Read Los cazadores de mamuts Online
Authors: Jean M. Auel
–Ahora es a mí a quien le faltan palabras para expresar lo que necesito decirte. La palabra «perdóname» es tan sólo un sonido que me brota de los labios, pero no sé de qué otro modo decirlo. Lo siento, Ayla, más de lo que acierto a expresar. No tenía derecho a violarte, pero no puedo borrar lo que ya está hecho. Sólo puedo prometerte que no volverá a ocurrir. Me iré pronto, en cuanto Talut considere que puedo viajar sin peligro. Tu hogar está aquí. Aquí te quieren..., te aman. Eres Ayla de los Mamutoi. Yo soy Jondalar de los Zelandonii. Es tiempo ya de que vuelva a mi hogar.
Ayla no podía pronunciar palabra. Clavó la vista en el suelo, intentando disimular las lágrimas que no podía reprimir. Luego se volvió para cepillar a Whinney; no podía mirar a Jondalar. Se marchaba. Volvía a su hogar y no le había pedido que le acompañara. No la quería. No la amaba. Ahogó sus sollozos y continuó frotando a la yegua con el cepillo. Jamás, desde que viviera con el Clan, había luchado tanto para contener las lágrimas.
Jondalar, de pie tras ella, pensó: «No le importa. Debería haberme marchado mucho antes». Ayla le había vuelto la espalda. Él hubiera querido hacer lo mismo y dejarla con sus caballos, pero el silencioso lenguaje de los movimientos del cuerpo femenino le estaba enviando un mensaje que él no era capaz de comprender; aun así, tenía la sensación de que algo no iba bien. Y no se decidió a partir.
–Ayla...
–Sí –dijo ella, siempre de espaldas y tratando de que no le traicionara la voz.
–¿Hay algo que yo pueda... hacer antes de marcharme?
Ella tardó en responder. Ansiaba decir cualquier cosa que le hiciera cambiar de idea. Buscó frenéticamente un modo de retenerle, de mantenerle interesado. Los caballos. Él quería a Corredor. Le gustaba montarlo.
–Sí, hay algo –dijo, por fin, esforzándose para que su voz sonara normalmente.
Ante la falta de respuesta, Jondalar se había alejado un paso, pero se apresuró a regresar.
–Podrías ayudarme a adiestrar a Corredor... mientras estás aquí. Yo no tengo demasiado tiempo para eso.
Sólo entonces se volvió para mirarle.
¿Aquella palidez, aquellos temblores eran reales o fruto de su imaginación?, se preguntó Jondalar.
–No sé cuánto tiempo voy a quedarme, pero haré lo que pueda.
Iba a decir algo más; quería decirle que la amaba, que se iba porque ella merecía algo mejor. Merecía a alguien que la amara sin reservas, un hombre como Ranec. Mientras buscaba las palabras adecuadas, bajó la cabeza.
Ayla, temiendo no poder reprimir sus lágrimas por más tiempo, volviose para seguir cepillando a la yegua. De pronto, dejó caer el cepillo y montó de un salto, con un movimiento ágil, y se lanzó al galope. Jondalar levantó la vista y retrocedió algunos pasos, sorprendido. Ayla y la yegua galopaban cuesta arriba, seguidas por Corredor y el lobezno. Él permaneció allí un rato, hasta que los perdió de vista. Entonces volvió lentamente al albergue.
La emoción y la tensión eran tan intensas que, en la noche previa al Festival de Primavera, nadie pudo dormir. Tanto los niños como los adultos se quedaron levantados hasta tarde. Latie, sobre todo, era presa de una excitación especial; impaciente ahora, nerviosa un momento después, pensaba en la breve ceremonia de pubertad con que se anunciaría que estaba lista para iniciar los preparativos, con miras a la Celebración de la Feminidad que tendría lugar en la Reunión de Verano.
