A menos que fuera él.
Pierre Michel se removía en su asiento, visiblemente descontento, mientras Paul Johnson proseguía su perorata.
—Todo lo que pueden revelarnos los pergaminos del mar Muerto —continúo Johnson— es de qué modo Jesús vivió, y en qué medio nació el cristianismo. Mi objetivo será ilustrar desde un punto de vista histórico el contexto en el que se escribieron los pergaminos. Se trata, claro está, del judaismo, y por ello comenzaré a narrarles, desde un punto de vista estrictamente histórico, lo que ocurría antes y durante el período en que la secta esenia escribió esos rollos.
Comenzó entonces un largo discurso acerca de las más diversas cosas, en el que evitaba cuidadosamente tocar el tema de los manuscritos. De vez en cuando se encontraba con los ojos de Pierre Michel, que le miraba fijamente con una mezcla de odio y temor. Éste levantó varias veces los ojos al techo, como si se sintiera escandalizado y pusiera al cielo por testigo de su estupor. Parecía cada vez más exasperado.
De pronto, se levantó de su asiento. Subió a la tribuna, mostrando con su expresión que estaba harto. Puso algunos papeles ante él y miró, por unos instantes, al auditorio, como si evaluara a un adversario. Johnson le asaeteó con la mirada, inquieta a veces, amenazadora otras. Calló, al igual que el resto de la tribuna, que no se atrevía a protestar. La concurrencia no ignoraba que Pierre Michel poseía los papeles más importantes y pareció contener el aliento, de modo que el silencio era total cuando se escuchó —como el nuevo augurio de un profeta sin piedad ni esperanza— su vibrante voz.
—No puedo admitir que semejante hipocresía acabe redondeando tantos siglos de mentira —sentenció remachando cada palabra con un puñetazo en la mesa, como un tambor que redoblara en el asalto final—. ¿Por qué no decirse la verdad, judíos y cristianos? ¿Por qué mentirnos y tener tanto miedo? —preguntó volviéndose hacia Johnson—. Somos ovejas descarriadas que buscan su camino pero que sólo pueden tomar una y otra vez, sin cesar, el que tomaron cuando se perdieron.
»¿Queréis conocer la edad de los pergaminos? ¿Queréis saber si hablan de Jesús o si ni siquiera le aluden? ¿Queréis saber si Jesús existió o sólo es un mito? Y si existió, ¿queréis saber si fue esenio o fariseo, a qué secta pertenecía? Y si existió, ¿quién le mató y por qué? ¿O preferís que sigan considerándoos unos niños?
»Vosotros, creyentes, os complacéis en el oscurantismo, adoráis los ídolos que se pretende convertir en argumentos de vuestra fe, y no odiáis a la gente que considera imposible mirar con firmeza, cara a cara, la verdad. Preferís no saber.
»Vosotros, los ateos, ya no queréis oír hablar de ese cristianismo que, sin embargo, moldea el mundo en que vivís. Os burláis de los creyentes y de su imbécil fe, ¿pero sabéis que, en el fondo de todos vosotros, los despreciáis porque sentís una exigencia mayor? Vosotros, los no-creyentes, creéis no creer pero creéis más aún que los demás, sin tener el valor de llegar hasta el fin de vuestra insatisfacción.
»Así pues, yo os voy a decir lo que ocurrió realmente en Qumrán. Y ya veréis que, para algunos, traigo el bautismo, el nuevo nacimiento que os purificará de todas las escorias depositadas por siglos de ignorancia. Y para otros, traigo el escándalo.
—Los textos de Qumrán son medievales —interrumpió un hombre del público.
—Así, no tienen relación alguna con los orígenes del cristianismo; ¿es ahí donde quiere llegar? —repuso Pierre Michel.
—¡No! Son del siglo II o III después de Cristo —exclamó otro.
—De modo que la relación, si relación existe, no tendría importancia. Pero si, en cambio —prosiguió Pierre Michel levantando la voz, que tembló en el amplificador del micrófono—, se escribieron durante los siglos que precedieron inmediatamente a la era cristiana, entonces resultan cruciales tanto para el judaismo como para el cristianismo. Ahora bien, se da el caso de que la comunidad descrita por esos rollos reverencia a cierto Maestro de Justicia, que sufrió al parecer martirio. Por eso es una cuestión vital la fecha de los documentos. No se les ha escapado el envite: es el de los orígenes del cristianismo. Y la pregunta esencial es la siguiente: ¿pertenecían los primeros cristianos a la comunidad esenia?
»Incluso para los creyentes, una pregunta histórica debe tener una respuesta histórica. Desde hace dos mil años, la respuesta de la Iglesia sobre el origen y el significado del cristianismo es clara: Jesús es el Mesías que vino para cumplir las Escrituras, y no sólo para los judíos sino para el conjunto de las naciones. Fue enviado por Dios, que lo hizo judío, pero su enseñanza se distingue radicalmente de la del judaismo. Ahora bien, si los pergaminos afectan este punto de vista, si nos obligan a reconocer que Jesús y los primeros cristianos surgieron de una secta judía, que ésta tenía sacramentos y una organización casi idénticos a los del cristianismo primitivo, entonces siglos de creencia resultan erróneos, y siglos de ignorancia e intolerancia quedan condenados sin apelación posible. Será entonces necesario extraer consecuencias de esos hechos históricos y admitir que el cristianismo no nació de una intervención suprasensible, sino como resultado de una evolución social y religiosa natural.
