Su amiga le sostiene la mirada aún con la sorpresa pintada en el rostro. Pero más que sorpresa por lo que Ali le ha dicho es sorpresa por haberse visto descubierta en sus intenciones tan pronto. Finalmente agacha la cabeza y encorva los hombros. Toma la taza de café y le da un sorbo.
—Tienes razón, desde que Ruth y yo volvimos he estado desaparecida pero entiéndelo, era un momento muy delicado, teníamos mucho de que hablar y muchas cosas que dejar claras…
—Si eso lo entiendo por eso te he dicho que no te lo tomes como un reproche… Pero algo me decía que si quedabas conmigo tan de repente había algo que te preocupaba y tu reacción al decírtelo no ha hecho más que confirmármelo…
Con la cabeza aún gacha, Sara alza los ojos por encima de la taza de café para mirar a Ali y suspira.
—Todo iba bien, de verdad. Todo iba bien hasta que nos encontramos con Lola…
—¿Lola? —pregunta Ali sin comprender—. ¿Quién es Lola?
—¿Juan no te contó nada?
—No, Juan no me ha contado nada… ¿Qué me tenía que contar?
—Lola es la chica que me entró en el Baires. La que me dio el teléfono, ¿te acuerdas?
Ali asiente recordando esa tarde y, a continuación, Sara se lanza a contarle toda la historia. Cómo terminó llamando a Lola y quedando con ella. La noche que pasaron juntas. Cómo se dejó llevar por la situación. Sara se sentía deseada por esa chica y pensó que no era malo intentar obtener un poco de alivio y de cariño de alguien distinto, alguien que le hiciera olvidar a Ruth. Que en el fondo la utilizó para sentirse mejor, para subir su autoestima, para demostrarse a sí misma que si Ruth podía andar con unas y con otras, ella también era capaz de hacerlo, que ella también gustaba. Le cuenta cómo acabaron en su casa y cómo al día siguiente estaban tan a gusto la una con la otra hasta el incidente del mechero. Cómo Sara se enteró de que Lola también había estado con Ruth y eso le produjo un ataque de nervios que hizo que acabara en urgencias. Que Juan fue quien la llevó al hospital y quien llamó a Ruth para decírselo. Y que pese a que su amigo le prohibió que se acercara a ella, Ruth no le hizo caso y se plantó en su casa esa misma noche y terminaron reconciliándose.
—Así que eso fue lo que pasó… —dice Ali asintiendo lentamente con la cabeza, encajando por fin algunas piezas que le faltaban.
—Sí, eso fue… —Sara menea la cabeza—. Unos días después Lola me llamó para ver cómo estaba. Le dije que bien y colgué enseguida. Y el otro día nos la encontramos… Tenía la cara desencajada, supongo que de vernos a las dos juntas…
—¿Ella sabía que Ruth y tú… ?
—Creo que Juan se lo dijo en el hospital. Pero tampoco hay que ser muy listo para darse cuenta después de lo que había pasado…
—Pero cuando te llamó tú no le dijiste que habías vuelto con Ruth, ¿no?
—Claro que no. ¿Para qué iba a decírselo? ¿Para hacerla daño? Además, ni siquiera sabía cómo hacerlo…
—Bueno, pero esa chica parecía querer algo contigo, se merecía al menos una explicación… ¿Tú habrías empezado algo con ella si Ruth no hubiera aparecido?
—No lo sé, Ali. Fue una vía de escape, una noche loca. Estaba a gusto con ella pero nada más. Tiene veintidós años. Yo treinta y cuatro. Es mucha diferencia de edad… Ella es todavía una cría…
Al escuchar esto último, Ali se yergue y adopta una expresión ofendida. Sara se da cuenta y se queda momentáneamente sin palabras.
—Lo dices como si Ruth fuera un ejemplo de madurez y, la verdad, tal y como se ha comportado parece que aún no haya salido del instituto…
—Entiéndeme, Ali. No digo que la edad sea el único indicativo pero… No sé… Si ya con alguien de mi edad es difícil con alguien mucho más joven no creo que pueda ser mejor…
Algo se rompe dentro de Ali al escuchar eso. Y se da cuenta de que por mucho que Sara confíe en ella y la considere madura para su edad la sigue mirando como a una cría. Y que, incluso en el supuesto de que ella no estuviera con David, no tendría nada que hacer porque Sara la considera en un escalafón inferior. Le da rabia. Le da rabia seguir comprobando que los mismos que tildan de crios a la gente más joven actúan a su vez como niños asustados que no saben cómo comportarse.
