La muñeca de trapo le miraba con sus ojillos de botón.
Se sentó en la cama, sujetando con fuerza la cabeza con las manos. En el suelo de la habitación no había sangre. Pero en el respaldo de la silla colgaba un vestido negro. Yennefer se había cambiado. ¿En traje de hombre, el uniforme de los conspiradores?
O la habían sacado en ropa interior. Con cadenas de dwimerita.
Marti Sodergren, sanadora, estaba sentada en el alféizar de la ventana. Alzó la cabeza al escuchar sus pasos. Tenía las mejillas mojadas de lágrimas.
—Hen Geymdeith está muerto —dijo, con la voz quebrada—. El corazón. No pude hacer nada... ¿Por qué me han llamado tan tarde? Sabrina me ha golpeado. Me ha golpeado en la cara. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado aquí?
—¿Has visto a Yennefer?
—No, no la he visto. Déjame. Quiero estar sola.
—Dime cuál es el camino más corto al Garstang. Por favor.
Por encima de Aretusa había tres terrazas llenas de maleza, más arriba la pendiente de la montaña se hacía escarpada e inaccesible. Sobre la pendiente se alzaba el Gargstang. Los fundamentos del palacio eran un bloque de piedra oscuro, homogéneo, liso, pegado a las rocas. Sólo el piso superior brillaba con el mármol y las vidrieras de las ventanas, relucía dorado al sol el metal de las cúpulas.
El camino empedrado que conducía al Gargstang y más allá, a la cumbre, se retorcía alrededor de la montaña como una serpiente. Había, sin embargo, otro camino, más corto, unas escaleras que unían las terrazas, y que justo debajo del Garstang desaparecían en las oscuras fauces de un túnel. Marti Sodergren le señaló precisamente aquellas escaleras.
Detrás del túnel había un puente que unía los bordes de un abismo. Después del puente las escaleras se clavaban profundamente en la montaña y se retorcían, desaparecían detrás de un recodo. El brujo apresuró el paso.
La balaustrada de las escaleras estaba decorada con estatuas de faunos y ninfas. Las estatuas producían la impresión de estar vivas. Se movían. El medallón del brujo comenzó a temblar con fuerza.
Se restregó los ojos. El movimiento aparente de las estatuas radicaba en que cambiaban de aspecto. La lisa piedra se trasformaba en una masa porosa y sin forma, comida por la sal y el viento. E inmediatamente volvía a arreglarse.
Sabía lo que esto quería decir. La ilusión que enmascaraba Thanedd vacilaba, se deshacía. El puentecillo era también en parte ilusorio. A través de un camuflaje agujereado como una criba se vislumbraba un precipicio y una catarata que se estrellaba estruendosamente contra su fondo.
No había baldosas oscuras que señalaran el camino seguro. Cruzó el puentecillo despacio, atento a cada paso, maldiciendo en su mente la pérdida de tiempo. Cuando se encontró al otro lado del abismo, escuchó pasos de un hombre corriendo.
Lo reconoció de inmediato. Desde arriba, por las escaleras, venía corriendo Dorregaray, el hechicero al servicio del rey Ethain de Cidaris. Recordó las palabras de Filippa Eilhart. A los hechiceros que representaban a los reyes neutrales se les había invitado al Garstang como observadores. Pero Dorregaray se las pelaba por las escaleras a una velocidad que sugería que se había retirado la invitación de improviso.
—¡Dorregaray!
—¿Geralt? —jadeó el hechicero—. ¿Qué haces aquí? ¡No te quedes ahí, huye! ¡Rápido, abajo, a Aretusa!
—¿Qué ha pasado?
—Traición.
—¿Qué?
Dorregaray se estremeció de pronto y tosió de un modo extraño, y al punto se inclinó y cayó directamente sobre el brujo. Antes de que Geralt lo agarrara, acertó a ver el asta de una saeta de grises plumas que le salía de la espalda. Se tambaleó con el hechicero en los brazos y esto le salvó la vida, porque una segunda e idéntica flecha, en vez de atravesarle la garganta, se estrelló en la faz pétrea y de sonrisa irónica de un fauno, arrancándole la nariz y parte de la mejilla. El brujo soltó a Dorregaray y se hundió detrás de la balaustrada de la escalera. El hechicero se derrumbó sobre él.
