Muchas noches, a altas horas de la madrugada, recibe la visita del espectro. Abre los ojos, se gira en su cama y le ve ahí parado, en alguna de las esquinas de su dormitorio. Visible solo a medias en la oscuridad, inmóvil, callado. No hace falta que diga nada, ni que haga gestos. Ella sabe de sobra lo que pretende de ella. Sabe también que no le dejará en paz hasta que cumpla su deseo.
Eso es lo que la ha empujado a internarse varias millas en los Campos Palentinos, con escolta pero en territorio enemigo.
Es por eso también que ha ordenado a sus guardas que se queden a distancia de los árboles. No necesita volver la mirada. Tampoco le harían falta esos poderes de bruja que las gentes le atribuyen. Sabe que sus bucelarios la siguen con la mirada mientras deambula por la penumbra del encinar.
Camina como en sueños por entre troncos y rocas. Pisa nieve blanca y tierra negra. Evita los charcos de hielo y los huesos humanos.
Poco se ve aquí aparte de los esqueletos. Trozos de correajes, jirones de tela, poco más. Los asesinos despojarían a sus víctimas de hasta la última hebilla. Si algo quedó, se debieron apoderar de ello los extrañados que malviven en los despoblados. Eso si alguno de ellos se atreve a entrar en este encinar. De ser así, dada su fama de ogros, no es imposible que disputasen a las alimañas la carroña humana.
No es bueno que deje a su imaginación derivar por derroteros de esa clase. Será más práctico que se centre, porque se enfrenta a un problema de difícil solución. Ha observado ya que, aparte de la confusión de huesos mezclados, hay esqueletos enteros a los que les falta el cráneo. Y eso no se debe a la acción de los carroñeros. Los asesinos debieron decapitar a algunos muertos. Puede que lo hicieran para humillar a los vencidos, para mancillar los cadáveres o para tener trofeos que exhibir ante los suyos. ¿Qué más da el motivo concreto?
Lo que a ella le importa es que, en este sembrado de huesos, no puede albergar la esperanza de recuperar completo el esqueleto de su hijo. Wildigern era amigo de la ostentación. A falta de campos, minas y siervos, por lo menos podía pavonearse cubierto de ropajes lujosos, luciendo joyas que señalaban su condición de vástago de familia noble y antigua. Cuando llegó el momento de cortar cabezas de muerto, la suya no se les debió pasar por alto a los vencedores.
Aunque no fuera así, ¿cómo localizar sus restos en este osario? Observa alrededor en la penumbra. Siente que le flaquean las piernas.
Tentada está de sentarse a una de las rocas. Nadie la ve. Está sola en mitad del encinar embrujado.
Es irónico. De sobra sabe que es una figura tan misteriosa como temida. Una mujer extraña, distante, de la que dicen que es bruja. Hace mucho que aprendió a cultivar esa imagen; a explotarla y sacar partido de ella. Pero ahora que está fuera de la vista puede permitirse un momento de flaqueza.
No sabe nadie hasta qué punto sus dones pueden ser en maldiciones. Se ha visto obligada a viajar el día de Navidad, a este sitio enemigo. Lo ha hecho en esta fecha porque todos estarán recogidos tras las celebraciones, y que por tanto será más difícil que alerten a tiempo de su presencia. Es peligroso, pero era preciso hacerlo. No quiere más visitas nocturnas de un hijo muerto.
Vuelve a observar los esqueletos y los huesos entre los árboles. ¿Cómo es posible que matasen a tantos hombres así? Guerreros jóvenes, fuertes, armados. Hasta los Campos Góticos no llegó ni un superviviente, sin duda porque no los hubo, pero sí rumores de todas clases.
Que si los muertos pagaron con su vida la ofensa de un banquete profano en este encinar antiguo, consagrado otrora a una deidad indígena. Se cuenta que la magia del lugar los dejó sin fuerzas en los brazos, a merced de los filos de sus asesinos.
Que si los matadores iban acompañados por una bruja. Que fue ella la que les echó una maldición de sueño que les dejó indefensos.
Pero la disposición de algunos de los restos indica que hubo quienes trataron de huir. Si es así, ¿qué duda cabe que algunos otros debieron intentar defenderse? Le acomete el anhelo fugaz de que a Wildigern no le matasen en el suelo, dormido como un leño. El deseo de que hiciera honor a su sangre y a su linaje. Que muriese de pie, con la espada y el escudo en las manos.