—Al menos le podías haber dado una explicación, es lo mínimo. Una explicación honesta y sincera. Aunque duela —sentencia mirándola duramente—. ¿Qué te dijo cuando os la encontrasteis?
—No mucho. Que ya veía que estaba bien y en buena compañía. En un tono muy irónico, por supuesto.
—¿Y qué esperabas? ¿Que te diese la enhorabuena?
—Ya, Ali, ya… Pero no sé, joder… —Sara hunde cada vez más la cabeza, esquivando la mirada de su amiga.
—Perdona que sea tan dura, Sara, pero es que me llama mucho la atención que le hayas reprochado tanto a Ruth su forma de actuar contigo y luego hayas hecho algo, salvando las distancias, tan parecido. Esa chica podría haber sido una cabrona más de las muchas que hay o podría haber sido alguien que mereciera la pena, por mucho que tú pongas el obstáculo de la edad…
—Pero el mal está hecho, Ali. Ya no puedo solucionar nada…
Ali suspira. Apura su café y llama la atención del camarero para que le traiga otro. Le pregunta a Sara si también quiere uno más. Ella asiente y Ali pide por las dos. Cuando se los traen, vuelve a tomar las riendas de la conversación.
—Bueno, dejemos de hablar de esa chica… ¿Qué es lo que pasa ahora con Ruth?
Sara levanta una mirada de ojos indefensos. Y la vuelve a bajar para menear de nuevo la cabeza.
—Las cosas han dejado de ir bien —inspira profundamente—. Y todo vuelve a ser como antes de que me dejara. Está ausente, no habla, hemos dejado de vernos todos los días… Tiene la misma actitud que la otra vez… Y mira que hemos estado hablando desde que volvimos… Las dos estábamos de acuerdo en que en cuanto hubiera algún problema lo diríamos. Pero ella no dice nada y yo ya estoy cansada de ser quien tire del carro…
—Tal vez no haya ningún problema… —aventura Ali.
—Sí lo hay. Sería de tontos no verlo. Cuando Ruth está bien se le nota y cuando está mal se le nota aún más. Aunque no hable. Justamente porque no habla sé que está mal. Y yo ya no sé qué hacer porque está visto que hablar no sirve de nada con ella…
—Pues es la única forma de que salgas de dudas…
—Ya lo sé, ya lo sé… —farfulla Sara con cierta desesperación.
Las dos se quedan en silencio. Beben café. Sara fuma quizá el quinto o sexto cigarrillo desde que se han sentado. Ali la mira. Siente una extraña compasión por ella. Se da cuenta de que, en el fondo, nunca ha sentido más que una gran amistad por Sara. Un sentimiento de amistad muy profundo que nunca ha trascendido al plano físico pero con una intensidad que la hizo dudar. Y eso le hace sentirse bien, aliviada. Sabía que no tenía de qué preocuparse. Que lo que creyó estar sintiendo por ella terminaría por aclararse. Era amistad. No era nada más que eso. Y nada menos. Que ya es mucho sentir ese tipo de amistad por alguien en los tiempos que corren.
Anochece mientras Sara y Ali se encaminan a la boca de metro de la plaza. Bajan juntas las escaleras y juntas pasan los torniquetes de entrada. Al pie de las escaleras mecánicas, en el vestíbulo que bifurca las dos direcciones de esa línea de metro, se despiden y se separan. Sara baja hasta su andén, camina hasta el final, donde se colocará el último vagón del convoy, y se sienta en uno de los bancos metálicos. Chueca es una de esas raras estaciones de metro en la que hay un muro separando los dos andenes. Sabe que Ali está detrás de ese muro, esperando su tren, pero no puede verla. Ni a ella ni a los que puedan estar al otro lado y eso le da a la estación un desolado aire de aislamiento casi total. Apenas hay media docena de personas esperando repartidas a lo largo del andén. Se mueven nerviosas, unos pasos hacia delante, unos pasos hacia atrás, mirando en la dirección por dónde aparecerá el tren, mirando sus relojes de su pulsera o sus móviles, mirando al vacío y procurando no cruzar la mirada con nadie aunque mirando a todos de reojo.
