Read Los cazadores de mamuts Online
Authors: Jean M. Auel
En el momento en que Ayla iba a coger su saco para ordenar su contenido, algo le llamó la atención. Se hincó sobre una rodilla para recoger una piedra de color dorado intenso y la quitó el polvo, para mirarla mejor. Completamente encapsulado dentro de la piedra, que comenzaba a entibiarse al tacto, había un insecto alado, entero.
–¡Mira esto, Jondalar! ¿Alguna vez has visto algo semejante?
Él cogió el objeto y lo observó con atención. Luego miró a la joven con cierto respeto religioso.
–Es ámbar. Mi madre tiene una piedra así y le atribuye gran valor. Éste puede ser aún más valioso –Ayla le miraba fijamente, como aturdida. No creía haber dicho nada que pudiera sorprenderla tanto–. ¿Qué te pasa, Ayla?
–Es una señal. Una señal de mi tótem, Jondalar. El espíritu del Gran León Cavernario me dice que he tomado la decisión correcta. ¡Quiere que yo sea Ayla de los Mamutoi!
Mientras los dos volvían al albergue, la fuerza del viento se intensificó. Aunque apenas era pasado el mediodía, la luz del sol se había empañado por las nubes de polvo de loess que se levantaban desde el suelo helado. Pronto apenas les fue posible ver el camino. En derredor restallaban los relámpagos, en el aire seco y gélido, entre el rugir de los truenos. Corredor se alzó de manos, asustado, cuando un rayo, seguido de un trueno, estalló muy cerca. Whinney relinchaba. Desmontaron para calmar al nervioso potrillo y continuaron a pie, guiando a los caballos.
Cuando llegaron al Campamento, los vientos soplaban huracanados. La tormenta de polvo ennegrecía el cielo y les quemaba la piel. En el momento en que se acercaban al albergue semisubterráneo, una silueta emergió de la ventosa oscuridad, sujetando algo que ondeaba y forcejeaba como si estuviera dotado de vida.
–¡Al fin habéis llegado! Empezaba a preocuparme –dijo Talut, gritando para hacerse oír entre los truenos.
–¿Qué estás haciendo? ¿Podemos ayudar? –preguntó Jondalar.
–Hemos hecho un cobertizo para los caballos de Ayla, al ver que se acercaba una tormenta. No pensábamos que sería una tormenta seca. El viento se lo ha llevado todo. Creo que será mejor hacerlos entrar. Pueden quedarse en el sector de la entrada –dijo Talut.
–¿Es así siempre? –preguntó el visitante, sujetando un extremo del gran cuero que, supuestamente, debía servir de rompevientos.
–No. Hay años en que no se producen tormentas de polvo. Esto pasará en cuanto caiga una buena nevada –respondió Talut–. ¡Entonces sólo tendremos celliscas! –agregó, con una carcajada.
Agachó la cabeza para entrar en el refugio, apartando el pesado cuero de mamut para que Ayla y Jondalar pudieran entrar con los caballos.
Los animales se pusieron nerviosos al verse en aquel lugar desconocido, tan lleno de olores no familiares, pero la ruidosa tormenta les gustaba aún menos y confiaban en Ayla. El alivio fue inmediato en cuanto se libraron del viento y se acomodaron con prontitud. La muchacha se sintió agradecida hacia Talut por haber tenido aquella idea, aunque también algo extrañada. Al cruzar la segunda arcada notó el frío que sentía en su cuerpo. En el exterior, mortificada por el polvo, no se había dado cuenta, pero el viento y la baja temperatura la habían congelado hasta los tuétanos.
El viento seguía aullando fuera del albergue, haciendo repiquetear las cubiertas de los agujeros para el humo y agitando las pesadas cortinas. Súbitas ráfagas levantaban el polvo, haciendo que el fuego del hogar en donde se cocinaba avivara su llama. La gente se reunió en grupos en torno del primer hogar para terminar la cena, tomar una infusión o conversar, esperando que Talut diera la señal para que comenzara la velada.
