Una noche más (24 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Diego se mete en la cocina dejando a Juan clavado en el sofá, atónito. No esperaba una reacción así. Le oye abrir el grifo y ponerse a fregar los platos de la cena. Se siente tentado de ir detrás de él para continuar la conversación. Incluso se levanta dispuesto a hacerlo. Pero una vez en pie algo le detiene. No sabe el qué. Empieza a caminar pero sus pasos no le llevan hasta la cocina sino al cuarto de baño. Cierra la puerta tras de sí y se apoya con ambas manos en el lavabo. Con miedo levanta la cabeza y se mira en el espejo. Tal vez Diego tenga razón. Pero está convencido de que él también tiene sus razones. Y tiene miedo.

Miedo de que las cosas cambien. Porque sigue pensando que su relación se resquebraja por momentos.

Ruth no puede dormir. Da vueltas y vueltas en la cama. Por suerte, aunque desde que han vuelto Sara suele pasar la noche en su casa, hoy ha hecho lo posible para que no fuera así. Le ha dicho que saldría muy tarde del trabajo, que tenía que preparar una presentación para el día siguiente. Le sabe mal mentirle. Sobre todo en la situación en la que están. Ese delicado momento de la reconciliación en el que cada paso, cada acto, cada palabra es medida con precisión milimétrica. En el que los sentidos continúan alerta prestos a hacer notar cualquier anomalía que pueda indicar que la maquinaria se ha vuelto a atascar. Pero Ruth no ha podido evitarlo. Esa noche quiere estar sola.

Hasta el día anterior todo iba bien. Pero de repente apareció esa chica, Lola, quedándose plantada frente a las dos como si esperase algo. Al principio Ruth creyó que era por ella. Le extrañó porque lo que sucedió entre ellas no fue nada. Una noche sin más. Sólo sexo. Pero cuando se dio cuenta de que a quien miraba Lola, de quien esperaba una reacción que no acabó de llegar, era de Sara y no de ella algo se desmoronó en su interior. Lola miraba a Sara ofendida y ultrajada y a la vez le lanzaba un mensaje cifrado a través de esa mirada. Un mensaje, una información de la que Ruth no sabía nada. Entonces lo comprendió todo. Entre Sara y esa chica había ocurrido algo. Y no algo pasajero y sin importancia como lo que sucedió entre Ruth y esa misma chica. Había sentimiento en la mirada de Lola.

Un sentimiento herido porque se había quedado sin corresponder.

Cuando Lola se marchó Sara no quiso hablar. No le dio ninguna explicación para lo que acababa de ocurrir. Dijo que no tenía importancia y trató de cambiar de tema pero lo único que consiguió fue que las dos callaran y se sumieran en sus propios pensamientos. Se fueron a casa con el ánimo trastocado. No cenaron. Vieron la televisión un rato sin apenas cruzar palabra. Se acostaron pronto. Tampoco hicieron el amor como casi todas las noches desde que han vuelto a estar juntas. Cada una estaba en su propio mundo y no dejaba que la otra penetrase en él ni por un momento.

Durmió poco y mal esa noche. Trató de no moverse demasiado para que Sara no notase su inquietud. Pero ella tampoco se movía y Ruth intuyó que también le estaba costando conciliar el sueño. Y se sintió engañada. Desde que lo dejaron Sara se adjudicó el papel de víctima sin titubear, dando por sentado que la mala de la película era Ruth. Cuando volvieron le dijo muchas veces lo mal que lo había pasado, lo mucho que la había herido, el dolor que le había causado. Se pintó como un alma en pena que durante cuatro meses no halló alivio ni consuelo. Y esa tarde de domingo tan aparentemente feliz y dichosa en la que se besaban bajo un paraguas para protegerse de la lluvia la casualidad quiso que Ruth descubriera que no todo ese tiempo que pasaron separadas había sido una agonía tan grande para Sara. Que había intentado o empezado algo con otra persona. Y que, si bien lo que sintió por ella no había sido lo suficientemente fuerte como para olvidar a Ruth, había dejado su impronta. Que no quisiera hablar del tema era prueba de ello. Si Lola no hubiera significado nada para Sara se lo habría hecho saber. Le hubiera contado qué hubo entre ellas. Hubiera tratado de minimizar los posibles daños que el encuentro pudiera provocar. Y como no quiso hablar de ello, Ruth tampoco consideró necesario mencionar que ella también tuvo algo con Lola. Porque para ella no fue relevante ni lo que pasó como tampoco lo es ahora el hecho de que fuese precisamente esa misma chica la que hubiese intentado algo con Sara. Esas casualidades ocurren y más en un ambiente tan endogámico como en el que se mueven. Puede que hasta Sara esté al corriente de que ella y Lola también se conocen. Pero Sara no ha dicho nada al respecto. Absolutamente nada.

