Read Los cazadores de mamuts Online
Authors: Jean M. Auel
–En este ciclo pasado –comenzó Tulie–, la Madre nos ha sonreído con gran abundancia. Tenemos tanto para celebrar que resulta difícil saber cuál, entre todos los acontecimientos importantes, servirá para marcar la cuenta del año. Ayla fue adoptada como Mamutoi; por tanto, contamos con una mujer nueva. Además, la Madre quiso que Latie quedara preparada para convertirse en mujer, de modo que pronto tendremos otra –Ayla quedó sorprendida al oír que la incluían–. Tenemos una nueva criatura que va a recibir su nombre y se sumará a todos nosotros, y tenemos también una nueva Unión que anunciar –Jondalar cerró los ojos y tragó saliva con fuerza. Tulie continuó–: Hemos sobrevivido al invierno bien y con salud. Es hora de que el ciclo vuelva a comenzar.
Cuando Jondalar abrió de nuevo los ojos, Talut se había adelantado y tenía en las manos el Báculo Que Habla. Vio que Nezzie hacía una señal a Latie. Ésta se levantó, sonriendo nerviosamente a los dos jóvenes, que la habían hecho sentir tan segura, y se aproximó al inmenso pelirrojo de su hogar. Vio que Wymez estaba de pie junto a su madre; la sonrisa del artesano, aunque menos comunicativa, estaba llena de orgullo por su sobrina y heredera, que pronto sería mujer. Era un momento importante para todos ellos.
–Me enorgullece notificar que Latie, la primera hija del Hogar del León, está lista para convertirse en mujer –dijo Talut–, y que será incluida en la Celebración de la Mujer, durante la Reunión de este verano.
Mamut se adelantó hacia ella y le entregó un objeto.
–He aquí tu muta, Latie –dijo–. Con el espíritu de la Madre que reside en ella, podrás algún día establecer tu propio hogar. Guárdala en lugar seguro.
Latie tomó el objeto de marfil y volvió a su sitio, encantada de poder mostrarlo a quienes estaban cerca. Ayla demostró interés; sabía que era una talla de Ranec, pues ella tenía una parecida. Al recordar las palabras que acababa de oír, comprendió por qué se la había regalado: necesitaba una muta con la cual establecer un hogar.
–Ranec debe de estar tratando de lograr algo nuevo –comentó Deegie examinando la mujer-pájaro–. Nunca había visto nada semejante. Es muy rara, y no estoy segura de comprender. La mía se parece más a una mujer.
–Él me regaló una como la de Latie –dijo Ayla–. Me pareció que era, a un tiempo, mujer y pájaro, según como la mires –tomó la muta de Latie y la examinó desde distintas perspectivas–. Ranec me dijo que deseaba representar a la Madre en su forma espiritual.
–Sí, ahora que me lo dices, lo veo –reconoció Deegie, mientras devolvía la figurilla a Latie, que la acunó cuidadosamente entre las manos.
–Me gusta. Es distinta a las corrientes y significa algo especial –comentó, feliz de tener una muta única.
Aunque Ranec no vivía en el Hogar del León, era su hermano; pero le llevaba tantos años a Danug que él mismo se consideraba más bien como un tío suyo. La niña no siempre le comprendía, pero le merecía respeto y conocía su fama de buen tallista entre los Mamutoi. Cualquier muta hecha por él le habría gustado, pero la complacía recibir una como la de Ayla: Ranec sólo podía regalar a Ayla una talla que le pareciera excelente.
Ya se había iniciado la ceremonia para dar nombre a la niña de Fralie; las tres jóvenes prestaron atención a su desarrollo. Ayla reconoció la placa de marfil con marcas de cuchillo que Talut tenía en alto; experimentó una momentánea inquietud al recordar la ceremonia de su adopción, pero estaba claro que se trataba de algo habitual: Mamut debía de saber lo que hacía. Mientras Fralie presentaba a su niña ante el chamán y el jefe del campamento, Ayla rememoró súbitamente una ceremonia similar. Fue en primavera; en aquel entonces la madre había sido ella, que presentaba a su bebé con miedo, esperando lo peor.
