Authors: Arno Strobel
—Eso es absolutamente perverso —espetó Grohe—. El primer cerebro que debería reescribir es su propia mente enferma.
—¿Y por qué las personas se convierten en lo que ahora es Sibylle Aurich? —preguntó Sibylle aterrorizada.
El rostro de Haas permaneció impasible.
—Aún no hemos completado nuestras investigaciones. Hemos de perfilar algunos detalles. Por desgracia, la corriente eléctrica que Synapsia envía a través de las células nerviosas de un donante ha de poseer una intensidad determinada para que pueda formarse el molde. Esa intensidad, a su vez, provoca que las células que contengan conexiones sinápticas se destruyan. Después de aplicar Synapsia quedan inservibles, como si borrásemos el disco duro de un ordenador de tal forma que ya no pudiera ser reescrito nunca más.
Sibylle no podía creer con cuanta calma explicaba aquel hombre cómo .mutilaba a las personas de la forma más cruel.
—¿Y cómo puede ser que Daniela, cuando creía que era Sibylle, no se sorprendiera de ver de repente un rostro diferente en el espejo? —preguntó Rosie, que al parecer era la que se encontraba menos impresionada de los presentes.
—Uno de los procedimientos que muestran la genialidad del cerebro humano —explicó Haas, como si aquello también constituyese uno de sus logros—. Tal cómo he explicado anteriormente, un recuerdo es más semejante a un puzle que a una imagen estable. En ese puzle aparecen con frecuencia huecos que nuestro cerebro completa por sí mismo presentándole a nuestra conciencia aquella posibilidad que estima más plausible. Por cierto, es lo mismo que explica que cuatro testigos de un mismo accidente automovilístico ofrezcan cuatro descripciones diferentes del suceso, hallándose cada uno de ellos convencido que la propia es la verdadera. Igualmente se cuida el cerebro de que nuestra mente no acepte como veraz algo que parece imposible. Y bien, la primera vez que Jane se miró en un espejo y su subconsciente registró que esa imagen no coincidía con la que guardaba en su memoria, su cerebro reaccionó y ofreció la explicación más lógica. Dado que el reflejo mostraba el aspecto que tiene Jane, y dado que no se podía contemplar ni una operación ni un accidente como explicación, sólo podía aceptarse una única verdad: era el recuerdo el que estaba distorsionado. De modo que el cerebro borró ese recuerdo y lo sustituyó por el nuevo rostro. En cualquier situación semejante...
Tras ellos se cerró una puerta. De repente Robert estaba al lado de Daniela e intentaba apartar a Lukas de ella.
—Suéltalo —ordenó con voz dura, insistiendo en separarla del niño, pero ella lo mantenía fuertemente sujeto. Lukas comenzó a gritar.
—Deja a mi hijo —gritó ella, agachándose y protegiendo al niño empleando su propio cuerpo como escudo.
Como Robert no conseguía arrancarle al niño, lo soltó, y cogiendo a Daniela por el pelo, tiró de su cabeza hacia arriba con fuerza.
—¡Suéltalo! ¡Ahora mismo! —gritó él.
El dolor en su cráneo era tan intenso que no pudo evitar soltar un lamento, pero aún así mantuvo a Lukas fuertemente abrazado.
—Maldita estúpida —jadeó Robert.
Sibylle registró un movimiento y supo de repente qué iba a suceder.
El puño de Robert apareció delante de ella, con un tamaño descomunal, y la alcanzó de forma simultánea tanto en la mejilla como en el ojo derecho. Algo explotó en su cabeza, que se llenó de fuegos artificiales. Todo daba vueltas a su alrededor, sus brazos y piernas cedieron, y cuando comprendió que caería al suelo sin remedio, gritó una vez más el nombre de su hijo.
Cuando Rob se acercó a Jane, Hans ya imaginó que habría problemas. Tenía una especie de radar para las situaciones conflictivas, y el lenguaje corporal de Robert era fácil de interpretar.
