—Mucho —repitió Korotkov anonadado.
No tiene el menor sentido… Una versión ingeniosa, que se tendría que comprobar sin falta si no se tratara de Nastia.
Apartó la vista de la lista de los testigos.
—¿Dónde trabaja Kaménskaya?
—Ahí lo pone. Lo mismo que usted, en la DGI de Moscú.
—¿Dónde exactamente, en qué división? —insistió Korotkov.
Andrei hojeó la libreta haciendo ostensibles esfuerzos por recordar algo.
—No me acuerdo —tartajeó por fin.
—¿No se acuerda o no sabe? —La paciencia de Yura se había agotado.
Golovín permaneció en silencio, cejijunto, tratando de comprender por qué narices ese fortachón bajito de la Policía Criminal de Moscú la tomaba con él.
—Si me permite, comandante, no veo qué más da. Quizá Kaménskaya trabaja en la secretaría o en el grupo de estadísticas pero para nosotros es una testigo más.
—¿Ha mirado su documentación o ha anotado su lugar de trabajo porque ella así se lo dijo?
—Porque me lo dijo. Me mostró su pasaporte, allí el lugar de trabajo no se consigna.
—Y usted fue tan confiado que no deseó echarle un vistazo a su identificación. ¿Es así?
—Escuche, Yura, llegué al lugar de los hechos a las cuatro de la madrugada, antes de esto había estado de guardia veinticuatro horas y en vez de cambiarme e ir a dormir tuve que hablar con la gente del balneario hasta la cena. Cierto, no creí necesario pedirle identificación porque hubiera sido una pérdida de tiempo inútil. En todo caso, si se llega a sospechar de Kaménskaya, se harán averiguaciones en su lugar de trabajo. Mientras para nosotros no sea sospechosa de nada en concreto, es libre de darnos el lugar de trabajo que se le antoje, esto no influye para nada en su condición de testigo. Ni tampoco en la forma de valorar sus declaraciones. El juez de instrucción habló con ella al día siguiente, es muy probable que le pidiera su documentación y si algo le hubiera llamado la atención, nos lo habría hecho saber de inmediato. ¿Tengo razón o no?
—No, Andrei, no la tiene. Voy a decirle ahora algunas cosas desagradables, por lo que propongo que nos tuteemos.
—No veo relación —replicó Golovín frunciendo el ceño.
—Para que te resulte más fácil contestarme, ¿vale? Escucha, pues, Kaménskaya no trabaja ni en la secretaría ni en el grupo de estadísticas. Anastasia es funcionaria de la policía criminal, tiene mucha experiencia, está altamente calificada y trabaja en el mismo departamento que yo. Es una suerte asombrosa, excepcional, que estuviera en el balneario en días anteriores al crimen. Es muy observadora, pudo haber visto una cantidad de cosas interesantes pero lo más importante es que pudo haber sacado conclusiones aún más interesantes. Me niego a creer que no haya intentado compartir esta información con vosotros. Confiésalo, Andrei, ¿te ha ofrecido su ayuda?
—Bueno. Dijo que le gustaría ser útil… Algo así.
—¿Y tú qué le has contestado? ¿Le has dado las gracias?
—No.
—¿Ni siquiera le has dado las gracias? Eres un cretino, hermanito. ¿Crees que se ha enfadado?
—Pues no me fijé. Pero el rostro se le puso, no sé, como rígido, de esto sí me acuerdo.
—Malo. Pero hay una esperanza. Si no se animó a decirte que trabajaba en la policía criminal, podemos suponer que tampoco quiso contárselo a los demás. Entonces, es posible intentar utilizarla. ¿Tienes el plano de su planta?
Yura estudió con atención el plano. Había algo que le pareció extraño.
—¿La habitación quinientos trece es doble?
Andrei se agachó para ver el plano.
—Parece ser que sí. Aquí, ¿lo ve? La habitación tiene una superficie mayor que la de la derecha pero es igual a la que está a la izquierda. En El Valle las habitaciones van por parejas simétricas: dos dobles, dos sencillas.