Había dos arqueros y ambos tenían un gorrillo con la cola de una ardilla. Uno se quedó en lo alto de las escaleras, tensando el arco, el otro sacó la espada de la vaina y se dirigió hacia abajo, saltando varios escalones a la vez. Geralt se liberó de Dorregaray y se incorporó, al tiempo que sacaba la espada. Silbó una flecha, el brujo cortó el silbido por el modo de rechazar la saeta con un rápido golpe de espada. El otro elfo estaba ya cerca, pero al ver la flecha rechazada, dudó un momento. Pero sólo un momento. Se echó sobre el brujo, haciendo gemir en el aire su espada dispuesta a cortar. Geralt le hizo una breve parada, sesgada, de modo que la hoja del elfo resbalara por la suya. El elfo perdió el equilibrio, el brujo se volvió ágilmente y le dio un tajo a un lado del cuello, bajo una oreja. Sólo una vez. Fue suficiente.
El arquero en la cima de las escaleras tensó de nuevo el arco pero no tuvo tiempo de soltar la cuerda. Geralt vio un resplandor, el elfo gritó, abrió los brazos y cayó hacia abajo, golpeándose con los escalones. La espalda de su jubón estaba ardiendo.
Por las escaleras bajaba corriendo otro hechicero. Al ver al brujo se detuvo, alzó la mano. Geralt no perdió tiempo en explicarse, se tiró al suelo y el rayo de fuego voló por encima de él y convirtió en fino polvo la estatua de un fauno.
—¡Quieto! —gritó—. ¡Soy yo, el brujo!
—Su puta madre —bufó el hechicero, acercándose. Geralt no lo recordaba del banquete—. Te había tomado por uno de esos canallas elfos... ¿Qué tal está Dorregaray? ¿Vive?
—Creo que sí...
—¡Rápido, a la otra parte del puente!
Transportaron a Dorregaray, con buena fortuna, porque en su apresuramiento no habían prestado atención a la ilusión que se tambaleaba y desaparecía. Nadie les perseguía pero, pese a ello, el hechicero alzó la mano, gritó un hechizo y un rayo destruyó el puente.
—Esto debería detenerlos —dijo.
El brujo limpió la sangre que brotaba de los labios de Dorregaray.
—Tiene el pulmón perforado. ¿Puedes ayudarlo?
—Yo puedo —dijo Marti Sodergren, mientras se encaramaba con esfuerzo por las escaleras subiendo desde Aretusa, por el túnel—. ¿Qué es lo que pasa aquí, Carduin? ¿Quién le ha disparado?
—Los Scoia'tael. —El hechicero se limpió la frente con la manga—. Están luchando en el Garstang. ¡Puta pandilla, los unos peores que los otros! ¡Filippa por la noche encadena a Vilgefortz y Vilgefortz y Francesca Findabair introducen en la isla a los Ardillas! Y Tissaia de Vries... ¡Maldita sea, vaya la que ha liado ésta!
—¡Habla más claro, Carduin!
—¡No voy a perder tiempo charloteando! Me voy a Loxia, de allí me tele-transportaré inmediatamente a Kovir. ¡Y ésos de allí, del Garstang, que se maten los unos a los otros! ¡Ya no tiene ninguna importancia! ¡Estamos en guerra! ¡Toda este lío lo urdió Filippa para permitir a los reyes declarar la guerra a Nilfgaard! ¡Meve de Lyria y Demawend de Aedirn provocaron a Nilfgaard! ¿Lo entendéis?
—No —dijo Geralt—. Y además tampoco queremos entenderlo. ¿Dónde está Yennefer?
—¡Dejadlo! —gritó Marti Sodergren, que estaba agachada sobre Dorregaray—. ¡Ayudadme! ¡Sujetadlo! ¡No puedo sacar la flecha!
La ayudaron. Dorregaray gimió y se estremeció, las escaleras también temblaban. Geralt al principio pensó que era la magia de los encantamientos medicinales de Marti. Pero era el Garstang. De pronto explotaron las vidrieras, por las ventanas del palacio centelleó el fuego, se acumuló el humo.
—Siguen luchando. —Carduin apretó los dientes—. Le dan duro, hechizo tras hechizo...
—¿Hechizos? ¿En el Garstang? ¡Pero si allí hay un aura antimágica!
