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Authors: George H. White

Tags: #Ciencia ficción

Salida hacia La Tierra (14 page)

Harold iba a seguirles cuando cayó en la cuenta de que hacía un buen rato que no veía a Amalia. Volvióse y vio que la pelea tocaba a su fin a favor de los terrestres. Vio también a la joven tendida en mitad de un charco de sangre.

—¡Amalia! —gritó con acento desgarrador abalanzándose sobre el cuerpo de la muchacha.

Le levantó la morena cabecita con sus manos tintas en sangre y comenzó a besar como un loco los labios yertos.

Inesperadamente, Amalia abrió los ojos y le sonrió. No era suya la sangre del charco donde yacía. Harold se echó atrás enrojeciendo hasta la raíz de sus rubios y alborotados cabellos.

—Creí… creí que la habían matado —balbuceó.

—Cualquiera diría que le desilusiona mi resurrección —dijo ella sonriendo dulcemente. Y como él no respondiera le tendió una mano diciendo—: Vamos, ayúdeme. La cabeza me da vueltas. Harold tiró de su mano y la puso en pie. La muchacha se tentó la cabeza y señaló a la puerta.

Harold le dio su brazo para que se apoyara y subieron por la escalera saliendo a una semipenumbra extraña, semejante a la de un día nublado. Harold alzó los ojos y lanzó una exclamación de júbilo.

La escuadra redentora estaba inmovilizada sobre Nueva York. Unos cien mil destructores, cruceros, acorazados y discos volantes tapaban por completo el Sol dejando toda la ciudad sumida en la sombra, en estos momentos, una espesa nube de hombres enfundados en trajes voladores de cristal y armados de ametralladoras brotaba de los acorazados y los portaaviones para descender como flechas hacia la ciudad. Era la infantería del Aire del Ejército Redentor, la tropa de asalto que acudía en auxilio de los terrestres.

Aquella tropa, moviéndose con rapidez y pericia, puso su planta en la superficie exterior de la metrópoli thorbod y corrió a introducirse por las aberturas que iban dejando los caparazones al girar sobre sus ejes. Harold permaneció unos minutos mirando cómo aquellas magníficas tropas descendían en masa del cielo para entrar al asalto en la capital del Imperio Thorbod. Súbitamente, una parte considerable de la Flota se elevó alejándose de la ciudad.

—¡Cómo! —exclamó Harold—. ¿Se marchan ahora?

—¿Marcharnos? —interrogó Amalia clavando sus maravillosas pupilas en las del yanqui—. ¡Nada de eso! Hemos invadido la Tierra y nadie nos expulsará de ella. La Flota no se marcha. Solamente se eleva para patrullar el espacio. Tememos que los hombres grises que residen en Marte y en Venus opten por desintegrar la atmósfera y los mares terrestres convirtiendo este planeta en un mundo muerto. ¿Comprende? Ellos son así. Lo que no pueden disfrutar lo destruyen para que no lo aprovechen otros.

—¿Cree que serían capaces de hacer eso aun a costa de las vidas de los noventa mil millones de thorbod que habitan en la Tierra?

—Naturalmente. De todas formas no pueden salvar ya a esos noventa mil millones de thorbods. Pero no tema. Nuestra Flota destruirá en el espacio cualquier aeronave o proyectil dirigido que intente alcanzar la atmósfera de este planeta y hacerla estallar.

Amalia irguió su gallarda figura y miró rectamente al Sol, que volvía a asomar entre las aeronaves redentoras. Bajo sus pies, la ciudad vibraba en sacudimientos bestiales, como si un volcán pretendiera abrirse paso a través de las formidables capas de plomo y cemento con que los hombres grises habían recubierto su ciudad. La lucha proseguía tenaz y encarnizada por los profundos subterráneos, donde ocho millones de hombres grises acorralados disponíanse a vender caras sus vidas. Era, con todo, el principio del fin. Harold, por primera vez en su vida, miró al horizonte pensando en el porvenir.

—Señorita Aznar —murmuró—. Cuando esto acabe… ¿qué hará usted?

Ella se volvió para sonreírle.