—¿Quién más vive en la habitación de Kaménskaya?
—Está sola, no comparte la habitación con nadie.
—¿Quiénes son sus vecinos a la derecha y a la izquierda?
—A la derecha vive una viejecita simpatiquísima, la profesora más veterana de nuestra academia de música, Walter Reguina Arkádievna. A la izquierda, un matrimonio de Kramatorsk, el marido es ingeniero jefe de una fábrica, la mujer, contable.
—Difícilmente Nastia tendrá amistad con el matrimonio de Kramatorsk —dijo Korotkov pensativo—. La ancianita, la profesora de música, es una compañía más adecuada para nuestra Kaménskaya. Le pediremos que me presente a Anastasia.
Reguina Arkádievna abrió nada más oír que llamaban a la puerta y saludó a los recién llegados con una cálida sonrisa.
—Buenos días, Reguina Arkádievna, ¿se acuerda de mí? Soy Golovín, hemos charlado hace unos días.
—Buenos días, bonito, desde luego que me acuerdo de usted. Y éste —señaló con la cabeza a Korotkov—, ¿será su colega?
—Absolutamente cierto. Me llamo Yura y también trabajo en la policía criminal. Reguina Arkádievna, queremos pedirle un favor un poco insólito y sumamente delicado. Comprenderá que estamos investigando un asesinato, es un asunto grave, y necesitamos contar con su ayuda.
—¡Dios mío! —se rió la anciana—. Qué prólogo más largo, ni que fueran a pedirme dinero.
—Vamos a pedirle que le presente a Yura a su vecina.
Reguina Arkádievna no pudo disimular su asombro.
—¿A Nástenka? Pero ¿a qué vienen tantas complicaciones? Nastia es una criatura encantadora, muy dulce, muy cariñosa. Pueden llamar a su puerta tranquilamente, no los va a echar. ¿Para qué necesitan mi ayuda?
—Ya se lo he dicho, Reguina Arkádievna, se trata de un asunto delicado. Quisiéramos evitar que su vecina, Kaménskaya, se enterara de que Yura trabaja para la policía. Para eso necesitamos una tapadera y le rogamos que asuma este papel. Que presente a Yura como alumno o familiar suyo. Como quien le parezca, menos como policía.
La mujer se sentó pesadamente apoyándose en el bastón y fijó la mirada primero en Korotkov, luego en Golovín.
—Si he entendido bien, ¿sospechan de Nastia? Porque si no, ¿a qué viene semejante mascarada?
—Reguina Arkádievna, querida —Andrei juntó las manos en gesto de súplica—, no me tire de la lengua, no me haga contarle secretos profesionales. Perdería todo respeto a mí mismo. Si no quiere ayudarnos, le rogaré que olvide nuestra visita y buscaré a alguien más a quien pueda pedir este favor. Aunque, si quiere que le diga la verdad, su negativa nos complicará mucho las cosas. Sería una tapadera ideal para Yura, usted tiene tratos con Kaménskaya, los intereses profesionales de las dos no se cruzan, usted es música, ella, traductora, de manera que su pequeña mentira nunca saldrá a la luz. Pero sería de gran ayuda para la instrucción del caso.
—Está bien, haré como dice. Pero me coloca usted en una situación enormemente difícil. Mi vecina me cae muy bien, le diré más, es una mujer maravillosa, inteligente, con buenos estudios. Quizá no lo sepa, domina a la perfección cinco idiomas europeos. Es una persona digna en todos los aspectos. Si tiene motivos para desconfiar de ella, es asunto suyo. Al fin y al cabo, forma parte de su trabajo. Pero yo carezco de tales motivos. Y engañarla me resultará muy, pero que muy duro. Ya tengo sesenta y siete años, queridos míos, a esta edad se precisan razones de mucho peso para engañar a alguien dos veces más joven. Póngase en mi lugar: le presento a Nástenka, sus relaciones siguen un curso u otro, usted le explica no sé qué historias, y luego ella viene aquí y se pone a hablarme de un supuesto alumno mío, me habla de lo que le había contado de su vida y también de si le ha gustado o no. En principio, es muy considerada y si usted no le cae bien, no lo dirá en voz alta. Pero ¿cuál será mi papel? ¿Escuchar y decir amén a cada mentira podrida? ¿Y sentirme una sabandija de lo más ruin? Como ya les he dicho, no me niego. Pero quiero que tengan una idea clara sobre lo que me piden. Usted puede irse, Andrei, ya no le necesitamos. Ahora Yura y yo vamos a inventar la puesta en escena.