Aunque había alcanzado la madurez física, su condición de mujer no estaría completa hasta la ceremonia que culminaba con la Primera Noche de Placeres, momento en que sería abierta por un hombre para quedar en condiciones de recibir los espíritus fecundantes de la Madre. Sólo cuando pudiera ser madre se la consideraría mujer en todos los aspectos y, por tanto, disponible para establecer un hogar y aparearse formalmente con un hombre. Hasta entonces la suya sería una condición intermedia; ya no era una niña, pero tampoco una mujer; mientras tanto aprendería todo lo necesario sobre la condición de mujer, de madre y también sobre los hombres, aleccionada por las mujeres mayores y por Quienes Servían a la Madre.
Los hombres, con excepción de Mamut, habían sido expulsados del Hogar del Mamut. Todas las mujeres se reunieron allí, pues Latie iba a recibir instrucciones para la ceremonia de la noche siguiente. A ellas les correspondía ofrecer apoyo moral, consuelos y sugerencias útiles. Ayla, aunque estuviera presente como mujer adulta, estaba aprendiendo tanto como la jovencita.
–Mañana por la noche no tendrás gran cosa que hacer, Latie –explicó Mamut–. Más adelante aún tendrás que aprender, pero esta ceremonia es sólo un preliminar. Talut hará el anuncio; después, yo te daré la muta. Guárdala en lugar seguro hasta que estés lista para establecer tu propio hogar.
Latie, que estaba sentada frente al anciano, asintió con timidez, aunque disfrutaba siendo el centro de atención.
–Sabes que, a partir de mañana, no deberás estar sola con ningún hombre, ni siquiera hablar con uno de ellos a solas, hasta que seas plenamente mujer.
–¿Ni siquiera con Danug o Druwez? –preguntó Latie.
–No, ni siquiera con ellos.
El viejo chamán explicó que, durante aquel período de transición, carecía de la protección de los espíritus que custodiaban a los niños y no tenía aún el poder de las mujeres; por tanto, sería muy vulnerable a las influencias malignas. Se le exigiría que permaneciera siempre bajo la mirada vigilante de alguna mujer y no debía estar sola, ni siquiera con su hermano o su primo.
–¿Y Brinan o Rydag? –preguntó la joven.
–Ellos todavía son niños. Los niños no ofrecen peligro, pues en derredor de ellos rondan siempre espíritus protectores. Por eso debes ser protegida en esos momentos. Tus espíritus guardianes te han abandonado, dejando espacio para que entre la fuerza vital, el poder de la Madre.
–Pero Talut o Wymez no me harían daño. ¿Por qué no puedo estar a solas con ellos?
–Los espíritus masculinos se ven atraídos hacia la fuerza vital, así como, ya lo irás descubriendo, los hombres se sienten atraídos por ti. Algunos espíritus masculinos envidian el poder de la Madre. Podrían tratar de quitártelo en estos momentos, cuando eres vulnerable. No pueden usarlo para crear la vida, pero es una fuerza poderosa. Sin las debidas precauciones, puede entrar un espíritu masculino, y aunque no robe tu fuerza vital, puede dañarla o doblegarla. Como consecuencia, es posible que no tengas hijos jamás o que tus deseos sean los de un hombre; entonces, querrás compartir Placeres con otras mujeres.
Latie abrió mucho los ojos. No sabía que la cosa fuera tan peligrosa.
–Tendré cuidado. No dejaré que ningún espíritu masculino se me aproxime, pero..., Mamut...
–¿Qué, Latie?
–¿Y tú? Tú eres hombre, Mamut.
Varias mujeres rieron entre dientes. Latie se ruborizó, pensando que había preguntado algo muy estúpido.
–Yo habría hecho la misma pregunta –comentó Ayla.
La muchachita le dedicó una mirada de gratitud.
–Es una buena pregunta –confirmó Mamut–. Soy hombre, pero también Sirvo a la Madre. Probablemente no haya peligro en que hables conmigo en cualquier momento. Además, tendrás que hacerlo para algunos ritos en los que he de actuar como El Que Sirve, Latie. Pero sería aconsejable no visitarme ni dirigirme la palabra sino en compañía de otra mujer.