—Eso es un trabajito de Tissaia. Decidió de pronto de qué parte estaba. Quitó el bloqueo, liquidó el aura y neutralizó la dwimerita. Entonces todos se echaron al cuello los unos a los otros. Vilgefortz y Terranova por un lado, Filippa y Sabrina por el otro... Las columnas estallaron y los techos se hundieron... Y Francesca abrió la entrada al sótano y de allí, de pronto, surgieron esos elfos del diablo... Gritamos que éramos neutrales pero Vilgefortz simplemente se rió. Antes de que pudiéramos levantar un escudo, Drithelm recibió una flecha en el ojo, a Rejean lo acribillaron como a un erizo... No me quedé a esperar el desarrollo de la cuestión. Marti, ¿te queda mucho? ¡Tenemos que largarnos de aquí!
—Dorregaray no va a poder andar. —La sanadora limpió las manos ensangrentadas en su blanco vestido de baile—. Telepórtanos, Carduin.
—¿De aquí? Te has vuelto loca. Tor Lara está demasiado cerca. El portal de Lara produce emanaciones y afecta a cada teletransporte. ¡De aquí no se puede uno teleportar!
—¡Él no puede andar! Tengo que quedarme con él...
—¡Pues quédate! —Carduin se levantó—. ¡Y que te diviertas! ¡A mí me gusta vivir! ¡Me vuelvo a Kovir! ¡Kovir es neutral!
—Maravilloso. —El brujo escupió, mirando al hechicero que desparecía en el túnel—. ¡Camaradería y solidaridad! Pero tampoco yo puedo quedarme contigo, Marti. Tengo que ir al Garstang. Tu neutral cofrade ha jodido el puente. ¿Hay otro camino?
Marti Sodergren sorbió la nariz. Luego alzó la cabeza y la movió afirmativamente.
Ya estaba junto al muro del Garstang cuando Keira Metz le cayó sobre la cabeza.
El camino que le había señalado la sanadora le condujo a través de unos jardines colgantes unidos por una serpentina de escaleras. Las escaleras estaban densamente cubiertas de hiedras y caprifolios, la vegetación hacía difícil el subir, pero daba cobertura. Consiguió llegar sin ser advertido hasta el mismo muro del palacio. Cuando buscaba la entrada le cayó encima Keira, ambos se derrumbaron entre unos endrinos.
—Me he roto un diente —afirmó con tristeza la hechicera, ceceando levemente. Estaba desgreñada, sucia, cubierta de yeso y hollín, tenía una enorme herida en la mejilla—. Y creo que me he roto un pie —añadió, y escupió sangre—. ¿Eres tú, brujo? ¿Caí sobre ti? ¿Por qué milagro?
—Yo también lo ando pensando.
—Terranova me tiró por la ventana.
—¿Puedes levantarte?
—No, no puedo.
—Quiero meterme dentro. Sin que me adviertan. ¿Por dónde?
—¿Es que todos los brujos —Keira escupió de nuevo, gimió, intentó incorporarse sobre los codos— están locos? ¡En el Garstang están luchando! ¡Hace tanto calor que hasta el estuco de las paredes se está derritiendo! ¿Estás buscando líos?
—No. Busco a Yennefer.
—¡Ja! —Keira dejó de intentar levantarse, se tumbó de espaldas—. Me gustaría que alguien me quisiera así también. Cógeme de la mano.
—Puede que en otro momento. Ahora tengo prisa.
—¡Te digo que me cojas de la mano! Te enseñaré el camino al Garstang. Tengo que pillar a ese hijo de puta de Terranova. Venga, ¿a qué esperas? Sólo no vas a encontrar la entrada e incluso si lo hicieras, acabarían contigo esos hijos de puta de elfos... Yo no puedo andar, pero todavía soy capaz de echar un par de hechizos. Si alguien se nos pone por medio, lo lamentará.
Gritó, cuando la levantó.
—Lo siento.
—No importa. —Le pasó los brazos por el cuello—. Es el pie. Sigues oliendo a su perfume, ¿lo sabías? No, no por ahí. Da la vuelta y vete bajo la montaña. Allí hay otra salida, del lado de Tor Lara. Puede que allí no haya elfos... ¡Auuu! ¡Con más cuidado, joder!
—Lo siento. ¿De dónde han salido esos Scoia'tael?
