Los cazadores de mamuts (101 page)

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Authors: Jean M. Auel

Ayla le vio en el momento en que regresaba de la mina del Campamento del Lobo en compañía de Tarneg y de Danug, y, como siempre que le veía, se le aceleraron los latidos del corazón y se le anudó la garganta. Observó cómo Tulie se acercaba a los tres hombres y entablaba conversación con Jondalar mientras que Tarneg y Danug seguían hacia la reunión. Talut les hizo señas de que se acercaran a él.

–Quiero hacerte algunas preguntas acerca de las costumbres de tu pueblo, Jondalar –dijo Tulie, cuando hubieron encontrado un sitio para hablar a solas–. Sé que vosotros, lo mismo que nosotros, honráis a la Madre, pero ¿también tenéis una ceremonia de iniciación para las mujeres, que se realiza con gentileza y comprensión?

–¿Los Primeros Ritos? Sí, por supuesto. ¿A qué pueblo puede no importarle cómo se abre por primera vez a una joven? Nuestros ritos no son exactamente iguales a los vuestros, pero el propósito es el mismo –dijo Jondalar.

–Bien. He estado conversando con algunas mujeres que te han recomendado, y eso es importante. Pero lo más importante es que Latie te ha solicitado. ¿Estarías dispuesto a tomar parte en su iniciación?

«Debería haberlo sospechado», se dijo Jondalar, que había creído que Tulie quería simplemente hacerle algunas preguntas sobre las costumbres de su pueblo. No era, ni mucho menos, la primera vez que le pedían que iniciara a una joven. En el pasado siempre le había halagado este tipo de proposiciones y nunca se había negado, sino todo lo contrario, pero esta vez dudaba en si aceptar o no. ¿Iba a exponerse de nuevo a experimentar aquel terrible sentimiento de culpabilidad pensando que quizá se había aprovechado de aquella ceremonia sagrada para saciar su necesidad de sentimientos más profundos que inevitablemente despertaba? Se encontraba tan desconcertado que no estaba seguro de poder dominar sus sentimientos, particularmente con alguien como Latie, a la que tanto quería.

–He participado en ritos similares, Tulie, y comprendo el honor que tú y Latie me hacéis, pero creo que no debo. Aunque no haya parentesco entre nosotros, he pasado todo el invierno con el Campamento del León y, en ese tiempo, he llegado a considerar a Latie como una hermana menor, muy querida –Tulie asintió.

–Lo lamento, Jondalar, pues habría sido muy adecuado en más de un sentido. Pero comprendo lo que piensas. Vienes de muy lejos como para que podamos ser parientes, pero comprendo que hayas terminado por considerar a Latie como una hermana. Aun cuando no hubiérais compartido el mismo hogar, Nezzie te ha tratado con tanto cariño como si fueras hijo suyo y no hay razón para hipotecar el futuro de Latie. No hay abominación peor, a los ojos de la Madre, que ver a un hombre iniciar a una hermana. Si tienes hacia ella sentimientos de hermano, temo que eso mancillaría la ceremonia. Me alegro de que me lo hayas dicho.

Volvieron juntos al claro. Jondalar notó que Talut estaba haciendo uso de la palabra. Lo más interesante era que Ayla estaba de pie junto a él, con el lanzavenablos.

–Ya habéis visto todos a qué distancia puede colocar Ayla una lanza gracias a este artefacto –estaba diciendo Talut–, pero me gustaría que Jondalar y ella os hicieran una demostración del partido que se puede sacar de esta arma en circunstancias más favorables. Ya sé que la mayoría de vosotros prefiere utilizar para la caza del mamut una lanza más grande, provista de una punta especialmente fabricada por Wymez. Pero el artefacto de Ayla tiene también sus ventajas. Algunos cazadores del Campamento del León ya la han experimentado. Gracias a esta arma se pueden lanzar venablos del tamaño que se quiera con tal de que se sepa utilizarla: exactamente igual que cuando se lanzan con la mano. Casi todos vosotros sabéis emplear la lanza desde la infancia. Estoy seguro de que cuando hayáis visto cómo se comporta esta arma sentiréis deseos de probarla. Ayla me ha dicho que tenía intención de utilizarla para la caza del mamut y supongo que Jondalar querrá hacer lo mismo. Por consiguiente, todo el mundo podrá apreciar su efectividad. Hemos hablado de celebrar un concurso, pero todavía no están ultimados los preparativos. Mi opinión es que podríamos organizar uno a la vuelta de la cacería. Una gran competición con toda clase de pruebas –concluyó Talut.

