Read Los cazadores de mamuts Online
Authors: Jean M. Auel
Jondalar escuchaba a Frebec con un nudo en la garganta. No tenía inconveniente en decir que ahora pertenecía al Campamento del León. Hacía falta mucho coraje para enfrentarse a su propio primo, a sus parientes, al Campamento donde había nacido. Costaba creer que aquel mismo hombre les hubiera causado tantos problemas. Al principio, él mismo se había apresurado a condenar a Frebec, pero ¿quién se había sentido avergonzado a causa de Ayla? ¿Quién tenía miedo de ser rechazado por sus parientes y su pueblo si la defendía? ¿Quién era el que temía lo que la gente podría decir si ella mencionaba sus orígenes? Frebec estaba demostrándole cuán cobarde era. Frebec y Ayla.
Nunca se había sentido tan orgulloso como al verla sobreponerse al miedo y erguir la cabeza para enfrentarse a todos. Cuando el Campamento del León la respaldó, él fue el primero en quedar sorprendido. Eso era lo que importaba: que se diera la cara por ella.
Pero Jondalar olvidaba, al enorgullecerse así de Ayla y del Campamento del León, que él fue el primero en acudir a su lado.
El Campamento del León regresó a la tienda para analizar aquella crisis inesperada. La primera sugerencia, abandonar inmediatamente la zona, fue desechada sin tardanza. Después de todo, eran Mamutoi y aquello era la Reunión de Verano. Tulie había ido al Campamento de la Feminidad a buscar a Latie para que participara en las discusiones y estuviera preparada para hacer frente a eventuales comentarios desagradables en torno a Ayla y al Campamento del León. Cuando se le preguntó si deseaba retrasar sus Primeros Ritos, Latie defendió a Ayla con vehemencia y decidió volver al Campamento reservado para la ceremonia ritual... ¡y pobre del que dijera algo inconveniente contra Ayla o contra el Campamento del León!
Después, Tulie quiso saber por qué Ayla no había mencionado anteriormente la existencia de su hijo. La muchacha explicó que aún le dolía demasiado hablar de él y Nezzie se apresuró a aclarar que ella estaba enterada desde un principio. Mamut también admitió que lo sabía. Aunque la mujer lamentaba no haber sido informada, no por ello se lo reprochó a Ayla. No pudo por menos de preguntarse si, de haberlo sabido, habría variado su opinión sobre la joven; quizá no le habría concedido tanto valor potencial, pero ¿acaso Ayla era diferente por una cosa así?
Rydag estaba muy inquieto y deprimido; nada de cuanto Nezzie dijo e hizo logró animarle. No quería comer, salir de la tienda ni hablar con nadie, salvo para responder a alguna pregunta directa. Permanecía sentado en el suelo, abrazado al lobo, y Nezzie se alegró de que el animal fuera tan paciente.
Cuando Ayla decidió averiguar si podía ayudarle en algo, le encontró sentado en sus pieles de dormir, con el lobo, en un rincón oscuro. El animal levantó la cabeza y golpeó el suelo con la cola.
–¿Te molesta que me siente aquí contigo, Rydag? –le preguntó ella.
Por toda respuesta el niño se encogió de hombros. Ayla se sentó y le preguntó cómo se sentía, hablándole a un tiempo en voz alta y con señales. De pronto se dio cuenta de que, en la oscuridad, él no podía verle las manos. Y entonces comprendió la verdadera ventaja de hablar con palabras. Se daban las mismas diferencias que entre las armas de caza del Clan, las lanzas, con las que sólo se podía asestar un golpe, y los dardos que se podían lanzar a distancia. Con estos dos tipos de armas se podían cobrar piezas, pero la segunda tenía más posibilidades. Ayla había comprobado en más de una ocasión cómo con ademanes y gestos se podía expresar lo mismo, pero quienes se comunicaban de esta manera estaban limitados por lo que su vista podía alcanzar; además, con palabras era posible hablar a través de un obstáculo, a distancia o con un grupo más numeroso, con alguien que estuviera de espaldas y también con las manos ocupadas. Igualmente era posible hablar en la oscuridad.
