta grave negándose. Se esperaba una reacción colérica de Ranec, pero él lo tomó con calma, comprendiendo que ella necesitaba más tiempo para pensarlo.

Ayla se había enterado de la larga caminata hecha por Jondalar tras la noche que ella pasara con el tallista de piel oscura, y sospechaba que tenía alguna relación con ella. ¿Sería un modo de demostrarle que aún se interesaba por ella? Pero Jondalar seguía aún más distante, si ello era posible. Trataba de evitarla y le hablaba sólo cuando era necesario. Ayla dedujo que se estaba equivocando; él no la amaba. Se sintió desolada, pero trató de no demostrarlo.

Ranec, por el contrario, no dejaba de testimoniarle su amor. Continuaba presionándola, tanto para que compartiera sus pieles como para que se uniera con él formalmente. Por fin, ella consintió en volver a su lecho, sobre todo para agradecer su comprensión, pero sin comprometerse a una relación más permanente. Pasó varias noches con él. Cuando decidió volver a negarse durante algún tiempo, la negativa le resultó más fácil.

Tenía la sensación de que todo avanzaba con demasiada celeridad. Ranec quería anunciar su Promesa en el Festival de Primavera, para el que sólo faltaban unos pocos días, y ella quería tiempo para pensarlo. Le gustaba compartir placeres con Ranec, que era amoroso y sabía complacerla. Ella le tenía cariño. Más aún, le resultaba muy agradable, pero faltaba algo en aquella relación. Por más que se lo propusiera, le era imposible amarle.

Cuando Ayla estaba con Ranec, Jondalar no dormía, y los efectos de aquellas tensiones comenzaban a notarse. Nezzie estaba segura de que había adelgazado, aunque la barba descuidada y las ropas grandes de Talut lo disimularan. Hasta a Danug le parecía flaco y desgastado. El jovencito creía saber la causa y lamentaba no poder ayudarles, pues tenía mucho cariño a Jondalar y a Ayla. Pero nadie podía prestarles ayuda, ni siquiera Lobo. Sin embargo, el cachorro ofrecía más consuelo de lo que parecía. Cada vez que Ayla se ausentaba del hogar, el lobezno buscaba a Jondalar, haciéndole sentir que no estaba solo en su abandono y su dolor. El hombre también pasaba mucho tiempo con los caballos, a veces hasta dormía con ellos para no presenciar las penosas escenas del albergue; empero, nunca dejaba de apartarse cuando Ayla estaba allí.

Los días siguientes fueron más cálidos, y a Jondalar le fue más difícil esquivarla. A pesar de las inundaciones y de la nieve blanda, Ayla salía a caballo con más frecuencia; aunque él trataba de escabullirse al verla entrar en el anexo, más de una vez debió balbucear alguna excusa para retirarse apresuradamente, después de un encuentro accidental. Ayla solía pasear con el lobezno y con Rydag, pero cuando quería verse libre de responsabilidades, dejaba a Lobo al cuidado del niño, para deleite de éste. Whinney y Corredor se habían habituado ya al lobezno; Lobo, por su parte, parecía encontrarse a gusto con los caballos, tanto si iba con Ayla a lomos de Whinney como si caminaba al lado de las dos bestias tratando de acomodarse a su paso. El ejercicio era una buena excusa para alejarse del albergue, que parecía demasiado estrecho después de tan largo invierno, pero no le permitía huir de los confusos sentimientos que se agitaban en ella.

Había comenzado a dar órdenes a Corredor con la voz, los silbidos y las señales, en tanto montaba a Whinney, pero cuando pensaba en adiestrarle para que llevara a un jinete recordaba a Jondalar y lo postergaba. No era tanto una decisión consciente como una táctica dilatoria; tenía la descabellada esperanza de que todo resultara, por fin, como ella había soñado y que sería Jondalar quien adiestrara el caballo.

Jondalar, por su parte, abrigaba la misma esperanza. En uno de sus encuentros casuales, Ayla le había animado a que se llevara a Whinney a dar una vuelta; ella tenía mucho que hacer, según decía, y el animal necesitaba hacer ejercicio después del interminable invierno. Había olvidado la exultante sensación que experimentaba galopando cara al viento a lomos de la yegua. Cuando vio a Corredor galopando a su lado, antes de distanciarse de su madre, soñó con montar a lomos de joven potro, acompañando a Ayla montada en Whinney. En términos generales, estaba en condiciones de controlar al jumento, pero tenía la impresión de que ella se limitaría a aceptarlo, y eso le disgustaba. Whinney era la montura de Ayla y aun cuando miraba al potro con verdaderas ansias, aun cuando sentía hacia él un verdadero afecto, también Corredor pertenecía a Ayla.

A medida que se suavizaba el clima, Jondalar comenzó a pensar cada vez más en marcharse. Decidió seguir el consejo de Talut y reclamar a Tulie el pago de su compromiso en ropas y equipo para viajar, que tanto necesitaba. Tal como el jefe esperaba, Tulie se mostró encantada de saldar su deuda con tanta facilidad.

Talut entró en el hogar de cocinar en el momento en que Jondalar ataba un cinturón a su nueva túnica de color pardo oscuro. El Festival de Primavera sería dos días después, y todo el mundo se estaba probando sus mejores galas para el gran día o descansando, después de un buen baño de vapor y un chapuzón en el río. Por primera vez desde el comienzo de su Viaje, Jondalar contaba con una variedad de ropas, bien hechas y bellamente decoradas, además de mochilas, carpas y otros avíos para viajar. Siempre había sabido apreciar la buena calidad, y su satisfacción no pasó inadvertida para Tulie. Quienesquiera fuesen los Zelandonii, ahora estaba segura de que la familia de ese joven debía de ser de alto rango.

–Parece hecha para ti, Jondalar –comentó Talut–. Esas cuentas pegadas a los hombros te sientan a la perfección.

–Sí, esta ropa me queda bien, y Tulie ha sido más que generosa. Gracias por la sugerencia.

–Me alegro de que decidieras no irte de inmediato. Te gustará la Reunión de Verano.

–Bueno..., eh..., no voy a..., Mamut... –Jondalar buscaba el modo de explicarle por qué no se había ido cuando pensaba.

–Voy a encargarme de que te inviten a la primera cacería –continuó el jefe, dando por seguro que el huésped se había quedado gracias a su invitación.

–¡Jondalar! –dijo Deegie, algo emocionada–. ¡Por detrás creía que eras Darnev! –giró en derredor de él, con una sonrisa, estudiándole: le gustaba lo que estaba viendo–. Te has afeitado –dijo.

–Estamos en primavera. Me pareció que ya era hora –replicó él, devolviéndole la sonrisa. Sus ojos decían que ella también estaba atractiva.

Deegie se sintió prendida por aquellos ojos azules. Luego, riendo, pensó que ya era hora de verle limpio y con ropas decentes. Desharrapado y barbudo, con las ropas que le había prestado Talut, había olvidado lo apuesto que era.

–Este atuendo te sienta bien, Jondalar. Ya verás cuando lleguemos a la Reunión de Verano. Los forasteros siempre llaman mucho la atención, y creo que las Mamutoi se las compondrán para que te sientas muy bien recibido –comentó, con una sonrisa burlona.

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