Los señores de la estepa (41 page)

El cuerpo del dragón resplandecía, aunque no había ninguna luz, y sus escamas brillaban con colores iridiscentes. El espíritu era colosal y, pese a ello, se movía con una gracia etérea. Su aspecto parecía sólido, pero flotaba sin peso. Para Koja resultaba un ser absolutamente real, a pesar de que esto era imposible.

¿Por qué me has llamado?
, gritó el espíritu en la mente del sacerdote. Su voz era la del viejo maestro de Koja, y trajo a su memoria las conferencias en la gran sala del templo. Las palabras erizaron las púas de su afeitada cabeza.

—Te llamo en nombre del Ilustre Emperador de los tuiganos, Yamun Kan —respondió Koja con todo el valor de que fue capaz. Su voz no era más que un susurro, aunque esto no parecía molestar al espíritu.

Entonces ha venido
, manifestó la voz, con un interés repentino. Una garra, invisible para todos excepto para Koja, abrió surcos en el suelo delante del sacerdote.

—¿Eres el espíritu que vive debajo de la Muralla del Dragón?

¡Yo soy el espíritu de la Muralla del Dragón!
, rugió la criatura, esta vez con la voz del Khahan.

—¿Sirves a Shou Lung? —preguntó Koja, asustado por el poderío del espíritu.

¡Yo no sirvo a los estúpidos shous!
, vociferó la voz del Khahan en la mente de Koja. El dragón comenzó a moverse de aquí para allá como si luchase contra un enemigo invisible. La amargura y el odio en el tono del espíritu eran inconfundibles. Koja deseó poder escapar.

—¿Estás obligado a obedecerlos? —lo interrogó el lama, tímidamente.

¡Son mis captores!
El sacerdote se acurrucó ante la voz cargada de furia que atacó su mente.
Debo hacer lo que me manden.

—¿Has hablado conmigo; me has pedido que te libere?

Te llamé con la esperanza de que pudieses traer a tu señor. Juntos tenéis que liberarme.
Para la súplica, el dragón empleó la dulce voz de la madre de Koja.

—¿Por qué yo? —inquirió el lama sin alzar el tono—. ¿Por qué no algún otro del campamento tuigano?

Hay alguien más entre los bárbaros que podría haber servido, pequeño sacerdote, pero si bien posee los conocimientos mágicos necesarios, no se puede confiar en ella.
El dragón soltó un gruñido amenazador.
No. No se puede confiar en absoluto.

—¿A quién te refieres, gran espíritu? —dijo Koja, con un poco de desesperación en la voz—. ¿Hablas de la segunda emperatriz, Madre Bayalun?

No te diré quién, pero sé que deberías buscar las respuestas en los cuerpos de los muertos.

—Pero...

Es todo lo que diré de este asunto
, rugió el espíritu.

—¿Por qué no has buscado antes la libertad? —preguntó Koja, tras una breve pausa—. Ha tenido que haber otros.

Desde luego, pequeño sacerdote. Te los mostré. ¿O acaso has olvidado tu sueño?
El espíritu volvió a utilizar la voz del viejo maestro.
Muchos intentaron romper mis ligaduras, pero todos fracasaron. Tú los viste allí. Aquél fue el precio por su fracaso.

El dragón hizo una pausa, y se esfumó un poco ante los ojos de Koja.
Y sus fracasos se añadieron a mi dolor. El diablo shou, que me engañó para encerrarme en la pared, puso una cláusula a mi maldición. Podía llamar a quien quisiese para que me ayudara a escapar. Pero todo aquel que no consiga liberarme para que yo pueda ejercer mi venganza contra los shous tiene derecho a castigarme durante toda la eternidad. En el mundo de los espíritus, permanecen a mi lado y me golpean con sus martillos.

El dragón se estremeció, furioso.
Como ves, pequeño sacerdote, sólo llamo a quienes pueden tener una posibilidad de éxito contra Shou Lung. En caso contrario, sólo ayudaría a aumentar mi tormento.

