Un asesinato musical (50 page)

—Quién sabe, puede que no hubiera reparado en él antes. Tal vez fue la primera vez que lo vio de verdad. Podéis escuchar la cinta vosotros mismos —dijo Balilty con desaliento—. En todo caso, lo importante es que la asustó. Pero ella dice que sabía muy bien que era inofensivo. Que es una buena persona. Pero le daba miedo. Está convencida de que no ha hecho daño a nadie, y menos que a nadie a su padre.

—¿Y qué me dices de la persona que sí hizo daño a su padre? ¿La persona que lo asfixió? ¿Cabe la posibilidad, en opinión de Nita, de que a esa persona sí le hiciera daño Herzl? Dicho de otra forma, ¿que haya castigado al asesino del viejo Van Gelden? —preguntó Eli Bahar—. ¿Se lo preguntaste?

—Aunque te sorprenda, sí —repuso Balilty—, se lo pregunté. Y me dijo que no se atrevía a opinar, pero que le resultaba difícil imaginar a Herzl cometiendo un acto violento. Aunque sabemos, y ella también lo mencionó, que ha sufrido varias crisis.

Dalit le tocó el brazo a Balilty y él se inclinó hacia ella. Mientras Dalit le susurraba algo al oído al jefe del equipo, Michael se enfureció por las familiaridades que se le permitían a aquella chica y por la dependencia de Balilty hacia ella.

—Sí, Dalit ha tenido el acierto de recordarme a Meyuhas, el abogado —dijo Balilty con una solemnidad rayana en lo cursi—. Aún no hemos logrado ponernos en contacto con él. Está de vacaciones. Es el único que puede saber algo. Estamos tratando de averiguar el motivo de la pelea del viejo Van Gelden y Herzl —le explicó a Shorer—. Meyuhas vuelve mañana. Él nos aclarará las cosas. Entretanto, sí hemos dado con la canadiense. Nuestro representante en Nueva York la ha interrogado. Dalit ha hablado con él.

—¿Qué canadiense? —preguntó Shorer.

—La que estuvo con Theo van Gelden el día en que robaron el cuadro y asesinaron a su padre. Theo estuvo con dos mujeres —prosiguió Balilty, suspirando— en una sola tarde, antes de dar un concierto por la noche. Hay gente que está hecha de acero. ¡Qué os parece, todo en un solo día! Y ahora tiene una coartada sólida.

—Tenemos que mantener bien vigilada a la señorita Van Gelden —dijo Shorer—. ¿Hay alguien con ella en estos momentos?

—Solamente la canguro, el policía de guardia a la puerta del edificio y su hermano —repuso Tzilla.

—Están preparándose para ir a Zichron Yaakov —le recordó Eli Bahar.

—Está bien, hay que ponerlos bajo vigilancia desde que salgan, si no antes. No me gusta nada este asunto de que no sepa lo que sabe. Es peligroso. No queremos encontrarnos con otro cadáver hoy —dijo Shorer.

—Lo haremos —dijo Balilty frunciendo la boca—. Enseguida.

—¿Qué se sabe de la partitura de la que habló Herzl? ¿Alguna novedad? Es necesario que un experto escuche la melodía —soltó Michael de pronto.

—¿Qué melodía? —preguntó Balilty sorprendido.

—La que Herzl le tarareó a Theo en el psiquiátrico —dijo Michael—. Tenemos que ponerle la cinta a un músico.

—Entendido —dijo Balilty—. Dalit, toma nota de eso. ¿Has pensado en alguien?

—El meollo de la conversación fue la referencia a esa partitura, y no sabemos cuál es. Hay que recurrir a un musicólogo. Consulta a Nita o a Theo, sin decirles de qué se trata.

—¿Por quién me tomas? —preguntó Balilty enfadado. Echó un rápido vistazo a Zippo, que en ese momento se cubría el rostro con las manos—. Ya se lo he consultado, indirectamente. Tanto a Nita como a Theo. Y ahora que estamos en ello —añadió de pronto—, tú vas a ir a un sitio que estará lleno de músicos. ¿Por qué no te llevas una cinta? Dalit te hará una copia.

