—Nastia, ¿qué pretendes? ¿Que el propio jefe de la DI se ponga a tus pies? ¿Entonces dirás que sí?
—Ni por ésas —sonrió traviesamente—. Llegan tarde. Si hoy mismo, antes de aparecer tú, hubieran venido y me hubieran hablado como habla la gente normal, todo habría sido diferente. ¿Crees que no he intentado hacer la vista gorda? ¿Crees que no les he buscado excusas? Desde el principio, a partir del momento en que faltaron a lo que le habían prometido al Buñuelo y no fueron a esperarme a la estación.
—Pero la habitación sí te la dieron, tal como habían dicho.
—¿Qué? No me dieron ni los buenos días. Tuve que suplicar y humillarme.
—Pero si tienes una habitación grande para ti sola —se extrañó Yura.
—Unté una mano —contestó Nastia con llaneza—. Así que escucha, he tratado de pensar toda clase de disculpas, las imaginables y las inimaginables, tanto para tu amigo Golovín como para el juez de instrucción, me he estado aguantando todo lo que he podido, y luego me dije ¿para qué? Creen que se sobran y se bastan, ¿para qué me meto donde no me llaman?, ¿qué falta les hace la ayuda de una fémina? Si me necesitan, vendrán solos. Entonces no les pondré mala cara, no me verán amostazada, no les daré el espectáculo de la inocencia pisoteada. Si me lo piden, les ayudaré.
—¡Pero si te lo están pidiendo! ¿A qué viene enfurruñarte ahora?
—No, Korotkov, no son ellos los que piden. Me lo pides tú. Ellos ni tan siquiera han creído conveniente despegar el trasero de la silla y venir a hablar conmigo como Dios manda. No ya a disculparse, ¡sólo a hablar! Qué va, nunca se rebajarán a pedir ayuda a una tía. En cambio, a ti, Yura, no te diré que no. Puedes estar completamente seguro. Pero ten en cuenta una cosa, en cuanto remates tu versión de los hechos y te marches, no les dirigiré la palabra. Creo que será mejor que se lo adviertas de antemano, para evitar malentendidos. Y oye, cógeme de la mano, hazme el favor, nuestra conversación está siendo demasiado tensa, vistos desde fuera parecemos más bien oponentes científicos.
Damir tardó en comprender de qué le estaba hablando el Gatito.
—Tienes que seguir trabajándote a Kaménskaya. Dedícale todo el tiempo que puedas.
—Pero si es peligroso. Escucha, la policía criminal se está interesando por ella, acabo de enterarme por pura casualidad. Sospechan de ella, la están vigilando. Si me pongo en medio, también querrán investigarme a mí. ¡Me haces daño! —Damir arrugó la nariz con afectada displicencia.
El Gatito, que con hábiles movimientos le estaba dando masaje en los pies, sonrió satisfecho. Hacerle daño era justamente lo que quería.
—Aguanta, no eres un niño —respondió, no obstante, con tono cariñoso—. Para ellos puede ser sospechosa de cualquier cosa: de robo, de estafa, de prostitución, de traficar con drogas. Entre otras cosas, puede ser sospechosa de lo mismo de lo que deberíamos serles sospechosos nosotros. ¿Te das cuenta? Es una oportunidad que no podemos dejar escapar. Tal vez no sirva de nada. Tal vez sí. Si el poli está vigilando a tu damisela porque sospecha que tiene que ver con los sucesos de este verano y los de ahora, se nos brinda una posibilidad real de conocer qué dirección sigue la encuesta, de qué datos disponen. ¿Has caído? Bastará con preguntárselo a ella para que te lo cuente con todos los detalles.
—No sé si voy a poder, Gatito. No tengo por dónde agarrarla. No le intereso para nada —se lamentó Ismaílov.
—¿Cómo es eso? —El Gatito interrumpió los acompasados movimientos circulares de las manos y se irguió—. ¿Es que no habéis…?
