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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (10 page)

Sursamen coleccionaba adjetivos del mismo modo que los planetas normales coleccionaban lunas. Era aritmético, era moteado, era disputado, era multihabitado, era seguro desde hacía multimillones de años y estaba divinizado.

Los propios mundos concha habían ido acumulando nombres alternativos a lo largo de los eones: mundos escudo, mundos huecos, mundos mecánicos, mundos velo. Mundos asesinos.

Los mundos concha habían sido construidos por una especie llamada los involucra, o los velo, hacía casi un billón de años. Todos ellos orbitaban alrededor de soles estables de serie principal, a distancias diferentes de su estrella según la disposición de los planetas naturales del sistema, aunque por lo general se encontraban a una distancia de entre doscientos y quinientos millones de kilómetros. Tras un largo desuso y por la falta de mantenimiento, se habían ido alejando junto con sus estrellas de las posiciones que se les había asignado tanto tiempo atrás. En un primer momento había habido unos cuatro mil mundos concha. Cuatro mil noventa y seis era el número exacto que se solía dar, ya que era un múltiplo de dos y por tanto (y según el acuerdo general, que no universal) era una cifra tan redonda como se podía ser. Aunque nadie lo sabía con certeza. No se podía preguntar a los constructores, los involucra, ya que habían desaparecido menos de un millón de años después de haber terminado el último de los mundos concha.

Aquellos colosales planetas artificiales habían sido colocados a intervalos regulares por las afueras de la galaxia y formaban una red salpicada de planetas alrededor del gran remolino de estrellas. Desde entonces, casi un millón de años de giros gravitatorios los habían repartido se podía decir que al azar por todos los cielos. Algunos se habían visto expulsados de la galaxia por completo mientras que otros se habían acercado más al centro, algunos para quedarse allí y otros para verse lanzados de nuevo al exterior. A otros se los habían tragado los agujeros negros, pero, si se utilizaba un mapa estelar dinámico decente, se podía introducir la actual posición de los que todavía existían, retroceder ochocientos millones de años y ver dónde habían comenzado.

Esa cifra de cuatro mil y pico planetas se había reducido a poco más de mil doscientos, sobre todo porque una especie llamada
iln
se había pasado varios millones de años destruyendo los mundos concha allá donde podían encontrarlos y nadie había podido o querido impedírselo. La razón exacta nadie la sabía con seguridad y, una vez más, los iln tampoco estaban por allí para preguntárselo, ellos también habían desaparecido de la escena galáctica y el único monumento que había perdurado era una serie de nubes inmensas de escombros que se iban expandiendo poco a poco y que estaban repartidas por toda la galaxia además de (allí donde la devastación no había llegado a completarse) unos cuantos mundos concha que habían quedado destrozados y se habían derrumbado convertidos en restos repletos de púas y fracturas, cascarones comprimidos y encogidos de lo que en otro tiempo habían sido.

Los mundos concha eran en su mayor parte huecos. Cada uno tenía un núcleo metálico sólido de mil cuatrocientos kilómetros de diámetro. Sobre él, una sucesión concéntrica de conchas esféricas, sostenidas por más de un millón de torres gigantescas y ligeramente ahusadas y nunca de menos de mil cuatrocientos metros de diámetro, se iban sucediendo hasta la superficie definitiva. Hasta el material del que estaban hechos había seguido siendo un enigma (al menos para muchas de las civilizaciones involucradas de la galaxia) durante más de un millón de millones de años hasta que se averiguaron cuáles eran todas sus propiedades. Pero desde el principio había sido obvio que era muy resistente y completamente opaco a todo tipo de radiación.

En un mundo concha aritmético, los niveles se encontraban a intervalos regulares de mil cuatrocientos kilómetros. Los mundos concha exponenciales o graduales tenían más niveles cerca del núcleo y menos en la parte exterior, a medida que la distancia entre cada concha sucesiva iba aumentando según una proporción basada en logaritmos, una proporción de muchas entre las que se podía elegir. Los mundos concha aritméticos contenían de forma invariable quince superficies interiores y tenían un diámetro externo de cuarenta y cinco mil kilómetros. Los mundos concha graduales, que formaban alrededor del doce por ciento de la población superviviente, variaban. La clase más grande tenía casi ochenta mil kilómetros de anchura.

Habían sido máquinas. De hecho, todos ellos habían formado parte de un mismo mecanismo gigantesco. Su oquedad se había llenado, o quizá iba a llenarse (además, nadie podía tener la certeza de que se había llegado a hacer en realidad) de una especie de superfluido exótico que convertía cada uno de ellos en un gigantesco proyector de campo con el objetivo, cuando estuvieran todos funcionando en concierto, de arrojar un campo o escudo de fuerza alrededor de toda la galaxia.

