Los cazadores de mamuts (103 page)

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Authors: Jean M. Auel

»En realidad he estado pensando en mí y no en él. No sería conveniente para él vivir aquí, no sería feliz. A mí me gustaría que viniera a vivir conmigo, pero yo no soy su madre: su madre es Uba. Para él yo he muerto y quizá sea mejor así. Su mundo es el Clan, me guste o no, y el mío está aquí. No hay un lugar en el mundo donde mi hijo y yo podamos vivir juntos y ser felices.»

A la mañana siguiente Ayla se despertó muy temprano. Se había acostado muy tarde y se había despertado varias veces durante la noche; había soñado que la tierra temblaba y que las cavernas se derrumbaban. Se sentía mal y deprimida. Ayudó a Nezzie a poner agua a calentar para hacer el desayuno y a moler cereales y aprovechó la ocasión para hablar con ella.

–Me siento abrumada por haberos causado tantas contrariedades, Nezzie. Ahora desprecian a todo el Campamento del León por culpa mía –dijo.

–No se te ocurra decir eso. No es culpa tuya, Ayla. Nosotros teníamos que elegir y lo hicimos. No hacías sino defender a Rydag, que también es miembro de nuestro Campamento, al menos para nosotros.

–Todo este problema me ha hecho comprender algo –continuó la muchacha–. Desde que me alejé del Clan he estado pensando en volver, algún día, en busca de mi hijo. Ahora sé que jamás podré hacerlo. No puedo traerle aquí ni volver allá. Pero al convencerme de que no volveré a verle, siento que le he perdido otra vez. Querría llorar, llorar por él, pero me siento seca y vacía.

Nezzie, ocupada en quitar el tallo a las moras recogidas el día anterior, interrumpió la tarea para mirar a Ayla de frente.

–Todos sufrimos desencantos en la vida. Todos tenemos que perder a un ser amado. A veces hay verdaderas tragedias. Tú perdiste a los tuyos cuando eras pequeña. Fue una tragedia, pero no podías evitarla. Si te lo reprochas, es peor. Wymez pasa todos los días de su vida culpándose de la muerte de la mujer a la que amaba. Creo que Jondalar se culpa por la muerte de su hermano. Tú has perdido a tu hijo. Para una madre es duro perder a un hijo, pero al menos tienes alguna esperanza: sabes que, probablemente, está vivo. Rydag perdió a su madre... y algún día me tocará a mí perderle a él.

Después del desayuno, Ayla volvió a salir. Vio que casi todos estaban en las cercanías del Campamento de la Espadaña. Miró hacia el centro de la Reunión y luego al Campamento del Alerce, la sede de verano del Campamento del Mamut. Fue una sorpresa descubrir que Avarie la estaba observando, y se preguntó si se sentirían tan contentos como el primer día por haberse instalado junto al Campamento del León.

Avarie se encaminó hacia la tienda que su hermano había designado como Hogar del Mamut. Rascó el cuero y, sin esperar respuesta, pasó al interior. Vincavec había tendido sus pieles de tal forma que ocupaban casi la mitad del espacio. En el centro había colocado un apoyo para la espalda: una piel muy decorada, tensada por un armazón de huesos de mamut y cuyos montantes estaban sujetos con cuero virgen. El hombre estaba instalado allí, cómodamente reclinado en el respaldo.

–Los sentimientos son ambivalentes –dijo ella, sin preámbulos.

–Ya lo imagino –replicó Vincavec–. El Campamento del León trabajó mucho para ayudarnos en la construcción de nuestra cabaña. Cuando se fueron, todo el mundo sentía más que amistad hacia ellos; además, Ayla, con sus caballos y su lobo, era fascinante..., inspiraba un respeto casi religioso. Pero ahora, si vamos a creer en las viejas historias y en las costumbres ancestrales, el Campamento del León está albergando a una abominación, a una mujer nefasta, de maldad desenfrenada, que atrae a los espíritus animales de los cabezas chatas, como el fuego atrae por las noches a las polillas, transmitiéndoselos a las otras mujeres. ¿Qué piensas tú, Avarie?

