Última Roma (61 page)

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Authors: León Arsenal

Tags: #Histórico

—¿Podemos seguir contando con el abastecimiento que me prometisteis?

—No veo por qué no.

—Porque estamos ahora de retirada y eso puede cambiar las cosas.

—No cambia nada. Tú has cumplido, yo cumpliré. Nadie podía esperar que os topaseis con el ejército del rey por estos pagos. Tus guerreros no pueden medirse en campo abierto con ellos. Nadie puede recriminarte nada. Te garantizo que recibirás las provisiones acordadas hasta que lleguéis hasta vuestras montañas.

Echa una ojeada por encima del hombro, en dirección a un enemigo que ya es una masa indistinta en la distancia.

—A no ser que desees la revancha y estés pensando en reunir a los tuyos para dar batalla.

Cala Bigur agita la melena al tiempo que ríe de manera estruendosa.

—No, romano. Hay guerra entre vascones y godos desde hace generaciones. Ellos tienen armaduras, caballos, buenas armas, ejércitos profesionales. Son mejores en campo abierto. Pero no son rivales para nosotros en los breñales y las montañas.

»La diferencia está en que nosotros hemos aprendido la lección y ellos no. O si la han aprendido, tienen la cabeza muy dura, porque siguen atacándonos en nuestro terreno. Por eso hay tantos nobles godos enterrados en nuestras tierras.

»En Pompaelo aprendí, además de latín, que uno no es menos hombre por usar la cabeza. No seré yo quien presente batalla al rey godo en llano. Sería una locura y, además, no es necesario. Ya vendrán ellos a mi terreno, a ajustar cuentas. Y allí me encontrarán esperándolos.

Ensayo sobre el estado visigodo (PDF)

Calzada de Vareia a Tritio

—No y no. No acepto eso de que Leovigildo ha demostrado ser más astuto que yo —replica Flavio Basilisco con irritación mal contenida—. Ha hecho una maniobra inesperada, que no es lo mismo.

—Ya.

Esa respuesta lacónica no consigue sino molestar todavía más al maestro de espías. Sobre todo porque Belisario la acompaña con un cabeceo que su interlocutor interpreta como expresión muda de ironía.

En esta ocasión, el espectro camina a la par que el burro del ciego. La circunstancia es excepcional. Es la primera vez que a Basilisco le ocurre algo así. Primero le causó incredulidad y luego algo de temor. ¿Cómo interpretar que uno de los fantasmas de su mente haya irrumpido en su vida cotidiana? Solo puede ser un indicio de su decadencia física. La prueba de que la cabeza le está fallando por culpa de la mucha edad. Ya ni siquiera logra mantener a sus espejismos alejados de la realidad.

Y no es solo que se le haya aparecido Belisario mientras viaja. Otra muestra de esa decadencia mental es el hecho de que cree ver. Ve los paisajes por los que viaja aunque sabe que es un espejismo. Supone que es una ilusión producida porque cabalga sin conversar con nadie, de forma que el vaivén de la marcha ha hecho que se adormezca y haya entrado en una duermevela.

Contempla con los ojos de la fantasía y el recuerdo la calzada de piedra, que en este tramo es una recta de varias millas a través de arboledas verdes y campos en flor. Observa a sus isauros que cabalgan alertas, tocados con gorros frigios, con las lanzas atravesadas sobre las sillas de montar y escudos de cabeza de Gorgona colgando de los pomos.

Y ve a Belisario que camina sereno junto a su burro. Alto, etéreo, con esas vestiduras blancas y holgadas que flotan al más mínimo gesto. Solo que hoy su humor es menos espiritual y más sardónico. Quizás eso se deba a que ha estado mortificándose por no haber previsto que Leovigildo podía atacar a su vez desde la Tarraconense. Pero antes muerto que reconocérselo a este espectro zumbón.

—Fíjate que Leovigildo tampoco tenía previsto que pudiera haber una invasión de vascones por esa zona y en estas fechas. Invasión planeada por mí, por si lo has olvidado.

—Una cosa no quita la otra.

—Yo creo que sí. Podríamos decir que nos hemos sorprendido el uno al otro con nuestros movimientos. Y en ese caso, todo lo más tendríamos que hablar de empate.

