Read Mamá, ¿por qué las mujeres son tan complicadas? Online
Authors: Jovanka Vaccari Barba
Tags: #Relato
Por su parte, las mujeres confesaron que lo que les atrae de un hombre, en primer lugar, es su «capacidad nidificante». Es decir, fortaleza y riqueza para proporcionar un buen nido, comida y recursos.
Pero, ¿cómo hacer notar estas cualidades, literalmente metafísicas?
Pues, apreciados amigos, con la ostentación: un macho que puede ostentar indica que está sano y que tiene vigor suficiente para otras inversiones. De ahí que, para pillar hembra, hayan adoptado también tácticas de maquillaje, a saber: c) la fisiológica, como la melena del león, los colorinchis de los peces, las iridiscencias de los insectos, los picos coloreados de muchas aves, las enormes e incómodas plumas del pavo real, la cara fluorescentede los mandriles... y d) la simbólica, exclusiva de los hombres: Rólex de oro o de Taiwán, mercedes, ternos Tucci o, me consta, toneladas de kleenex abultando paquete.
La selección sexual es una forma de selección natural, y el «maquillaje» un recurso de atracción. Cada género, buscando rasgos que le complazcan o exciten sexualmente, ha ido condicionando la evolución del aspecto del otro. Dado que los machos estaban condenados a «aparentar» que sirven para algo —inseminar y abastecer—, han tenido que recurrir tanto al maquillaje que se han provocado auténticos cambios fisiológicos, como muestran los ejemplos zoológicos.
Así, pues, ¡noticia!: los caprichos sexuales femeninos pueden encarnarse gradualmente, materializándose en la forma de los cuerpos masculinos. La moda de la vida real parece estar compuesta por diseñadoras femeninas, mientras que los machos recorren la pasarela evolutiva... mostrando sus «modelos». De hecho, la ciencia empieza a decir que la dirección de la futura evolución física y del comportamiento de muchas especies se encuentra bastante más bajo el control femenino que del masculino.
Y ya que maquillarse es aparentar ser/tener, más/mejor que lo que se es/tiene, el paradigma del alce escocés viene al pelo para recordar que, en el mundo humano, los que más se «maquillan» son ellos: además de tirar de perfumes, gominas, rasurados o ejercicio, gustan de aparentar riqueza, posición social, nivel económico, conexiones sociales, influencia, autoridad familiar, inteligencia, cultura, poder político... y, así, ad infinitum.
Por cierto, el ejemplo del alce también viene bien para recordar cómo terminaron. Pero no se alarmen, amigos hombres. No tenemos planes de extinguirles... al menos hasta que esté bien desarrollada la técnica de clonación humana.
Como ves, amable lector, mi respuesta, si lo permites, es en realidad otra pregunta: ¿Por qué ahora se maquillan también las mujeres?
Un grupo de caimanes macho entretiene su natural cólera pegándose mordiscazos en la nuca; uno de frailecillos se picotea los ojos; uno de ciervos hace tronar sus cuernos; uno de morsas boxea con sus cabezas; uno de mandriles machaca cráneos viejos con piedras; uno de hombres se reúne semanalmente para rugirse los unos sobre los otros en unos hábitats denominados estadios... ¡Son maneras masculinas de pasar el domingo!
Testosterona.
La testosterona es una hormona presente en ambos géneros, pero en mayor cantidad en los machos.
Durante la gestación, imprime a éstos unas características masculinas específicas, cerebrales, físicas y conductuales. Durante el desarrollo puberal, un segundo flujo termina de esculpir al hombre en sus rasgos más reconocibles: crece el pene, aparece la barba, se pierde materia grasa, se ganan músculos, se ensancha la espalda, las mandíbulas se marcan, la voz se agrava.
Una presencia excesiva de testosterona provoca comportamientos disfuncionales: excesiva agresividad, incapacidad relacional, desinterés por actividades que impliquen cooperación o respeto... En las mujeres, además, masculinización física. La ausencia, en los machos, produce «feminización»: en los casos más graves, hipogonadismo; en los menos, afinamiento de la voz, ligera acumulación de grasa en la zona pélvica, lampiñismo, carácter dulcificado, espíritu cooperativo y compasivo...
Chandalismo.
Más del 90% de los delitos con violencia, en todas las culturas, lo cometen hombres. El estudio biológico de su origen señala ominosamente a la testosterona como la causante de la virulencia del macho.
Junto a la cólera, la ira, los celos sexuales o la vocación de dominación, el comportamiento violento ha constituido un dispositivo de supervivencia fundamental en la trayectoria evolutiva masculina y, por tanto, de la humana.
Pero la cultura no se ha desarrollado en paralelo a los cambios evolutivos. Nuestra civilización ha reglado que la violencia irracional y algunas de sus manifestaciones no tienen lugar ni sentido en su seno; actualmente deplora la agresión sexual. Sin embargo, se encuentra con individuos innecesariamente violentos (crueles, abusones, innobles, violadores, maltratadores) a cuyo comportamiento adjudica causas estrictamente culturales (sistemas políticos salvajes, televisión, desarraigo familiar, indisciplina, desmotivación).
