Los cazadores de mamuts (99 page)

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Authors: Jean M. Auel

Lobo estaba entre el grupo y la tienda, en actitud defensiva y gruñendo. Ninguno de los visitantes se mostraba dispuesto a comprobar sus intenciones. Ayla le llamó, haciéndole la señal de «amigo», que a ella y a sus compañeros les había costado toda una mañana de adiestramiento. Si bien toleraba mejor a los visitantes ya conocidos que a los extraños, dejaba ver bien claro que no le gustaba la compañía y se sentía a sus anchas cuando se marchaban.

Eso significaba para él que, contrariamente a lo que le dictaba su instinto, debía dejar pasar a los extranjeros. Aun cuando toleraba más fácilmente a los que visitaban con regularidad el Campamento del León que a los desconocidos, siempre daba a entender que no le gustaba la compañía y parecía relajarse cuando se iban.

De cuando en cuando, Ayla le llevaba a dar una vuelta por el campamento para que se acostumbrara a la gente, pero sin que se separara de su lado. Cuando la veían pasar tranquilamente acompañada de un lobo, la miraban sorprendidos, lo que le contrariaba mucho. Pero no por eso dejaba de pasearse en su compañía por el recinto; lo consideraba indispensable, pues Lobo no volvería a vivir con sus congéneres. Si había de compartir su vida con la gente, tenía que acostumbrarse a ciertas cosas. Los seres humanos gustan de la compañía, incluso de la de los extraños, y a veces se juntan y forman grupos muy nutridos. Lobo tenía que aceptar esa realidad.

De cualquier modo, Lobo no pasaba todo su tiempo dentro del Campamento de la Espadaña. A veces se llegaba hasta la pradera con los caballos o simplemente a dar una vuelta él solo; otras veces salía a cazar con Ayla, Jondalar o Danug; y en ocasiones, para asombro de muchos, con Frebec.

El hombre del Hogar de la Cigüeña le llamó y se alejó con él hacia el cobertizo de los caballos, para quitarle de en medio. El lobezno ponía nerviosa a la gente y podía ejercer un efecto negativo sobre las delegaciones que acudían a tantear a Ayla, en nombre de algún interesado. Aquellos hombres no querían formar un hogar con la muchacha, pues la sabían comprometida con Ranec. No buscaban en ella a una compañera, sino a una hermana. Las delegaciones que llegaban al Campamento del León venían con ofertas para adoptarla.

Tulie, astuta como era y conocedora de la costumbre de su pueblo, no había llegado a calcular el alcance de aquellas posibilidades. Lo comprendió de inmediato cuando se le acercó una mujer amiga suya, que sólo tenía hijos varones, preguntándole si estaba dispuesta a considerar un ofrecimiento de su Hogar y de su Campamento para la adopción de Ayla.

–Debería haber sabido desde el primer momento –explicó más tarde al Campamento del León– que una mujer libre de su rango, su belleza y sus talentos sería muy deseable como hermana, sobre todo desde que pertenece al Hogar del Mamut. Normalmente no se considera a éste como hogar familiar. No hace falta aceptar a nadie, a menos que Ayla así lo desee, pero bastan estos ofrecimientos para aumentar su valor.

Tulie no cabía en sí de gozo pensando en lo mucho que Ayla contribuía al rango y a la prosperidad del Campamento del León. Para sus adentros habría preferido que Ayla no hubiera hecho su Promesa a Ranec. Si estuviera libre de todo compromiso, su Precio Nupcial sería asombroso. Pero, por otro lado, el Campamento del León la perdería. Era mucho mejor conservar aquel tesoro que perderla para siempre, aun a costa de un buen precio. Mientras no se fijara un valor definitivo, la especulación podía seguir aumentando su Precio Nupcial. Además de que las ofertas que se le hacían a Tulie abrían las puertas a toda una gama de posibilidades. Bien podría suceder que se tratara de una adopción de pura fórmula que no la obligaría en modo alguno a dejar el Campamento del León. Si su potencial hermano tuviera buenos apoyos y ambición, bien podría convertirse en la Mujer Que Manda. Y si Ayla y Deegie fuesen las dos jefas, al igual que tenían lazos de parentesco directo con el Campamento del León, eso significaría que la influencia de este último subiría considerablemente... En esto iba pensando Tulie mientras se dirigía hacia la delegación que acababa de llegar.