—Si eso te consuela…

—Claro que me consuela. Es cierto que se nos ha estropeado la invasión vascona. Lástima. Estoy seguro de que, con ayuda de los rústicos descontentos que se habrían ido uniendo, habríamos causado el caos en la Tarraconense.

»Pero este mal ha traído un beneficio. De no ser por las bandas de Cala Bigur, el ejército godo se habría presentado a las puertas de la ciudad de Cantabria por sorpresa. No me cabe duda de que la habría conquistado con facilidad.

»Ahora, en cambio, su avance se ha frenado. Progresan muy despacio. Leovigildo es prudente. Quiere saber qué terreno pisa. Ignora si el
Ager Vasconum
estará ocupado por bandas bajadas de las montañas. Y sabe que diez victorias no compensan una derrota si esta es al precio de perder soldados bien entrenados que…

Una voz, de sobra por él conocida y que le resulta en especial desagradable, rompe ese diálogo imaginario.


Illustris
. Una vez más me veo en la obligación de acudir a ti para presentarte una protesta formal.

Al maleficio de esa frase, pronunciada en griego por el
procurator
Pasícrates, se desvanece la visión. Adiós a los campos verdes y floridos. De vuelta a las tinieblas de la ceguera. A relacionarse con la existencia a través del suspiro del viento, el canto de los pájaros, el chacoloteo de los cascos equinos, el tacto de las ropas, el contacto con la silla de montar, el olor a flores y a boñigas recientes sobre las piedras de la calzada.

—¿Qué ocurre,
procurator
? ¿Contra qué o quién tienes que protestar ahora?

—Contra este viaje que estamos realizando.

—¿Por qué?

—Este viaje se parece mucho a una huida. Es muy posible que el ejército godo ataque en breve la ciudad de Cantabria…

—¿Y?

—Esta guerra es en parte responsabilidad tuya. Has alentado la beligerancia del senador Abundancio y su partido. No vas a negarlo ahora. Y eso es la causa de que Leovigildo ataque subiendo por la margen izquierda del Iberus.

—Es tu opinión. Aunque no sabía que fueses estratega. Siente el ciego cómo casi le chirrían los dientes a su interlocutor.

—Tengo dos… —No acaba la frase. Entiende Basilisco que ha estado a punto de decir «ojos». Imagina que se ha contenido no por delicadeza, algo de lo que este sujeto carece, sino por miedo a enojarle—. Mi protesta tiene como motivo el hecho de que nos dirigimos al encuentro del ejército que opera en el oeste de la provincia. Nos vas a meter de cabeza en los combates.

—¿No fuiste tú el que insistió en acompañarnos? Pero no importa. Si has cambiado de opinión, tienes mi licencia para abandonar esta comitiva. Se te entregará un permiso escrito y sellado.

—Es mi deber estar aquí para, a nuestro regreso, dar informe veraz de todo lo ocurrido. Por eso te presento ahora mi protesta: pones en peligro a la embajada.

—Ya.

Supone el
magister
que no es el sentido del deber de su interlocutor y sí el temor a quedarse aislado, solo, en una ciudad que puede ser asediada. Pero opta por no discutir ese extremo.

—Protesta recibida. Te respondo de manera formal que, como responsable de esta embajada, he considerado que lo más prudente es que vayamos a reunirnos con los
victores flavii
. En una situación de guerra como la que vivimos, no podremos encontrar mejor protección que la de nuestra propia caballería. Y es posible que yo les pueda ser a mi vez útil. Al contrario que tú,
procurator
, yo sí serví muchos años en el ejército y tuve el honor de codearme con grandes estrategas.

A esas apreciaciones le sigue un silencio enojoso. Basilisco, sentado de lado en su burro, con la venda sobre los ojos, deja que la montura avance un puñado de pasos, antes de concluir:

—Ya has formulado tu protesta. Y yo te he manifestado mis razones. Puedes retirarte,
procurator
.

Oye cómo se rezaga ese personaje fastidioso. Se queda solo y no tarda en adormilarse con el paso monótono de su cabalgadura. Y con el sopor vuelve esa fantasía de verse mientras cabalga a través de campos soleados. También regresa un Belisario que camina a la par del burro, con paso casi flotante.

—¿Qué mosca le ha picado a ese idiota?

—Ninguna en particular. Es solo que es eso: un completo idiota. Un necio fatuo, molesto y enojoso. Un imbécil lleno de malicia y con muy mala intención.