Nastia mantuvo su palabra y, tal como le había prometido al médico, dedicó la mañana a recorrer todas las salas de tratamientos indicadas en su libreta del balneario: barros, masaje, piscina y ahora, después de comer, se disponía a dar un paseo. La puerta que comunicaba el balcón con la habitación de la vecina estaba entornada, y Nastia oyó un murmullo de voces. Mientras se calzaba las zapatillas deportivas y se enrollaba en el cuello una larga bufanda blanca, un hombre salió al balcón y dijo en voz alta, dirigiéndose a Reguina Arkádievna:
—Vale, vale, tía Rina, no se ponga gruñona, fumaré en el balcón. ¡Huy, aquí hace un frío que pela! Usted no es una tía sino un monstruo, quiere mandar al otro barrio a su único sobrino.
Nastia, la cazadora en la mano, se quedó de piedra. ¡Yuri! ¡Yura Korotkov estaba aquí! ¡Ay, Buñuelo de mi alma! ¿Qué ardid estaría urdiendo? Y ella, ¿qué tenía que hacer? ¿Esperar a que Yura se diese a conocer bajo su nuevo disfraz o dar el primer paso haciéndose la encontradiza?
Nastia decidió esperar. Interpretó la aparición de Yura en el balcón no como una invitación sino como un aviso para que, llegado el momento, ella, Nastia, supiese dominar la expresión de su cara. Y si tenía que esperar, sería una espera en toda regla, pensó Nastia y, disciplinada, fue a pasear.
El encontronazo tuvo lugar poco antes de la cena, después de que Nastia había paseado y trabajado a su gusto. Yura Korotkov le fue presentado como sobrino de Reguina Arkádievna. Nastia afectó un solemne aburrimiento y ganas de volver cuanto antes a su habitación.
—¿Puedo invitarla a dar una vuelta después de cenar? —preguntó el sobrino Yura, galante.
—Gracias —contestó Nastia con voz opaca—, hoy ya he estado de paseo.
—¿Y a bailar? ¿Baila usted? —volvió a la carga el pesado del sobrino.
No bailo. Pero sé bailar todo lo que se baila hoy en día. La verdad es que hacerlo no me proporciona el menor placer y me cansa lo indecible, como cansa todo fingimiento, sin embargo, si viene al caso, puedo forzar mi cuerpo para que represente la danza. Pero yo, lo que soy yo, Nastia Kaménskaya, no bailo.
Entonces la suerte sonrió a Nastia. Sin llamar a la puerta, entró Damir a la habitación de Reguina.
—¿Molesto? —dirigió la mirada interrogativa a la profesora y luego a Nastia, ignorando ostensiblemente a Yura.
—Claro que sí, Yura, con mucho gusto iré a bailar con usted —dijo Nastia alegremente—. Sabe qué le digo, vamos a mi habitación, en vez de cenar nos tomamos un café y luego iremos a bailar. Dejemos que Reguina Arkádievna y Damir Lutfirajmanovich hablen tranquilamente.
Reguina Arkádievna y Damir no tuvieron tiempo ni para abrir la boca cuando Nastia, con una sonrisa pícara en los labios, cogió a Korotkov del brazo y salió. Su oído captó las palabras que llegaron tras la puerta:
—Que te sirva de lección, Damir. No sabes mimar a mujeres que merecen la pena. Te las quitan debajo de tus propias narices.