Se alzaron voces de asentimiento general.

–Creo que lo del certamen es una buena idea, Talut –dijo Brecie–. Y he de confesar que no me importaría que el certamen durase dos o tres días. Nosotros hemos estado trabajando con un Bastón Que Regresa, con el que se pueden matar varios pájaros de una misma bandada con un solo tiro. Mientras tanto, convendrá que los Mamuts fijen el mejor día para partir y hagan algunos Llamamientos de ritual para atraer a los mamuts. Si no hay otra cosa de que hablar, debo volver a mi Campamento.

Cuando la reunión comenzaba a disolverse, se produjo entre sus componentes un súbito interés ante la llegada de Vincavec, seguido por los miembros de su Campamento, así como por la delegación que deseaba adoptar a Ayla, junto con Nezzie y Rydag. Los de la delegación comenzaron a propagar la noticia de que el Mamut-jefe recién llegado estaba dispuesto a pagar cualquier Precio Nupcial que Tulie pidiera por la muchacha, a pesar de que ella ya estaba comprometida con Ranec.

–Como sabes, quiere reivindicar para su Campamento el nombre del Hogar del Mamut, sólo porque él es Mamut –oyó Jondalar que le decía una mujer a otra–, pero no puede reclamar ningún hogar mientras no tenga pareja: es la mujer la que trae el hogar. Por eso quiere a la muchacha: porque ella es hija del Hogar del Mamut. De ese modo, llamar a su Campamento «del Mamut» sería aceptable.

Jondalar estaba casualmente al lado de Ranec cuando éste se enteró de la noticia, y se sorprendió ante sus propios sentimientos de compasión cuando observó la cara que ponía su rival. Nadie mejor que él sabía lo que Ranec estaba experimentando en aquel momento, cosa que le alegraba: al menos el tallista amaba a Ayla. Vincavec, en cambio, sólo la quería para valerse de ella en provecho propio.

También Ayla oía fragmentos de conversaciones en los que se mencionaba su nombre. No le gustaba sorprender conversaciones ajenas. Si estuviera viviendo con el Clan, habría cerrado los ojos para no ver los gestos, pero allí le era imposible taparse los oídos. Y de pronto dejó de oírlo todo, salvo el tono burlón con que varios niños mayores pronunciaban el término «cabeza chata».

–Mira a ese animal, vestido como si fuera una persona –decía uno, un poco mayor que los demás, riendo, mientras señalaba a Rydag con el dedo.

–Si visten a los caballos, ¿por qué no al cabeza chata? –agregó otro, entre nuevas carcajadas.

–Ella afirma que es una persona, ¿sabéis? Quieren hacernos creer que comprende todo lo que decimos y que incluso sabe hablar –comentó otro de los chiquillos.

–Por supuesto, y si ella pudiera hacer que el lobo caminara sobre las patas traseras, probablemente también diría que es una persona.

–Será mejor que vayas con cuidado con lo que dices. Según Chaleg, el cabeza chata puede hacer que el lobo te ataque. Dice que a él le pasó y que va a denunciar el caso ante el Consejo de los Hermanos.

–Si puede hacer que otro animal ataque, eso demuestra que es un animal, ¿no?

–Mi madre dice que no debería permitirse traer animales a una Reunión de Verano.

–Pues mi tío dice que los caballos no le molestan, ni tampoco el lobo, siempre que estén lejos. Pero opina que debería prohibirse venir a las reuniones y ceremonias a quienes traen a un cabeza chata.