–No lo sé, Vincavec. Ayla me gusta y no me parece que tenga nada de maligna. Tampoco creo que ese niño sea un animal. Es débil y no puede hablar, pero parece cierto que nos entiende. Tal vez sea humano, y también los otros cabezas chatas. Quizá el anciano Mamut tenga razón. Cuando la Madre concedió un hijo a Ayla, escogió el espíritu del hombre que estaba a su lado. Pero yo no sabía que tanto ella como Mamut habían vivido con una horda de cabezas chatas.

–Ese anciano ha vivido tantos años que ha olvidado más de lo que un montón de hombres más jóvenes son capaces de aprender en toda su vida. Y con frecuencia le asiste la razón. Tengo un presentimiento, Avarie: no creo que los efectos de este episodio sean negativos. Algo en Ayla me hace pensar que la Madre cuida de ella. Tal vez salga de todo esto más poderosa aún que antes. Averigüemos qué opina el Campamento del Mamut sobre si debemos apoyar al Campamento del León o no.

–¿Dónde está Tulie? –preguntó Fralie, mirando al interior de la tienda.

–Volvió con Latie al Campamento de la Feminidad –dijo Nezzie–. ¿Por qué?

–¿Te acuerdas de esa delegación que ofreció adoptar a Ayla, justo antes de que llegara el Campamento del Mamut?

Ayla clavó en Fralie una mirada interrogante.

–Sí –contestó Nezzie–. Tulie pensó que no estaban en condiciones de ofrecer lo suficiente.

–Están aquí; solicitan ver a Tulie otra vez.

–Iré a averiguar qué es lo que quieren –se ofreció Nezzie.

Ayla esperó dentro, no deseaba ver a ningún extraño mientras no fuera necesario. A los pocos minutos, Nezzie volvió a entrar.

–Todavía quieren adoptarte, Ayla –dijo–. La Mujer Que Manda de ese Campamento tiene cuatro hijos. Te quieren por hermana. Dice que si ya has tenido un hijo, eso prueba tu capacidad de ser madre. Han aumentado su oferta. Acaso convenga que vayas a darles la bienvenida en nombre de la Madre.

Tulie y Latie caminaban con paso decidido por entre las tiendas, una junta a la otra, con la mirada al frente, sin prestar atención a la curiosidad que despertaban a su paso.

–¡Tulie, Latie! Esperad un momento –llamó Brecie, apresurándose para alcanzarlas–. Estábamos a punto de enviaros un mensajero, Tulie. Quisiéramos invitaros a compartir una comida con nosotros, en el Campamento del Sauce, esta noche.

–Gracias, Brecie. Agradezco tu invitación. Acudiremos, por supuesto. Debí haber imaginado que podíamos contar con vosotros.

–Hace mucho tiempo que somos amigas. A veces una cree en las viejas historias sólo porque son viejas. A mí me parece que la pequeña de Fralie tiene un aspecto de lo más normal.

–A pesar de haber nacido prematuramente. Bectie no estaría viva de no ser por Ayla –intervino Latie, apresurándose a defender a su amiga.

–Con todo, me he preguntado muchas veces de dónde vendría esa muchacha –intervino Latie–. Todo el mundo pensaba que había llegado con Jondalar, porque los dos son altos y rubios. La gente se contentaba con esa explicación, pero yo sabía que había algo más. Recuerdo que, cuando saqué a ese hombre y a su hermano de la ciénaga, cerca del mar de Beran, ella no les acompañaba. Además, su acento no es mamutoi ni sungaea. Pero aún no me explico cómo se las arregla para dominar a esos caballos y al lobo.