—Éste es el problema. No. Tengo la sensación de que me está tomando el pelo. Mira, me lo consiente todo, no va de estrecha, nada de eso, pero hay algo que me estorba. No alcanzo a comprender qué es, pero me estorba.
—A lo mejor te estaba tomando el pelo mientras creía que llevaba la batuta. Pero ahora que la policía está tan encima de ella, no se le ocurrirá tomarle el pelo a nadie. Ahora empezará a valorar el interés y la compasión de un amigo, ya lo verás. ¡No te arrugues, Damir! Date la vuelta, vamos a hacer la espalda.
Eduard Petróvich cortó con un movimiento preciso un trozo de carne, lo empapó de la salsa y se lo introdujo en la boca. Sus comensales —el jefe de la inteligencia Starkov, el del contraespionaje Krivenko y el funcionario de la DI de la Ciudad— estaban masticando ensimismadamente. La carne estaba exquisitamente preparada, la salsa era deliciosa, la verdura, fresca, el vino, de reserva. Los platos más importantes, la carne y el pescado, los preparaba siempre el propio Denísov y lo hacía con amor, fruición y una profesionalidad envidiable. Todo lo demás corría a cargo de Alán, antiguo chef de un gran restaurante, conocedor de los secretos de la gastronomía y poco menos que miembro de la familia: Alán vivía en casa de Denísov, donde ocupaba uno de los innumerables aposentos obtenidos tras unir cinco viviendas de la misma planta.
Después del plato fuerte, Alán sirvió café y té en el despacho de Denísov y se puso a recoger en el comedor. Los cuatro hombres se levantaron sin prisas y se trasladaron al despacho. En torno a la taza de té procedieron a discutir los asuntos que los habían reunido allí.
—Empezaré por la tercera cuestión, ya que en mi criterio allí puede estar el eje de las otras dos —habló el hombre de las gafas.
Denísov mostró su conformidad con un gesto de cabeza.
—Anastasia Pávlovna Kaménskaya, que se aloja en la habitación quinientos trece del balneario El Valle, es funcionaria de la policía criminal de Moscú. Llegó al sanatorio para descansar y seguir un tratamiento, fuera de esto no tiene ninguna misión encomendada. Goza de gran estima por parte de sus compañeros de Moscú, que destacan su gran inteligencia, un modo de pensar nada convencional y un alto nivel de capacidad analítica. Kaménskaya es muy observadora y ha podido sacar conclusiones de peso a partir de varios pormenores con los que se ha ido encontrando a lo largo de su estancia en el balneario. Pero todo esto ha caído en saco roto, ya que mis colegas no han sabido entablar diálogo con ella. Kaménskaya les ha ofrecido su ayuda en la investigación del asesinato pero su ofrecimiento fue rechazado. Hoy se puede afirmar con toda rotundidad que está enfadada, se niega tajantemente a colaborar con nuestros inspectores. Es todo lo que puedo decir sobre la tercera cuestión.
—Pase a la segunda. ¿Qué hace falta para cerrar el caso del asesinato de El Valle?
—He consultado la opinión del juez de instrucción que ha incoado la causa. Ha convenido conmigo en que la Ciudad no tiene necesidad alguna de contar con un homicidio sin resolver más, su número empieza a ser excesivo. Las hipótesis prioritarias son el encargo hecho desde Moscú y el móvil del dinero. Para ahondar en la versión del encargo, la policía criminal de Moscú ha delegado al comandante Korotkov, quien permanecerá aquí hasta que dicha hipótesis quede confirmada o descartada, en otras palabras, hasta que el asesinato esté resuelto. Ese comandante no nos hace aquí ninguna falta, por lo que hemos decidido crear y llevar a la práctica nuestra propia versión del asesinato de Alferov y resolver el crimen a partir de indicios formales a la mayor brevedad. Para lo cual necesitamos esto —tendió a Denísov varias hojas manuscritas grapadas—. Ahora, la primera cuestión: cómo esclarecer qué está pasando en El Valle y quién mató a Alferov en realidad. Es algo que está fuera de nuestras posibilidades. Le propongo, Eduard Petróvich, considerar la oportunidad de utilizar con este fin a Kaménskaya.
