Read Un cadáver en la biblioteca Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un cadáver en la biblioteca (3 page)

—No iba vestida como para cometer un robo —advirtió, pensativa, la anciana.

—No; iba vestida para bailar... o para asistir a alguna fiesta o reunión. Pero no hay nada de eso por aquí... ni en los alrededores.

—No... —contestó la señorita Marple, dudando.

La señora Bantry atacó.

—Tú me ocultas algo, Juana.

—La verdad, me estaba preguntando...

—¿Qué?

—Basilio Blake.

La señora Bantry exclamó, impulsiva:

—¡Oh, no!

Y agregó, como explicación:

—Conozco a su madre.

Las dos se miraron.

La señorita Marple suspiró y sacudió la cabeza.

—Comprendo perfectamente tus sentimientos —exclamó.

—Selina Blake es la mujer más agradable que se puede una imaginar. Sus arriates son sencillamente maravillosos... me matan de envidia. Y es generosa con los brotes. Me regala todos los que quiero para volverlos a plantar.

La señorita Marple, pasando por alto todas estas virtudes de la señora Blake, dijo:

—No obstante, se ha
hablado
mucho, ¿sabes?

—Oh, lo sé..., lo sé. Y, claro está, Arturo se pone lívido cuando oye mencionar el nombre de Basilio Blake. La verdad es que fue muy
grosero
con Arturo, y, desde entonces, Arturo no quiere escuchar ni una sola palabra buena de él. Tiene esa forma de mirar estúpida y desdeñosa de los muchachos de hoy en día... se burla de la gente que defienden a su antiguo colegio, o a la patria, o cualquier cosa así. Y luego, claro, ¡la
ropa
que usa!

—La gente dice —continuó la señora Bantry— que no importa lo que uno lleve en el campo. En mi vida oí majadería mayor. Es precisamente en el campo donde todo el mundo se fija.

Hizo una pausa y agregó, entre nostálgica y ansiosa:

—Era un bebé adorable en el baño.

—El periódico publicó el domingo pasado una fotografía preciosa del asesino de Cheviot cuando era niño —dijo la señorita Marple.

—Oh, Juana, no creerás que
él...

—Oh, no, querida. No quise decir eso ni muchísimo menos. Eso sí que sería emitir juicios temerarios. Me limitaba a intentar justificar la presencia de la muchacha aquí. Saint Mary Mead es un sitio tan inverosímil... Y Basilio Blake. Él

que da fiestas y reuniones. Viene gente de Londres y de los Estudios... ¿Te acuerdas del pasado julio? Gritos y cantos... el ruido más
terrible
. Todos estaban medio borrachos, luego. Y a la mañana siguiente, la suciedad y la cristalería rota eran verdaderamente increíbles... o así me lo contó la señora Berry por lo menos... Y ¡había una joven dormida en el baño,
desnuda
...!

La señora Bantry dijo con indulgencia:

—Supongo que serían actores y actrices de cine.

—Es muy probable. Y luego... supongo que lo oirías decir... durante varios fines de semana últimamente ha traído aquí consigo a una joven... una rubia platino.

La señora Bantry exclamó:

—¿No creerás que es ésta?

—La verdad... eso me preguntaba yo. Claro esta, nunca la he visto de cerca... sólo subiendo y bajando del coche... y una vez en el jardín de la casa cuando estaba tomando baños de sol sin más ropa que un pantalón corto y un sostén. Jamás vi su cara en realidad. Y todas estas muchachas, con el maquillaje, y el cabello teñido, y las uñas esmaltadas, se parecen tanto unas a otras...

—Sí, sin embargo,
pudiera
ser. Es una idea, Juana.

Capítulo II
1

Era una idea que, en aquellos instantes, estaban discutiendo el coronel Melchett y el coronel Bantry.

El jefe de policía, tras de ver el cadáver y comprobar que sus subordinados empezaban a trabajar, se había retirado con el amo de la casa al estudio situado en la otra ala del edificio.

El coronel Melchett era un hombre de aspecto irascible que tenía la costumbre de darse tirones del corto y rojizo bigote. Se tiró de él ahora, mientras dirigía una mirada perpleja de soslayo a su compañero. Por fin, dijo:

—Escucha, Bantry: tengo que quitarme esta duda de encima. ¿Es cierto que no tienes la menor idea de quién es la muchacha?

La contestación del otro fue explosiva; pero el jefe de policía le interrumpió:

—Sí, sí, chico; pero míralo desde otro punto de vista. Podría ser lo más engorroso para ti. Un hombre casado que quiere a su mujer y todo esto... Ahora, aquí, entre nosotros, de amigo a amigo...; si
tuviste
relación alguna con esta muchacha, de la clase que fuera, más vale que lo digas ahora. Es muy natural querer ocultar la cosa... Me pasaría igual a mí. Pero no puede ser. Asesinato. La cosa saldría a relucir inevitablemente. ¡Qué rayos! Yo no sugiero que estrangularas

a la chica... tú no harías una cosa así... eso lo sé yo. No obstante, y después de todo, ella vino aquí... a esta casa. Digamos que forzó la entrada y que aguardaba para verte y que un tipo u otro la siguió y la mató. Es posible, ¡sí, sí! ¿Comprendes lo que quiero decir?