—Ya la he hecho —intervino Dalit.

—Excelente —dijo Balilty—. Dásela para que se la ponga a los genios, que la identificarán después de oír un par de notas. Quizá éste sea otro de esos casos donde todo se deduce a partir de una frase.

—Tengo que irme —dijo Michael, y, evitando mirar a Dalit, recogió la cinta que le puso delante—. No se puede hacer esperar a una señora de ochenta y seis años.

—Un caballero siempre es un caballero —señaló Zippo.

—Y necesitaré un casete —dijo Michael—, con pilas nuevas.

—Zippo va a llevar a Theo y a Nita a Zichron Yaakov —dijo Balilty—. Pensé enviar a Tzilla, pero está demasiado cansada después de la noche que ha pasado.

—Zippo también ha pasado en pie toda la noche. Manda a Eli —dijo Michael autoritariamente, antes de caer en la cuenta de que no era él quien estaba al frente del equipo—. Lo único que necesitamos es un chófer —se disculpó. Y vio que la expresión de Eli se ensombrecía de nuevo tras haberse animado fugazmente.

—Los puedo llevar yo —afirmó Zippo ofendido.

—Aquí hay un millón de cosas pendientes —comentó Michael en un intento de calmar los ánimos—. ¿Por qué obligarte a ir hasta Zichron Yaakov?

—No me causa ningún problema conducir hasta Zichron Yaakov. Cuando mi abuela aún vivía, hacía ese trayecto en un par de horas. Bueno, no iba hasta Zichron Yaakov, me quedaba un poco antes, justo pasado Hadera. Iba cada dos días. En unas condiciones mucho peores.

—Como quieras —dijo Michael, y vio que Eli bajaba la cabeza—. Había pensado que, a la vuelta, Eli podría pasarse por el laboratorio a recoger los documentos —explicó—. Piénsatelo —le dijo a Balilty—. Me marcho.

En ese momento apareció en la puerta la secretaria de Shorer.

—Izzy Mashiah quiere hablar con el superintendente jefe Ohayon —le dijo a Balilty—. Ha tratado de llamarte directamente —le explicó a Michael—, pero no respondías. Tiene que decirte algo urgente.

—Deberías tener el móvil encendido —le reprochó Balilty a Michael—. ¿Cómo quieres que me ponga en contacto contigo cuando me hace falta? Y no me vengas con que les tienes alergia. Uno no se puede permitir tener alergias que interfieren en el trabajo.

Michael salió de la sala de reuniones y siguió a la secretaria de Shorer. Iba mirando los minúsculos pasitos que daba. Como una mujer china de pies vendados, se bamboleaba enfundada en su falda de tubo, sobre los finos tacones.

La secretaria se detuvo a la puerta del despacho y miró a Michael con afecto maternal.

—No tienes muy buen aspecto —dijo—. ¿Te encuentras bien?

—Eso creo —sonrió con esfuerzo—. Ya se me pasará —aseguró. Al comprender que ella esperaba una explicación más concreta y que su silencio la heriría, añadió—: No lo he tenido fácil últimamente —y levantó el auricular del teléfono.

—¿Puedo hacer algo por ti? —le preguntó la secretaria antes de retirarse con aparatosa discreción.

Sin soltar el auricular, Michael trató de poner cara de agradecimiento mientras decía:

—Ahora mismo no se me ocurre nada, gracias —ella asintió gravemente, ajena por completo a la ironía de las palabras de Michael. Él se sentía como si estuvieran recitando un diálogo de una novela rosa.

—Si se te ocurre algo, lo que sea, no dejes de decírmelo. Te ayudaré con mucho gusto —concluyó ella, y salió.

—Tengo que comentar un par de cosas con usted —dijo Izzy Mashiah, la respiración rasposa y silbante, como si le faltara el aire—. Tengo varios motivos de preocupación. Me dijo que me pusiera en contacto con usted en caso de necesidad.

—Claro, cómo no —repuso Michael. Se preguntó si Izzy habría reparado en la vigilancia a que lo tenían sometido, en el coche de la policía aparcado frente a su casa, o en que tenía intervenido el teléfono—. ¿Ahora? ¿Por teléfono?