Latie asintió, el ceño fruncido en un gesto muy serio. Comenzaba a comprender la responsabilidad de establecer nuevas relaciones con las personas que conocía y amaba desde su nacimiento.
–¿Qué pasa cuando un espíritu masculino roba la fuerza vital? –preguntó Ayla, curiosa por conocer aquellas interesantes creencias de los Mamutoi, tan semejantes por un lado pero tan diferentes por otro a las del Clan.
–En este caso concreto tienes un chamán poderoso –dijo Tulie.
–O maligno –agregó Crozie.
–¿Es cierto eso, Mamut? –preguntó Ayla.
Latie parecía sorprendida e intrigada. Hasta Deegie, Tronie y Fralie se volvieron hacia el anciano, interesadas.
El viejo ordenó sus pensamientos. Estaba tratando de buscar con mucho cuidado una respuesta.
–Nosotros somos sólo hijos de la Madre –comenzó–. Nos cuesta saber por qué Mut, la Gran Madre, elige a unos con propósitos especiales. Sólo sabemos que tiene sus motivos. Tal vez, en determinadas épocas, necesita a alguien de poder excepcional. Algunos nacen con ciertos dones. Otros pueden ser elegidos más adelante. Pero nadie es escogido sin que Ella lo sepa.
Varios ojos se clavaron en Ayla, tratando de disimular.
–Ella es la Madre de todo lo que existe –continuó Mamut–. Nadie puede conocerla por completo en todos sus aspectos. Por eso el rostro de la Madre no es visible en las estatuillas que la representan –Mamut se dirigió a la mujer más anciana del Campamento–: ¿Qué es lo maligno, Crozie?
–Lo maligno es un mal cometido con aviesa intención. Lo maligno es la muerte –respondió la anciana con convicción.
–La Madre es todas las cosas, Crozie. El rostro de la Madre es el nacimiento de la primavera, la abundancia del verano, pero también la pequeña muerte del invierno. Suyo es el poder de la vida, pero la otra cara de la vida es la muerte. ¿Qué es la muerte sino el retorno a ella para renacer? ¿Es maligna la muerte? Sin la muerte no puede haber vida. ¿Es maligno el mal cometido con aviesa intención? Tal vez, pero hasta aquellos que parecen obrar mal lo hacen por razones que derivan de Ella. El mal es una fuerza que Ella domina, un medio para la consecución de sus propósitos. Es sólo una cara desconocida de la Madre.
–Pero ¿qué pasa cuando una fuerza masculina roba la fuerza vital de una mujer? –preguntó Latie, que no deseaba filosofías, sino información.
Mamut la miró con aire pensativo. Era casi mujer y tenía derecho a saberlo.
–La mujer muere, Latie.
La muchachita se estremeció.
–Aun cuando le sea robada, le puede quedar un poco, lo suficiente como para que ella inicie una vida nueva. La fuerza vital que reside en la mujer es tan poderosa que ella puede ignorar que le ha sido robada hasta el momento de dar a luz. Cuando una mujer muere en el parto, es siempre porque un espíritu masculino le robó la fuerza vital antes de que fuera abierta. Por eso no es saludable esperar demasiado para la ceremonia de la Feminidad. Si la Madre te hubiera hecho madurar en el otoño, yo habría acordado con Nezzie que organizáramos una reunión entre varios Campamentos a fin de efectuar una ceremonia. Así no hubieras tenido que pasar el invierno sin protección, aunque de ese modo te habrías perdido las celebraciones de la Reunión de Verano.
–Me alegro de no habérmelas perdido, pero... –Latie hizo una pausa. Le preocupaban más las fuerzas de la vida que la celebración–. ¿Siempre muere la mujer?
–No. A veces lucha por conservar su fuerza vital. Si es poderosa, puede hacer más que eso: puede quedarse también con la fuerza masculina o, por lo menos, con una parte. Entonces tiene el poder de ambos en un solo cuerpo.