—Bueno, creo que la idea promete. Vamos a discutirla.
Dicho lo cual, Eduard Petróvich Denísov miró a Starkov y a Krivenko con una amplia sonrisa, invitándoles a tomar parte en la conversación, y se sirvió una segunda taza de té, pues evitaba tomar café por la tarde.
El plan de Korotkov era sencillo y, como aseguró, multifuncional. Al convertir a Nastia en sospechosa por la que se estaba interesando la policía criminal de Moscú, además, de forma sigilosa y, por si fuera poco, justo después de perpetrarse el asesinato de un moscovita, Alferov, se proponía despistar por completo a los criminales siempre que, claro estaba, se encontrasen allí todavía. Yura confiaba en que los involucrados en el asesinato intentasen acercarse a Nastia para disponer de información de primera mano sobre el curso que seguía la investigación, qué pruebas incriminatorias había conseguido la policía, qué hipótesis barajaba. Si el plan funcionaba, se podría intentar utilizar a Kaménskaya como fuente de desinformación. El tercer objetivo perseguido por Yura consistía en crear una buena tapadera tanto para Nastia como para sí mismo. Nastia era un personaje confuso, que había atraído sobre sí ciertas sospechas y, por ende, no podía ser funcionaria de policía. Si algún rumor se hubiera filtrado, a estas alturas todos habrían dado por sentado que se trataba de un error. En cuanto a él mismo, el comandante Korotkov de la policía criminal de Moscú, su manifiesto interés por Anastasia Kaménskaya iba a camuflar las verdaderas intenciones de los dos.
La hipótesis de asesinato por encargo incluía dos versiones. La primera: Alferov fue asesinado por la gente de su misma cuadrilla en cumplimiento de una orden del propio director general de la empresa Nord Trade Limited, ya que el conductor había llegado a saber demasiadas cosas que no le correspondía saber y alguna de las cuales lo había convertido en peligroso. La segunda: el asesinato del chofer tenía por objetivo intimidar al director general, una advertencia hecha por la competencia o algún chantajista. Korotkov había traído de Moscú una descripción pormenorizada de los probables ejecutores del encargo, quienes, a su entender, tratarían de establecer relaciones con Nastia. El cebo debía funcionar incluso si el motivo del asesinato fuera otro, siempre que el asesino continuara en la Ciudad. A decir verdad, todo el plan podía venirse abajo como un castillo de naipes si la anciana vecina se tomaba su colaboración demasiado a pecho y mantenía la boca cerrada. Entonces nadie se enteraría de que la policía estaba vigilando en secreto a Nastia. Era simplemente inadmisible. Nastia y Korotkov se devanaban los sesos buscando un modo de tentar a Reguina Arkádievna a irse de la lengua y así revelar el secreto aunque sólo fuera a una persona.
—¿Y si no nos metemos en camisa de once varas y se lo pedimos sin más? —propuso Yura.
—Imposible. Te olvidas de su alumno favorito, Ismaílov. A éste se lo contará seguro, piensa que no es una espía sino una anciana normal dotada de sentimientos humanos normales. No se lo va a callar. No, tendremos que utilizar a Reguina sin ponerla al corriente de nada. Que crea también Ismaílov que soy una traductora con un pasado turbio.
Por la mañana la enfermera de la sala de tratamientos fue a la habitación de Reguina Arkádievna para cambiarle el apósito en la pierna, que había vuelto a inflamarse. Mientras sus manos curaban ágilmente la zona afectada, observó como de pasada:
—Qué hombre tan majo vino a verla ayer. Por cierto, luego estuvo hasta las tantas charlando con su vecina de la quinientos trece.
—Es mi sobrino —contestó Reguina Arkádievna sin inmutarse luchando por reprimir un mohín de dolor.