—¡No, no! —exclamó Izzy Mashiah horrorizado—. Es un asunto delicado.

—¿Es urgente? —preguntó Michael al tiempo que echaba una ojeada al reloj.

—No sé qué importancia le atribuirá usted —dijo Izzy con desconsuelo—. A mí me parece bastante urgente.

—¿Se trata de la llave? —aventuró Michael.

—¿Qué llave?

—La llave de casa de Herzl Cohen, la que tenía Felix van Gelden.

—No sé de qué me está hablando —Izzy se quedó en silencio y su respiración se volvió más jadeante, el silbido más estridente.

—La llave que la sargento Dalit encontró en su casa —explicó Michael.

—¿Quién es la sargento Dalit? —dijo Izzy alarmado—. No conozco a ninguna sargento Dalit.

—La policía con quien habló usted anoche —repuso Michael impaciente—. ¿No ha hablado con una mujer llamada Dalit sobre la llave del piso de Herzl?

—No conozco a ninguna Dalit —aseguró Izzy Mashiah en tono quejumbroso—. No comprendo qué me quiere decir.

—Está bien, quizá no fuera Dalit. Pero ¿qué hay de la llave?

—¿Qué llave? No sé nada de llaves —Izzy expectoró y resolló.

—Tranquilícese —dijo Michael, aparentando calma—. ¿No recibió una visita de la policía ayer noche?

—Anoche no recibí ninguna visita —replicó Izzy Mashiah.

—¿Está seguro?

—¡Cómo no voy a estarlo! —dijo Izzy a voz en grito—. Puede que me esté volviendo loco, pero no tanto —añadió con amargura.

—Está bien. Entonces, ¿de qué quería hablar conmigo?

El resuello asmático de Izzy remitió un poco cuando dijo:

—De muchas cosas, pero no por teléfono.

—¿Podemos dejarlo para esta noche?

—Supongo que sí —suspiró Izzy Mashiah—. Aunque sería mejor ahora mismo.

—Ahora no puedo, es imposible —explicó Michael como si hablara con un niño—. ¿No podría contárselo a otra persona?

—Preferiría hablar con usted, si no le importa. Gabi lo admiraba, me sentiría más cómodo con usted. Si tengo que esperar hasta la noche, esperaré.

—Será tarde —le advirtió Michael.

—No pienso ir a ningún lado —repuso Izzy con tristeza—. Lo estaré esperando.

—Hay algo que no comprendo —dijo Michael desde la puerta de la sala de reuniones—. Concededme un minuto, por favor.

—¿Todavía no te has ido? —preguntó Tzilla sorprendida.

—Concededme un minuto —repitió Michael—. ¡Un momento de atención, por favor! —todos quedaron en silencio y lo miraron expectantes.

Michael se esforzó en mirar a Balilty y sólo a Balilty. Vio por el rabillo del ojo el movimiento de la mano de Shorer, que garrapateaba con una cerilla quemada sobre un papel en blanco sujeto cuidadosamente con la otra mano, como si sus pensamientos vagaran muy lejos de allí. Pero Michael sabía que estaba muy atento.

—Acabo de hablar con Izzy Mashiah —dijo quedamente, sin retirar la vista de Balilty.

—¿Y? —replicó Balilty impaciente—. ¿Qué pasa?

—Lo que pasa —dijo Michael despacio— es que nadie ha hablado con él sobre la llave de casa de Herzl. No conoce a ninguna policía llamada Dalit.

A Balilty se le abrió la boca y se le achicaron los ojos.

—¿Es eso lo que ha dicho? —preguntó asombrado. Se volvió vivamente hacia Dalit, quien, con expresión de desconcierto, se encogió de hombros, abrió los brazos en un ademán de impotencia y no dijo nada.

—¿Qué historia es ésta? —le preguntó Balilty severo—. ¿Estuviste ayer con él o no?

—Claro que sí —repuso Dalit, y abrió de par en par sus ojos azul claro. El aleteo de sus pestañas pareció arrojar sombras sobre la pálida tez de la chica.