Observa los cráneos, los costillares blancos, las tibias, las vértebras. ¿Cuál es la diferencia entre los huesos de los godos nobles de los hombres del pueblo? ¿Cuál entre los de un godo y los de un franco, o entre los de esos dos y los de un hispano? Ninguna. La muerte es la muerte. Los huesos son solo huesos.
Con el rabillo, detecta a una silueta en los claroscuros de esos árboles milenarios. Gira la cabeza despacio, porque sabe qué van a encontrar sus ojos.
Sí. Ahí está Wildigern con ropas gruesas de lana. Los ojos verdes le rebrillan entre las sombras. Lleva la melena muy larga y suelta, a la manera de los visigodos más tradicionalistas.
Ella le observa quieta, la cabeza girada. El espectro la contempla a su vez con ojos que resplandecen como los de las fieras. Señala con su espada desnuda.
Sigue Crona la dirección de la hoja. Allí, contra el tronco de una encina, reposa un esqueleto sin cabeza. Tan desnudo, con los huesos tan pelados como los demás. Pero ni por un instante duda ella de que esa sea la osamenta de su hijo.
Contempla largos instantes esos restos. Vuelve luego la cabeza hacia el espectro. El bosque está ya vacío. Está sola. La aparición se ha desvanecido.
Se aproxima al esqueleto. Se arrodilla a su lado. En el silencio del encinar, pone los dedos sobre los huesos. Es el gesto de reverencia que alguien que dirige una familia debe a los de su propio linaje. No es el de cariño de una madre a su hijo muerto.
Después de todo, son los lazos de sangre y no los vínculos filiales los que han hecho que el fantasma haya estado visitándola todas estas noches. Son esos lazos los que la han hecho viajar a esta tierra hostil.
Lazos que la obligan a dar a los restos un entierro decoroso. También a ocuparse de que esta mala muerte no quede sin venganza.
Las invasiones bárbaras en Hispania (Wpedia)
La lluvia tamborilea contra el techo. Entrechocan las puertas del establo. Hace mucho frío fuera. Dentro, pese a las goteras y a la humedad, se está bastante más a gusto. La atmósfera es tibia gracias al calor que desprenden los caballos. Por eso se han demorado, aunque ya acabaron de forrajear y de limpiar a las bestias, así como de recoger sus excrementos.
El
semissalis
Gregorio se frota las manos con vigor. Está calculando cuánto más pueden seguir en el establo, antes de que alguien venga a llamarles la atención. Y en esas maquinaciones le sorprende el
tiro
Cloutos con su pregunta.
—No lo acabo de entender. ¿Por qué, si todos juntos somos
comites
, de uno en uno somos
eques
?
Gregorio, todavía frotándose las manos, le contempla socarrón. Se echa a reír.
—Pues es bien fácil, chico. Por la misma razón que esto es un bandon y que aquí no hay más
comes
que el
comes
Mayorio
[45]
.
Ve el
semissalis
que el joven, aunque no se anima a replicar nada, se ha quedado igual de confuso. Frunce los labios.
Lo cierto es que este recluta astur ha progresado con rapidez en estas semanas. No solo con el caballo y las armas, sino también con su latín. Cuando se incorporó al bandon costaba entender lo que decía. Pero se ha acomodado rápido al idioma sencillo que se habla en esta unidad, famosa por nutrirse de jinetes de las antiguas provincias del imperio occidental.
Apoyado en la pala, resopla. La confusión que sufre Cloutos es culpa suya. Tiende a olvidar que hace casi dos siglos que las últimas unidades romanas desaparecieron de estos territorios. Y, al fin y al cabo, es su obligación instruir en toda clase de materias al chico.
Alza dos dedos en el aire con una mueca de paciencia.
—Veamos,
tiro
. Las unidades de caballería se denominan siempre comenzando por
equites
.
Equites leones
,
equites felices
… Sin embargo, algunas de esas unidades reciben un honor especial. La de ser denominadas
comites
. Eso nos ocurrió a nosotros, gracias al comportamiento del bandon durante la campaña de Cartago. Pero es un honor colectivo conferido a la unidad. Cada uno de nosotros de forma individual es un
eques
.
Sonríe con maldad.
—Bueno, no todos. Algunos solo sois
tirones
.