Oyó que Mamut preguntaba:
–¿Qué nombre has escogido para esta criatura?
Y Fralie respondió.
–Se llamará Bectie.
Pero en su mente, Ayla oyó la voz de Creb, que decía: «Durc. El nombre del niño es Durc».
Con lágrimas en los ojos, sintió otra vez su gratitud y su alivio al saber que Brun aceptaba a su hijo y que Creb le había dado nombre. Levantó la vista y vio a Rydag, que estaba sentado entre varios niños, con Lobo en el regazo. El pequeño la observaba con sus grandes ojos pardos, antiguos, que tanto se parecían a los de Durc. Experimentó un súbito anhelo de ver nuevamente a su hijo, pero de pronto recordó que el niño era del Clan y que ella había muerto para su pueblo. Estremecida, trató de alejar aquellos pensamientos.
El súbito gemido de un bebé le hizo volver su atención a la ceremonia. La criaturita acababa de recibir una pequeña punzada en el brazo, hecha con un cuchillo afilado, con el que se marcó una raya en la placa de marfil. Bectie ya tenía nombre y un sitio entre los Mamutoi. El chamán estaba mojando el pequeño corte con una solución desinfectante, provocando gritos más agudos de la pequeña, que nunca había conocido el sufrimiento. Pero aquel llanto insistente provocó una sonrisa en Ayla. A pesar de su nacimiento prematuro, la niña estaba fuerte y saludable. Tenía fuerza suficiente para gritar.
Fralie levantó a su hija para que todo el grupo la viera; luego, acurrucándola contra sí, entonó con voz aguda y dulce una canción de consuelo y alegría, que tranquilizó a la pequeña. Por fin volvió a su sitio, junto a Frebec y Crozie. A los pocos segundos, Bectie volvió a llorar, pero sus gritos cesaron con una brusquedad reveladora de que había recibido el mejor de los consuelos.
Cuando Deegie le dio un codazo, Ayla comprendió que había llegado el momento, ahora le tocaba a ella. Le hicieron señas de que se acercara, pero, de momento, se sintió incapaz de moverse. Habría echado a correr, pero no había adónde ir. No quería hacer la Promesa a Ranec, al que amaba era a Jondalar, quería suplicarle que no se fuera sin ella. Pero levantó la vista y vio a Ranec sonriente, feliz. Entonces tomó aliento y se levantó. Jondalar ya no la quería. Ella había aceptado a Ranec. Contra su voluntad, caminó hacia los dos jefes del Campamento.
El hombre moreno la vio acercarse a él, saliendo de entre las sombras a la luz del fuego central, y quedó sin aliento. Llevaba el atuendo de cuero claro que le había regalado Deegie, pero no se había peinado con trenzas ni rodetes; tampoco lucía ninguno de los complicados peinados con cuentas y adornos, habituales entre las Mamutoi. Como muestra de respeto a la ceremonia del Clan, se había dejado la cabellera suelta; las espesas ondas que le caían por debajo de la espalda relumbraban a la luz del fuego, enmarcando su rostro, finamente modelado, con un halo de oro. En ese momento, Ranec quedó convencido de que ella era la encarnación de la Madre, nacida en el cuerpo del perfecto Espíritu Mujer. La deseaba tanto como compañera que le resultaba casi doloroso; le costaba creer que aquella noche fuera real.
Ranec no era el único en admirar su belleza. Cuando ella se adelantó hacia el fuego, todo el Campamento quedó sorprendido. Su atuendo mamutoi, de una rica elegancia, y la magnífica belleza natural de su cabellera se fundían en una sorprendente combinación, resaltada aún más por aquella dramática iluminación. Talut pensó en el valor que añadiría a su Campamento; Tulie decidió que pediría por ella un alto Precio Nupcial, aunque tuviera que pagar la mitad con sus propios bienes, por el rango que eso concedería a todos. Mamut, convencido ya de que estaba destinada a Servir a la Madre en un plano destacado, tomó nota de su instintiva sincronización y su dramatismo natural; algún día poseería un poder innegable con el que había que contar.
