Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (37 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

—¡Recoged el ojo de Huitzilopochtli y prestad atención a mis palabras, perros de Atetulka!

Yax rebuscó en la tierra hasta que encontró el ojo acrílico.

—¿Por qué piensas que los señores de Xibalba se alegraron y no me castigaron cuando le arranqué los ojos a Huitzilopochtli? Porque está gordo de la sangre de tantos hombres. Era avaricioso y los mexica lo alimentaban con sangre que debería haber estado plantando grano. Ahora todos los señores de Xibalba están hartos de sangre y harán que Huitzilopochtli pase hambre hasta que vuelva ser delgado como un árbol joven.

Ellos gimieron otra vez. El temor a Huitzilopochtli era profundo (el éxito de los mexica en una guerra tras otra se había asegurado de eso), y oír amenazas tan terribles contra un dios poderoso era una pesada carga. «Bueno, son unos hijos de puta bastante duros —pensó Hunahpu—. Y les daré valor de sobra cuando llegue el momento.»

—Los señores de Xibalba han pedido a su rey que venga de un lejano país. Les prohibirá beber nunca más la sangre de hombres o mujeres. Pues el rey de Xibalba derramará su propia sangre, y cuando beban de su sangre y coman de su carne nunca volverán a tener hambre ni sed.

Hunahpu pensó en su hermano el sacerdote y se preguntó qué pensaría de lo que estaba haciendo con el evangelio cristiano. A la larga, sin duda lo aprobaría. Pero habría algunos momentos incómodos por el camino.

—Levantaos y miradme. Fingid ser hombres.

Ellos se incorporaron cuidadosamente del suelo del bosque y se lo quedaron mirando.

—Como me veis derramar aquí mi sangre, así ha derramado el rey de Xibalba la suya por los señores de Xibalba. Ellos la beberán y nunca volverán a sentir sed. Ese día los hombres dejarán de morir para alimentar a su dios. En cambio, morirán en el agua y se levantarán renacidos: luego comerán la carne y beberán la sangre del rey de Xibalba igual que hacen los señores de Xibalba. El rey de Xibalba murió en un reino muy lejano, y sin embargo vive todavía. ¡El rey de Xibalba va a regresar y hará que Huitzilopochtli se incline ante él y no le dejará beber de su sangre o comer de su sangre hasta que vuelva a estar delgado, y eso requerirá mil años, pues el viejo cerdo ha comido y bebido demasiado!

Contempló el asombro de sus rostros. Naturalmente, les resultaba difícil aceptar aquello, pero Hunahpu había elaborado con Diko y Kemal la doctrina que enseñaría a los zapotecas y repetiría estas ideas a menudo hasta que miles, millones de personas en la cuenca del Caribe las repitieran a voluntad. Eso los prepararía para la llegada de Colón, si los otros tenían éxito, pero aunque no lo tuvieran, aunque Hunahpu fuera el único viajero del tiempo que había alcanzado su destino, prepararía a los zapotecas para recibir el cristianismo como algo que esperaban desde hacía tiempo. Podrían aceptarlo sin renunciar a un ápice de su religión nativa. Cristo sería simplemente el rey de Xibalba, y si los zapotecas creían que llevaba algunas heridas pequeñas pero ensangrentadas en un lugar que no se describía a menudo en el arte cristiano, eso sería una herejía que los católicos podrían aprender a soportar... mientras los zapotecas tuvieran la tecnología y el poder militar para alzarse contra Europa. Si los cristianos supieron acomodar a los filósofos griegos y a una plétora de festividades y rituales bárbaros y fingir que siempre habían sido cristianos, podrían tratar con el giro ligeramente perverso que Hunahpu estaba imponiendo a la doctrina del sacrificio de Jesús.

—Os estáis preguntando si yo soy el rey de Xibalba —dijo Hunahpu—, pero no lo soy. Sólo soy el que viene antes que él, para anunciar su llegada. No soy digno de trenzar una pluma en su cabello.