—Estaban en los sótanos. Thanedd está hueca como una cáscara de huevo, es una enorme caverna, se puede entrar con un barco si se sabe por dónde. Alguien les señaló por dónde... ¡Auuu! ¡Cuidado! ¡No me pises!
—Lo siento. ¿Así que los Ardillas vinieron por el mar? ¿Cuándo?
—El diablo sabe cuándo. Puede que ayer, puede que hace una semana. Nosotros se la preparamos a Vilgefortz y Vilgefortz a nosotros. Vilgefortz, Francesca, Terranova y Fercart... No nos la han liado mal. Filippa pensaba que lo que querían era tomar el poder en el Capítulo, ejercer influencia sobre los reyes... Y ellos tenían intenciones de acabar con nosotros durante el congreso... Geralt, yo no aguanto esto... El pie... Túmbame un rato. ¡Auuu!
—Keira, la lesión está al aire. Te fluye la sangre por la pernera.
—Cállate y escucha. Porque se trata de tu Yennefer. Entramos en el Garstang, en la sala de consejos. Ésta tiene un bloqueo mágico, pero el bloqueo no funciona sobre la dwimerita, nos sentíamos seguros. Comenzaron las discusiones. Tissaia y los neutrales ésos nos gritaban, nosotros les gritábamos a ellos. Y Vilgefortz guardaba silencio y se sonreía...
—Repito, ¡Vilgefortz es un traidor! Se ha aliado con Emhyr de Nilfgaard, ha introducido en la conspiración a otros. Ha quebrado la Regla, ha cometido deslealtad con respecto a nosotros y los reyes...
—Poco a poco, Filippa. Ya sé que las mercedes con las que te regala Vizimir significan más para ti que la solidaridad de la Hermandad. Eso mismo te afecta a ti, Sabrina, porque juegas el mismo papel en Kaedwen. Keira Metz y Triss Merigold representa los intereses de Foltest de Temería, Radcliffe es una herramienta en manos de Demawend de Aedirn...
—¿Qué tiene eso que ver, Tissaia?
—Los intereses de los reyes no tienen por qué coincidir con los nuestros. Yo sé perfectamente de lo que se trata. Los reyes han comenzado a exterminar a los elfos y a otros inhumanos. Puede que tú, Filippa, consideres que es acertado. Puede que tú, Radcliffe, consideres adecuado ayudar al ejército de Demawend en las batidas a los Scoia'tael. Pero yo estoy en contra. Y no me extraña que Enid Findabair esté también en contra. Pero eso no significa traición. ¡No me interrumpas! Sé perfectamente lo que planeaban vuestros reyes, sé que quieren empezar la guerra. Las acciones que podrían conducir a evitar la guerra puede que constituyan traición a ojos de tu Vizimir, pero a los míos no. ¡Si quieres juzgar a Vilgefortz y a Francesca, júzgame también a mí!
—¿De qué guerra se está hablando aquí? ¡Mi rey, Esterad de Kovir, no apoya ninguna actividad de agresión contra el imperio de Nilfgaard! ¡Kovir es neutral, y seguirá siéndolo!
—¡Eres miembro del Consejo, Carduin, y no embajador de tu rey!
—¿Y tú lo dices, Sabrina?
—¡Basta! —Filippa golpeó con el puño en la mesa—. Satisfaré tu curiosidad, Carduin. ¿Preguntas quién está preparando la guerra? La está preparando Nilfgaard, que planea atacarnos y destruirnos. Pero Emhyr var Emreis recuerda el Monte de Sodden y esta vez ha decidido asegurarse por el método de enrolar a los hechiceros en el juego. Por ello trabó contacto con Vilgefortz de Roggeveen. Lo compró prometiéndole poder y honores. Sí, Tissaia. Vilgefortz, héroe de Sodden, ha de convertirse en vicario y gobernante de todos los países norteños conquistados. Es Vilgefortz, ayudado por Terranova y Fercart, quien ha de gobernar las provincias que surjan en lugar de los reinos vencidos, él ha de agitar el bastón nilfgaardiano sobre los siervos que habiten estos países trabajando para el imperio. Y Francesca Findabair, Enid an Gleanna, ha de convertirse en la reina del estado de los Elfos Libres. Se tratará, por supuesto, de un protectorado nilfgaardiano, pero a los elfos les basta con esto si el emperador Emhyr les da mano libre para matar humanos. Y los elfos no desean nada con mayor pasión que matar Dh'oine.