–¡Oye, cabeza chata! Anda, vete de aquí. Vuelve con tu manada, con los otros animales, como corresponde.

Al principio, Ayla estaba demasiado aturdida para reaccionar ante aquellos comentarios, abiertamente insultantes. Entonces vio que Rydag cerraba los ojos, bajaba la cabeza y se encaminaba hacia el Campamento de la Espadaña. Ardiendo de furia, se enfrentó a los muchachos.

–¿Qué os pasa a todos vosotros? ¿Cómo podéis ser tan malvados? ¿Cómo os atrevéis a tomar a Rydag por un animal? ¿Estáis ciegos? –apenas podía reprimir su cólera. Varias personas se detuvieron para ver lo que estaba pasando–. ¿No os dais cuenta de que entiende todo lo que decís? ¿Cómo podéis ser tan crueles? ¿No os da vergüenza?

–¿Por qué tiene que darle vergüenza a mi hijo? –exclamó una mujer, saliendo en defensa de su retoño–. Ese cabeza chata es un animal y no se le debería traer a las ceremonias en honor de la Madre.

Algunas personas más se estaban arremolinando en torno, incluyendo la mayoría de los miembros del Campamento del León.

–No les prestes atención, Ayla –dijo Nezzie, tratando de calmar su ira.

–¡Animal! ¿Cómo puedes decir que es un animal? ¡Rydag es tan persona como tú! –gritó Ayla, volviéndose contra la mujer.

–No voy a permitir que me insultes así –dijo la mujer–. No soy cabeza chata.

–¡No, no lo eres! Una cabeza chata sería más humana que tú. Tendría más compasión de Rydag y sería más comprensiva.

–¿Y cómo lo sabes?

–Nadie lo sabe mejor que yo. Ellos me recogieron y me criaron cuando perdí a mi pueblo y quedé completamente sola. Habría muerto de no ser por la compasión de una mujer del Clan –dijo Ayla–. Yo me siento orgullosa de ser mujer del Clan y madre.

–¡No, Ayla! ¡No!

Oyó la voz de Jondalar, pero ya nada le impedía proseguir.

–Ellos son humanos, y también Rydag. Lo sé, porque yo tengo un hijo como él.

–¡Oh, no...!

Jondalar, con un gesto de dolor, se abrió paso para colocarse junto a ella.

–¿Ha dicho que tiene un hijo como ése? –preguntó un hombre–. ¿Un hijo de espíritus mezclados?

–Temo que ahora la has hecho buena, Ayla –murmuró Jondalar.

–¿Esta mujer es madre de una abominación? Será mejor que te alejes de ella –un hombre se adelantó hacia la mujer que había estado discutiendo con Ayla–. Si ella atrae ese tipo de espíritus, bien podrían meterse dentro de otras mujeres.

–¡Es cierto! Aléjate tú también –otro hombre se llevó a la mujer embarazada que tenía a su lado.

Algunas otras personas se estaban retirando, con expresión de miedo y repugnancia.

–¿Clan? –dijo uno de los músicos–. Esos ritmos que tocaba, ¿no dijo que eran ritmos del Clan? ¿A eso se refería? ¿A los cabezas chatas?

Al mirar en derredor, Ayla tuvo un momento de pánico y sintió el impulso de echar a correr, para huir de aquella gente que la miraba con tanto asco. No obstante, cerró los ojos, aspirando profundamente, y levantó el mentón, sin retroceder un solo paso, desafiante. ¿Qué derecho tenían ellos para decir que su hijo no era humano? Por el rabillo del ojo vio a Jondalar a su lado y se sintió más agradecida de lo que hubiera podido expresar.

En aquel momento, dos hombres se adelantaron para situarse junto a ella, al otro lado. Ella se volvió para sonreír a Mamut y a Ranec. Un instante después, Nezzie estaba a su lado, y Talut, y también Frebec, nada menos. En un instante, el Campamento del León entero estaba junto a ella.

