Read Mi gran novela sobre La Vaguada Online
Authors: Fernando San Basilio
Índice
1. Novela gráfica, visión del...
2. Cocinar no hizo al guionista
7. Groenlandia, provincia de...
8. Nueve nuevas voces y yo, una...
9. Todos los relojes atrasan...
Cuando era joven podía recordar cualquier cosa, hubiera sucedido o no.
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ARK
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WAIN
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Autobiografía
En el principio de muchas cosas estaba el amor. Yo quería hacer ese curso de recursos humanos porque estaba enamorado de Teresa Teresa, dibujante y restauradora. Teresa Teresa tenía los ojos grises y la nariz diminuta y la llamábamos de esta forma porque su compañera de piso también se llamaba Teresa. Estas dos Teresas eran amigas entre sí y a su vez muy amigas de mi compañera de piso, que se llamaba Mayte. Teresa Teresa y Teresa hacían mucha vida en nuestra casa y tenían copia de las llaves. Mayte y yo vivíamos al otro lado del Retiro, en la calle Ibiza, un sitio donde nunca pasaba nada, en un apartamento que tenía la particularidad de que para entrar en mi habitación había que pasar antes por la de Mayte y algunas noches, cuando Mayte dormía y yo volvía tarde a casa, tenía que bordear su cama y escuchaba el vuelo de su respiración y aquella intimidad nuestra tan exagerada unas veces resultaba un fastidio y otras veces halagaba mi vanidad porque yo era, entonces, el hombre que viene y alguien en quien confiar. Cuando digo que Teresa Teresa era dibujante y restauradora lo que quiero decir es que dibujaba muy bien y que el dibujo era su gran pasión aunque la vida se la ganaba restaurando palios y casullas y tapices antiguos y deshilachados. Teresa Teresa odiaba su trabajo y le parecía un destino trágico el de restaurar cosas muertas cuando ella tenía el apetito de crear algo perdurable y el destino manifiesto del cómic. En opinión de Teresa Teresa, el cómic no era una serie de viñetas entintadas sino una vía de acceso al conocimiento. Tenía el sueño de dibujar un cómic cosmos —ella decía novela gráfica y yo aprendí a decir novela gráfica— donde quedara explicada su visión del absoluto pero decía que le faltaba
la idea
y una tarde, en la cocina de la casa de la calle Ibiza, enterada de que yo tenía la pulsión de escribir novelas no gráficas y guardaba, debajo de la cama, el borrador inacabado de una gran novela en torno al centro comercial La Vaguada, deslizó la posibilidad de que trabajáramos juntos.Yo escribiría la historia y ella la dibujaría, íbamos a colaborar. Primero de todo me dijo los cómics que tenía que leer, las novelas gráficas que ya tenía que haber leído, y escribió en un papel la signatura de algunas de ellas para que las sacara prestadas de la biblioteca y yo lo hice. Después de una semana le di a leer algunos capítulos del borrador de mi novela sobre La Vaguada, pequeño acto de amor y vanidad, y ella me lo aplaudió mucho y luego me dijo que no servía.
—Esto está escrito sin visualizar la novela gráfica que será. Tienes que pensar otra cosa. Tienes que leer más novela gráfica.
Yo leía todas esas novelas gráficas y pensaba muchas cosas pero no se me ocurría ninguna y en realidad no veía la manera en que Teresa Teresa y yo pudiéramos colaborar y firmar algo juntos. Teresa Teresa, como también tenía copia de la llave del buzón, encontraba divertido, cuando iba a la calle Ibiza, revisar el correo y luego repartirlo como en una residencia de señoritas y a mí no me molestaba, aunque fueran mi casa y mi correo, porque eso me permitía soñar que mi compañera de piso era ella, y no Mayte, a quien tenía aprecio pero de la que simplemente no estaba enamorado. Una tarde noche mediaba el mes de marzo y Teresa Teresa me entregó una carta del Servicio Regional de Empleo y yo la abrí delante de ella, otra vez en la cocina. En la carta se me convocaba para un curso de recursos humanos en una academia que se llamaba Learning.
—¿Recursos humanos?, ¿Servicio Regional de Empleo? Qué divertido, qué trascendente. Tienes que ir —dijo Teresa Teresa—. Tienes que ir y contarlo todo y luego yo lo dibujaré. ¡Será nuestra colaboración!
—Bueno, bueno.