Ayla empezaba a comprender que las variaciones en los motivos ornamentales de la ropa o el calzado eran una manera de establecer la identidad de un grupo. Aunque todos utilizaran las mismas formas básicas geométricas, la preponderancia de algunas –cheurones sobre rombos, por ejemplo– y la manera en que estaban combinadas eran indicios significativos de la filiación del Campamento y sus vinculaciones con otros Campamentos. A diferencia de Tulie, sin embargo, aún no sabía reconocer en el acto, mediante tales signos externos, la categoría de quienes los lucían, ni tampoco dónde situarlos en el conjunto de las jerarquías y los lazos de sangre y amistad dentro del grupo.

El rango de algunos Campamentos era tan elevado que Tulie habría aceptado un menor precio material, en razón de las vinculaciones así ganadas. Otros sólo eran aceptables si estaban dispuestos a pagar bien. Basándose en las ofertas recibidas, Tulie descartó al grupo recién llegado con sólo una mirada; no tenían suficiente que ofrecer. Por tanto, se mostró muy simpática, pero no les invitó a pasar, y ellos comprendieron que llegaban demasiado tarde. Sin embargo, el solo hecho de presentar una oferta tenía sus ventajas, pues era un modo de aliarse con el Campamento del León, lo cual sería favorablemente recordado.

Mientras intercambiaban cortesías frente a la tienda, Frebec notó que Lobo tomaba una posición defensiva y gruñía en dirección al río. De pronto salió a todo correr.

–¡Ayla! –anunció el hombre–. ¡Lobo va a atacar a alguien!

Ella lanzó un silbido agudo y penetrante, y acto seguido echó a correr por la senda que conducía al río. Lobo volvía ya, seguido de otro grupo de visitantes. Pero no se trataba de desconocidos.

–Es el Campamento del Mamut –anunció Ayla–. Estoy viendo a Vincavec.

Tulie se volvió hacia Frebec.

–¿Quieres ir en busca de Talut? Tenemos que recibirles debidamente. También podrías avisar a Marlie o a Valez, que han llegado al fin.

Frebec hizo una señal de asentimiento y partió para cumplir con el encargo.

La delegación que ya se encontraba allí sentía demasiada curiosidad como para retirarse. Vincavec iba al frente del Campamento del Mamut. En cuanto vio al grupo con Ayla y Tulie, comprendió enseguida lo que estaba sucediendo. Dejó caer su mochila y se adelantó, sonriendo.

–Es un buen auspicio, Tulie, que tú seas la primera en aparecer ante mí –dijo, alargando las manos y frotando su mejilla contra la de ella, como si fueran viejos amigos–. Tú eres la persona a quien más deseaba ver.

–¿Y a qué se debe eso? –preguntó Tulie, sonriendo a pesar suyo, pues aquel hombre era encantador.

Vincavec pasó por alto la pregunta.

–Dime, ¿por qué tus visitantes están vestidos de gala? –inquirió–. ¿Se trata de alguna delegación?

–Hemos ofrecido adoptar a Ayla –dijo una de las visitantes, con dignidad, como si su oferta no hubiera sido rechazada–. Mi hijo no tiene hermana.

Hasta Ayla vio que la mente de Vincavec era rápida, tanto que sólo necesitó unos segundos para tomar una decisión.

–Bueno, yo también voy a hacer una oferta. Más adelante lo haré de modo más oficial, Tulie, pero para que lo pienses, te propongo una Unión –se volvió hacia Ayla y le cogió ambas manos–. Quiero unirme contigo, Ayla. Quiero llevarte conmigo y que hagas de mi Hogar del Mamut algo más que un nombre. Sólo tú puedes darme eso. Tú traerás tu Hogar, pero, a cambio, puedo darte el Campamento del Mamut.