No dudo de que nuestro modelo social no influya en la generación de actitudes violentas, pero tampoco creo que ninguna medida sociopolítica sea lo suficientemente profunda ni veloz como para «cambiar» a la gente violenta que nos asusta. Básicamente porque «la violencia» no es un problema, sino un mecanismo biológico que tendremos que ir mutando culturalmente, a ver qué pasa.
Farmacopeautópica.
La disciplina que estudia la Química puede autodenominarse Ciencia con toda justicia y legitimidad. Sucesora de la Alquimia, el objeto de su estudio —los elementos primordiales y sus creativas combinaciones, en esencia— nos alcanza una comprensión profunda de los procesos vivos, nos permite «copiarlos» e, incluso, crearlos: otro elemento químico nuevo, «inventado», acaba de ser incluido en la tabla de los elementos periódicos.
Los impulsos eléctricos y las operaciones químicas son el abc tecnológico de la vida. Una vida que no es, como nos gusta creer, perfecta, ni en sus procesos ni en sus resultados, ya que su trayectoria es azarosa. Muchas «enfermedades», a las que se adjudicaba un origen psicológico, están pudiendo ser entendidas y tratadas eficazmente desde la lectura biológica y el tratamiento químico reequilibrante, pues, aunque hubiera otras, ésa es una causa
real
en las esquizofrenias, psicosis, depresiones, ansiedades, úlceras nerviosas, etc.
La farmacopea tiene el mejor futuro, pues nosotros mismos somos «pura química»: cada vez más específicas, las intervenciones químicas se dirigen con precisión molecular hacia la región cerebral interviniente en nuestros estados psicofísicos: para superar la timidez, para provocar éxtasis místicos, para ordenar las ideas, para mejorar la puntería, para estar más felices, para ser menos violentos...
¿Sería usted capaz de no tirar de Viagra si se quedara sin vida sexual?
Con los productos que vamos a tener a nuestro alcance, más nos vale dejar de confundir química con moral o con derecho. Y tenemos derecho a no ser agredidos/as. Así que a ver si se dan prisa en inventar la tirita antiviolencia o el jarabe antichandaleros. Plis.
Una mona
rhesus
cabalga sobre la rama alta de una higuera. Intenta, según el documentalista, alcanzar un racimo de higos que se encuentra a su derecha. Con uno de los
subeybaja
, la fruta se descuelga y cae al pie del árbol. «Observemos su comportamiento», susurra el narrador. Pero la mona ignora el maná y sigue cabalgando, y sigue, y sigue, y sigue, y sigue... Repentinamente deja de balancearse, echa los ojos hacia atrás, se tumba sobre la rama y mira lánguidamente hacia el vacío. El guionista no entiende nada, improvisa una explicación antrópica, le endosa a la mona «indolencia» o algo así... ¡y se queda tan pancho, oiga!
Antes de que se me escandalicen, permítanme explicarles que lo que da lugar al título no es una grosería, sino un chiste popular. Ya saben, ese que pregunta por qué a las mujeres les salen patas de gallo y responde que «de tanto decir
¿Que te chupe qué?»
.
Todavía no sé si me hace risa y, por tanto, si es políticamente incorrecto; lo que sí sé, porque es públicamente observable, es que a los hombres les están saliendo patas de gallo.
Y es que sólo muy recientemente la anticoncepción y el orgasmo femenino, convertidos en símbolos de autonomía y capacidad, revelaron lo fundamental que es el clítoris para el placer sexual femenino. Como fuente de placer y no de neurosis. Como señal de madurez, no de infantilismo. Como posibilidad orgásmica distinta, no sustitutiva. Como órgano para el divertimento, no para el embarazo... Lógicamente, al sistema patriarcal le ha beneficiado mantenerlo desconocido —cuando no rebanarlo de cuajo— y ocurre que los hombres, ante la demanda femenina de atención festiva, pongan cara de haba: «¿que te haga qué?»
Hay que reconocer, sin embargo, que no sólo la función, sino el comportamiento erótico del clítoris es enigmático. Durante un tiempo yo creí que «Clítoris» era una diosa menor del Olimpo, la más pequeña, la olvidada de todos. Pero en realidad parece que es «sólo» un vestigio embriológico, un residuo inútil para el proceso evolutivo que, sin embargo, nos introduce en una dimensión apasionante: los placeres obtenidos con el clítoris son lo que la música, el arte o el amor para la evolución y la reproducción: innecesarios.
El pene, por el contrario, está directamente implicado en las tareas reproductivas y todavía es necesario en el proceso evolutivo. Si hay placer, es que hay emisión espermática: el orgasmo es como un premio fugaz por cumplir con la vida. En la mujer, en cambio, el clítoris nos da placer
porque sí
.