—¡Maldita sea, Melchett! Te digo que no he visto a esa chica en mi vida. No soy de esa clase de hombres.

—Entonces, ni hablar. Sólo que no te hubiese criticado yo por eso, ¿sabes...? Soy hombre de mundo. Sin embargo, si tú lo dices... La cosa es: ¿qué hacía ella aquí? No es de esta comarca... eso es seguro.

—El asunto entero es una pesadilla —rabió el amo de la casa.

—Lo interesante, chico, es esto: ¿qué estaba haciendo ella en tu biblioteca?

—¿Cómo quieres que lo sepa yo?
Yo
no la invité a venir.

—No, no. No obstante lo cual,
vino aquí
. Parece como si hubiera querido verte. ¡No has recibido ninguna carta rara ni nada así?

—No.

El coronel Melchett preguntó, con delicadeza:

—¿Qué estabas haciendo tú anoche?

—Asistí a la reunión de la Asociación Conservadora. A las nueve. En Much Benham.

—Y regresaste a casa..., ¿cuándo?

—Salí de Much Benham poco después de las diez... Tuve una avería por el camino, me vi obligado a cambiar una rueda. Llegué a casa a las doce menos cuarto.

—¿No entraste en la biblioteca?

—No.

—¡Lástima!

—Estaba cansado. Me fui derecho a la cama.

—¿Te aguardaba alguien en vela?

—No. Siempre me llevo el llavín. Lorrimer se acuesta a las once, a menos que le ordene lo contrario.

—¿Quién cierra la biblioteca?

—Lorrimer. Generalmente a las siete y media en esta época del año.

—¿Volvería a entrar durante la velada?

—No, estando yo ausente. Dejó la bandeja con el whisky y vasos en el vestíbulo.

—Ya. ¿Y tu mujer?

—No lo sé. Estaba en la cama y profundamente dormida cuando llegué yo a casa. Puede haber estado sentada en la biblioteca anoche, o en la sala. No me acordé de preguntárselo.

—Bueno, no tardaremos en conocer todos los detalles. Claro, es posible que uno de la servidumbre esté complicado, ¿verdad?

—No lo creo. Son todos personas decentes. Hace años que están a nuestro servicio.

Melchett asintió.

—En efecto, no parece probable que esté ninguno de ellos complicado en el asunto. Más parece como si la muchacha hubiese bajado de la ciudad... quizá con algún joven. Aunque, ¿por qué habían de querer forzar la entrada de esta casa...?

Bantry le interrumpió.

—Londres. Eso es más verosímil. No estamos de celebraciones por aquí... Por lo menos...

—¿Qué?

—¡Voto a tal! —estalló el coronel Bantry—. ¡Basilio Blake!

—¿Quién es ése?

—Un joven que tiene algo que ver con la industria cinematográfica. Un bicho venenoso. Mi mujer le defiende porque fue al colegio con su madre; pero... ¡él era imbécil, inútil y pedante...! ¡Merece que le den un puntapié en salva sea la parte! Ha alquilado la casita de Lasham Road... Ya la conoces... Un edificio horrible, moderno... Da fiestas allí... gente ruidosa, chillona... Y se trae muchachas a pasar el fin de semana.

—¿Muchachas?

—Sí; hubo una la semana pasada... una de esas rubias platino...

El coronel se interrumpió, quedándose boquiabierto.

—Una rubia platino, ¿eh? —murmuró Melchett, pensativo.

—Sí. Oye, Melchett, ¿crees tú que...?

El jefe de policía dijo vivamente:

—Es una posibilidad. Explica que una muchacha de ese tipo se encuentre en Saint Mary Mead. Me parece que iré a entrevistarme con ese joven... Braid... Blake... ¿cómo dijiste que se llamaba?

—Blake. Basilio Blake.

—¿Sabes tú si estará en casa?

—Deja que piense. ¿Qué es hoy...? ¿Sábado? Suele llegar aquí los sábados por la mañana.

Melchett dijo con aspereza:

—Veremos a ver si le encontramos.

2

La casita de Basilio Blake, que contenía todas las comodidades modernas encerradas en un horrible cascarón de viguería y estilo Tudor falsificado, conocíanla las autoridades postales y su constructor, Guillermo Booker, con el nombre de "Chatsworth"; Basilio y sus amigos, por el de "La Obra de Época"; y el pueblo de Saint Mary Mead en general la llamaba "La casa nueva del señor Booker".

Se hallaba a poco más de un cuarto de milla del pueblo propiamente dicho, encontrándose en un nuevo terreno urbanizado adquirido por el emprendedor señor Booker, un poco más allá de la hostería del "Jabalí Azul", que daba a lo que había sido hasta entonces un camino rural sin estropear. Gossington Hall estaba una milla más adelante en el mismo camino.