Esa mañana se han levantado como si tal cosa. Han desayunado, han bajado a la calle, se han despedido con un beso en la boca de metro y cada una se ha ido a su trabajo. Pero algo se ha empezado a remover dentro de Ruth. Y el resto del día no ha sido mucho mejor que la noche pasada. A ratos ha vuelto a acordarse del encuentro con Lola, rememorando los gestos y las pocas palabras que hubo. Ha intentado buscarle un significado, un sentido, una razón. Pero a cada vuelta de tuerca que daba la contrariedad iba ganando terreno. Y ahora está sintiendo algo parecido a lo que sintió cuando, mucho tiempo después de que ocurriera, se enteró de que Olga le fue infiel y que ese y no otro fue el verdadero motivo por el que se rompió su relación.

Durante años Ruth dio como buena la versión de Olga. La echó del piso, la sacó de su vida a patadas y se portó de pena con ella porque se le fue la cabeza, porque dejó de estar enamorada de ella o por la razón que fuese. Que al poco tiempo comenzara a salir con Eva, la dichosa y manipuladora Eva que había sido tanto tiempo amiga de las dos, lo asumió como algo normal. Tras una ruptura siempre hay un amigo o amiga en el que te apoyas y acaba surgiendo algo más que la pura amistad. En ningún momento barajó otra posibilidad. Por muy retorcida que hubiera demostrado ser Olga dejándola del modo en que lo hizo no era el tipo de persona de la que se podía esperar una infidelidad. Ella siempre había presumido de ser alguien honesto y sincero. De hecho Ruth se había enzarzado en agrias discusiones con aquellos que se atrevieron a aventurar que la verdadera razón de la ruptura debía ser a causa de una tercera persona.

Hace año y medio ella y Ruth volvieron a tener un trato, si bien no muy estrecho, sí al menos cordial a raíz del nacimiento de la hija de Olga y de su propia intención de enterrar el hacha de guerra aduciendo que, después de todo, Ruth había sido una persona importante en su vida. No es que se vieran a menudo. Para ella Olga era alguien que no quería tener demasiado cerca aunque el tiempo le hubiera dado la serenidad suficiente como para tratarla sin sacar a flote viejos rencores. Y entonces sucedió.

Fue el verano anterior. Poco antes de que Sara se trasladara a Madrid. Olga y Eva la invitaron a su casa a tomar café. Hacía mucho que no se veían y la niña ya había cumplido un año. A Ruth no le apetecía mucho pero accedió, más por ver a esa niña que se llama como ella que por ver a sus progenitoras. Fue a su casa, jugó con la cría, tomó café con sus madres y mantuvieron una insustancial charla de circunstancias. En un momento dado la pareja, ajena a la presencia de Ruth, se puso a bromear acerca de la fecha de su aniversario y Eva se la recordó a Olga con precisión. Una precisión meridiana. A Ruth no le hizo falta ni calcularlo con demasiado ahínco. La resta de los años que llevaban juntas arrojaba un clarificador resultado. Su relación empezó seis meses antes de que la de Ruth con Olga se rompiera. Seis meses antes. Medio año de mentiras y falsedades. De infidelidad.

Sólo por la mirada esquiva que le dirigió Eva al decirlo supo que lo había hecho a propósito. Era el último movimiento de su juego, de esa batalla que, en el fondo, siempre había mantenido desde que las tres se conocieran por conseguir a Olga. Un movimiento que, además, le permitía no sólo tener la satisfacción de haber logrado su objetivo sino de haber humillado a su adversaria. Olga también se dio cuenta del desliz de su novia. Miró a Ruth con temor y vergüenza. Ella le sostuvo la mirada esbozando una amarga sonrisa. Luego, sin decir nada, dejó la taza de café sobre la mesa, recogió su bolso y se marchó. No volvió a ver a Olga. Y ella, por supuesto, no volvió a dar señales de vida.

En muchos momentos de los cuatro meses que estuvo separada de Sara pensó hasta qué punto esa revelación había afectado a lo que sucedió después. A los miedos, a los agobios de Ruth al ver que su relación a distancia con Sara se convertía en una relación que apuntaba a una futura convivencia. Sabía que Sara la quería y que vivir con ella podría ser estupendo. Y Sara no parecía el tipo de persona propensa a la infidelidad. Pero tampoco Olga parecía serlo. Y lo fue. Y con Sara ya en Madrid, conviviendo con ella hasta que pudiera ocupar la habitación en el piso compartido que Pilar dejaría libre cuando se casara, Ruth se dejó llevar por un miedo irracional que la paralizó por completo. Y por muy fácil que ahora resulte culpar a Olga y unos hechos que sucedieron años atrás, se da cuenta de que algo tuvieron que ver. Que la removieron por dentro y rompieron su confianza en la pareja.