¿A que da para malas ideas? Pero sigamos con la información «seria», que también tiene sustancia.
El clítoris y el pene son, al principio, un mismo órgano: «bocas de tejido unidas por su parte superior, formando un botoncito. Hacia la cuarta semana de gestación, debido al cromosoma Y característico de los varones y al primer flujo de testosterona que se activa en ellos, el botón se alarga, predibujando el prepucio; las partes laterales se fusionan a lo largo de la línea media y se hinchan para convertirse en el escroto y acoger a los testículos». En la hembra el botoncito
es
el clítoris, y las partes laterales serán los labios vaginales.
De modo que, inicialmente, je je,
todos
somos mujeres. Testículos y pene son una especialización orgánica, sin otra misión que acoger el legado cromosómico, mantenerlo fresquito y emitirlo. Así que menos lobos con lo de la superioridad y más insumisión contra la falocracia. De hecho, en un futuro perfectamente posible y razonablemente probable, la inseminación artificial y la clonación podrían ayudar a reducir el pene a un papel mínimo en el proceso de reproducción. Encontraríase, entonces, en una posición muy similar a la del clítoris: un órgano residual que serviría para proporcionar placer gratuitamente, porque sí.
Y ya sé que voy a «cometer» una digresión, pero ¿no se comprende mejor ahora por qué las mujeres no hemos practicado el dominio violento? ¿Quién querría estar descuartizándose por reproducirse teniendo asegurada la continuidad, además de una esfera «superior» de placeres, emociones y pensamientos para los ratos libres?
Indudablemente, esta consciencia de lo lúdico ha tenido que actuar en la evolución psicológica femenina. Y quizá esa diferencia con los hombres nos haga difíciles de entender. Como difícil les resulta proporcionarnos orgasmos clitoridianos, tan vinculados a nuestros estados emocionales. «A las mujeres no hay quien las entienda». Sí, vale, pero lo mismo pasa con Dios y no han parado de rendirle culto.
Así que, mis niñas, si algún hombre se les
añurga
preguntando« ¿Que te haga qué?», no tengan reparos en contestar «Un
cunnilingus
, cariño. Un
cunnilingus
de respeto».
Los ritos de seducción que tiene que realizar el macho para llamar la atención de una hembra son, en todas las especies, hiperlaboriosos: sonidos histéricos, muecas hilarantes, buches inflados, cantos espectaculares, cambios de colores, danzas lisérgicas, contorsiones imposibles, luchas a muerte, proezas homéricas... Es sólo el principio. Si consigue convencer a la hembra de portar el mejor genoma, aún le queda disputar el lugar del nido, construirlo, dotarlo, en muchas especies atender a la hembra o colaborar en la gestación y, una vez nacidas las crías, garantizar alimento, proteger familia y territorio, reparar el hábitat, atesorar patrimonio para tiempos malos... La verdad es que, excepto el jeta del león, los machos curran cantidubi.
Para bien
y para mal
el mundo del trabajo ha sido masculino. No gratuitamente el patrón de los hombres/padres es san José
Artesano:
según los evangelios cristianos, el anciano José, de la tribu de Judá, fue elegido por el clero para desposar con María, una púber que acababa de tener la menstruación y ya empezaba a ser vieja para reproducirse. Pero ella, rebelada contra las normas religiosas, anunció que sólo concebiría de Dios. Se autodeclaraba, pues, virgen y divina para siempre.
Cómo concibió y parió da para jugosos
off the record
, pero, abreviando, alumbró al mesías judío —entre otros hijos— sin intervención de José. Los escribas herederos de la fe cristiana aún intentan malabares intelectuales para explicar el asuntillo, pero lo cierto es que sus jefes diseñaron, mezclando biología y cultura, el persistente modelo de familia cristiana: la mujer, pura, casta, dedicada en cuerpo y alma a criar: La Virgen; el primogénito varón, un reyecito autoglorificado: El Hijo de Dios; y el currante mantenedor, José... santo de segunda sin derecho ni a mayúsculas.
Probablemente el mito recreaba, en origen, las funciones biológicas de género con respeto. Pero se extravió, en mente de listillos, hasta el de «ella en casa» y «él al trabajo remunerado», perjudicando tanto a mujeres como a hombres: si nosotras quedamos en una situación dependiente y subordinada, ellos también, teniendo que trabajar más de lo que les correspondía para sustentar el delirio de su superioridad. Visto desde este ángulo, el macho se revela, más que dominante, como un empleado
fulltime
de la vida.
Mañana se celebra, ¡redundancias!, el día de La Mujer Trabajadora, aunque se conmemora el Día de los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. Denominación popular e institucional reflejan que los conceptos «Hombre», «Mujer», «función», «trabajo», «derecho», «igualdad», crearon verdaderos líos acerca de los roles y capacidades de cada género, teniendo las mujeres que reivindicar su incorporación al mundo del trabajo para poder evidenciar la igualdad política.