Mientras continuaban su camino hacia el centro de la hondonada y las cabañas del Campamento del Lobo, Tulie se sentía ya mucho mejor.

–¿Cuántas van con ésta? –preguntó Tarneg a Barzec, en el momento en que otra delegación se retiraba.

–Casi la mitad de los Campamentos han hecho algún gesto de reconciliación con nosotros –respondió Barzec–. Sé de uno o dos más que aún podrían decidirse a apoyarnos.

–Pero aún queda, más o menos, la otra mitad –observó Talut–. Y algunos tienen fuertes argumentos contra nosotros. Hasta hay algunos que dicen que deberíamos irnos.

–Sí, pero fíjate en quiénes son. Además, sólo a Chaleg le he oído decir que deberíamos marcharnos –apuntó Tarneg.

–Sin embargo, ellos también son Mamutoi –intervino Nezzie–, y hasta la semilla llevada por malos vientos puede echar raíces.

–No me gusta esta división –reconoció Talut–. En ambos bandos hay mucha gente buena. Ojalá se me ocurriera alguna forma de solucionar esto.

–Ayla también se siente trastornada. Dice que está causando problemas al Campamento del León. ¿Viste la expresión de su cara cuando esos chicos que se estaban peleando comenzaron a llamarla «mujer animal»?

–¿Te refieres a los que sorprendimos junto al...? –comenzó Danug.

–Se refiere a los hermanos que Ayla y Deegie sorprendieron pegándose... –se apresuró a interrumpirle Tarneg.

Danug debería andarse con cuidado. Había estado a punto de mencionar la riña de los muchachos.

–Nunca he visto a Rydag tan alterado –continuó Nezzie–. Cada año, estas Reuniones le pesan más. No le gusta el modo en que le trata la gente, pero este año es peor... Tal vez porque ahora lo pasa mucho mejor en el Campamento del León. Temo que todo esto no le haga ningún bien, pero no sé qué hacer. Hasta Ayla está preocupada, y eso me aflige más todavía.

–¿Dónde está Ayla ahora? –preguntó Danug.

–Fuera, con los caballos –respondió Nezzie.

–Creo que debería sentirse halagada cuando la llaman «mujer animal». Es preciso admitir que se entiende bien con los animales –observó Barzec–. Algunos llegan a decir que ella habla con los espíritus del otro mundo.

–Y algunos del otro bando dicen que eso sólo prueba que ha vivido con animales –le recordó Tarneg–. Y la acusan de atraer espíritus diferentes, no tan deseables.

–Ayla sigue diciendo que cualquiera puede hacerse amigo de los animales –dijo Talut.

–Trata de no darle importancia –opinó Barzec–. Por eso, quizá, algunos de los otros le quitan valor. La gente está más habituada a tratar con personas como Vincavec, que se cree superior y no se priva de recordárselo a los demás.

Nezzie miró al compañero de Tulie, preguntándose por qué parecía tener en tan poca estima a Vincavec. Después de todo, el Campamento del Mamut había sido uno de los primeros en ponerse de su lado.

–Tal vez tengas razón, Barzec –dijo Tarneg–. Es extraño, pero uno se acostumbra enseguida a vivir con animales. Parece absolutamente natural. Pero si te paras a pensarlo, es incomprensible. ¿Por qué motivo tiene un lobo que obedecer una señal de un niño débil, al que podría hacer pedazos? ¿Y por qué los caballos dejan que alguien se les siente en el lomo? ¿Y cómo se le puede ocurrir algo así a una persona?

–No me extrañaría que Latie lo intentara cualquier día de estos –comentó Talut.

–Si alguien lo intenta, será ella –confirmó Danug–. ¿Visteis lo que hizo en cuanto llegó? El primer lugar que visitó fue el cobertizo de los caballos. Los añoraba más que a nadie. Creo que está enamorada de esos animales.