Al fondo de la calle Navarra, después de la calle Pamplona, había una medio calle que se llamaba Adrián Pulido. En el número 7 estaba la academia Learning. En algún lugar de la documentación que me había enviado el Servicio Regional de Empleo aparecía la palabra integral. Llegué, pregunté y me enviaron al aula número 2, donde una mujer llamada Mamen me preguntó si estaba ver-da-de-ra-men-te interesado en aquel curso y luego me dio orden de sentarme y un bolígrafo azul y un formulario y un cuestionario. El formulario y el cuestionario eran cosas distintas. Yo tenía la impresión, desde hacía algunos días, de que Teresa Teresa me acompañaba a todas partes y esta mañana, en esta academia Learning, la compañía de Teresa Teresa era casi física y yo podía sentir su aliento en la nuca y escuchaba a cada momento cómo ella decía, de viva voz, qué divertido, qué trascendente, será nuestra colaboración. Había, delante de mí, en aquella academia Learning, un chico medio joven que decía trabajar en un bingo, y no en un bingo cualquiera sino en el bingo del Canoe. Aquel muchacho, que traía los faldones de la camisa por fuera del pantalón, era un verdadero nudo de ambiciones. Trabajaba por las noches y quería estudiar durante el día, como los héroes de las novelas. No hacía falta ser un desempleado para ser admitido en aquel curso y para eso había una figura, que yo hasta entonces desconocía, que se llamaba Estado de Demanda de Mejora de Empleo. Lo importante, en resumidas cuentas, era tener ganas de hacer cosas. A la profesora le gustaba la gente con ganas de hacer cosas.Yo tenía ganas de hacer ese curso, muchísimas ganas, pero no sabía cómo demostrarlo sin hablar de Teresa Teresa y de su novela gráfica.
La profesora Mamen goteaba información de interés, los otros aspirantes estaban llenos de dudas y preguntaban agudezas con el objeto de sobresalir. ¿Qué diferencia había entre un jefe de personal y un jefe de recursos humanos?, ¿cuáles eran las atribuciones de un jefe de recursos humanos?, ¿qué eran los incentivos no salariales? El grupo de clase no podría superar las quince personas.
—Son cursos muy caros. Muy prestigiosos. Nada de formación masificada.
El curso tendría horario de mañana y a mí me pareció bien porque las mañanas eran cada vez más claras y luminosas y en aquella esquina del mundo, casi fuera del mundo, en el barrio de Estrecho, todo tendría un aire novísimo e iniciático. Había una segunda convocatoria para después del verano, pero era una barbaridad pensar en algo que fuera a ocurrir después del verano cuando ni siquiera era primavera. Tenía mucha prisa por dar forma a la idea y empezar a colaborar cuanto antes con Teresa Teresa y reunirme, en un clima de apasionada intimidad, en uno de esos cafés del centro donde la gente se intercambiaba manuscritos y guiones. La profesora dijo que los cursos serían prácticos por una razón: la teoría ya estaba escrita.
—Aplicaciones prácticas, ejemplos, casos reales.
La teoría ya estaba escrita y la novela la escribiría yo y la dibujaría Teresa Teresa.Yo prefiguraría el cómic y ella transubstanciaría la novela y el resultado sería esa novela gráfica para la que yo ya entresoñaba el título de
Humano, humano
. Entró un hombre sin edad y con buena planta, se daba un cierto aire de cura protestante. Se sentó, pasó las tres hojas del cuestionario sin contestar ninguna pregunta. Suspiraba todo el tiempo:
—Hombre, esto está muy mal expresado. Aquí dice que se me convoca para mi incorporación a un servicio de empleo. ¡Yo pensaba que me llamaban para dar clase!
Se levantó y dejó el cuestionario, y el formulario, encima de la mesa de la profesora.
La profesora lo entendió, se conoce que esta profesora lo entendía todo, y le preguntó, con mucha seriedad:
—¿Tú eres formador?
El hombre le susurró algo al oído y luego la formadora lo acompañó hasta la puerta y siguieron hablando en un suave bisbiseo. Pude penetrar algunas palabras de camaradería y comprensión entre ellos y me pareció muy probable que este cura protestante encontrara pronto una colocación como profesor entre aquellas mismas cuatro paredes, aunque la manera de llamarse a sí mismo que tenía esta gente no era profesor sino formador. Había incluso formadores de formadores. ¡Era todo tan alegre y nuevo!
El cuestionario lo completé como pude, porque en realidad no sabía nada del asunto, y escribí cuatro o cinco veces la palabra motivación —mucha motivación— para dar a entender que sabía por dónde me daba el viento. Querían sondear nuestros conocimientos en el universo de los recursos humanos, había preguntas como, por ejemplo, «¿
qué técnicas de comunicación conoces?»