También se desconocía la razón precisa que había hecho pensar que aquello era necesario o incluso deseable, aunque las especulaciones sobre el asunto habían preocupado a estudiosos y expertos a lo largo de los eones.

Una vez desaparecidos los constructores originales, el pueblo que había atacado los mundos al parecer evaporado también y tras comprobarse asimismo la ausencia de aquel fabuloso superfluido, lo que dejaba aquellos inmensos espacios internos conectados por medio de las torres que los sostenían (también huecas en su mayor parte, aunque contenían redes retorcidas de material de refuerzo estructural y estaban perforadas por portales de varios tamaños que daban acceso a cada uno de los niveles), no había costado nada que una variedad de especies emprendedoras entendiera que un mundo concha abandonado podía convertirse en un hábitat casi invulnerable y listo para usar después de unas cuantas modificaciones relativamente menores.

Se podían bombear o trasladar gases y fluidos (sobre todo agua) para llenar todos o algunos de los espacios existentes entre los niveles, y también se podían moldear «estrellas» interiores artificiales que se podían colgar de los techos de cada nivel a modo de lámparas gigantescas. Varias especies aventureras se pusieron a explorar los mundos concha que tenían más cerca y casi de inmediato se encontraron con el problema que iba a acosar, frustrar y retrasar el desarrollo de los mundos de un modo muy profundo durante los siguientes millones de años y, de manera intermitente, también después: los mundos concha podían ser letales.

Seguía sin estar claro si los mecanismos de defensa que no dejaban de matar a los exploradores y destruir sus naves los habían dejado allí los constructores originales de los mundos o los que al parecer habían dedicado toda su existencia a la tarea de destruir aquellos magníficos artefactos, pero ya hubieran sido los velo o los iln (o como ya habían convenido todos, los dos) los que habían dejado a su paso aquel letal legado, el factor principal que limitaba el uso de los mundos concha como espacios habitables no era más que la dificultad para convertirlos en espacios seguros.

Fueron muchos los que murieron desarrollando las técnicas que permitirían garantizar la seguridad en un mundo concha, y por lo general cada civilización rival tenía que aprender de cero esas mismas lecciones porque el poder y la influencia que lograba un grupo capaz de explotar con éxito un mundo concha significaba que esas técnicas se convertían en secretos guardados con fiereza. Para solucionarlo había hecho falta que apareciera una civilización llamada altruista (exasperada y horrorizada ante semejante desperdicio egoísta de vida), que desarrolló algunas de las técnicas, robó otras y después las retransmitió todas a los demás.

Por supuesto, eso les había granjeado el vilipendio de todos por semejante comportamiento, tan poco deportivo. No obstante, sus acciones y su postura habían disfrutado con el tiempo de la ratificación e incluso del reconocimiento de varios cuerpos galácticos. La Cultura, aunque muy alejada en el tiempo de ese pueblo sublimado muchos eones atrás, siempre había afirmado disfrutar de cierta afinidad con ellos, aunque fuera por seguir su ejemplo.

Las civilizaciones que se especializaron en convertir en entornos seguros a los mundos concha y que, de hecho, se apropiaron de parte de su interior se conocieron como conductores. Lo excepcional de Sursamen era que dos especies, los oct (que afirmaban descender directamente de los ya desaparecidos involucra y que también se hacían llamar los herederos) y los aultridia (una especie con una procedencia que podría considerarse mal comprendida) habían llegado al mismo tiempo y habían empezado a trabajar en el planeta. También había sido excepcional el hecho de que ninguna de las especies hubiese llegado jamás a imponerse del todo en el consiguiente conflicto que, y fue el único aspecto positivo de la disputa, al menos permaneció localizado en Sursamen. Con el tiempo, la situación dentro del mundo se formalizó cuando el recién formado Consejo General Galáctico concedió a las dos especies custodia protectora compartida de las torres de acceso de Sursamen, aunque, y eso era importante, sin ninguna cláusula que estipulara que las dos especies no podían competir por una mayor influencia en el futuro.

A los nariscenos se les otorgaron todos los derechos de ocupación de la superficie del planeta y el control global del mundo, con lo que se formalizaba la reivindicación que siempre habían sostenido, aunque incluso ellos tuvieron que inclinarse en última instancia ante los morthanveld, en cuyo espacio de influencia se encontraba el sistema y el mundo.

Y así se había colonizado Sursamen, convirtiéndolo en un mundo habitado y dado que lo habitaron una amplia variedad de especies, se hizo con el prefijo múltiple. Se sellaron los agujeros de las torres que sostenían el mundo y que podrían haber dejado pasar gases o líquidos a los niveles inferiores. Algunos se sellaron de forma permanente y otros con complejos de compuertas que permitían la entrada y salida seguras al tiempo que se instalaron mecanismos de transporte dentro de las grandes torres huecas para permitir el movimiento entre los varios niveles y para subir y bajar entre la superficie y estos. A lo largo de los muchos millones de años de ocupación del planeta se había movido material gaseoso, líquido y sólido, y los oct y los aultridia habían importado seres, pueblos, especies, grupos de especies y ecosistemas enteros, por lo general por alguna consideración u otra, a veces en nombre de los pueblos en cuestión y con más frecuencia a petición de otros.