Sara cruza las piernas y espera encorvando el cuerpo hacia delante. Rememora la conversación con Ali y siente cómo la culpa crece en su interior como un cáncer imparable. Y justo cuando el tren penetra en la estación una idea pasa por su cabeza. No se levanta ni se dirige a las puertas del vagón que tiene justo enfrente. Deja que la gente entre y salga de él, que el tren se aleje y que su ruidosa estela se pierda poco a poco en el túnel. Luego se levanta y se encamina a la salida. Vuelve a salir a la plaza y sube por la calle Gravina. Duda al llegar a Fuencarral, se mete por una calle y a mitad de camino se da cuenta de que se ha equivocado. Vuelve sobre sus pasos y prueba con otra calle. A los pocos metros reconoce el portal que busca. Pulsa un botón y espera a que contesten.
Pero nadie contesta. La única respuesta es un ruido sordo que hace saltar el mecanismo de la cerradura permitiéndole el paso al interior. Sube hasta el primer piso con el estómago encogido. Llama al timbre, el perro ladra al otro lado y a los pocos segundos la puerta se abre.
Al verla, Lola abre los ojos y no oculta la sorpresa que le produce ver a Sara en el umbral de su casa. Pero pasados esos momentos de estupefacción, su rostro se vuelve duro y su cuerpo se mueve instintivamente para ponerse entre la puerta y el marco, impidiendo que el perro salga pero también impidiéndole el paso a Sara aunque en ningún momento haya hecho ademán de entrar.
—Hola…
—¿Qué quieres? —espeta Lola.
—Hablar contigo. ¿Puedo pasar? —pregunta Sara con temor. Lola entorna aún más la puerta sobre su cuerpo.
—¿Y de qué quieres hablar conmigo a estas alturas?
—Me gustaría hablar contigo… Pero si no quieres, no pasa nada… —murmura Sara casi dispuesta a darse la vuelta y marcharse por dónde ha venido. Tal vez no haya sido una buena idea.
Lola la observa fijamente sin decir nada. Parece sopesar las posibles opciones. Su rostro se relaja y parece asentir.
—Si quieres hablar prefiero hacerlo fuera. Espera un momento.
Lola le cierra a Sara la puerta en las narices. Ella se queda petrificada en el descansillo llegando casi a pensar que la puerta no volverá a abrirse y que tendrá que irse cuando sea suficientemente obvio que Lola no quiere hablar con ella. Pero la puerta vuelve a abrirse y la chica reaparece tras ella con una chaqueta en la mano. Le hace una señal con la cabeza para que la deje salir. Sara se echa hacia atrás y espera mientras Lola cierra la puerta del piso y se pone la chaqueta.
—Vamos —le dice bajando primero las escaleras y ganando distancia. Sara la sigue un momento después. Llegan a la calle. Lola se planta en la acera con las manos en los bolsillos mientras Sara acaba de salir del portal. La mira expectante con el ceño fruncido. No le pregunta, sólo hace un gesto con la cabeza como si dijera: «Tú dirás».
—Podemos ir al Baires… —sugiere Sara en tono inocente.
—No —contesta tajante Lola—, al Baires no. Vamos al Starbucks, está más cerca.
Sara va a decir que mejor en otro sitio porque allí no se puede fumar pero justo cuando va a abrir la boca se da cuenta de que Lola lo ha propuesto adrede. Ella no fuma y no debe de importarle que Sara lo pueda hacer o no. Ya no piensa en su comodidad. Así que lo acepta y camina junto a Lola a duras penas pues su paso es rápido y decidido. Va mirando al frente, sin desviar la mirada, un velo de aplomo y dureza recubre sus ojos. No mira a Sara. Ni siquiera para comprobar que la sigue, que está a su lado caminando. Sólo se detiene cuando llega a la puerta del Starbucks. Gira la cabeza para comprobar que está tras ella y entra sin preocuparse en sujetarle la puerta. Sara entra también en la cafetería. Se acercan al mostrador para pedir un par de cafés y un momento después están sentadas sobre unos taburetes con una mesa alta separándolas.