Rob agarró al niño del brazo y Hans miró al Doctor. Esperaba que éste le ordenara a su hijo no molestar a Jane, pero el Doctor, interrumpido en su discurso, se limitó a registrar la escena un tanto ausente, impasible. Hans sintió una profunda irritación. Observaba cómo luchaba Jane por su hijo, y le gustó comprobar que Rob tenía dificultades para arrancarle el niño.
Cuando Rob soltó al niño y tiró a Jane del pelo, el cuerpo de Hans se tensó al máximo. Volvió a observar al Doctor, pero éste seguía sin moverse. Y entonces Robert acercó su puño al rostro de Jane.
¡Jane!
Hans pudo sentir aún cómo se generó en él una cálida corriente, y registró sólo vagamente una sombra que se aproximaba a Rob, apartando de él al niño. Todo lo demás desapareció de su consciencia, simplemente no existió.
Llegó hasta Rob en tres breves pasos, pero falló en sus propósitos por un sólo segundo. Percibió con todo detalle cómo el puño de Robert alcanzó de lleno el delicado rostro de Jane.
La había besado.
Hans vio cómo Jane caía al suelo, gritando, pidiendo ayuda.
Frágil.
Hubiera hecho más aún si ella no hubiese sido una mujer tan reprimida.
Hans separó una de sus piernas lateralmente y se agachó de modo que fue capaz de subirse cómodamente la pernera del pantalón y sacar su punta de bayoneta de la cartuchera. Mientras volvía a levantarse, su brazo trazó un arco, un movimiento en espiral de abajo hacia arriba, a cuyo término la hoja de su cuchillo se introdujo profundamente en el cuello de Robert, cortando limpiamente la nuez en dos. Robert abrió tanto los ojos que éstos parecieron querer saltar de su rostro. Condujo ambas manos al lugar del que su sangre comenzó a brotar a borbotones. La boca se abrió, pero Hans sabía que sería incapaz de articular sonido alguno. Nadie podría hablar con una herida así.
Mientras Robert se tambaleaba, mirándole con incredulidad desde aquellos ojos aterradoramente abiertos, ocurrió algo extraño con Hans.
Algo le golpeó en la espalda y de repente el mundo se detuvo. O casi todo el mundo. Sólo Jane se movía, muy levemente. Levantó la cabeza y le sonrió. No se advertía en ella herida alguna, Rob no le había hecho daño. Su figura se hallaba envuelta en una especie de halo luminoso; no, no exactamente envuelta, ella misma irradiaba aquella luz. Jane se levantó, situó su rostro a la altura del suyo, los ojos de ambos separados por sólo breves centímetros. Era tan frágil y bella que Hans no pudo soportar su visión, y tuvo que cerrar los ojos.
Pero aún así seguía percibiendo su luz, pues ésta había penetrado en él y cada vez brillaba con mayor fuerza, casi cegándole ahora. Estaba totalmente inmerso en la luz que Jane irradiaba y se entregó a ella sin reservas.
Cuando la luz empalideció, cuando ya no pudo seguir sintiendo a Jane, cuando de repente lo alcanzó el frío, Hans se llevó consigo algo que no recordaba haber sentido jamás.
Felicidad. Era feliz.
Pasaron algunos segundos antes de que Daniela fuese capaz de distinguir su entorno, aunque en ningún momento llegó a perder la consciencia. El dolor que se había instalado firmemente en la mitad derecha del rostro se extendía hacia el resto de su cabeza. Se apoyó con el brazo flexionado en el suelo e intentó levantar el torso, lo cual lanzó nuevas oleadas de dolor hacia su cráneo. Intentó ignorar aquel martirio cuando, de repente, sucedieron tantas cosas a la vez que los acontecimientos se le presentaron como fotogramas enlazados en rápida sucesión.
Rosie se acercó y agarró a Lukas.