»¿Qué nos revelan los pergaminos? Os lo digo claramente. Entre los esenios, los gnósticos y los christianoi hubo un intenso conflicto ideológico durante los tres siglos que siguieron al nacimiento de Cristo. Los pergaminos nos indican que el cristianismo, en vez de ser una fe extendida por unos santos en Judea, es una de las ramas del judaismo. Y esta rama era el esenismo, y en ella se injertaron otras religiones del mundo de los gentiles, hasta que se convirtió en un sistema de creencias autónomo: el cristianismo. La otra tendencia del judaismo, el fariseísmo, que promueve la Torá, que exalta la tradición rabínica y el Talmud como texto más revelado todavía que la Biblia, se vio afectado también, en menor grado, por el mundo pagano, y se convirtió en el judaismo tal como hoy lo conocemos… a excepción, sin embargo, de los fundamentalistas judíos, a los que yo colocaría más en la línea del esenismo que en la del fariseísmo.
—Los pergaminos son falsificaciones —interrumpió de nuevo alguien, que fue reprendido al instante por el presidente.
Lo que no impidió que otro añadiera:
—Son caraítas; deben fecharse en el siglo X.
Pierre Michel respondió con tranquilidad:
—La secta judía de los caraítas se dispersó en el siglo VIII después de Cristo por todo Babilonia, Persia, Siria y Egipto, al igual que en Palestina. En el siglo XI, declinó en esas zonas mientras lograba extenderse en Europa. Su rasgo distintivo era la interpretación literal de la Biblia en lo referente a las reglas de piedad. Sin embargo, los hallazgos arqueológicos y paleográficos desmienten cualquier vínculo entre la secta y Qumrán.
»Por otro lado, comprendo que les dé miedo fechar los pergaminos… Pues, en efecto, existen turbadoras coincidencias. Entre los escritos rechazados por los padres de la Iglesia podemos encontrar los apócrifos del Antiguo y el Nuevo Testamento, así como el seudoepígrafe. Evidentemente eso no es una casualidad. Todos ustedes saben que apócrifo significa "oculto". Creo que esos textos se apartaron porque se deseaba que su sentido siguiera estando oculto para la masa de los fieles y sólo fuera accesible a unos raros iniciados. No olvidemos que los escritos esotéricos eran muy numerosos a comienzos de la era cristiana y que son muy importantes para comprender el cristianismo original. Ahora bien, afirmo que nos permiten interpretar los manuscritos del mar Muerto, y éstos los ilustran a su vez, pues existen turbadoras coincidencias…
Pierre Michel se detuvo unos instantes y bebió un trago de agua. Luego sacó lentamente de su cartera un paquete envuelto en un lienzo blancuzco que deshizo lentamente para descubrir un rollo. Reconocí inmediatamente un manuscrito del mar Muerto. Lo levantó por encima de la cabeza, para mostrárselo a toda la concurrencia que lo contempló boquiabierta. Era un pergamino antiguo, muy fino, de un color marrón claro, salpicado de manchas más oscuras, corroído por el tiempo, los insectos y la humedad. Estaba enrollado por sus dos extremos, como dos tímidos brazos asustados ante su propia audacia, que vacilaban en abrirse y descubrir su desnudez, la impúdica desnudez de la verdad. Encogido sobre sí mismo, parecía tan frágil y delicado que habría podido convertirse en polvo ante nuestros ojos o desmenuzarse en mil fragmentos y desaparecer para siempre, sin que nadie lo conociera. Era tan viejo, había visto desfilar tantos siglos, milenios incluso, que parecía desear que concluyera por fin su largo, demasiado largo calvario, y decir lo que tenía que decir antes de exhalar su último suspiro, de soplar la última brizna de polvo y no ser ya aquella prueba, aquella demostración para el hombre olvidadizo, sino sólo un recuerdo, una idea, una historia, rastro de su rastro, inefable y precario, una oración, un nombre invocado por los padres y los hijos, y porlos hijos de sus hijos. Pronto se resignaría y abdicaría en favor de las palabras de las que sólo era soporte. Vacilaba ya entre lo material y lo inmaterial, entre lo real y lo imaginario, el espíritu, la pura memoria de aquellas palabras, grabadas para siempre, perdidas para siempre, recuperadas para siempre. Había resistido tanto, había combatido tanto y, desde hacía poco, viajado tanto que parecía fatigado y sin fuerzas. Pero estaba presente, tangible todavía, a la vista de todos, porque no había cumplido todavía su misión y guardaba en sus recovecos algo que debía ser dicho, por fin.
Pierre Michel siguió diciendo, con voz fuerte:
—¿Desean saber si existió Jesús y quién fue? Este manuscrito proporciona la respuesta y se lo entrego. Sí, Jesús existió. Este manuscrito habla de él. No, no fue el que ustedes creen.