«Chúpate ésa, Juan el Bautista.»

—Aquí está el signo de su venida. Cada uno de vosotros enfermará, y cada persona de vuestra aldea. Esta enfermedad se extenderá por toda la Tierra, pero no moriréis a menos que vuestro corazón pertenezca a Huitzilopochtli. ¡Veréis que incluso entre los mexica habrá pocos que amen de verdad a ese gordo dios glotón!

Que ésa fuera la historia que se difundiera y explicara la violenta plaga terapéutica que aquellos hombres estaban ya contrayendo gracias a él. El virus portador no mataría a más de una persona entre diez mil, se convertiría en una vacuna excepcionalmente segura que dejaría a sus «víctimas» con anticuerpos capaces de combatir la viruela, la peste bubónica, el cólera, el sarampión, la varicela, la fiebre amarilla, la malaria, la enfermedad del sueño y muchas otras enfermedades que los investigadores médicos habían compilado en el futuro perdido. El virus portador sobreviviría como enfermedad infantil, reinfectando a cada nueva generación.... infectando también a los europeos cuando vinieran, y con el tiempo a toda África y Asia y todas las islas del mar.

Eso no significaba que la enfermedad fuera a ser algo desconocido: nadie era tan tonto para pensar que las bacterias y los virus no evolucionarían para llenar los huecos dejados por la derrota de sus predecesores. Pero la enfermedad no daría ventaja a un lado sobre otro en las rivalidades culturales por venir. No habría sábanas infectadas de viruela para matar las tribus indias molestamente persistentes.

Hunahpu se agachó y recogió la lámpara de alta intensidad de entre sus pies. Estaba cubierta por una cesta.

—Los señores de Xibalba me dieron esta cesta de luz. Contiene dentro un trocito de sol, pero solamente funciona para mí.

Los apuntó a los ojos con la luz, cegándolos por unos instantes, luego metió un dedo por una abertura de la cesta y pulsó la placa de identificación. La luz se apagó. No había motivos para desperdiciar batería. Esta «cesta de luz» sólo tendría una vida limitada, incluso con los paneles solares situados alrededor del borde, y Hunahpu no quería malgastarla.

—¿Cuál de vosotros llevará los regalos que los señores de Xibalba dieron a Un-Hunahpu cuando vino a este mundo para contaros la llegada del rey?

Pronto estuvieron todos cargando reverentemente los bultos de equipo que Hunahpu necesitaría durante los meses venideros. Suministros médicos para las curas pertinentes. Armas para la defensa propia y para despojar de valor a los ejércitos enemigos. Herramientas. Libros de consulta almacenados en formato digital. Disfraces adecuados. Equipo para respirar bajo el agua. Todo tipo de útiles truquitos de magia.

El viaje no fue fácil. Cada paso hacía que las espinas metálicas tiraran de su piel, ensanchando las heridas y causando más hemorragias. Hunahpu pensó en celebrar entonces la ceremonia de liberación, pero al final se decidió en contra. Era el padre de Yax, Na-Yaxhal, quien era el jefe de la tribu, y para consolidar su autoridad y situarlo en una relación apropiada con Hunahpu, tenía que ser él quien retirara las espinas. Así que Hunahpu continuó caminando, lentamente, paso a paso, esperando que la pérdida de sangre fuera menor, deseando haber elegido un emplazamiento más cercano a la aldea.

Cuando ya estaban cerca, Hunahpu envió a Yax con el ojo de Huitzilopochtli. Fuera lo que fuese lo que hubiera entendido sobre lo que Hunahpu le había dicho, el significado estaría bastante claro y la aldea estaría agitada y esperando.

Y esperando estaban. Todos los hombres de la tribu, armados con lanzas, dispuestos a arrojarlas, las mujeres y los niños ocultos en el bosque. Hunahpu maldijo. Había elegido esta aldea específicamente porque Na-Yaxhal era listo y con inventiva. ¿Por qué imaginó que iba a creerse a pies juntillas la historia de su hijo sobre la llegada de un rey maya procedente de Xibalba?