Se habían instalado estrellas interiores; eran fuentes de energía termonucleares, como soles diminutos pero con la útil distinción de ser antigravitatorios, de modo que se apretaban contra el techo de cualquier nivel dado. Se subdividían entre estrellas fijas y estrellas rodantes, las primeras inmóviles y las segundas capaces de moverse por los cielos a lo largo de rutas predeterminadas y según un calendario fijo, aunque a veces (cuando había muchas y de diferentes periodicidades) complicado.

También continuaron las muertes. Mucho después de que un mundo concha dado pareciera haber sido desarmado y pareciera haberse garantizado su seguridad, podían despertar sistemas de defensa ocultos siglos, milenios y decieones antes, lo que daba como resultado gigamuertes, teramuertes, auténticos genocidios de civilizaciones enteras y casi extinciones absolutas cuando se caían las estrellas interiores, se inundaban niveles desde arriba o bien se secaban (con frecuencia con el resultado de que los océanos se encontraban con las estrellas interiores y provocaban nubes de plasma y vapor excesivamente caliente), las atmósferas se veían infestadas de patógenos desconocidos de amplio espectro que afectaban a todas las especies o se convertían de modo inexorable en entornos venenosos por culpa de mecanismos invisibles que nadie podía detener, o bien unos estallidos intensos de radiación gamma emanaban de la estructura del propio suelo/techo e inundaban niveles individuales o el mundo entero.

Esos eran los acontecimientos que les daban el nombre de mundos asesinos. En ese punto la directora general Shoum contempló la cara oscura salpicada de color de Sursamen; hacía casi cuatro millones de años que los mundos concha no provocaban ninguna muerte en masa así que el término mundo asesino había caído en desuso ya hacía mucho tiempo, salvo entre aquellas culturas con memorias excepcionales.

No obstante, en una escala lo bastante magnífica la morbilidad de cualquier tipo de hábitat se podía juzgar grosso modo por la proporción de los que se habían convertido con el tiempo en planetas de los muertos dra'azon. Los planetas de los muertos eran monumentos conservados y vedados, monumentos a la matanza y destrucción globales que estaban supervisados (y por lo general mantenidos en un estado prístino, tal y como se había encontrado tras la catástrofe) por los dra'azon, una de las civilizaciones de ancianos semisublimados más solitarias de la comunidad galáctica y que tenían atributos y poderes lo bastante parecidos a los divinos como para que la distinción fuera irrelevante. De los cuatro mil y pico mundos concha que habían existido en un primer momento y de los mil trescientos treinta y dos que se conservaban de forma inequívoca (ciento diez en estado de ruina), ochenta y seis eran planetas de los muertos. Cosa que casi todos estaban de acuerdo en que era una proporción alarmantemente alta, si se pensaba bien.

Incluso algunos de los mundos concha que carecían del mórbido interés de los dra'azon tenían una especie de investidura semidivina. Había una especie llamada los aeronatauros tensilos xinthianos, un pueblo de un mundo aéreo de enorme antigüedad y (según la leyenda) que en otro tiempo habían ostentado un poder enorme. Eran la segunda o tercera especie aérea más grande de la galaxia y por razones que solo ellos conocían, a veces uno se instalaba en solitario en el núcleo mecánico de un mundo concha. Aunque en otro tiempo habían estado muy extendidos y habían sido algo común, los xinthianos se habían convertido en una especie rara y se les consideraba evolutiva, dominante y permanentemente seniles (en el implacable lenguaje de la taxonomía galáctica), al menos aquellos que se molestaban siquiera en interesarse por semejantes anacronismos.

Desde que casi todo el mundo tenía memoria, casi todos los xinthianos se habían reunido en un solo lugar, una cadena de mundos aéreos que rodeaban la estrella Chone en el Chorro Yattliano Menor. Solo de una docena más o menos se podía decir que vivían en otro sitio y al parecer todos se encontraban en los núcleos de mundos concha concretos. Se suponía que esos xinthianos se habían exiliado tras cometer algún tipo de transgresión o bien que eran ermitaños que ansiaban la soledad. También en este caso suposiciones era lo único que podía hacer la gente ya que, si bien los xinthianos, al contrario que los ya desaparecidos velo o iln, todavía estaban presentes para poder preguntarles, eran una especie, incluso para lo que solían ser las culturas taciturnas de la galaxia, de lo más poco comunicativa.

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