El chico, apoyado también en su pala, no se molesta. Ya se ha acostumbrado a las burlas con las que los veteranos recuerdan a los novatos su lugar. Por su parte, a Gregorio se le ocurre que tal vez repasar de viva voz el escalafón sea buena excusa, en caso de que el decenario le exija una explicación por la demora en el establo.
—Muy bien. Ya que está lloviendo y no se puede trabajar fuera ni entrenar, vamos a intentar aprovechar el día. Veamos si podemos conseguir que conozcas algo más de nuestra unidad. ¿Qué es lo que sabes hasta ahora? Te escucho.
Cloutos asiente a la pregunta. Espera sin embargo a que el otro levante de nuevo dos dedos. Un gesto que en él es una especie de señal que sirve para casi todo.
—Somos una unidad de caballería pesada. Un bandon, con
draco
e insignias propias. Somos arqueros clibanarios, aptos para luchar tanto con arco como con lanza, dependiendo de la situación.
—Bien. ¿Y el escalafón?
—El bandon está formado por
equites
, aunque todos juntos tienen derecho al tratamiento colectivo de
comites
.
—No solo los
equites
, sino la totalidad de los hombres que componen el bandon, de forma colectiva siempre. Que no se te olvide. Prosigue.
—Un
eques
en período de entrenamiento es un
tiro
. Los
tirones
estamos en prueba. No tenemos derecho a usar ninguna de las insignias propias de los
comites
y nuestra paga es la mitad.
—Bien. Ahora vamos a hablar del escalafón. Mejor dicho: voy a hablarte yo de él. Te advierto que es algo especial. No hay demasiada uniformidad en ese tema entre las distintas unidades de caballería imperial.
»Pero nuestro bandon es especialmente peculiar. Eso se debe a que nuestro origen también lo es. Cuando se creó era una unidad militar privada…
—¿Privada?
—Acostúmbrate a no interrumpir cuando te hablan,
tiro
. Se creó de forma privada para las guerras contra los ostrogodos. Era sufragada por hombres pudientes, de familias exiliadas de las provincias occidentales. También muchos de sus jinetes eran de esas familias. De ahí el sobrenombre de
flavii
[46]
, que primero se lo aplicaban otros en broma y acabaron adoptándolo con gusto.
»Pero ya hablaremos en otro momento de la historia del bandon. No liemos las cosas.
»No todos los
equites
somos iguales. Los hay que tenemos rango y paga especial. Los
semissalis
—se golpea con el pulgar en el pecho— somos veteranos distinguidos por nuestros servicios con ese título. También con paga y media.
»Y están los
biarchi
. En otras unidades, un
biarchus
es otra cosa. Pero entre nosotros es un
eques
que además es un maestro de oficios. Un soldado que además es herrero, por ejemplo. Ese es un
biarchus
. Nuestro bandon presume de ser mucho más autosuficiente que otras unidades. Por eso siempre hemos procurado alistar a artesanos.
Hace un alto para observar a Cloutos. Este asiente y el otro continúa.
—Cada diez
equites
están al mando de un decenario. Y cada cien al de un centenario. Es sencillo, ¿no? Cada centena tiene además su propio estandarte. Este bandon conservó todos los estandartes de los buenos tiempos. De cuando éramos cuatro centenas. Aparte está el
draco
del bandon, que acompaña al
comes
y es portado por el
caput draconarius
.
»El
comes
es el oficial al mando. Su segundo es el
vicarius
, que le sustituye en todo durante su ausencia. Eso es invariable. En otros grados, la cosa puede variar en función de las necesidades y disponibilidades. Cuando este bandon contaba con varias centenas, disponíamos hasta de un
campidoctor
…
—¿Un qué?
—Te repito que no interrumpas así. Eso se castiga. Esto es el ejército romano, no la mesa de una taberna. Un
campidoctor
es el oficial que se ocupa de entrenar a los hombres. Cuando nos vimos reducidos a menos de cien combatientes, esa figura desapareció.
—Puede que ahora que crecemos reaparezca.
—Puede. —El veterano sonríe con sorna—. Pero de momento te vas a tener que conformar con lo que yo pueda enseñarte.
Cloutos se sonroja, aunque sabe que el otro le está embromando. Gregorio resopla, al tiempo que se frota las manos.
—En todo caso, muchacho, con este pobre
semissalis
vas a tener que aplicarte duro si quieres ganarte el grado de
eques
. Bien duro. Eso puedes jurarlo. Tanto como si estuvieras bajo la dirección de un
campidoctor
.