Ayla pasó un rato con el niño, sin hacer preguntas, ofreciéndole sólo su presencia y su compañía. Transcurrido algún tiempo, comenzó a hablarle de su vida con el Clan.
–En algunos aspectos, esta Reunión me recuerda las del Clan. Aquí me siento distinta, aunque parezca igual a todos. Allí yo era diferente, más alta que cualquiera de los hombres, una mujer grande y fea. La primera vez fue horrible cuando llegamos. Casi no permitieron que se quedara el clan de Brun por haberme llevado con ellos. Decían que yo no era Clan, pero Creb insistió en que sí. Y como era el Mog-ur, no se atrevieron a desmentirle. Menos mal que Durc era sólo un bebé. Cuando le vieron pensaron que era deforme; no le quitaban ojo. Ya sabes cómo se siente uno. Pero él no era deforme. Era una mezcla, como tú. O tal vez tú te parezcas más a Ura. Su madre era Clan.
–Dijiste antes: ¿Ura se unirá con Durc? –preguntó Rydag, girando hacia la luz del fuego para que viera sus gestos, intrigado a pesar suyo.
–Sí. Su madre acudió a mí y lo arreglamos todo. Ella se sintió muy aliviada al saber que había un varón como su hija; temía que Ura jamás hallara compañero. Para serte franca, a mí no se me había ocurrido pensar en eso. Me bastaba con que el Clan aceptara a Durc.
–¿Durc es Clan? ¿Es espíritu mezclado, pero Clan? –preguntó el niño.
–Sí, Brun le aceptó en el Clan y Creb le dio un nombre. Hasta Oga, la compañera de Broud, que le amamantó junto con su propio hijo cuando yo perdí la leche. Grev y él crecieron juntos, como hermanos, y son buenos amigos. El viejo Grod hizo una pequeña lanza para Durc, de su tamaño –Ayla sonrió al recordarlo–. Pero Uba es quien más le quiere. Uba es mi hermana, como Rugie lo es tuya. Ahora es la madre de Durc. Yo se lo entregué cuando Broud me expulsó. Tal vez sea un poco diferente; pero sí, Durc es Clan.
–Detesto estar aquí –los dedos de Rydag se movieron ágiles, con vehemente enojo–. Me gustaría ser Durc y vivir con el Clan.
El comentario sobresaltó a Ayla. Incluso después de haber convencido al niño para que comiera algo y acostarle, seguía grabado en su mente.
Ranec la observó con atención toda la tarde. Notó que no estaba en lo que hacía, que se interrumpía en medio de cualquier actividad, por ejemplo al llevarse un bocado a la boca, con los ojos empañados por una expresión lejana o con arrugas de concentración en la frente. Sabía que estaba muy agobiada por graves pensamientos y deseaba compartirlos para servirle de consuelo.
Esa noche todos se quedaron a dormir en el Campamento de la Espadaña; la tienda estaba atestada. Ranec esperó a que Ayla se introdujera entre sus pieles de dormir y se acercó a ella.
–¿Quieres compartir mis pieles, Ayla? –vio que fruncía el ceño y se apresuró a agregar–: No para los Placeres, a menos que tú lo desees. Sé que has tenido un día difícil.
–Creo que más difícil ha sido para el Campamento del León –respondió ella.
–No estoy tan seguro; además eso no tiene importancia. Sólo quiero darte algo, Ayla: mis pieles para abrigarte, mi amor para servirte de consuelo. Quiero estar cerca de ti.
Ella hizo un gesto de aquiescencia y se deslizó en el lecho de Ranec, pero no pudo dormir. Ni siquiera se sentía cómoda, y él se dio cuenta.
–¿Qué es lo que te aflige, Ayla? ¿No quieres decírmelo?
–He estado pensando en Rydag y en mi hijo, pero no sé si es el momento de hablar de ello. Sólo necesito pensar.
–Preferirías estar en tu propia cama, ¿verdad?