Por fin, el jefe se levantó para dirigirse hacia el Hogar del León. Volvió portando un bastón de marfil, más alto que él mismo, ahusado hacia arriba. Estaba decorado con un pequeño objeto en forma de rueda con radios, que había sido fijado al báculo en dos terceras partes de su longitud. La mitad superior de la rueda llevaba prendida una especie de abanico de blancas plumas de cigüeña, mientras que de la mitad inferior pendían enigmáticos saquitos, objetos de marfil tallado y trozos de piel. Mirando con mayor atención, Ayla advirtió que el báculo estaba hecho con un único y largo colmillo de mamut, enderezado por un procedimiento desconocido. ¿Cómo era posible, se preguntaba, quitarle la curva a un colmillo de mamut?
Todo el mundo guardó silencio para escuchar al jefe. Miró a Tulie, y ésta asintió con la cabeza. Entonces dio cuatro golpes en el suelo con el báculo.
–Tengo una importante cuestión que exponer al Campamento del León –comenzó–. Algo que es del interés de todos. Por eso tomo la palabra con el Báculo Que Habla, para que todos escuchen con atención y nadie interrumpa. Quien desee expresar su opinión sobre este asunto puede solicitar el Báculo Que Habla.
Se produjo un susurro de excitación, en tanto todos se incorporaban, dispuestos a escuchar.
–Ayla y Jondalar llegaron al Campamento del León hace poco tiempo. Al contar los días que llevan aquí, me sorprendió que fueran tan pocos, pues ya parecen viejos amigos, como si estuvieran en su propia casa. Creo que casi todos vosotros pensaréis lo mismo. Dados nuestros cordiales sentimientos de amistad para con nuestro pariente, Jondalar, y para con su amiga, Ayla, yo esperaba que ellos prolongaran su visita y pensaba invitarles a pasar el invierno con nosotros. En el breve tiempo que llevan aquí nos han demostrado algo más que amistad. Ambos nos han hecho partícipes de sus habilidades y de sus valiosos conocimientos, que nos brindaron sin reservas, como si fueran de los nuestros.
»Wymez considera a Jondalar como hábil fabricante de herramientas. Ha compartido generosamente sus conocimientos con él y con Danug. Más aún, ha traído consigo una nueva arma de caza, un lanzavenablos, que aumenta a un tiempo el alcance y la potencia de una lanza.
Hubo asentimientos y comentarios de aprobación. Ayla notó que los Mamutoi rara vez escuchaban en silencio, pues participaban activamente con sus comentarios.
–Ayla es portadora de muchos talentos singulares –continuó Talut–. Es diestra y certera con el lanzavenablos y con su propia arma, la honda. Mamut dice que es una Buscadora, aunque sin adiestrar, y Nezzie piensa que también podría tener el don de la Llamada para los animales. Tal vez no sea así, pero lo que sí es cierto es que puede hacer que los caballos la obedezcan y la permitan montar en ellos. Hasta nos ha enseñado un modo de hablar sin palabras, cosa que nos ayuda a comprender a Rydag. Pero lo más importante, tal vez, es su habilidad para curar. Ya ha salvado la vida a dos niños... ¡Y tiene un remedio maravilloso para el dolor de cabeza!
El último comentario provocó una carcajada general.
–Ambos traen tantas cosas que el Campamento del León, los Mamutoi en general, no podemos perderlos. Les he pedido que permanezcan con nosotros no sólo durante el invierno, sino para siempre. En el nombre de Mut, Madre de todas las cosas... –Talut golpeó firmemente el suelo con el bastón, una sola vez.– pido que se unan a nosotros y que todos los aceptemos como Mamutoi.
Talut hizo una señal a Ayla y a Jondalar, quienes se levantaron para acercarse, con la formalidad de una ceremonia ensayada. Tulie, que esperaba a un lado, se puso junto a su hermano.
