Monstruos y mareas (16 page)

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Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

—Sí, ya. A mí también. Vamos, Edgar. Te voy a llevar a la cama y te daré un delicioso ratón seco para cenar. ¿Te gustaría dormir en mi cuarto esta noche? Podría llevarme allí la jaula y nos haríamos compañía, ¿qué te parece?

—Croc, dije de nuevo.

Demasiado cansado para añadir nada más, dejé que Solsticio me llevase arriba. Mientras los ruidos y el jaleo se desvanecían a nuestra espalda, hundí el pico entre los pliegues de su manga de seda negra y, a pesar del delicioso ratón prometido, me quedé completamente dormido antes de que me depositara en la jaula.

En el Gran Baile

de Halloween, el castillo

de Otramano recibe

a todas las familias

nobles de siete condados.

Es una fiesta por todo

lo alto y, cuando la gente

se marcha a su casa,

siempre suelen faltar

algunas piezas de la

cubertería de plata.

M
e desperté en mitad de la noche en el ambiente para mí desconocido de la habitación de Solsticio. Es bastante pequeña comparada con otros dormitorios de Otramano, pero mucho más acogedora a pesar de ello. Tiene una ventanita octogonal con una vista maravillosa sobre el valle y supongo que por eso suplicó Solsticio que la dejaran trasladarse aquí cuando se hizo demasiado mayor para seguir en el cuarto de los niños. Debía de haber visto cómo entra el resplandor de la luna llena, iluminando la pared que queda frente a la ventana. Su habitación estaba atiborrada de cosas: libros a montones, tanto para leer como para pintar y escribir; cuadros, flores, trozos de corteza, guijarros. Y otras cosas más siniestras: plantas extrañas como mandrágora y belladona, un rollo de algo que parecía algodón, pero que yo sabía que eran telarañas, y frascos de pociones de extraños colores que a mí me resultaban desconocidas. En fin, un gran revoltijo, un batiburrillo interminable donde cabía de todo. La única clase de habitación que podía tener una chica como Solsticio.

¡Pero me estoy desviando de mi historia!

Me desperté. Había estado soñando con los viejos tiempos, cuando la pobre señora Edgar y yo éramos jóvenes y felices. Cruzábamos los valles, explorándolos de punta a punta. Hoy en día me quedo agotado si me voy más allá de nuestro propio valle, pero en esa época yo estaba hecho todo un pájaro, ya lo creo. Sabía hacer unos trucos impresionantes mientras volaba. Supongo que en realidad estaba alardeando, pero a la señora Edgar le encantaba. Era capaz de dar vueltas y volteretas, de rodar por el aire y caer en picado. Y luego estaba mi truco más especial, una cosa que cualquier adulto te dirá que es imposible: volar hacia atrás. Para eso hacía falta mucha energía, te lo aseguro. La señora Edgar aplaudía con las puntas de las alas cuando yo lo hacía para demostrarme lo contenta que estaba.

¡Otra vez me he desviado! Bueno, la cuestión es que cuando me desperté en medio de la oscuridad, mis sesos de pájaro estaban muy, pero que muy lejos de allí.

Ladeé la cabeza.

Todo permanecía en silencio. ¡No! Todo, no.

Mis oídos serán viejos, pero aún están lo bastante aguzados como para oír escarbar a un escarabajo tres habitaciones más allá. En primer lugar oí a Solsticio, que respiraba suavemente por la nariz. Confié en que sus sueños fuesen tan agradables como los míos. Había dejado los restos de la cena en una bandeja junto a la cama y la mano que le colgaba fuera la tenía metida en un cuenco de pasas. Ya había derramado los restos de un vaso de leche, pero yo no podía hacer nada al respecto, porque empezaban a llegarme otros sonidos a medida que me iba conectando con los latidos de la noche.

El viento, un viento suave, susurraba al otro lado de la ventana. Y entonces oí algo más inquietante; algo que se arrastraba y se deslizaba a la vez. Y venía del pasillo al que daba la habitación de Solsticio. Aún estaba lejos, pero se iba acercando.

Al principio me pregunté si no serían otros ladrones que andaban buscando el Tesoro Perdido de Otramano. Ocurre bastante a menudo. Pero cuando escuché con atención, empecé a sentir que era algo más siniestro lo que se deslizaba por el pasillo.

Me quedé inmóvil, tratando de no hacer ruido y rezando para que Solsticio roncara más suavemente. Y en ese momento oí algo espantoso: una mezcla de respiración, gorgoteo, eructo y ronquido, todo a la vez, y entonces ya no tuve duda de que la bestia andaba rondando por el castillo.

Volví la mirada hacia la puerta.

¿La habría cerrado Solsticio con llave antes de acostarse? Normalmente la cerraba, eso lo sabía, como suelen hacer las chicas de cierta edad. Pero ¿y si lo había olvidado? Yo ya estaba dormido como un tronco para entonces. ¿Sería capaz la fiera de forzar la puerta?, ¿sabía que estábamos allí? ¿Podía olernos, tal como yo podía olerla?

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