Se había despertado gran interés en Saint Mary Mead al correr la noticia de que "La casa nueva del señor Booker" había sido adquirida por una "estrella" cinematográfica. Se montó luego guardia para presenciar la primera aparición del legendario ser en el pueblo y puede decirse que, en cuanto a las apariencias se refiere, Basilio Blake era todo lo que podía decirse. Poco a poco, sin embargo, la verdad fue conociéndose. Basilio Blake no era "estrella" cinematográfica, ni siquiera actor cinematográfico. Era un personaje muy joven que gozaba del privilegio de figurar en el decimoquinto lugar en la lista de los responsables de los decorados de los Estudios de Lemville, el cuartel general de
British New Era Films.
Las doncellas del pueblo perdieron interés y la clase regidora de solteras criticonas desaprobó ruidosamente el género de vida que llevaba Basilio Blake. Sólo el hostelero del "Jabalí Azul" continuaba mostrándose entusiasta de Basilio y de los amigos de Basilio. Los ingresos de la hostería habían aumentado desde la llegada del joven al lugar.

El coche policíaco se detuvo ante la retorcida puertecilla rústica del capricho del señor Booker y el coronel Melchett, con una mirada de disgusto hacia el exceso de viguería de Chatsworth, se dirigió a la puerta principal y le dio a la aldaba con gran brío.

Se abrió mucho más aprisa de lo que él había esperado. Un joven de cabello liso, negro, algo largo, que llevaba pantalón de pana anaranjada y camisa azul, preguntó con aspereza:

—Bien, ¿qué desea usted?

—¿Es usted el señor Blake?

—Creo que si.

—Quisiera hablar unos momentos con usted si no hay en ello inconveniente, señor Blake.

—¿Quién es usted?

—El coronel Melchett, jefe de policía del condado.

El señor Blake dijo con insolencia:

—¿De veras? ¡Qué divertido!

Y el coronel Melchett, al entrar tras el otro, comprendió las reacciones del coronel Bantry. También a él le daban ganas de descargarle un puntapié.

Pero se contuvo y habló en tono amable:

—Es usted madrugador, señor Blake.

—No lo crea. Es que no me he acostado todavía.

—¡Ah!

—Pero supongo que no habrá venido usted aquí a enterarse de mis horas de dormir... O, si ha venido a eso, está usted derrochando tiempo y dinero del erario. ¿De qué quiere usted hablarme?

—Tengo entendido, señor Blake, que el último fin de semana tuvo usted una visita... una... una... joven de cabello rubio claro —dijo el coronel Melchett.

Basilio Blake le miró fijamente, echó hacia atrás la cabeza y rompió a reír a carcajadas.

—¿Han ido a quejárseles las comadres del pueblo? ¿Han ido a hablarles acerca de mi moralidad? ¡Qué rayos, la moralidad no es cuestión policíaca! Eso lo sabe usted.

—Como dice —asintió Melchett, secamente—, su moralidad no es cuenta mía. He venido a verle porque una joven de cabello claro y de aspecto ligeramente... exótico ha sido hallada... asesinada.

—¡Repámpano! —Blake se le quedó mirando con sorpresa—. ¿Dónde?

—En la biblioteca de Gossington Hall.

—¿En Gossington? ¿En casa de Bantry? ¡Caramba!, ¡eso sí que está bueno! ¡El viejo Bantry! ¡Ese viejo sucio!

Al coronel Melchett se le congestionó el semblante. Dijo incisivamente, a través de la hilaridad renovada del joven:

—Tenga la amabilidad de poner freno a su lengua. Vine a preguntarle si puede arrojar alguna luz sobre este asunto.

—¿Ha venido usted a preguntarme si se me ha extraviado una rubia? ¿No es eso? ¿Por qué había yo de...? ¡Hola, hola, hola! ¿Qué es esto?

Se había detenido un coche a la puerta con gran chirrido de frenos. De él saltó a tierra una joven con pijama blanco y negro. Tenía los labios pintados muy rojos, las pestañas ennegrecidas y el cabello platinado. Se acercó dando grandes zancadas, abrió violentamente la puerta y exclamó, iracunda:

—¿Por qué me diste esquinazo, so bestia?

Basilio Blake se había puesto en pie.

—¡Conque ahí estás! ¿Por qué no había de dejarte? Te dije que te largaras y no quisiste.

—¿Por qué diablos había de irme nada más que porque tú me lo dijeras? Me estaba divirtiendo.

—Si... con ese guarro de Rosenberg. Ya sabes cómo es él...

—Lo que a ti te pasaba era que tenias celos.

—No presumas. No me gusta ver una muchacha a quien aprecio dejarse dominar por la bebida y permitir que la sobe un sinvergüenza.

—Eso es una mentira. También estabas tú bebiendo más de la cuenta y poniéndote meloso con esa morena.

—Si yo te llevo a una fiesta, es con la condición de que sepas comportarte como es debido.

—Y yo me niego a consentir que se me den órdenes, para que te enteres. Dijiste que iríamos a la fiesta y que vendríamos aquí después. No pienso dejar una fiesta hasta que me dé la real gana de hacerlo.

—No; y por eso me fui. Estaba ya dispuesto a venir aquí, y vine. No tengo por costumbre perder el tiempo esperando a ninguna estúpida mujer.

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