–Pido el Báculo Que Habla –dijo. Talut se lo entregó–. Como la Mujer Que Manda del Campamento del León, manifiesto mi acuerdo con lo que ha dicho Talut. Jondalar y Ayla serían valiosos incorporados al Campamento del León y a los Mamutoi –se dirigió al hombre alto y rubio–. Jondalar –dijo, dando tres golpes con el báculo–, Tulie y Barzec han pedido que seas hijo del Hogar del Uro. Hemos hablado por ti. ¿Qué respondes, Jondalar?
Él se acercó y tomó el bastón que Tulie le ofrecía y dio otros tres golpes contra el suelo.
–Soy Jondalar de la Novena Caverna de los Zelandonii, hijo de Marthona, antigua Mujer Que Manda de la Novena Caverna, nacido en el hogar de Dalanar, jefe de los Lanzadonii –como era una ocasión oficial, había decidido dar su nombre y su filiación completa, cosa que provocó sonrisas y gestos de aprobación. Todos aquellos nombres extranjeros daban a la ceremonia un aire exótico e importante–. Esta invitación me honra en sumo grado, pero debo ser justo y decir que tengo graves obligaciones. Algún día debo retornar a los Zelandonii. Debo informar a mi madre de la muerte de mi hermano y que se lo comunique también a Zelandoni, nuestro Mamut, con el fin de que pueda iniciarse la Búsqueda de su espíritu para guiarlo al mundo de los espíritus. Doy gran valor a nuestro parentesco y me siento tan reconfortado por esta amistad que no deseo partir. Deseo estar con vosotros, amigos y parientes, todo el tiempo que pueda.
Jondalar devolvió el bastón a Tulie.
–Nos entristece que no puedas unirte a nuestro hogar, Jondalar, pero comprendemos tus obligaciones. Tienes nuestro respeto. Puesto que estamos emparentados por intermedio de tu hermano, compañero de Tholie, nos harás felices quedándote todo el tiempo que desees –dijo Tulie, y pasó el bastón a Talut.
–Ayla –dijo, dando tres golpes contra el suelo–, Nezzie y yo queremos adoptarte como hija del Hogar del León. Hemos hablado en tu favor. ¿Qué respondes?
Ayla tomó el bastón y golpeó tres veces.
–Soy Ayla. No tengo pueblo alguno. Es un honor y un placer que me invitéis a convertirme en una de los vuestros. Me sentiría orgullosa de ser Ayla de los Mamutoi –dijo, pronunciando el discurso que había ensayado muchas veces.
Talut volvió a tomar el bastón y dio cuatro golpes.
–Si no hay objeciones, daré por cerrada esta reunión extraordinaria.
–Pido el Báculo Que Habla –dijo una voz entre el público.
Todo el mundo levantó la vista, sorprendidos de ver a Frebec, que tomaba el bastón de manos del jefe para golpear tres veces el suelo.
–No estoy de acuerdo. No quiero a Ayla –dijo.
Los moradores del Campamento del León enmudecieron. Luego hubo un murmullo de escandalizada sorpresa. El jefe había apoyado a Ayla, con pleno acuerdo de la jefa. Aunque todos conocían lo que Frebec pensaba de la extranjera, nadie parecía compartir su opinión. Más aún: el Hogar de la Cigüeña no estaba en condiciones de oponerse, pues habían sido aceptados por el Campamento del León poco tiempo antes, después de haber sido rechazados por muchos otros, gracias a la defensa de Nezzie y Talut. El Hogar de la Cigüeña había gozado, en otros tiempos, de un alto rango, y en algunos otros Campamentos se habían manifestado dispuestos a apoyarlos; pero en todos hubo desacuerdos, y los desacuerdos no podían existir. Todos tenían que estar de acuerdo. Dado el apoyo de los jefes, aquella oposición por parte de Frebec parecía una ingratitud. Nadie se esperaba aquello, y Talut menos aún que nadie.
La conmoción se calmó rápidamente cuando Talut tomó el bastón y lo sacudió en alto, invocando su poder.
–Frebec tiene el Báculo. Dejémosle hablar –pidió, devolviéndole la vara de marfil.