—¿Cómo te puedo liberar? —interrogó Koja.

Necesito un sacrificio.
Esta vez el espíritu decidió responder con la voz de Goyuk.

—¿Un sacrificio?


¿Qué es lo que ofrece tu señor a su dios? Yo necesito la misma ofrenda
, exigió el espíritu con la voz de Yamun. Su cola golpeó la muralla, su prisión.
No menos, pequeño sacerdote.

De pronto, el dragón volvió a la pared y moldeó su cuerpo a la forma de la piedra. Pero el espíritu no desapareció. Por el contrario, se expandió para ocupar todo el largo de la muralla, más alto que las torres de vigía. Los reflejos de las hogueras bañaron sus escamas a medida que el cuerpo se ondulaba y crecía, hasta que la cabeza y la cola desaparecieron de la vista. Lentamente, las escamas se fundieron en la piedra, y los colores iridiscentes se esfumaron.
Yo soy la Muralla del Dragón
, susurró el espíritu mientras desaparecía.

Poco a poco, Koja volvió al mundo normal. La oscuridad de la noche envolvió al sacerdote, en reemplazo del resplandor sobrenatural del espíritu. Desde lo alto de la muralla llegaban hasta sus oídos, débilmente, las voces de los centinelas shous y el aleteo de sus túnicas sacudidas por el viento helado que soplaba en las almenas.

—¡Lama! —susurró el guía kashik, al ver que Koja se movía por primera vez en media hora. Nervioso, el hombre se acercó al sacerdote.

»¿Estáis bien? —preguntó.

Aturdido, Koja asintió. Se preparó para marchar, y automáticamente tendió una mano para recoger la espada que Yamun le había dado como ofrenda. Había desaparecido. Varios surcos muy largos en el suelo marcaban el sitio donde la había dejado.

Con las mismas precauciones de antes, el grupo se alejó de la Muralla del Dragón. A Koja le pareció que se movían con la lentitud del caracol. Tenía prisa por comunicarle a Yamun lo que había averiguado. Si el Khahan quería liberar al día siguiente al espíritu, tendría que preparar muchas cosas.

Koja y sus acompañantes tardaron casi dos horas en regresar al campamento de Yamun. Faltaba muy poco para el alba, y la actividad era intensa, los jinetes se preparaban para ir a las montañas en busca de la madera necesaria para el ataque. Otros soldados se ocupaban de los preparativos para incinerar a los muertos del día anterior.

Koja se presentó en la yurta real, extenuado. El Khahan lo esperaba despierto, y lo hizo entrar en el acto.

—Sechen, ocúpate de que nadie nos moleste. —El gigante hizo una reverencia, y se llevó a los guardias al exterior. En cuanto estuvieron a solas, Yamun se sentó junto al sacerdote.

»Ahora,
anda
, dime —lo urgió el Khahan ansioso—: ¿qué has averiguado? —Su voz tenía un tono conspirador. La excitación hacía que las cicatrices resaltaran claramente en su curtido rostro.

—Más de lo que esperaba —contestó Koja, casi sin aliento—. Allí hay un espíritu, y hablé con él. Al menos, es lo que creo. —Se masajeó las sienes para aliviar el dolor de cabeza. La fatiga le impedía pensar con claridad.

»En cualquier caso —añadió Koja—, nos comunicamos. Yo tenía razón: podemos liberarlo; quizá no todo, sino una parte. No lo sé. Es muy grande. —A medida que hablaba, crecía el entusiasmo del lama.

—¿Qué? Explícate mejor, sacerdote. No tengo tiempo para acertijos. Falta muy poco para que comience el ataque. —El Khahan se levantó y comenzó a pasearse de arriba abajo; de vez en cuando, descargaba una palmada contra los muslos.

—No sé si podré —se disculpó Koja—. ¿Recordáis la historia acerca de la construcción de la muralla?