—Todavía nos queda mucho por hacer. La Bestia Gris domina también en Venus, en Marte y en Ganímedes. Hemos venido al Reino del Sol para expulsar definitivamente al Hombre Gris y no nos consideraremos liberados de nuestra promesa hasta que el último thorbod expire entre nuestras manos.

—Sí… ya, pero ¿y después de eso?

Amalia se encogió de hombros.

—Después de eso me licenciaré y procuraré ser una amante esposa y una pacífica madre.

—¿Se casará?

—¡Naturalmente que me casaré!

Harold asintió y puso los ojos en el suelo. Una mano ingrávida se apoyó en su brazo. Al levantar la mirada se encontró ante las resplandecientes pupilas de Amalia Aznar.

—No sea tonto, Harold —dijo la muchacha—. Sé que usted me ama… y sé también que este amor pesa sobre usted como una maldición. Sé que usted no quiere quererme, pero no puede evitarlo, ¿verdad? Lo adiviné hace tiempo. Y como me consta que usted jamás se atrevería a declararse… ¡tendré que hacerlo yo…! Le amo, Harold!

En el libro del recuerdo de Harold, esta página tan trascendental de su existencia también estaría llena de borrones. Recordaba haber proferido un rugido salvaje estrechando a Amalia sobre su corazón. Recordaba el primer beso de aquellos rojos labios… y recordaba, como un telón de fondo, a un oficial redentor que descendía del cielo provisto de «back» y decía al pasar junto a ellos:

—Tal vez les interese saber que la Bestia Gris acaba de solicitarnos un armisticio.

Bajo sus pies iba cesando la violenta convulsión de la orgullosa metrópoli thorbod. De las innúmeras puertas brotaban los terrestres lanzando gritos de alegría:

—¡Victoria… victoria!

FIN

PASCUAL ENGUÍDANOS USACH (George H. White);(1923-2006). Nacido y vecino de Liria, Pascual Enguídanos Usach, funcionario jubilado de Obras Públicas y escritor, es considerado en la actualidad el decano de los autores españoles de ciencia ficción, representando a la primera generación de postguerra y quizá el de mayor éxito entre los autores de novela popular en su época. Si bien se encuadró inicialmente en lo que se ha dado en llamar Escuela Valenciana de Ciencia Ficción desde los años 60 se le comenzó a considerar en medios literarios del género como uno de los escritores españoles de mayor alcance. Comenzó su andadura como escritor en las colecciones de Editorial Valenciana
Comandos
,
Policía Montada
o
Western
, mientras que luego en la Editorial Bruguera colaboraría en
Oeste
,
Servicio Secreto
y
La Conquista del Espacio
. Bajo el pseudónimo de
«Van S. Smith»
o de
«George H. White»
, publicó nada menos que noventa y cinco novelas dedicadas al género. Su reputación en la ciencia-ficción española de los años cincuenta procede de un estilo ágil y del universo que propuso, pues cincuenta y cuatro de sus obras se inscriben en la llamada
Saga de los Aznar
, una auténtica novela-río adaptada al tebeo en dos ocasiones y que recibió en Bruselas el galardón a la mejor serie europea de ficción científica o, si usamos el anglicismo, ciencia-ficción. La
Saga
fue reescrita y ampliada en los años 70 y ha sido objeto de atención y reedición, y es actualmente reivindicada por aficionados y autores que continúan su obra.

Enguídanos propuso al editor de Valenciana una nueva colección dedicada a la ficción científica y para la cual había comenzado a escribir algunas obras. Este fue el inicio de la histórica
Luchadores del Espacio
, joya de la ciencia-ficción española, publicada en la década de los 50 por la Editorial Valenciana y donde la serie de Enguídanos, La
Saga de los Aznar
, con treinta y dos novelas que aparecieron entre 1953 y 1958, constituiría el cuerpo central de la colección. La obra, que recordaba a veces la estética de Flash Gordon y la literatura del Coronel Ignotus, fue reconocida como la mejor serie de ciencia-ficción publicada en Europa, (Convención Europea de Ciencia Ficción, Bruselas, 1978). El autor sería también homenajeado en el XXI Congreso Nacional de Fantasía y Ciencia-Ficción (Hispacón-2003), y durante la ceremonia de entrega de los premios Ignotus, le fue concedido a Pascual Enguídanos el premio Gabriel por la labor de toda una vida.

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