, que dejé en blanco, y otras algo endemoniadas como «¿
quién crees que debe hacer la evaluación potencial de un trabajador?»
. Una mujer con la boca muy pequeña, que se había quitado el reloj para rellenar el cuestionario y estaba a mi izquierda, preguntó lo siguiente:
—¿A qué se refiere esta pregunta?: ¿a la evaluación potencial de un trabajador o a la evaluación de un trabajador potencial?
La formadora dijo que la pregunta se refería a lo que se refería, muy estrictamente, y luego sonrió y aseguró que ahí estaba la clave de todo y que los recursos humanos esto y los recursos humanos aquello.Yo estaba muy contento de estar allí y también estaba loco por ver caer la noche contra los tejados de la calle Ibiza y encontrarme con Teresa Teresa y apretarle las manos y decirle:
—Ya tenemos la idea, ya tenemos la novela, ya tenemos la novela gráfica.
Pero había el problema de que allí no paraba de entrar gente. A lo mejor la idea no era tan original, a lo mejor había algún otro escritor de novela gráfica entre los aspirantes. El chico que trabajaba en el bingo del Canoe dijo:
—Vísteme despacio que tengo prisa.
La formadora dio unas cabezadas de aprobación —la formadora y el chico del Canoe eran ya una sola voluntad— y yo pasé un rato pensando alguna frase que, dicha en el momento oportuno, pudiera favorecer mis aspiraciones. Dijo también, la formadora, que aquellos cursos mejoraban el currículum una barbaridad. Tuteaba a todo el mundo, nos llamaba cielo, explicó que ella era
freelance
y también aclaró que sus contraprestaciones económicas eran muy altas y que había hecho selecciones de personal en empresas como Repsol y Campsa... Dos grandes empresas del mismo sector, el dato no me pasó inadvertido. Enseguida me di cuenta de que en ese curso había un tesoro —¡Teresa Teresa!—, algo que el destino había puesto en mis manos para que hiciera con ello lo que quisiera. Quería que me seleccionaran y luego escribir el esqueleto de
Humano, humano
y esto mismo, el deseo tan fuerte que tenía de ser seleccionado, me acabó por inquietar. Tenía la idea de que no era bueno poner tanto interés en las cosas si lo que verdaderamente quieres es que esas cosas ocurran. Interesante, interesante.
—Os pido que os quedéis, por lo menos hasta las doce, para ver si viene alguna otra persona que quiera hacer el cuestionario. Todos debéis tener las mismas oportunidades.
Obviamente, no hacía ninguna falta que nos quedáramos, comprendí que lo que la formadora quería era conocernos, y había llegado el momento de darse a conocer. Caí en un acusado nerviosismo, me veía incapaz de decir alguna frase y participar, me entraron unas ganas fortísimas de fumar un cigarro. Pregunté si podía salir a hacer una llamada.
—Mi caldera suelta agua.
En el tiempo que pasé delante de la puerta de la academia Learning entraron otras cinco personas. La recepcionista, que era bonita y sin edad, salió a fumar y habló mucho rato, en actitud de cierta complicidad, con un inglés que estaba interesado en hacer un curso de calidad: el amor estaba en todas partes y yo me daba cuenta. Comprendí que había cometido un gran error al salir de la academia. ¡Claridad!, ¡claridad! Teresa Teresa y yo escribiríamos codo con codo aquella novela gráfica y en el camino nos acostaríamos y nos iríamos a vivir juntos y luego iríamos al Salón del Cómic de Barcelona y al de Angulema y firmaríamos ejemplares de
Humano, humano
. Pero antes yo tenía que volver a entrar en la academia y ocupar mi asiento y decir alguna frase que me diera carta de naturaleza y por fin existir y, cuando volví, mi asiento estaba ocupado por una chica con pantalones de franela que movía mucho las piernas. Como no quería pasar por una persona conflictiva, guardé silencio y me senté al fondo de la clase, lo cual fue como enterrarme en vida.
La chica de los pantalones de franela dijo que estaba ilusionadísima con aquel curso integral de recursos humanos pero también muy preocupada porque el día 4 de abril no podría acudir a clase, ya que tenía dentista, así que se levantó y le enseñó los dientes a la formadora y esta dijo claro, claro, claro. Otro aspirante, que todo el tiempo decía fantástico, maravilloso, genial, explicó que tenía un viaje planeado para ciertos días del mes de abril. La formadora aclaró que las faltas de asistencia había que justificarlas y el aspirante se rascó la cabeza:
—Yo podría enseñar los billetes de avión.