—¡Detente ahí, mentiroso, espía! —chilló Na-Yaxhal.

Hunahpu echó atrás la cabeza y soltó una carcajada, mientras introducía el dedo en la cesta de luz y la activaba.

—Na-Yaxhal, ¿se atreve un hombre que se despertó dos veces en la noche dolorido y con la barriga suelta a plantarse ante Un-Hunahpu, que trae una cesta de luz de Xibalba?

Y apuntó directamente a los ojos de Na-Yaxhal.

—¡Perdona a mi estúpido esposo! —exclamó Hija-de-Seis-Kauil, la esposa de Na-Yaxhal.

—¡Silencio, mujer! —respondió Na-Yaxhal.

—¡Se despertó dos veces en la noche con la barriga suelta y gemía de dolor! —gritó ella. Todas las otras mujeres gruñeron confirmando el secreto conocimiento del extranjero, y las lanzas temblaron.

—Na-Yaxhal, haré que enfermes de verdad. Durante dos días tus entrañas correrán como una fuente, pero te sanaré y te convertiré en un hombre que sirva al rey de Xibalba. Gobernarás muchas aldeas y construirás barcos para que naveguen a todas las costas, pero sólo si te arrodillas ahora ante mí. ¡Si no lo haces, haré que te caigas con un agujero en el cuerpo que no dejará de sangrar hasta que hayas muerto!

«No tendré que dispararle —se dijo Hunahpu—. Me obedecerá y nos haremos amigos. Pero si me obliga, puedo hacerlo, puedo matarlo.»

—¿Por qué me elige el hombre de Xibalba para esta grandeza, cuando soy un perro? —exclamó Na-Yaxhal. Era una postura retórica muy prometedora.

—Te elijo porque eres lo más parecido a un ser humano de todos los perros que ladran en zapoteca y porque tu esposa es ya una mujer durante dos horas cada día.

Eso recompensaría a la vieja bruja por hablar en favor de Hunahpu.

Na-Yaxhal se decidió y, tan rápidamente como se lo permitió su anciano cuerpo (tenía casi treinta y cinco años), se postró. Los otros de la aldea lo imitaron.

—¿Dónde están las mujeres de Atetulka? Salid de vuestro escondite, vosotras y todos vuestros hijos. ¡Venid a verme! Entre los hombres yo sería un rey, pero sólo soy el más humilde servidor del rey de Xibalba. ¡Venid a verme!

«Pongamos los cimientos de un tratamiento de las mujeres algo más igualitario, desde el principio.»

—¡Reunios con vuestras familias, todos vosotros!

Vacilaron, pero sólo durante unos instantes. Ya se orientaban por clanes y familias, incluso cuando se enfrentaban a un enemigo, así que hizo falta poco para que obedecieran su orden.

—Ahora, Na-Yaxhal, avanza. ¡Coge la primera espina de mi pene y píntate la frente con su sangre, pues tú eres el hombre que será el primer rey en el reino de Xibalba-en-la-Tierra, siempre que me sirvas, pues yo soy el servidor del rey de Xibalba!

Na-Yaxhal se adelantó y sacó la espina de manta raya. Hunahpu no gimió porque no sintió dolor, pero notó cómo la espina tiraba de su piel e imaginó lo desagradable que sería el dolor de esa noche. «Si vuelvo a ver a Diko alguna vez no quiero oírla quejarse de nada que haya tenido que soportar por el bien de su misión.» Entonces pensó en el precio que Kemal pretendía pagar y se avergonzó.

Na-Yaxhal se pintó la frente y la nariz, los labios y la barbilla con la sangre de la espina de manta raya.

—¡Hija-de-Seis-Kauil!

La mujer surgió de entre el clan principal de la tribu.

—Saca la siguiente espina. ¿De qué está hecha?

—De plata.

—Píntate el cuello con mi sangre.

Ella se pasó la larga espina de plata por el cuello.