—¿Qué me dice? —La enfermera levantó sobre la anciana los ojos llenos de sorpresa—. ¡Quién iba a pensar que tuviera un sobrino! Hace tanto tiempo que viene aquí y siempre nos ha dicho que está más sola que un hongo. Pues mire por dónde, ahora veo que lo que le ocurre, Reguina Arkádievna, no es que no tenga a nadie sino que tiene secretos. —La joven soltó una risita—. Venga, confiéselo, ¿es su admirador secreto? ¿O un hijo de soltera? ¡Ay, ay, ay, vaya con Reguina Arkádievna!
La mujer mayor no pudo contener la sonrisa.
—¿Qué pasa, Lénochka, le ha gustado? ¿Quiere que se lo presente?
—¿Es soltero?
—No lo sé —respondió Reguina Arkádievna, y se cortó de pronto.
—¿Cómo es eso? Se trata de su sobrino y ¿no lo sabe? Huy, aquí hay gato encerrado.
La joven colocó con cuidado el apósito y empezó a vendar la pierna dolorida.
—Ay, ya estoy demasiado mayor para jugar a estos juegos —suspiró la anciana—. Lénochka, voy a decirle la verdad pero debe prometerme que no me delatará. ¿Prometido?
—¡Prometido! —Lénochka puso los ojos como platos.
—Es de la policía —susurró Reguina Arkádievna—. Ha venido por lo del asesinato… ¿Comprende? Pero que no se entere mi vecina. Le hemos dicho que es pariente mío.
—Qué interesante —balbuceó la muchacha sin ocultar su decepción—. Entonces, no es mi rollo. Todos los policías son aburridos y están casados. Si estuviera soltero, tal vez me lo pensaría. Bueno, ya está, Reguina Arkádievna, ya he terminado. Esta noche está de guardia Támara, pasará a cambiarle el vendaje antes de que usted vaya a acostarse. Procure no caminar demasiado.
—Gracias, bonita.
Reguina Arkádievna alargó la mano hacia el frutero y escogió una granada, gorda y roja.
—Tómela, Lénochka, déme este gusto. Para mi presión las granadas son un riesgo. Pero cómo voy a decir que no las quiero a los que me las traen.
—Tome, para usted —Lena tendió a Korotkov la granada, tan honradamente ganada—. No me gustan. Hubiera hecho mejor en regalarme una manzana. Nuestra Reguina no sabe guardar secretos. Me lo ha contado todo, que Dios la confunda.
—¿Y tú sabes quién soy? —preguntó Yura sonriendo con picardía—. ¿Puedo confiar en ti? Lena, te compraré tres kilos de manzanas, no, cinco kilos, si no me fallas. Pero tampoco te pases, ¿vale?
La cafetería tenía buena calefacción, un ambiente acogedor y unos precios espantosamente altos. Nastia echó una ojeada a la carta y se quedó literalmente sin habla.
—Estos precios me han quitado apetito —confesó.
—Tonterías —replicó Damir haciendo señas al camarero—. Tienes otro motivo para estar desganada. ¿Te pido la sopa juliana?
—Sí. ¿A qué otro motivo te refieres?
Damir no tuvo tiempo de responder, el camarero ya estaba a su lado. Después de anotar lo que iban a tomar empezó a traerles pan, bebidas, aperitivos. Nastia se armó de paciencia y calló esperando retomar la conversación.
—No me has contestado. ¿Qué motivo tengo para sentirme preocupada?
—Tu nuevo novio —dejó caer Damir como al desgaire, sirviéndole la carne fría y las verduras cortadas.
—¿Por qué? ¿Estás celoso? —inquirió Nastia con aire de inocencia.
—No lo sabes tú bien. A mí me rechazas con desdén y luego te lías con un policía. Un criterio de selección asombroso tratándose de una sensibilidad tan fina como la tuya. ¡Nunca lo hubiese dicho!