Yamun gruñó.

—Ahora no estoy muy seguro de que sea una leyenda —prosiguió el lama—. El espíritu con el que hablé es la Muralla del Dragón. Los shous no levantaron la pared con ladrillos y argamasa comunes. La Muralla del Dragón fue construida con el cuerpo de un espíritu de la tierra. —Koja no dejó de moverse mientras hablaba, para poder seguir con la mirada las idas y venidas del Khahan por el interior de la yurta.

—¿De qué nos sirve todo esto? —preguntó Yamun, impaciente.

—El poder de la muralla proviene del espíritu del dragón. De alguna manera, los constructores encerraron al espíritu en la pared, de forma tal que no pudiese escapar aunque quisiera. Está atrapado en el interior del muro.

—¿Y?

—Al parecer, piensa que vos... y yo somos especiales. En particular, espera conseguir por vuestro intermedio su venganza contra Shou Lung.

—Este espíritu es sabio. Después de todo, conquistaré Shou Lung. —Yamun se rascó la barbilla, mientras consideraba las palabras del espíritu.

El orgullo de Yamun no sorprendió al lama. Sabía que no había poder en el mundo capaz de cambiar la convicción del Khahan.

—Yamun —añadió—, quizá podamos liberarlo, al menos en este sector. En cuanto el espíritu se marche, la Muralla del Dragón no será más que una pared como cualquier otra, tal vez menos. El poder del espíritu es parte de aquello que los constructores utilizaron para edificarla; algo así como el mortero que liga las piedras.

—¿Quieres decir que, si el espíritu se va, podríamos derribar la Muralla del Dragón? —El Khahan intentaba asegurarse de que no se equivocaba en la interpretación de las palabras de Koja.

—Será necesario hacer un sacrificio —contestó el lama.

—¿Qué hará falta?

—Creo que caballos —dijo Koja, recordando lo sucedido en el corral durante la tormenta—. Los mejores. ¿No fue aquél el sacrificio que ofrecisteis a Teylas? —El lama se estremeció con el recuerdo, angustiado por tener que intervenir en el rito. Los sacrificios no formaban parte del culto al Iluminado.

—Los caballos no son un problema —declaró Yamun.

—Hay algo más —prosiguió Koja, más tranquilo—. El espíritu insinuó algo acerca de una mujer de grandes poderes mágicos. Quizá se refería a la segunda emperatriz. El espíritu dijo que no..., no era de fiar. —El lama miró el suelo, en parte por respeto al Khahan y también impulsado por el miedo.

—Jamás confío en ella —afirmó Yamun, sin hacer caso de las preocupaciones del lama.

—No, esta vez es algo más —insistió al sacerdote—. Fue la manera en que lo dijo. Me preocupa que alguien, probablemente Bayalun, planee alguna cosa.

—Si se lo pregunto, me dirá que no es verdad —respondió Yamun, sin detener su paseo.

—Tengo la manera de comprobarlo —ofreció Koja, vacilante—. ¿Recordáis al guardia y al soldado shou que encontraron muertos antes de la batalla?

—Sí, ¿por qué? —preguntó el Khahan, desde el otro lado de la yurta.

—El espíritu dijo algo acerca de buscar la respuesta en los muertos —explicó Koja, al tiempo que se ponía de pie—. Había algo extraño en aquellos cuerpos. Al guardia le cortaron la garganta como si alguien lo hubiese atacado por sorpresa. Si fue así, entonces ¿quién mató al shou? —Sin darse cuenta, Koja se paseaba junto a Yamun.

—Se han visto cosas más extrañas, sacerdote —le advirtió el Khahan. Hizo un alto y apoyó una mano en el poste central de la tienda.

—Es posible, señor Yamun, pero tengo los cadáveres ocultos. Creo que sería sabio hablar con ellos.

—¿De verdad crees que aquellos dos tienen alguna relación con Bayalun? —inquirió Yamun, escéptico.