Hans se agachó justo delante de ella en una postura algo extraña mientras simultáneamente levantaba un brazo, que pareció volar en su dirección. Se produjo un repugnante sonido como de succión que no fue capaz de identificar.
El cuerpo de Robert se tensó de manera grotesca, éste levantó los brazos y apretó las manos temblorosas contra el cuello.
Wittschorek sacó algo de su chaqueta y se lo lanzó a Grohe. El comisario jefe atrapó aquel objeto y apuntó con él a Hans y Robert mientras flexionaba las rodillas, y Daniela comprendió que empuñaba un arma. Siguió a todo ello una explosión de tal magnitud, que el tiempo pareció ralentizarse después. Presenció, a cámara lenta, cómo se paralizaba Hans. Se meció hacia atrás y hacia delante, se giró a medias y cayó a continuación al suelo, quedando con la cabeza, que rebotó en varias ocasiones como si estuviese hecha de goma, a pocos centímetros de ella. Después se quedó quieto, justo delante.
Los ojos muertos.
Los ojos muertos que ahora quizá estuvieran muertos de verdad. Y la miraban fijamente.
Daniela no pudo sino gritar. Gritó, gritó, gritó y gritó, alejando de sí con sus agudos aullidos aquella cabeza muerta con sus terroríficos ojos y todo lo demás que la rodeaba, incluso la luz.
Sólo cuando llegó la oscuridad, Daniela dejó de gritar.
Al principio sólo distinguió una imagen borrosa, de tono grisáceo. Parpadeó repetidas veces y comenzaron a formarse perfiles. Una superficie luminosa ligeramente por encima de ella que se destacaba del fondo. La superficie se movió y produjo inesperadamente palabras.
No había comprendido las palabras, pero...
Esa voz…
Se pasó el índice y el pulgar por los ojos, parpadeó de nuevo y vio...
Wittschorek.
Estaba sentado a su lado. Todos los recuerdos volvieron de golpe. Gritó y apoyó los pies en la blanda superficie sobre la que se encontraba para alejarse de aquel hombre. Wittschorek se inclinó sobre ella y la sujetó. Volvió a hablar y su voz transmitía calma. A pesar del pánico que sentía intentó concentrarse en sus palabras.
—Tranquila —decía—. Tranquila, Daniela. Todo está bien. Se acabó. Su hijo también se encuentra bien. No tiene que temer nada ya.
¡Lukas!
—¿Dónde está mi hijo?—le gritó—. ¿Qué habéis hecho con mi hijo, cabrones?
—Su hijo está ahí fuera, en el pasillo. La señora Wengler se ocupa de él.
¿La señora Wengler se ocupa de él?
Daniela no comprendía nada. Miró más allá de Wittschorek. Estaba en una habitación de hospital. Una cama, la suya.
¿Otra vez?
—¿Dónde estoy? ¿Y qué hace aquí usted, usted que...?
El sonrió. De verdad. Le sonrió y no se trataba de una risa cruel y terrorífica como la que conocía de Robert.
Robert.
Llevó instintivamente la mano hacia su mejilla y tocó algo mullido. Una venda.
—Se encuentra usted en la clínica universitaria de Múnich,
donde
ha
dormido
unas veinte horas después
de
haber sido sedada. Lo necesitaba usted después de todo lo que ha vivido en los últimos días.
—Pero, usted...
Wittschorek sacudió la cabeza y señaló con la barbilla a un punto situado detrás de ella. Sin comprender nada, siguió con la mirada la dirección que él le indicaba. Allí, al otro lado de su cama, estaba el comisario jefe Grohe que le sonreía a su vez.
Jamás había visto a este hombre sonreír antes.
—Todo está bien, señora Randstatt—dijo éste—. Nosotros... somos de los buenos. Ambos.
Ella seguía mirándole fijamente, desorientada.
—¿Dónde está mi hijo?