—¡Serás madre de reyes y tu fuerza estará en los barcos del pueblo zapoteca, si sirves al rey de Xibalba-en-la-Tierra y a mí, el servidor del rey de Xibalba!

—Lo haré —murmuró ella.

—¡Habla fuerte! —ordenó Hunahpu—. ¡No susurraste cuando hablaste sabiamente de la barriga suelta de tu marido! ¡La voz de una mujer puede oírse con la misma fuerza que la voz de un hombre en el reino de Xibalba-en-la-Tierra!

«Eso es todo lo que podemos hacer por la igualdad ahora mismo —pensó Hunahpu—, pero será bastante revolucionario cuando la historia se extienda.»

—¿Dónde está Yax? —gritó Hunahpu.

El joven avanzó tímidamente.

—¿Obedecerás a tu padre, y cuando sea llevado a Xibalba dirigirás a este pueblo con piedad y sabiduría?

Yax se arrodilló ante Hunahpu.

—Saca la siguiente espina. ¿De qué está hecha?

—De oro —dijo Yax, cuando la sacó.

—Píntate el pecho con mi sangre. Todo el oro del mundo será tuyo, cuando seas digno de convertirte en rey, siempre que recuerdes que pertenece al rey de Xibalba, y no a ti ni a ningún hombre. Lo compartirás libre y justamente con todo el que beba la sangre y coma la carne del rey de Xibalba.

Eso debería ayudar a la Iglesia católica en lo referido a la conciliación con los extraños herejes protocristianos cuando las dos culturas se encontraran. Si el oro fluía libremente hacia la Iglesia, pero sólo a condición de que confesaran que comían la carne y bebían la sangre del rey de Xibalba, la herejía iría bien encaminada a ser una variante aceptable del dogma católico. «Me pregunto —pensó Hunahpu— si me santificarán. Desde luego, no será por falta de milagros, al menos durante una temporada.»

—¡Bacab, creador de herramientas, trabajador del metal!

Un joven delgado avanzó y Hunahpu le hizo retirar la siguiente espina.

—Es cobre, señor Un-Hunahpu —dijo Bacab.

—¿Conoces el cobre? ¿Puedes trabajarlo mejor que ningún hombre?

—Lo trabajo mejor que ningún hombre de esta aldea, pero hay sin duda otros hombres en otros lugares que lo trabajan mejor que yo.

—Aprenderás a mezclarlo con muchos metales. Crearás herramientas que nadie en el mundo ha visto. ¡Píntate el vientre con mi sangre!

El artesano hizo lo que le decía. Después del rey, de su esposa y de su hijo, los que trabajaban el metal serían quienes a partir de entonces tendrían más prestigio en el nuevo reino.

—¿Dónde está Xocol-Ha-Man? ¿Dónde está el maestro constructor de barcas?

Un joven fuerte con hombros enormes surgió de otro clan, sonriendo con orgullo.

—Saca la siguiente espina, Xocol-Ha-Man. Tú, que llevas el nombre de un gran río en el torrente, debes decirme, ¿has visto antes este metal?

Xocol-Ha-Man acarició el bronce, manchando de sangre todos sus dedos.

—Parece cobre, pero más brillante —dijo—. Nunca lo he visto.

Bacab lo miró a su vez, y también él sacudió la cabeza.

—Orina sobre este metal, Xocol-Ha-Man. ¡Haz que la corriente del océano que hay dentro de ti fluya sobre él! Pues no pintarás tu cuerpo con mi sangre hasta que hayas encontrado este metal en otra tierra. Construirás barcos y navegarás en ellos hasta que encuentres la tierra al norte donde conocen el nombre de este metal. Cuando me traigas el nombre de este metal, entonces pintarás tu entrepierna con mi sangre.

Sólo quedaba la espina de hierro.

—¿Dónde está Xoc? ¡Sí, me refiero a la esclava, la muchacha fea que capturasteis y con la que nadie quiere casarse!

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