En la sala se hizo un gran tumulto. Todos los ojos estaban clavados en el pergamino que Pierre Michel mantenía, aún, sobre su cabeza. Bajó entonces los brazos, depositó delicadamente el objeto en la mesa y añadió:
—Todo el mundo sabe que existen turbadoras similitudes entre los esenios y las primeras comunidades cristianas, parecidos que no pueden ser fruto del azar. Ambas comunidades ponían sus bienes en común y los guardaban en una especie de caja general, que constituía un tesoro. Un tesorero titular redistribuía lo necesario para las compras de la comunidad. Ahora bien, cuando Jesús le dice a un hombre rico que dé a los «pobres» todo lo que posee, está claro que con estas palabras quiere designar a sus hermanos, los esenios: el término «pobres» era precisamente uno de los que utilizaban los esenios para calificar a los miembros de su comunidad. La gente acomodada que se unía a la secta esenia tenía que abandonar sus riquezas y contribuir al fondo común. Pues bien, cuando Jesús invita al hombre rico, le dice precisamente: «Ven, únete a nosotros» para alentarle a integrarse en la comunidad esenia a la que él mismo pertenecía.
De nuevo se levantó un clamor entre el público. Pero Pierre Michel prosiguió, imperturbable:
—El parecido entre las reglas de los esenios y las de los primeros cristianos no se detiene ahí. El fraude financiero con respecto a la comunidad era gravemente castigado, tanto por unos como por otros, aunque los cristianos parecen haber sido más duros. En el
Manual de disciplina
de los esenios, quien ha robado a la secta debe pagar cierta suma o ser castigado durante sesenta días. En el Libro de los hechos de los apóstoles, Pedro, que ha descubierto el fraude de Ananías, le dice que ha pecado contra Dios, y Ananías, aterrorizado, expira inmediatamente.
»Pero, sobre todo, los esenios y los primeros cristianos vivían del mismo modo. Los esenios evitaban las ciudades y preferían establecerse en los pueblos. Rechazaban el sacrificio de animales. Su enseñanza descansaba en los principios de la piedad, la justicia, la santidad, el amor a Dios, a la virtud y al hombre. Por eso los esenios eran admirados por numerosos judíos, con grave daño para los sacerdotes del Templo, que colaboraban con el impío ocupante.
»Además, ambas comunidades tenían una visión similar del mundo: las dos anunciaban un cataclismo al final de los tiempos y creían en el reino de Dios inaugurado por el Mesías. Las dos se consideraban el pueblo elegido por Dios, en conflicto con los hijos de la mentira. Creían ser los hijos de la luz comprometidos en la lucha contra los hijos de las tinieblas. Tanto los esenios como los cristianos se situaban en el centro de un conflicto cósmico.
»A fin de realizar este destino, concibieron el mismo sistema mesiánico, la misma organización de sus comunidades en un movimiento religioso, el mismo universo conceptual. Para convencerse de ello basta con comparar el
Manual de disciplina
y el Nuevo Testamento. Todos los elementos concuerdan, pues se trata de la misma comunidad. Se lo aseguro: los esenios y los cristianos formaron una sola y misma secta. Lo que significa que, hasta que se fundó la Iglesia, el cristianismo era parte orgánica del judaismo.
Entre la concurrencia se escucharon murmullos cada vez más confusos. Pierre Michel elevó el tono para cubrir el ruido de las voces:
—Debemos terminar con siglos de secuestro de los textos. Consideren el
Testamento de los doce patriarcas
, que durante mucho tiempo se creyó escrito por un cristiano porque en él se hablaba del Mesías. Luego se descubrió que no era así, que se debía a la mano de un judío. ¡Y sólo es un ejemplo entre muchos otros!
»De ese modo, se comprende el misterio del Evangelio de san Juan, y su singular diferencia con los demás evangelios, con los que es casi imposible conciliario. Según Juan, Jesús es una especie de rabino. Su vida pública es más larga: tres años en vez de algunos meses o un año. Toda su existencia se desarrolla en Judea y no en Galilea. Es el Mesías desde el comienzo.
»Pues bien, he descubierto que el Evangelio según san Juan cita casi literalmente algunas frases del manuscrito de Qumrán que he estudiado; fue escrito, pues, muy pronto, en Palestina, donde se encontraron el pensamiento cristiano y el helenístico; es decir en Qumrán. Tengo muy buenas razones para pensar que el Evangelio de san Juan fue compuesto por un miembro de la secta esenia.
»¿No ven ustedes cómo el personaje de Jesús, tal como Juan lo describe, está muy próximo al Maestro de Justicia esenio, el sacerdote exaltado, el profeta que sufrió martirio y debe reaparecer como Mesías? El autor del Evangelio de san Juan compuso pues el relato de la vida de Jesús de acuerdo con la doctrina del Maestro de Justicia: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene por el Padre sino yo, yo os aporto la paz", cita san Juan. La lectura de ese manuscrito me ha permitido resolver el misterio del Evangelio de san Juan: es un tratado teológico en forma de biografía de Jesús, que contiene las doctrinas predicadas por el Maestro de Justicia.