–Sé que quieres ayudarme, Ranec. Y eso para mí significa más de lo que soy capaz de expresar con simples palabras. No sé cómo decirte lo importante que fue verte allí, a mi lado. Y estoy muy agradecida a todo el Campamento del León. Todos han sido muy buenos, maravillosos, tal vez demasiado. He aprendido mucho de todos vosotros y me he sentido orgullosa de ser Mamutoi, de decir que eran mi pueblo. Pensaba que todos los Otros eran como los del Campamento del León, pero ahora sé que no es así. Al igual que en el Clan, la mayoría son buenas personas, aunque no todos, y hasta los buenos no lo son en todos los aspectos. Tenía algunas ideas y... estaba haciendo algunos planes..., pero ahora necesito pensar.
–Y para pensar estarás mejor en tu propia cama, no apretada aquí contra mí. Anda, Ayla. Aun así estarás a mi lado –dijo Ranec.
No era el único que había estado pendiente de Ayla. Cuando Jondalar la vio apartarse de Ranec para acostarse en su propia cama, experimentó extraños y confusos sentimientos. Era un alivio no tener que apretar los dientes al oírles compartir Placeres, pero sentía cierta pena por el tallista. De haber estado en el lugar del hombre moreno, él habría querido abrazar a Ayla, reconfortarla, y se habría sentido herido al verla abandonar sus pieles para dormir sola.
Cuando Ranec se quedó dormido y se hizo el silencio en el campamento, Ayla se levantó sin hacer ruido, se puso una pelliza liviana y salió a la noche iluminada por las estrellas. Un momento después, Lobo estaba a su lado. Caminaron hacia el cobertizo de los caballos, donde les recibió un suave relincho de Corredor y un resoplido de Whinney. Después de hablarles en voz baja, entre palmaditas y caricias, Ayla rodeó con sus brazos el cuello de la yegua y se recostó contra ella.
¿Cuántas veces había sido su amiga la yegua de color del heno, cuando ella necesitó que lo fuera? Ayla sonrió. ¿Qué pensaría el Clan de sus amigos? ¡Dos caballos y un lobo! Agradecía la presencia de los animales, sus compañeros, pero todavía sentía cierto vacío en su interior. Le faltaba algo, o más bien alguien: el hombre al que más quería. Pero había estado a su lado, incluso antes de que el Campamento del León saliera en su defensa. Como surgido de la nada, Jondalar se había presentado allí, plantándoles cara a todos los que la injuriaban, a cuantos manifestaron repugnancia y desprecio hacia su persona. Era terrible, peor que en la Reunión del Clan. No la creían diferente: la temían, la odiaban. Eso era lo que él había estado tratando de advertirle desde un principio. De todos modos, aun sabiéndolo de antemano, ella no habría podido dejar que se ensañaran con Rydag ni que hablaran mal de su hijo.
Ayla no era la única que no podía conciliar el sueño; lo mismo le sucedía a Jondalar. La había visto levantarse. De pie a la entrada de la tienda, la miraba desde lejos. No era la primera vez que la veía abrazar a Whinney. Le complacía que pudiera consolarse con los animales y ansiaba ocupar el puesto de la yegua, pero ya era demasiado tarde. Ella no le quería, y no podía reprochárselo. De repente vio su comportamiento bajo una nueva luz y comprendió que él mismo había provocado aquella situación. Desde un principio, creyendo «ser justo» y permitiéndole elegir, se había vuelto a apartar de ella por sus necios celos. Se sentía herido y quería herir a su vez.
«Peor aún», se dijo. «Admítelo, Jondalar: te sentías herido, aun sabiendo cómo había sido educada Ayla. Porque ella ni siquiera comprendía tus celos; al compartir el lecho de Ranec sólo se comportaba como una “buena mujer del Clan”. Ése era el problema: sus antecedentes en el Clan. Te avergonzabas de eso y de amarla. Te asustaba tener que enfrentarte con una escena como la de hoy y no estabas seguro de si podrías soportar que la trataran así. Por más que dijeras que la amabas, no estabas seguro de que fueras a salir en su defensa. Amarla no es una vergüenza; lo vergonzoso es tu cobardía, y ahora es ya demasiado tarde. Ella no te necesita. Es lo suficientemente fuerte para defenderse ella sola y todo el Campamento del León ha salido en su defensa. No sólo no te necesita, sino que tú no la mereces.»