—Mala intención, ¿en qué sentido?

—Me acribilla a protestas formales. Pero lo único que busca es dejar constancia en su informe de que las ha hecho. Está acumulando excusas para formular acusaciones contra mí ante el
magister militum
, a nuestro regreso a la provincia de Spania.

El aparecido de vestimentas blancas se encoge de hombros.

—Hazlo matar. Que alguno de tus isauros le corte la garganta cuando se salga de la comitiva para mear. Luego, con decir que lo mataron bandidos…

Basilisco sonríe.

—Un poco extrema la solución.

—Pero de lo más práctica. Te sobran enemigos en la corte. Ni se te ocurra permitir que un arribista como ese les dé argumentos que puedan usar contra ti.

—Descuida. Eso no sucederá. Pero soy partidario de usar la mínima fuerza necesaria. No me gusta adoptar medidas drásticas a la ligera. Es cierto que he tomado decisiones que podrían ser usadas contra mí en la corte. Pero si vencemos…, el triunfo lo lava todo. Si mis planes salen bien, lo que ese personajillo pueda contar en mi contra no servirá de nada.

Acaricia las crines de su burro, con sonrisa ahora pensativa.

—Y si mis planes fracasan, lo cierto es que tampoco importará demasiado.

Belisario (Wpedia)

Frontera occidental
de la provincia de Cantabria

Despunta ya el sol, pero la columna de britones libra combates desde antes del primer atisbo de claridad. La luz toca ya los robles en la cima plana del cerro. Arranca destellos a las puntas de los dardos de los tiradores ocultos ahí arriba, entre el follaje.

Se está levantando un viento frío de alborada. Un aire que agita los herbazales de la llanura en largas olas. Estremece las ramas de los árboles. Ondea los mantos de rombos de colores de los britones. Tremola su estandarte blanco, con un cáliz de oro dentro de una corona de laureles verdes.

A medida que aumenta la luz a oriente, los enemigos que pululan por la base del cerro dejan de ser siluetas negras para convertirse en figuras con detalle. Guerreros altos, de escudos rectangulares y cascos cónicos, algunos con el cuerpo protegido por lorigas de escamas o cotas de mallas. Empuñan lanzas de hojas largas y gracias al
dux bellorum
Caddoc sabe el bardo Maelogan que son leudes; soldados de frontera.

Esa es la preocupación inmediata de los britones. Las centenas enemigas que rodean este cerro que casi se podría llamar muela por lo plano de su cima. Tropas que a lo largo de la noche han lanzado varios ataques para tratar de desalojarlos de ahí arriba.

Sin embargo, todo esto no es más que una esquina en la batalla que está a punto de desatarse. Desde el lugar que ocupa, en la zona oriental de la cima, Maelogan no puede ver nada. Pero oye esquilas, tambores, toques de trompas y un rumor sostenido, como un oleaje de cánticos, roce de armas, pisadas, relinchos. Sonidos que delatan que los dos ejércitos se aprestan al choque.

El sol naciente le da en pleno rostro y le obliga a hacer visera con la mano. Ahora que la luz incide de lleno sobre la ladera, comprueba que no hay escaramuceros ocultos tras rocas o matorrales ladera abajo, prestos a lanzar un dardo contra el primer incauto que se asome demasiado. Abandona la protección de los últimos robles para adelantarse un par de pasos y observar mejor lo que ocurre.

Es preciso que se alimente de imágenes, de sonidos, de olores. Luego dejará que todo eso repose en el fondo de su mente. Lo vivido es a lo narrado lo que el mosto es al vino. Las impresiones recogidas deben fermentar para producir cantos y poemas capaces de conmover a futuros oyentes. Y hasta ahora solo ha podido ver sombras en la oscuridad. Ha oído gritos de guerra, voces de mando, lamentos de heridos. Ha sentido el vuelo de armas en la noche y escuchado los chasquidos secos al clavarse en escudos o troncos.

Por eso observa con ojos de halcón a los contingentes dispersos al pie mismo de la ladera. No sabe si esos a los que Caddoc llama leudes son los mismos que han estado atacándoles durante las últimas horas de la noche o si se han ido relevando. Puede que lo segundo, ya que se produjo una intentona muy seria hace un rato, justo antes del alba.

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