Una vez en la habitación, Nastia empujó a Korotkov hacia el cuarto de baño y allí dentro dio por fin rienda suelta a unas carcajadas histéricas, la cara apretada contra el grueso jersey del hombre. Se calmó y regresaron a la habitación. Nastia enchufó el infiernillo y preguntó en susurro:
—¿Hablamos ahora o lo dejamos hasta el baile?
—Será mejor esperar hasta el baile —contestó Yura también en voz baja—. Ahora nos curramos el folio a beneficio de las antenas. Tu vecina tiene abierta la puerta del balcón, así que, venga, háblame de la novela que estás traduciendo. Con pelos y señales, y con comentarios. Para que nos hagamos unas risas.
El tiempo pasaba tan despacio que Nastia tuvo ganas de bajar al vestíbulo y adelantar las agujas del reloj para que el baile empezase antes. Sólo tenían que aguardar una hora y pico pero ¡qué dura podía resultar la espera a veces!
Al final se encontraron en medio de la pista de baile, donde, abrazados, apenas movieron los pies, felicitándose por la estridente música que en otras circunstancias les habría resultado irritante pero hoy era su ángel custodio. Mejilla contra mejilla, los labios rozando la oreja del compañero, Nastia Kaménskaya y Yura Korotkov mantenían su conversación:
—Suerte que ha venido Damir. De otra forma hubiera tenido que decir que tampoco iría a bailar contigo.
—¿Por qué? ¿Estás protegiendo tu reputación?
—A grandes rasgos, así es. Primero, en toda la semana no he ido al baile ni una sola vez, y parecería cuando menos extraño si te dijera que sí. Segundo, se supone que he tenido una historia con Damir y que él me ha dejado en la estacada. Por eso ando tan alicaída y no reacciono a tus galanteos. No quiero ir a dar una vuelta, no quiero ir al cine, ni a bailar… Pues en buena hora ha aparecido Damir, entra él, y de golpe me entran las ganas de ir a bailar. Nos ha venido que ni pintado.
—Bueno, pero ¿y si ese Damir tuyo no se hubiera presentado?
—Habría pensado algo sobre la marcha. Por supuesto, no habría aceptado ir a bailar pero te habrías puesto pesado, habrías empezado a tentarme… ¿Verdad que lo habrías hecho? Y yo habría cedido. Ahora, explícame qué significa todo esto.
Hablaron casi una hora, callándose sólo cuando dejaba de sonar la música. Luego fueron al bar. Evidentemente, Nastia preferiría salir fuera, al parque, pero entonces habría tenido que subir a buscar la cazadora y la bufanda, y esto la habría expuesto a un posible encuentro con Reguina Arkádievna, algo que Nastia no estaba preparada para afrontar todavía.
Yura no acababa de creer que Nastia estuviera hablando en serio.
—Compréndelo, Yura, no quiero tratos con esa gente. No los quiero, y ya está. Mejor será que lo dejemos.
—Pero, Asia, qué tontería es ésta. Cómo puedes ser tan niña —se desconcertaba Korotkov—. Una mujer adulta, inteligente como tú no puede enfadarse con sus compañeros. No te han hablado con el debido respeto, ¿y qué? ¿Es que piensas pegarte un tiro por eso?
—Pegarme un tiro no —Nastia esbozó una tenue sonrisa—, será suficiente con no tener nada que ver con ellos. Cosa que estoy haciendo. No se trata sólo de que no me hayan hablado «con el debido respeto». Me han echado como si fuera una mendiga que se planta con la mano tendida delante de un suntuoso palacio y da la lata con su cantinela.
—Asenka, ya se han dado cuenta, ya han tomado conciencia de todo y están dispuestos a aceptar tu colaboración. ¿Cómo podían saber que trabajabas en el departamento de Gordéyev?
—Pero si ni tenían el menor deseo de saberlo. Viven bajo el lema «Todas las tías son unas bobas», es el principio determinante y la directriz de su existencia. Son buenas personas y especialistas competentes. Pero la gente que vive bajo este lema me resulta desagradable. Me da asco. Que tengan una vida larga y feliz, que Dios les dé salud y todo lo que deseen pero no me obligues a trabajar con ellos. No voy a ayudarlos.