—¿Y hablasteis de la llave?

—Pues claro —contestó Dalit con deliberada serenidad. Se atusó una fina ceja con el dedo y entrelazó las manos.

—¿Y la llave?

—La llave... —por un instante fue como si se abriera una brecha en su seguridad—. La entregué con el informe al laboratorio de Criminalística, junto con el resto de las pruebas. Anoche lo guardé todo y lo he llevado allí personalmente.

—¿Fuiste al laboratorio anoche?

—He ido esta mañana, antes de venir aquí —replicó Dalit a la defensiva, mirando a Balilty con gesto dolido—. La he dejado allí, en un sobre —añadió.

Balilty entornó los ojos. Miró a Michael.

—Alguien no está diciendo la verdad —dijo al fin. Sus palabras resonaron en el silencio de la sala—. Es decir que alguien está mintiendo a lo grande. ¿Qué dicen los vigilantes en el informe de ayer? Deben de mencionar la visita de Dalit. ¿Qué pretende al decir que no conoce a ninguna sargento Dalit?

—Aún no hemos recibido el informe de ayer —explicó Tzilla con inquietud—. Llegará al mediodía.

—Quizá no me vieron —intervino Dalit vacilante.

—¿Por qué no iban a verte? ¿Es que fuiste a escondidas o qué? —inquirió Balilty, y sin esperar a que le respondiera, volvió a decirle a Michael—: ¿Qué pretende diciendo que no conoce a ninguna sargento Dalit?

—Yo me he limitado a repetir lo que he oído —dijo Michael a la vez que se reclinaba contra la puerta, que había cerrado hacía rato—. Si quieres, puedes escuchar la grabación de la conversación en el despacho de Shorer. ¿Por qué se iba a inventar Mashiah una cosa así? ¿Qué podría sacar de ello?

—Habrá que volver a hablar con él —dijo Balilty nervioso—. Nunca nos había sucedido nada semejante. Es una verdadera locura. ¿Por qué iba a negarlo si ya ha entregado la llave?

—Eso digo yo —comentó Michael—. Eso mismo me pregunto yo.

—No tengo ni idea —insistió Dalit cuando Balilty volvió a mirarla.

Dalit se había ruborizado. Michael estaba perplejo. No sabía qué pensar. Se arrepentía de haber hablado en público. No porque pusiera en duda la palabra de Izzy Mashiah, en quien por algún motivo confiaba, sino porque estaba convencido de que iba a aflorar algo desagradable y sórdido, algo turbio, y era él quien lo había rescatado de las profundidades. Sin reflexionar, sin pensar en las consecuencias. Había transgredido sus propias normas. Porque iba a llegar tarde a la cita con Dora Zackheim. Y también por haber querido saldar las cuentas con Dalit. Pero ya no sentía la menor ansia de venganza, ni ninguna satisfacción. ¿Adonde había ido a parar la ira que lo inflamaba hacía un instante? ¿Cómo no se habría parado a pensar en sus resquemores y en el deseo de devolverle la jugada a Dalit? ¿Cómo no había reconocido que ésa había sido su motivación? Quizá albergara sentimientos de los que no era consciente.

—Ponme al habla con el laboratorio —le dijo Balilty a Zippo, impaciente.

Eli Bahar salió de la sala detrás de Michael con el encargo de ir a buscar a Izzy Mashiah. Dalit se encogió de hombros y recogió sus papeles con movimientos nerviosos, espasmódicos.

—¿Qué está pasando? —le dijo Michael a Eli una vez que hubieron salido del edificio—. ¿Qué te parece a ti?

—Esa chica me ha dado mala espina desde el principio —reconoció Eli—. Pero pensaba que serían imaginaciones mías, por eso de que Balilty me había relegado a un segundo plano, dejándome de chico de los recados. Ahora ya no sé si sería por eso. Creo —prosiguió, mordiéndose el labio inferior— que también habrá que verificar lo de nuestro hombre en Nueva York. ¿Cómo podemos saber si ha hablado realmente con él sólo porque lo diga?

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