El frío terminó por obligar a Ayla a entrar. Echó un vistazo al sitio donde estaba Jondalar acostado; se había tendido de costado, de espaldas a ella; no podía verle la cara. Cuando se acostó, Ranec, dormido, alargó una mano hacia ella. Era indudable que Ranec la amaba; y ella también le amaba a su manera. Permaneció muy quieta, escuchando la tranquila respiración de su compañero. Al cabo de un rato, él se dio la vuelta y la mano desapareció.
Ayla trató de dormir, pero no podía dejar de pensar. Había planeado ir a buscar a Durc para traérselo a vivir con ella en el Campamento del León. Pero ahora no estaba segura de que fuera lo mejor para él. ¿Acaso podía ser más feliz allí que con el Clan, entre gente que odiaba a los de su especie y que le insultaría? ¿Entre gente que le diría que es medio bestia, medio hombre, que le trataría de cabeza chata y de monstruo? Formaba parte del Clan y allí le amaban. Aun cuando Broud le detestara, eso no le impediría hacer amigos en las Reuniones del Clan. Era aceptado, tenía derecho a participar en las ceremonias y en las competiciones. Quizá incluso había heredado los recuerdos del Clan.
Y si no se lo traía con ella, ¿podría ella volver al Clan para vivir con él? Ahora que ya había vivido con sus semejantes, ¿aceptaría someterse otra vez al tipo de vida del Clan? Jamás le permitirían tener consigo a sus animales. ¿Podría renunciar a Whinney, a Corredor y a Lobo para ser sólo la madre de Durc? Cuando tuvo que irse, Durc era un bebé, pero ahora ya estaría crecido y Brun estaría enseñándole a cazar.
Seguramente ya habría cobrado su primera pieza pequeña y se la habría llevado a Uba para enseñársela. Ayla sonrió figurándose la escena. Uba estaría orgullosa de él y le habría dicho que era un gran cazador.
«¡Durc tiene una madre!», se dijo. «Uba es su madre. Ella le ha criado, le ha atendido, le ha curado cuando se ha hecho alguna pupa en sus primeros pasos como cazador. ¿Cómo puedo yo ahora quitárselo? Y si no está ya allí, ¿quién cuidará de ella cuando envejezca? Cuando era todavía un bebé, las otras mujeres del Clan le dieron de mamar porque yo no tenía leche.
»De todos modos, no puedo volver a buscarle. Fui maldecida de muerte, para el Clan estoy muerta. Si Durc me ve, se asustará y todo el mundo reaccionará contra él. Y aun en el caso de que no hubiera sido maldecida, ¿le gustaría verme? ¿Se acordará siquiera de mí?
»Era todavía muy pequeño cuando me fui. Ahora estará en la Reunión del Clan y seguramente ha conocido a Ura. Aun cuando es aún muy joven para hacerlo, seguramente ya ha pensado en el momento en que se emparejará con ella. Debe pensar en su futuro hogar, lo mismo que yo. Aun en el supuesto de que llegue a convencerle de que no soy un espíritu, tendré que traerme también a Ura. Aquí sería tremendamente desgraciada. Le va a resultar muy difícil dejar su propio clan para irse a vivir con el de Durc; y si, además, se ve repentinamente obligada a vivir con un mundo tan diferente del suyo, va a ser muy difícil para ella. Sobre todo porque no encontrará más que odio e incomprensión.
»¿Y si me volviera al valle y me llevo allí a Durc y Ura? Pero Durc necesita vivir entre gente... y yo también. Ya no puedo vivir sola. ¿Por qué habría de aceptar vivir solo en el valle conmigo?