Frebec golpeó el suelo tres veces y continuó:
–No quiero a Ayla porque no creo que haya aportado lo suficiente para hacer de ella una Mamutoi –hubo un murmullo de objeciones, sobre todo después de las alabanzas de Talut, pero no bastó para interrumpir al orador–. ¿A cualquier desconocido que venga de visita se le invita a convertirse en Mamutoi?
Pese a la autoridad representada por el bastón, a los del Campamento les costaba dejar hablar.
–¿Cómo que no tiene nada que aportar? –protestó Deegie con rabia–. ¿Qué me dices de su habilidad como cazadora?
Su madre, la Mujer Que Manda, no había aceptado a Ayla de buenas a primeras, sino después de cautelosas consideraciones. ¿Cómo era posible que Frebec se opusiera?
–¿Qué importancia tiene que cace? –objetó Frebec–. No es ésa una razón suficiente. ¿Vamos a convertir en uno de nosotros a todo recién llegado que sepa cazar? De cualquier modo, no va a cazar por mucho tiempo. Sólo hasta que tenga hijos.
–¡Tener hijos es lo más importante! Eso le dará más prestigio aún –estalló Deegie.
–¿Crees que no lo sé? Pero ni siquiera sabemos si puede tener hijos. Y si no los tiene, de poco valdrá. Pero aquí no se habla de tener hijos, sino de cazar. El solo hecho de que cace no es razón suficiente para hacer de ella una Mamutoi –insistió Frebec.
Mamut miró a Frebec con cierta sorpresa. Aunque estaba en total desacuerdo con él, debía reconocer que el argumento era inteligente: lo malo era que estaba mal orientado.
–¿Y qué me dices del lanzavenablos? No negarás que es un arma de gran valor, y ella lo maneja con mucha habilidad. Ya está enseñando a otros a usarla –dijo Tornec.
–No fue ella quien la trajo, sino Jondalar, y él no va a unirse a nosotros.
Danug alzó la voz.
–Podría ser una Buscadora y hasta una Llamadora. Hace que los caballos la obedezcan. Hasta cabalga en uno.
–Los caballos fueron hechos para alimentarnos. La Madre nos los dio para que los cazáramos, no para que viviéramos con ellos. Ni siquiera estoy seguro de que sea correcto montarlos. Y nadie sabe con certeza quién es Ayla. Puede que sea Buscadora o tal vez Llamadora. Podría ser la Madre misma venida a la Tierra, pero podría no serlo. ¿Desde cuándo el «podría ser» se considera motivo para adoptar a alguien?
Nadie pudo rebatir esta objeción. Frebec comenzaba a crecerse con la atención que estaba concentrando.
Mamut le observaba con cierta sorpresa. El chamán estaba en desacuerdo con él, pero tenía que reconocer que los argumentos de Frebec eran hábiles. Era una pena que hiciera tan mal uso de su celo.
–Ayla ha enseñado a Rydag a hablar, cosa que nadie pudo hacer antes –gritó Nezzie, participando en el debate.
–¡Hablar! –se burló él–. Si quieres puedes decir que ese montón de gestos es «hablar». Yo no. No se me ocurre nada más inútil que hacer señales estúpidas a un cabeza chata. Esto no es tampoco motivo para aceptarla. Antes bien, para rechazarla.
–Y a pesar de las pruebas evidentes, supongo que tampoco la consideras curandera –comentó Ranec–. Te darás cuenta, supongo, de que si expulsas a Ayla bien puedes lamentarlo cuando Fralie dé a luz y no haya quien la ayude.
Ranec siempre había sido una anomalía para Frebec. A pesar de su alto rango y su renombre como tallista, él no sabía cómo considerar a ese hombre de piel oscura y no se sentía cómodo a su vera. Tenía la sensación de que Ranec le trataba con desdén, y se burlaba de él, cuando empleaba ese tono irónico y sutil. Eso no le gustaba. Además, probablemente su piel oscura era una anormalidad.