—Bueno, cuéntame —dice Lola dando un sorbo a su café solo sin azúcar y retando a Sara con la mirada.
Ella se queda bloqueada. Todas las razones que la han empujado a salir del metro y plantarse en la puerta de su casa se dibujan confusas en su mente. Quería darle una explicación pero ¿de qué? ¿Cómo hacerlo? ¿Qué decirle? Se siente ridicula allí, frente a Lola, soportando su mirada furibunda y acusadora. Nadie la obliga a dar una explicación. Entre ellas no pasó nada realmente importante. Significativo quizá pero no importante. Sólo pasaron juntas una noche y todo terminó a la mañana siguiente. En ningún momento se comprometieron a nada. Es algo que ocurre muy a menudo sin que nadie se moleste en dar o pedir explicaciones. Sin embargo Sara tiene un acusado sentido de la moral y por mucho que durante las últimas semanas haya permanecido dormido a causa del regreso de Ruth a su vida, la conversación con Ali ha hecho que se despierte y con él un sentimiento de culpa que no le gusta albergar. No se portó bien con Lola. La evitó. No le devolvió la llamada. No tuvo valor para decirle que ese «habrá que comprobarlo» con el que contestó a su pregunta de si lo suyo iba a tener continuación sólo fue producto de la euforia del momento. No fue ni honesta ni sincera. Y le repatea descubrirse de ese modo. Ella siempre procura actuar con los demás del mismo modo en que le gustaría que se comportaran con ella. Pero ya lo ha hecho y ahora sólo puede intentar arreglarlo.
—Quería disculparme contigo —anuncia al fin.
Lola la mira incrédula y también de un modo harto jocoso.
—¿Disculparte conmigo? ¿Por qué? O mejor dicho, ¿para qué? —pregunta clavando en ella un par de ojos ofendidos.
—Pues… —Sara titubea—. Por cómo me comporté, por no darte una explicación… No sé… Creo que te merecías otra cosa…
Lola agacha la cabeza con pena. Inspira profundamente y suela todo el aire de golpe antes de comenzar a hablar.
—Mira —comienza con decisión—, te voy a ahorrar saliva. Verte con Ruth fue suficiente explicación de lo que pasó entre tú y yo. Estabas sola, dolida y con la autoestima por los suelos. Aparecí yo y pensaste que era un buen modo de olvidarte de todo. Digamos —se ríe con desgana— que me utilizaste para sentirte mejor. Creíste que yo no era más que una cría que no merecía mucho la pena y que no te daría problemas. Las dos sabemos que aunque no hubiera vuelto a aparecer Ruth en tu vida, como parece que lo ha hecho, tampoco habrías querido nada conmigo. Tu ex novia o tu novia o lo que sea ahora sólo te ha servido como excusa para justificar lo que has hecho pero te hubieras buscado otra si ella no hubiera aparecido… —vuelve a tomar aire—. Y si ahora estás aquí, si has venido hasta mi puerta no es porque creas que yo me merezco una explicación. Sólo lo has hecho para limpiar tu conciencia para no tener luego sentimiento de culpa… Por lo poco que conozco de ti me da la sensación de que eres una de esas tías que van de guays por la vida y piensan que siempre tienen que actuar correctamente para que nadie las reproche nada. Por eso lo has hecho… —se echa ligeramente hacia atrás y sonríe de nuevo de un modo burlón—. Pues lo siento pero no. No, Sara, no quiero tus disculpas ni tus explicaciones. No quiero que te quedes con la conciencia tranquila. No me da la gana. Por insignificante que te pareciera lo que ocurrió entre las dos para mí fue importante. Y me hiciste daño. Me hiciste sentir como una gilipollas. Y no estoy en un buen momento de mi vida. Así que no, Sara. Guárdate tus buenas intenciones para tu novia que por lo que conozco de ella, que es aún menos que lo que sé de ti, te van a hacer mucha falta… —agarra el vaso de cartón de su café y le da un largo trago hasta acabarlo—. Y ahora, te guste o no, me vuelvo a mi casa. Ya he perdido demasiado tiempo pensando en ti y en lo que pasó. Y no me apetece perder ni un minuto más. Muchas gracias por todo.