—No lo sé —admitió Koja. Se rascó la cabeza—. A menudo, los espíritus confunden a la gente, pero es lo único que se me ocurre pensar. Estoy preparado. Podríamos averiguarlo ahora mismo.

El Khahan miró al sacerdote, aunque en realidad no lo veía; sus ojos enfocaban algo intangible. En un gesto inconsciente, se acarició la punta del bigote.

—Muy bien. Inténtalo. Pero debes darte prisa.

—Desde luego, Yamun —repuso Koja, con una reverencia. Se acercó a la puerta para darle instrucciones a Sechen, que, tras ocuparse de la guardia de Bayalun, ocupaba su puesto habitual.

Koja y Sechen no tardaron en prepararlo todo, en una yurta aislada donde nadie podía espiar sus actividades. Los cuerpos los habían tenido guardados debajo de una capa de nieve, para demorar su descomposición. Una vez a solas en el interior, y con Sechen apostado fuera, Koja puso manos a la obra. Cuando salió, estaba pálido y sudaba frío. Las actividades de esa noche le resultaban una carga cada vez más pesada.

—Llévate al guerrero tuigano y trae la cabeza del shou a la yurta de Yamun —le ordenó a Sechen, sin detenerse—. Debo ver al Khahan.

A paso ligero regresó a la tienda real y, sin perder un segundo, comunicó a Yamun el resultado de sus averiguaciones.

—¿Chanar, también? —preguntó el Khahan con la mirada clavada en el rostro del lama y un tono de asombro en la voz.

—Lo siento, Yamun —murmuró Koja, casi sin darse cuenta.

—La pena es para los débiles —gruñó Yamun.

—¿Qué pensáis hacer?

—Enfrentarme a ellos —replicó el Khahan con expresión grave. Llamó a un escudero y lo envió en busca de Chanar y Bayalun. El hombre partió de inmediato con el mensaje.

Yamun y Koja permanecieron en silencio mientras esperaban. El Khahan reflexionaba en su trono, con la barbilla apoyada en una mano. Koja intentó imaginar los negros pensamientos que pasaban por la mente de Yamun, pero le fue imposible. Nunca había visto a nadie con un humor tan sombrío. Con un bostezo de cansancio, el lama se resignó a esperar los acontecimientos.

—Khahan, están aquí —anunció el escudero, al tiempo que apartaba la manta de la puerta. Yamun levantó la cabeza.

—Hazlos pasar. —Bayalun y Chanar entraron en la yurta—. Tomad asiento.

La segunda emperatriz, con la ayuda de su bastón, fue la primera en ocupar su lugar. Chanar la siguió, escoltado por Sechen. Los dos conspiradores ocuparon los asientos en sus respectivos lados. Bayalun sola, al principio de la hilera de las mujeres, y Chanar frente a ella. Koja abandonó su asiento, para apartarse del camino de Chanar. El general miró al lama con suspicacia, y acabó por sentarse a los pies de Yamun. Discretamente, Koja retrocedió hasta el fondo para colocarse junto al impasible Sechen. Por su parte, el luchador se asomó a la puerta y, con un gesto, ordenó la entrada a un
arban
de soldados que esperaban en el exterior.

Cuando todos estuvieron acomodados, Yamun ordenó que trajeran una vasija de cumis negro. Cogió una taza llena, la sostuvo en alto y la presentó a los cuatro puntos cardinales.

—Que Teylas nos conceda la victoria de hoy. —Tras pronunciar el brindis, el Khahan ocupó su asiento—. Vamos a conquistar a un poderoso enemigo. Que los hombres se preparen.

—¡Que Teylas nos conceda la victoria! —exclamó Chanar.

—Nos la concederá, general —prometió Yamun, con la mirada puesta en Chanar.

Sin prisa, Yamun ofreció la taza al último de los siete hombres valientes. En el momento en que el general iba a sujetarla, Yamun la volcó; el cumis negro se derramó sobre las alfombras.

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