Ayla quedó sorprendida y abrumada. Vincavec sabía que ella había hecho una Promesa. ¿Por qué la solicitaba? Aun cuando lo deseara, ¿podía de repente cambiar de idea y unirse con él? ¿Era tan fácil romper una Promesa?

–Ya está comprometida con Ranec –observó Tulie.

El visitante miró de frente a la corpulenta mujer, con una sonrisa astuta; luego hundió la mano en un saco y sacó un puño cerrado. Cuando la abrió, en su palma relucían dos magníficos trozos de ámbar.

–Espero que él pueda pagar un buen Precio Nupcial, Tulie.

Los ojos de la jefa se abrieron como platos. Aquel ofrecimiento bastaba para cortarle la respiración. En un planteamiento práctico, le había pedido que fijara un precio, que lo fijara en ámbar si así lo prefería, pero ella no le había contestado, al menos no de una manera concreta.

–No soy yo quien debe decidir, Vincavec –precisó Tulie, entornando los párpados–. Ayla toma sus propias decisiones.

–Lo sé, Tulie, pero acepta esto como un regalo para ti, por la ayuda que me prestaste en la construcción de mi albergue.

Tulie quedó desconcertada. Su obligación era rehusar. Si aceptaba el presente, le daba ventaja. Pero la decisión corría por cuenta de Ayla, quien, comprometida o no, estaba en libertad de tomarla. Entonces, ¿por qué rechazar el obsequio?

Al cerrar la mano sobre el ámbar, vio la expresión de triunfo de Vincavec y sintió que se había vendido por dos trozos de resina petrificada. Él sabía que ahora rechazaría todas las demás ofertas. Sólo le restaba convencer a Ayla. «Pero Vincavec no conoce a Ayla», se dijo. «Nadie la conoce.» Aunque fuera considerada Mamutoi, seguía siendo una extraña, y nadie podía prever sus reacciones. Estudió la reacción de la muchacha ante las atenciones del hombre tatuado; saltaba a la vista que estaba interesada.

–¡Tulie! ¡Qué alegría volver a verte! –Avarie se acercaba con las manos extendidas–. Llegamos demasiado tarde; tengo la impresión de que todos los lugares buenos están ya ocupados. ¿Podrías indicarme un sitio donde acampar? ¿Dónde os instalásteis vosotros?

–Aquí mismo –dijo Nezzie, saliendo para saludarla.

Había seguido con mucho interés el diálogo entre Tulie y Vincavec. A Ranec no iba a hacerle feliz saber que Vincavec había pedido a Ayla, pero la muchacha no estaba muy segura de que Ayla se dejaría convencer, cualquiera que fuese la oferta.

–¿Estáis aquí? ¿Tan lejos de todo? –se extrañó Avarie.

–Es el mejor sitio para nosotros, a causa de los animales. Se ponen nerviosos cuando hay mucha gente –explicó Tulie, como si hubiesen escogido el sitio deliberadamente.

–Vincavec –propuso Avarie–, ya que el Campamento del León está aquí, ¿por qué no acampamos cerca?

–No es mal lugar –aseguró Nezzie–. Tiene sus ventajas. Hay más espacio para instalarse.

«Si el León y el Mamut acampan aquí», pensaba, «parte del interés del centro se trasladará a este lugar.»

–No se me ocurre un lugar mejor que la proximidad del Campamento del León –aseguró Vincavec sonriendo a Ayla.

En ese momento llegó Talut, a zancadas, y saludó a los dos jefes del Campamento del Mamut con su voz atronadora.

–¡Vincavec, Avarie! ¡Por fin habéis llegado! ¿Por qué habéis tardado tanto?

–Hemos hecho el viaje en varias etapas –aclaró Vincavec.

–Dile a Tulie que te muestre lo que le ha traído –sugirió Nezzie.