Wittschorek se levantó y se dirigió hacia la puerta. Sólo unos segundos después entró Lukas corriendo y gritando su nombre en la habitación y se lanzó sobre ella.
—Despacio, despacio, jovencito. Tienes que dejar descansar a tu madre un poco —dijo Grohe, sonriendo de nuevo.
Daniela alzó un poco aquel cuerpecito para besarlo una y otra vez. No podía dejar de abrazar a aquel pequeño ser, y olerlo, y sentirlo. Nadie se lo impidió.
En algún momento lo apartó un poco, para poder mirarlo bien.
—¿Te encuentras bien, hijo? —preguntó.
Él sonreía de oreja a oreja.
—Sí, mami. La tía Rosie dice que si quiero la puedo llamar abuela Rosie. ¿Puedo?
Daniela tuvo que reírse, aunque aquello le provocó una fuerte punzada de dolor en la mejilla derecha. Lukas la miró y sonrió.
—Tienes un aspecto divertido, mami.
—¿Sí? Bueno, parece que me he hecho un poco de daño en la mejilla.
—No me refiero a eso —dijo él, con la risa en la mirada—. Es por tu ojo morado.
Consultó asustada con Grohe, que asintió, sonriente.
Le dio a Lukas un golpecito en la espalda.
—¿Por qué no sales y le dices a la abuela Rosie que entre? —le indicó.
—¿Pero qué te crees? La abuela Rosie hace tiempo que se encuentra aquí contigo, chiquilla —oyó una voz conocida procedente de la puerta. Daniela levantó la cabeza, sintió una nueva punzada dolorosa y vio acercarse a Rosie.
Se abrazaron sin palabras.
—Puedes confiar en ellos, chiquilla —dijo Rosie después en voz baja—. Es una historia enrevesada, pero estos comisarios nos han sacado de allí.
Le plantó un sonoro beso en la frente y se dirigió a Lukas.
—Ahora vente con la abuela Rosie y vayamos un rato fuera, tu mamá tiene que hablar de unas cosas con estos policías tan simpáticos.
Cuando volvieron a estar solos, Wittschorek y Grohe se sentaron al lado de Daniela.
—¿Cree que soportará usted escuchar toda la historia en este momento?
Ella sintió.
—¿Qué pasa con Robert y ese Hans? ¿Han muerto?
Ambos policías se consultaron brevemente con la mirada, Wittschorek suspiró.
—Sí, han muerto los dos. Hans ha matado al hijo del profesor Haas. Estaba justo a su lado, y nos temíamos que la atacara a usted también. El comisario Grohe le disparó.
Daniela calló.
—Le tenía miedo, pero... de algún modo pienso que no me hubiera hecho daño.
—No podía correr ese riesgo —aclaró Grohe.
Daniela volvió a ver ante sí aquella terrible escena, los ojos muertos, mientras la cabeza rebotaba en el suelo. La alejó de su mente.
—¿Y los demás?
—Hemos detenido a Haas y sus ayudantes. Sólo lo que nos ha contado allá abajo es suficiente como para encerrarlo una buena temporada.
—¿Y... qué han descub...? —guardó silencio y realizó un nuevo intento—. ¿Qué han descubierto sobre Dan...sobre mí?
El tomó un periódico de la mesita de noche y se lo puso sobre la cama.
—Vamos a comenzar por aquí.
Dos fotografías en blanco y negro, algo borrosas, la mostraban a ella y Lukas. El titular indicaba la desaparición de madre e hijo.
Daniela pasó la mirada alternativamente de Grohe a Wittschorek y leyó el artículo.
Explicaba cómo su casera se había sorprendido al no verla a ella ni a su hijo durante unos días, ya que normalmente se cruzaban casi a diario. Había llamado a la policía, que al acudir a la empresa de la señora Randstatt, CerebMed Microsystems, supo que ésta llevaba faltando a su trabajo varios días.