Pero nadie acusó tanto como Jondalar el impacto de su presencia. Su belleza le impresionó tanto como a Ranec. Su madre fue jefa, y más adelante su hermano. Dalanar había fundado y era jefe de un nuevo grupo, y Zolena alcanzó el rango más alto de la Zelandonia. En resumen, se había criado entre los líderes naturales de los Zelandonii y percibía las mismas cualidades que habían detectado en ella los jefes y el chamán del Campamento. Como si alguien le hubiera dado una patada en el estómago, dejándole sin aliento, comprendió de súbito todo lo que había perdido.
En cuanto Ayla llegó junto a Ranec, Tulie comenzó:
–Ranec de los Mamutoi, hijo del Hogar del Zorro en el Campamento del León: has pedido a Ayla de los Mamutoi, hija del Hogar del Mamut en el Campamento del León, protegida por el Espíritu del León Cavernario, que se una a ti para establecer un hogar. ¿Es cierto esto, Ranec?
–Sí, es cierto –respondió él, y se volvió hacia la muchacha con una sonrisa de júbilo total.
Talut se dirigió entonces a Ayla.
–Ayla de los Mamutoi, hija del Hogar del Mamut en el Campamento del León, protegida por el Espíritu del León Cavernario, ¿aceptas esta Unión con Ranec de los Mamutoi, hijo del Hogar del Zorro en el Campamento del León?
Ayla cerró los ojos y tragó saliva antes de responder.
–Sí –dijo finalmente, con voz apenas audible–, acepto.
Jondalar, sentado cerca de la pared, cerró los ojos y apretó los dientes hasta que le palpitaron las sienes. Era culpa suya. Si él no la hubiera violado, tal vez ella no habría preferido a Ranec. Pero ella compartía la cama del moreno desde antes, desde el día en que fuera adoptada por los Mamutoi... No, eso no era del todo cierto; ella no había vuelto a dormir con Ranec hasta después de que, tras aquel estúpido incidente, él abandonara el Hogar del Mamut. ¿Por qué habían discutido? Ya no se sentía resentido contra ella, y eso le inquietaba ¿Por qué se había mudado?
Tulie se volvió hacia Wymez, que estaba de pie junto a Ranec, acompañado por Nezzie. Ayla ni siquiera le había visto.
–¿Aceptas esta Unión entre el hijo del Hogar del Zorro y la hija del Hogar del Mamut?
–Acepto esta Unión, y de buen grado –replicó Wymez.
–¿Y tú, Nezzie? –preguntó Tulie–. ¿Aceptas una Unión entre tu hijo Ranec y Ayla, si se conviene un Precio Nupcial adecuado?
–La acepto –respondió la mujer.
Talut fue el siguiente en hablar, dirigiéndose al anciano que acompañaba a Ayla.
–Buscador de Espíritus de los Mamutoi, el que ha renunciado a nombre y hogar, el que ha recibido la Llamada, el que está dedicado al Hogar del Mamut, el que habla con la Gran Madre de todo, el que Sirve a Mut –dijo el jefe, recitando cuidadosamente todos los nombres, todos lo títulos del chamán–, ¿accede el Mamut a una Unión entre Ayla, hija del Hogar del Mamut, y Ranec, hijo del Hogar del Zorro?
Mamut tardó en responder. Miró a Ayla, que estaba en pie delante de él y tenía la cabeza inclinada. Al notar que no hablaba, ella levantó la vista. El chamán estudió su expresión y su postura, el aura que la rodeaba.
–La hija del Hogar del Mamut puede unirse al hijo del Hogar del Zorro si así lo desea –dijo, por fin–. No hay nada que impida esta Unión. Ella no necesita mi aprobación ni mi acuerdo, lo mismo que no necesita el de nadie. A ella le corresponde elegir, siempre le corresponderá a ella, esté donde esté. Si acaso necesita mi permiso, se lo doy. Pero siempre seguirá siendo la hija del Hogar de Mamut.