La jefa se sentía algo abochornada. Hubiera preferido que Nezzie no dijera nada, pero abrió la mano y enseñó el ámbar a su hermano.

–Son piezas muy bellas –reconoció Talut–. Por lo que veo, decidisteis hacer algunos trueques. ¿Sabéis que el Campamento del Sauce ha traído conchas blancas acaracoladas?

–Vincavec desea algo más que conchas –informó Nezzie–. Quiere hacer una oferta por Ayla... para su Hogar.

–¡Pero si está comprometida con Ranec!

–Una Promesa es sólo una promesa –intervino Vincavec.

Talut miró a Ayla, después a Vincavec, luego a su hermana. Y entonces se echó a reír.

–Bueno, de esta Reunión de Verano sí que nos acordaremos durante mucho tiempo.

–Si hemos llegado con tanto retraso no ha sido sólo porque nos hemos detenido en el Campamento del Ámbar –explicó Avarie–. También porque nos hemos visto obligados a dar un gran rodeo a causa de un león que parecía seguir nuestra misma dirección. Tenía una melena de color rojo como el de tus cabellos, Talut. No hemos visto su manada. Pero quizá merecía la pena avisar a la gente de que había leones rondando no lejos de aquí.

–Siempre hay leones cerca –comentó Talut.

–Sí, pero éste actuaba de modo extraño. Los leones no suelen interesarse tanto por la gente, pero acabé por creer que éste nos acechaba. En una ocasión se acercó tanto que estuve toda la noche sin dormir. Nunca vi un león cavernario tan enorme. Todavía tiemblo al recordarlo.

«Un león enorme, con una melena roja...», pensó Ayla, frunciendo el entrecejo. «Es pura coincidencia», añadió para sus adentros, levantando los hombros. «Hay muchos leones que son grandes.»

–Cuando estéis instalados, venid a reuniros con nosotros en el claro –propuso Talut–. Hemos empezado a proyectar la caza del mamut y el Hogar del Mamut está organizando la Ceremonia de la Caza. No estará de más contar con otro buen Convocador. Si tienes pensado desempeñar un papel de primer orden en la Ceremonia de la Unión, pienso que no te vendrá mal un buen trozo de mamut, Vincavec–. Se levantó para marcharse, pero se volvió hacia Ayla–. Ya que vas a cazar mamuts con nosotros, ¿por qué no me acompañas y traes tu lanzavenablos?

–Iré con vosotros –dijo Tulie–. Tengo que volver al Campamento de la Feminidad para ver a Latie.

–Este pedernal es de buena calidad, sobre todo para herramientas de filo como cinceles, rascadores, taladros... –dijo Jondalar apoyándose sobre una rodilla para examinar la blanda cara interior, color gris, del pedernal de excelente estructura. Había empleado una pieza de cornamenta fresca, de forma especial, lo bastante fuerte y elástica para no romperse, a modo de escoplo y palanca. De esta forma consiguió extraer el duro núcleo de sílex de su matriz. Después lo partió con una piedra-martillo.

–Según Wymez –comentó Danug–, parte del mejor pedernal procede de aquí.

Jondalar señaló con la mano la cara perpendicular del acantilado que se alzaba frente a ellos, en la garganta de un río, desgastado en el transcurso del tiempo por el azote de las aguas agitadas. Más trozos del duro pedernal, cubierto por una corteza de un blanco opaco, sobresalían de la piedra de cuarzo, algo menos dura.

–El pedernal siempre es mejor si lo puedes obtener en la fuente –afirmó–. Éste es similar al de la mina de pedernal de Dalanar, y sus piedras son las mejores de nuestra región.

–Desde luego, el Campamento del Lobo cree que éste es el mejor pedernal –dijo Tarneg–. La primera vez que vine aquí estaba con Valez. Había que ver su entusiasmo. Como este sitio está tan cerca de su Campamento, lo consideran poco menos que suyo. Hiciste bien, Jondalar, pidiéndoles permiso para venir aquí.

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