–Ésos son los individuos que se convierten en chamanes poderosos –intervino Tulie.
Mamut asintió.
–Con frecuencia, así es. A fin de aprender a utilizar el poder conjunto masculino y femenino, muchas personas acuden en busca de guía al Hogar del Mamut. Y abundan entre ellas las que se sienten llamadas para Servir a la Madre. Con frecuencia se convierten en Las Que Curan, y lo son excelentes, o en Viajeros por el mundo misterioso de la Madre.
–¿Y qué pasa con el espíritu masculino que llega a robar la fuerza vital? –preguntó Fralie, apoyando a su pequeña contra el hombro para darle suaves palmaditas. Sabía que su madre deseaba hacer aquella pregunta.
–Ése es el que resulta maligno –dijo Crozie.
Mamut sacudió la cabeza.
–No, eso no es exacto. La fuerza masculina es atraída simplemente por la fuerza vital femenina, eso es todo. No puede remediarse, y con frecuencia los hombres ignoran que su fuerza masculina ha arrebatado la fuerza vital de una joven hasta el momento en el que descubren que ya no les atraen las mujeres; prefieren la compañía de otros hombres. Los jóvenes se tornan entonces muy vulnerables. No quieren ser diferentes, no quieren que nadie se entere de que su espíritu masculino puede haber perjudicado a una mujer. Con frecuencia sienten mucha vergüenza y, en vez de acudir al Hogar del Mamut, tratan de ocultar lo que les sucede.
–Pero entre ellos existen seres malignos de gran poder –insistió Crozie–. Con poder suficiente para destruir todo un Campamento.
–La fuerza conjunta de macho y hembra en un solo cuerpo es muy poderosa. Sin guía puede pervertirse, hacerse maligna y tal vez provocar enfermedades, desgracias, incluso la muerte. Aun sin ese poder, una persona que desee la desgracia de otra puede provocarla. Si se posee, los resultados son casi inevitables. Sin embargo, con la orientación debida, el hombre que tenga ambas fuerzas puede convertirse en un chamán poderoso, al igual que la mujer dotada de ambas fuerzas, pero suele utilizarlas sólo para el bien.
–¿Y qué pasa si una persona así no quiere ser chamán? –preguntó Ayla. Tal vez había nacido con «dones», pero aún tenía la sensación de que la empujaban a algo que quizá no deseaba.
–No tiene por qué serlo –respondió Mamut–. Pero les resulta más fácil encontrar compañía, seres semejantes, entre Quienes Sirven a la Madre.
–¿Te acuerdas de aquellos viajeros de Sungaea que conocimos hace muchos años, Mamut? –preguntó Nezzie–. Por aquel entonces yo era joven, pero ¿no había cierta confusión en uno de sus hogares?
–Sí. Ahora que lo mencionas, lo recuerdo. Regresábamos de una Reunión de Verano; cuando los encontramos, aún viajábamos con varios Campamentos más. Nadie sabía qué actitud tomar, pues se habían producido algunas incursiones. Pero por fin encendimos una hoguera de amistad con ellos. Algunas Mamutoi se pusieron nerviosas porque un hombre de los de Sungaea quería unirse a ellas «en el sitio de la Madre». Hicieron falta muchas explicaciones para aclarar que el hogar en cuestión no estaba constituido por una mujer y sus dos compañeros, como nosotros pensábamos, sino por un hombre y sus dos compañeras, sólo que una de ellas era hombre. Los Sungaea se dirigían a «ella» como si fuera mujer. Aunque tenía barba, vestía ropas femeninas; carecía de pechos, pero era la «madre» de uno de los niños. En realidad, actuaba como si fuera una verdadera madre. No sé si el niño le había sido dado por la mujer de ese hogar o por alguna otra, pero me dijeron que había experimentado todos los dolores del embarazo y los dolores de parto.