Tulie miró al viejo de reojo. En sus palabras parecía haber algo oculto. Su respuesta resultaba ambigua. Se preguntó qué habría querido decir, pero decidió pensarlo más tarde.
–Ranec, hijo del Hogar del Zorro, y Ayla, hija del Hogar del Mamut, han declarado su intención de aparearse. Desean formar una Unión para mezclar sus espíritus y compartir un mismo hogar. Todos los afectados están de acuerdo –dijo. Se volvió hacia el tallista–. Ranec, si os unís, ¿prometes dar a Ayla tu protección y la de tu espíritu masculino? ¿La cuidarás cuando sea bendecida por la Madre con vida nueva y aceptarás sus hijos como hijos de tu hogar?
–Sí, lo prometo. Es lo que más deseo en la vida –dijo Ranec.
–Ayla, si os unís, ¿prometes cuidar de Ranec y darle la protección del hogar de tu Madre? ¿Recibirás sin reservas el Don Vital de la Madre y compartirás tus hijos con el hombre de tu hogar? –preguntó Tulie.
Ayla abrió la boca para hablar, pero en un principio no emitió sonido alguno. Tosió y carraspeó. Finalmente pudo responder, pero de un modo casi inaudible:
–Sí, lo prometo.
–¿Todos vosotros oís y atestiguáis esta Promesa? –preguntó Tulie a los allí reunidos.
–Oímos y atestiguamos –respondió el grupo.
Entonces Deegie y Tornec iniciaron un ritmo lento en sus instrumentos de hueso, cambiando sutilmente el tono para acompañar a las voces que comenzaban el cántico.
–Os uniréis en el Nupcial de Verano, para que todos los Mamutoi puedan ser testigos –dijo Tulie–. Dad tres vueltas al hogar para confirmar la promesa.
Ranec y Ayla marcharon juntos alrededor del hogar, lentamente, siguiendo la música de los instrumentos y del cántico. Estaban prometidos. Ranec parecía en estado de éxtasis. Se sentía como si sus pies apenas rozaran el suelo al caminar. Su felicidad era tal que le resultaba imposible creer que Ayla no la compartiera. Había notado en ella cierta reticencia, pero la atribuyó a la timidez, al cansancio o a los nervios. De tanto como la amaba, le era imposible pensar que ella no le amara del mismo modo.
Pero Ayla sentía el corazón oprimido mientras caminaban en derredor de la fogata, aunque trataba de disimularlo. Jondalar encorvó los hombros, sin poder sostenerse, como si hasta los huesos se le derrumbaran. Se sentía como un saco viejo e inservible. Lo que más deseaba era marcharse, huir de aquella hermosa mujer a la que amaba y a la que veía caminar junto al hombre moreno, feliz, sonriente.
Al completar la tercera vuelta, se produjo una pausa en las ceremonias para desear felicidades y entregar regalos a todos los que habían participado en ellas. Entre los presentes para Bectie figuraba el espacio cedido por el Hogar del Uro al de la Cigüeña, además de un collar de ámbar y conchas marinas; también recibió un cuchillo pequeño en una vaina decorada; era el principio de la fortuna que acumularía en el curso de su vida. Latie recibió objetos personales, importantes para toda mujer, y una bella túnica de verano, decorada por Nezzie, para que la usara durante los festejos de la Reunión de Verano. Recibiría muchos regalos más de los parientes y amigos íntimos de otros Campamentos.
Ayla y Ranec recibieron artículos para el hogar: un cazo de cuerno tallado, un raspador con dos asas para suavizar la parte interior de las pieles, esterillas, tazas, cuencos y bandejas. Ayla tuvo la impresión de que recibía multitud de objetos. A pesar del asombro de la muchacha, aquello era tan sólo una pequeña muestra: habría muchos más regalos en la Reunión de Verano, pero entonces, tanto ellos como el Campamento del León deberían corresponder. Grandes o pequeños, los regalos nunca se recibían sin una obligación, y el saber quién debía qué a quién era un juego complejo, aunque interminable y fascinante.