Monstruos y mareas (17 page)

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Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

Enseguida supe que podía, porque en ese preciso instante sonó un golpe amortiguado en la madera: un golpetazo húmedo y macizo a la vez, insistente y amenazador.

Sonó otra vez y yo empecé a graznar en mi jaula, me puse a picotear los barrotes, a derramar semillas y toda clase de porquerías por el suelo. Me había entrado el canguelo.

«¡Que oiga todo lo que quiera, ese monstruo! —pensé enloquecido—. Que entre aquí y que intente comerme a través de los barrotes de mi pequeña prisión. ¡Ja! Me gustará ver cómo me digiere dentro de este trasto de latón».

Me acordé de Solsticio. Vi que había despertado.

Se me acercó a tientas, llena de legañas, y yo grazné un poco más, como si fuera una especie de loro espantoso.

—¿Qué pasa, Edgar? ¿Te encuentras bien?

—¡Croak! —dije, tratando con desesperación de advertirle que no abriera la puerta.

—¿Qué te pasa? —preguntó—. ¿Intentas decirme algo, pájaro listo? ¿Has oído algo? Seguramente sólo ha sido un mal sueño, pero voy a echar un vistazo para demostrártelo, ¿vale?


¡Juark!

La pobre Solsticio se fue hacia la puerta vestida con un encantador camisón de color negro. Una prenda ligera y holgada, estupenda para dormir, pero poco recomendable frente a unos colmillos afilados. ¡Toda la culpa era mía! Chillé y agité las alas como loco mientras ella metía la llave en la cerradura y abría la puerta. Salió al pasillo… ¡y ése fue el final de Solsticio! O eso me imaginé. Pero al cabo de un buen rato caí en la cuenta de que no estaba gritando mientras se la tragaba enterita la criatura de los colmillos. Al contrario: volvió a entrar perezosamente en la habitación como si nada.

—¿Lo ves? —dijo—. Todo está tranquilo. No hay de qué preocuparse. Era sólo un mal sueño.

¿Un mal sueño? ¿Había sido sólo eso?, ¿una simple pesadilla? ¿Aún estaba dormido y me había imaginado al monstruo detrás de la puerta?

—Todo va bien, Edgar. Y ahora vamos a dormir, ¿de acuerdo? Mañana se habrá arreglado todo, ya verás.

Pero aunque Solsticio quizás acertaba en cuanto al sueño, se equivocaba en una cosa importante: a la mañana siguiente no se había arreglado nada.

Fermín, el sirviente

más leal de Lord Pantalín,

desea secretamente ser

actor, lo cual es muy

improbable que se haga

realidad. Incluso su

propia madre decía de él:

«Tiene menos atractivo

que un paraguas».

N
unca me había dado cuenta de la cantidad de criados que había en el castillo hasta aquella mañana. Solsticio y yo nos levantamos bastante tarde después de nuestras aventuras del miércoles y, cuando bajamos, nos encontramos con un panorama increíble. Los pasillos, los descansillos y los corredores que quedaban por encima de la planta baja estaban a rebosar. Había un flujo continuo de gente yendo y viniendo, llevando cosas a cuestas, y resultaba todo muy confuso; pero cuando llegamos a la galería del primer piso desde donde se dominaba el Salón Pequeño la cosa quedó bien clara, porque el salón… no se veía por ningún lado.

Lo que había en su lugar era un lago. Un lago pequeño, sí, pero que llenaba por completo todo el espacio que hasta la noche anterior ocupaban el salón y el vestíbulo de entrada del castillo de Otramano.

Sobre su superficie flotaban toda clase de cosas: uno o dos sombreros, ramos de flores, algún que otro criado, jarrones, cuadros y otras chucherías por el estilo. Una rata pasó nadando con expresión desconcertada.

Solsticio se detuvo en seco e, instintivamente, yo salté de su hombro y levanté el vuelo para estirar un poco las alas. Me alarmó comprobar que el nivel del agua se acercaba a la parte superior del arco que conducía al comedor. Calculé con buen ojo el hueco que quedaba y me lancé a través de él como una flecha negra.

La situación en el comedor era bastante similar: o sea, también estaba inundado. Apenas veía nada al mirar hacia abajo, porque el agua estaba muy turbia, pero conseguí identificar el casco de un par de armaduras que había junto a la pared.

Hipnotizado por la transformación de la planta baja del castillo me entretuve demasiado, porque al volverme por fin hacia el salón vi que el hueco se había cerrado. Había desaparecido bajo el agua.

Volé en círculo cerca del arco ahora sumergido y me acordé por un momento de los martín pescador. Pero me lo pensé mejor; un viajecito submarino podría resultar fatal para mis plumas. Ya me había salvado sólo por los pelos el día anterior y eso que apenas me había mojado un poco.

Revoloteé frenéticamente y, con un solo parpadeo de mi ojo reluciente, advertí que casi no quedaban sitios para posarse en el comedor. El tiempo se agotaba y, con todas las ventanas cerradas, la marea continuaría subiendo hasta el techo.

¡Ajá! Un plan se dibujó en mi cerebro. Podía utilizar el sistema de chimeneas para escapar del comedor y encontrar un sitio menos aguado. Pero al volverme hacia la enorme chimenea comprobé que incluso la repisa superior estaba sumergida.

Poco me faltaba para abandonar toda esperanza cuando vi una cosa que me dio ánimos de nuevo: en lo alto de la pared había un pequeño respiradero que servía para llevar aire a la chimenea y hacer que el humo subiera con más facilidad. Era un orificio muy reducido, pero no me quedaba otra salida.

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