Jondalar había estado escuchando sin hacer comentarios. La situación que Ayla había provocado al revelar sus antecedentes era dolorosa y degradante, pero no tan grave como él había supuesto. En realidad era raro que no la hubieran atacado más abiertamente, cuando él esperaba que fuera vilipendiada y se la aislara por completo. ¿Acaso este tabú era más fuerte entre los Zelandonii que entre los Mamutoi, o era sólo que él lo creía así?

Cuando los miembros del Campamento del León la respaldaron, pensó que era una excepción y que sin duda eran más indulgentes a causa de Rydag. Luego, cuando Vincavec y Avarie, del Campamento del Mamut, secundaron su postura, empezó a reconsiderar el asunto, y cuantos más Campamentos acudían por propia voluntad a ofrecer su apoyo al Campamento del León, acabó por verse obligado a revisar sus propias convicciones.

Hombre más vitalmente pragmático que intelectual, entendía conceptos tales como amor, compasión, cólera, según su propio criterio, aunque no acertara a expresarse. Podía discutir inteligentemente sobre cuestiones filosóficas intangibles y de orden espiritual; sin embargo, eran temas que no le apasionaban; en consecuencia, aceptaba las posturas de su sociedad sin calentarse demasiado la cabeza. Pero Ayla había desafiado a la multitud con una dignidad tal y con una fuerza tan comedida, que vino a reforzar el respeto que sentía hacia ella. Y ahora tenía sus dudas.

Comenzaba a comprender que una conducta determinada no era necesariamente errónea sólo porque algunos la consideraran así. Una persona podía rechazar las creencias populares, defendiendo principios personales, sin perderlo todo, aunque pudieran seguirse ciertas consecuencias desagradables. Más aún: se podía ganar algo importante, aunque sólo fuera dentro de uno mismo. Ayla no había sido expulsada por el pueblo que la había adoptado recientemente. La mitad de los Mamutoi estaban dispuestos no sólo a aceptarla, sino que la consideraban mujer de coraje y de singulares cualidades.

La otra mitad era de diferente opinión, pero no siempre por las mismas razones. Para algunos Campamentos, oponerse era una oportunidad de acrecentar su rango e influencia en detrimento del poderoso Campamento del León, justo en el momento en que la posición de éste estaba amenazada. Otros se sentían auténticamente indignados de que una mujer tan depravada pudiera vivir entre ellos.

Según ellos, personificaba a los espíritus maléficos tanto más cuanto más invisibles eran. Se parecía a las demás mujeres, era más atractiva que la mayoría de ellas, y les había embaucado con ciertas mañas aprendidas cuando vivía con los cabezas chatas. Esos monstruos habían conseguido incluso convencer a algunos de que no eran animales, sino humanos.

Para esos Campamentos, Ayla constituía una auténtica amenaza. Ella misma había reconocido que había parido un engendro, mitad animal, mitad humano, y representaba un peligro para las otras mujeres de la Reunión de Verano. Dijera lo que dijera el viejo Mamut, todo el mundo sabía que determinadas mujeres atraían invariablemente a determinados espíritus masculinos. El Campamento del León había permitido que Nezzie se quedara con aquel pequeño animal y a la vista estaba lo que les había pasado. Ahora vivían con animales y con aquella mujer, aquel monstruo, aquella abominación, seguramente atraído por aquel espíritu mezclado. Había que expulsar al Campamento del León sin más contemplaciones.

Los Mamutoi estaban relacionados entre sí por vínculos muy estrechos. Todos ellos tenían, al menos, un pariente o un amigo en cada Campamento. Esos vínculos estaban a punto de romperse para siempre a causa de lo sucedido. Había muchos, Talut entre ellos, que estaban consternados. Se habían reunido los Consejos, pero no se resolvió nada; todo terminó en un altercado generalizado. Aquella situación no tenía precedentes. Ni las Hermanas ni los Hermanos encontraron fórmula alguna que pusiera remedio a la situación.

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