Fantástico, maravilloso, genial. Al fin dieron las doce y la formadora Mamen dio el acto por concluido y se despidió de una manera ambigua e ilusionante.
—Hasta el lunes, hasta siempre.
A la salida, una vez en la calle Bravo Murillo y convencido de que estaba en la acera de los pares, me apeteció caminar hasta Cuatro Caminos. Cada cierto tiempo volvía la vista hacia mi derecha y aunque no veía otra cosa que la acera de enfrente, en mi cabeza se cruzaban emociones diversas: al otro lado estaba la Ventilla y luego el barrio del Pilar y luego La Vaguada, mi mundo anterior e interior. Teresa Teresa y nuestra novela gráfica de Bravo Murillo eran un buen proyecto, pero yo no debía perder de vista La Vaguada ni descuidar la novela no gráfica y total de La Vaguada. En realidad, caminaba hacia la plaza de Castilla y lo que había estado viendo o entreviendo era la calle Orense y sus alrededores, pero no me di cuenta hasta que pasé junto a los almacenes Oxford. Estaban a punto de cerrar. Liquidación, cese de negocio, el fin de una época. ¿Hacía dónde iba Bravo Murillo?, ¿qué sería del distrito de Tetuán? Me pareció de repente que todo se volvía en mi contra y tuve entonces la certeza de que no me llamarían para ese curso y me di la vuelta y empecé a caminar otra vez, esta vez sí, hacia Cuatro Caminos.
Me metí en un bar que antes había sido un bar de asturianos y ahora era un bar de dominicanos que jugaban al dominó y metían mucho ruido. En este bar había un solo español, un hombre mayor con la nariz aplastada que también jugaba al dominó, y yo entendí, o creí entender, que aquel hombre era en realidad el dueño del bar, que se lo subarrendaba a los dominicanos bajo dos únicas condiciones: que no le cambiaran el nombre y que lo dejasen participar en la Gran Liga Dominicana de Dominó de Bravo Murillo. En todo lo demás, el dueño no metía las narices y la cerveza, por ejemplo, era de la marca Heineken. Me entretuve un rato imaginando la vida triste y laboriosa de aquel señor asturiano y la vida incierta de todos esos dominicanos. Detrás de la barra había un hombre que se tocaba mucho los ojos y una chica que se miraba las uñas. No daban ninguna importancia al hecho de que yo fuera español y estuviera en su bar de dominicanos, lo cual daba la medida de mi gran insignificancia y abundaba en la idea de que todo se volvía en mi contra. Si hubiera decidido salir de aquel bar en ese momento nadie se hubiera dado cuenta,
no se hubiera vuelto una sola cabeza para ver cómo me marchaba porque su vida era otra, y si al final no me llamaban para aquel curso de recursos humanos, la vida de los que sí resultasen elegidos también sería otra, del todo ajena a mí. El chico que trabajaba en el bingo del Canoe, la chica que tenía dentista el 4 de abril y el hombre acabado, fantástico y genial no perderían un minuto en acordarse de mí. Estaba todo escrito, pedí más cerveza, las ideas se amontonaban en mi frente. En realidad estaba pensando una cosa y su contraria al mismo tiempo, tenía la idea loca de que mi fatalismo podía serme de alguna utilidad: si perdía toda esperanza, si daba la batalla por perdida, muy bien podría ocurrir que de repente, ah, me seleccionaran. Un trabajo interior: convencerme de que no me iban a seleccionar para que al final me seleccionaran. También pensaba que si vivía una experiencia con el único objeto de contarla, al final esa experiencia no valdría nada ni sería digna de ser contada porque no se puede ser héroe a voluntad sino de manera accidental. La formadora Mamen había dicho que el jueves, como muy tarde, tendríamos
una respuesta... Así que los almacenes Oxford, donde las madres amorosas de Bravo Murillo compraban la ropa de domingo para sus hijos varones, pronto desaparecerían. Era una mañana clara y llena de vida y de luz y de futuro y desde luego hubiera sido maravilloso
tener una respuesta
y luego escribir
Humano, humano
codo con codo —¿cómo sería eso de escribir codo con codo?— con Teresa Teresa, restauradora de ojos grises a quien perdí de vista en cuanto decidí marcharme de aquel apartamento de la calle Ibiza, donde nunca pasaba nada, y de quien sólo puedo decir que era una gran muchacha y que dibujaba verdaderamente bien aunque al final no tuviera ninguna historia que contar.