–Os equivocáis –dijo Mamut a la multitud, con una voz que parecía demasiado potente para su avanzada edad–. Los cabezas chatas no son animales. Son personas, tan hijos de la Madre como vosotros. También yo viví con ellos durante un tiempo y cacé en su compañía. La curandera del Clan me curó el brazo, y gracias a ellos encontré mi camino hacia la Madre. La Madre no mezcla los espíritus: no hay caballos-lobo ni leones-venado. La gente del Clan es diferente, pero esa diferencia es insignificante. Si ellos no fueran humanos, no podrían nacer niños como Rydag o como el hijo de Ayla. No son abominaciones. Son simplemente niños.

–No me importa lo que digas, viejo Mamut –gritó una embarazada–. No quiero tener un hijo cabeza chata ni un espíritu mezclado. Si ella ha tenido uno, ese espíritu puede estar rondando cerca.

–Ayla no representa amenaza alguna para ti, mujer –replicó el viejo chamán–. El espíritu que fue elegido para tu hijo ya está en ti. Ahora no puede cambiar lo que sea. No fue voluntad de Ayla lo que confirió a su pequeño el espíritu de un cabeza chata; ella no atrajo a ese espíritu hacia ella. Fue decisión de la Madre. Todos sabéis tan bien como yo que el espíritu de un hombre nunca está lejos del hombre en sí. Ayla creció con el Clan. Se hizo mujer mientras vivía con ellos. Cuando Mut decidió darle un hijo, sólo podía elegir entre los hombres que estaban cerca, y todos eran hombres del Clan. Naturalmente, el espíritu de uno de ellos fue el elegido por Ella. Pero aquí no se ve ningún hombre del Clan, ¿verdad?

–¿Y qué sucedería si hubiera un cabeza chata cerca, viejo Mamut? –gritó una mujer de entre la multitud.

–Para que la Madre elija su espíritu, tendría que estar muy cerca de una mujer, que compartiera su hogar. Aun cuando los del Clan son humanos, hay algunas diferencias. No es fácil mezclar dos espíritus que no sean absolutamente similares. Para la Madre, la vida es mejor que la ausencia de vida. Por eso, cuando Ayla quiso un hijo, como estaba rodeada de hombres del Clan, la Madre no tuvo elección. Pero aquí los Mamutoi son muy numerosos, y si una mujer quiere tener un hijo, la Madre comenzará por elegir el espíritu de un Mamutoi.

–Eso es lo que tú dices, viejo –clamó otra voz–. Yo no estoy tan seguro, y voy a mantener a mi mujer lejos de ella.

–No me extraña que se entienda tan bien con los animales si creció entre ellos.

Ayla giró la cabeza. Quien había hablado era Chaleg.

–¿Significa eso que la magia de los cabezas chatas es más poderosa que la nuestra? –replicó Frebec.

Su intervención provocó un cierto malestar entre los asistentes.

–Ella ha dicho que eso no es magia. Dice que cualquiera puede hacerlo.

Frebec reconoció la voz del Mamut del Campamento de Chaleg.

–En ese caso, ¿por qué nadie lo había hecho hasta ahora? –preguntó–. Tú eres un Mamut. Si es cierto que cualquiera puede hacerlo, quiero verte montar a caballo. ¿Por qué no dominas a un lobo como ella? ¡La he visto hacer que los pájaros bajen del cielo con su silbido! ¿Por qué no lo intentas tú?

–¿Por qué la defiendes contra tu propia familia, Frebec, contra tu propio Campamento? –preguntó Chaleg.

–¿Cuál es mi Campamento? ¿El que me expulsó o el que me acogió? Mi hogar es el Hogar de la Cigüeña. Mi Campamento, el Campamento del León. Ayla ha vivido con nosotros todo el invierno. Ayla estaba allí cuando nació Bectie, y la hija de mi hogar no es un espíritu mezclado. La hija de mi hogar no estaría viva si no hubiera sido por Ayla.

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