Está claro que lo de Sara con Lola no es comparable. Para empezar ellas estaban ya separadas cuando la chica apareció en las vidas de ambas. Y Lola tampoco había sido la única con la que Ruth se había acostado en esos cuatro meses. Pero lo de Ruth fue una mera cuestión sexual, de desahogo, de vía de escape para anestesiarse. Sara se implicó emocionalmente con alguien. Si Ruth no hubiera vuelto a aparecer es posible que ahora estuvieran juntas. Eso es lo que le escuece. No podría decir por qué pero le escuece. Y le duele. Y vuelve a sentir ese miedo irracional que la paraliza por dentro.

La noche va pasando y sigue sin poder dormir dándole vueltas continuamente a lo mismo. El despertador suena sin que haya cerrado los ojos más de quince minutos. Se levanta con desgana y se ducha. Sale de casa sin desayunar y se dirige a la oficina. A ratos el trabajo consigue que se olvide del tema pero cuando menos se lo espera vuelve a cruzar por su mente. El día se le hace eterno. Sus compañeras la ven ausente y se lo hacen notar pero ella lo niega. Sólo dice que está cansada, que no ha dormido bien, que últimamente las cervicales no la dejan descansar bien.

Al final de la tarde, cuando ya todo el mundo se ha ido, Ruth continúa encerrada en su despacho. Mira fijamente la pantalla del ordenador sin verla realmente. Siente que necesita hablar con alguien. Alguien que no sea Sara y que sea lo más ajeno posible a toda la historia. Agarra el móvil y repasa su agenda de teléfonos. La repasa tres veces. Y al final deja el móvil a un lado dándose cuenta de que no tiene nadie a quién acudir. Que se ha distanciado demasiado de todas las personas que podrían escucharla. Sara no fue la única a la que hizo daño, no fue la única perjudicada por sus miedos y sus dudas, por su pueril inseguridad. No puede acudir a esas personas ahora, después de cómo se ha comportado en los últimos meses. Siendo sus amigos deberían perdonarla pero es ella la que no se siente con fuerzas para pedirles perdón.

Apaga el ordenador y recoge sus cosas. Sale de la oficina y se va a casa arrastrando su propio orgullo a cuestas.

NO SIEMPRE SE CONSIGUE LO QUE SE QUIERE

C
uando Ali recibió una llamada de Sara supo que algo no andaba bien. No es que quiera ser catastrofista pero desde que su amiga volvió con Ruth apenas la ha visto. Tan sólo una noche que ella y David se encontraron con ellas dos en un bar y otra noche en la que, por fin, quedaron con todos los amigos para dejarse ver. Tras la reconciliación se acabaron las llamadas, los cafés a media tarde y las comidas o cenas para charlar. Ali lo ha comprendido y disculpado, Sara tiene que concentrarse al cien por cien en volver a poner en marcha la relación. Aún así le ha escocido su súbita desaparición, como si los amigos sólo le hubieran hecho falta mientras estaba mal y ahora que por fin conseguía lo que, en el fondo, había estado anhelando todos esos meses de dramatismo vividos en compañía del grupo de amigos, ya no resultaba tan necesaria su compañía.

Por eso le escama tanto que Sara llame proponiéndola quedar a tomar un café. No Ruth y ella. Sólo ella. Como durante esos meses de atrás cuando quedaban de vez en cuando para hablar de lo incomprensible. Aunque Ali sabe que Sara prefería siempre hablar con Juan, ella era la segunda en la lista de oyentes. Pero supone que, con lo raro que está Juan últimamente, Sara la habrá preferido a ella.

Sus suposiciones de que algo pasa se confirman cuando la ve emerger de las profundidades del metro. Se miran mientras Sara sube las escaleras y, pese a que pretende dotar a su cara de cotidianeidad y desenvoltura, hay algo bajo esa máscara que se ha colocado. Algo difícil de describir, a medio camino entre la duda y la zozobra, la sospecha y el «ya lo sabía yo». Sara llega hasta ella y le da dos besos.

—¿Llevas mucho esperando? —pregunta con una sonrisa exculpatoria—. El metro no hacía más que pararse todo el rato…

—No, acabo de llegar… ¿Dónde vamos? ¿Al Baires, para no perder las buenas costumbres? —le propone riendo.

—No, al Baires no… —responde ella adoptado un rictus serio—. Mejor vamos a otra cafetería… A esa que está casi enfrente, la de los sofás rojos…

Se encaminan hacia la cafetería hablando del tiempo, de que parece mentira el calor que ya está haciendo para ser primeros de abril. «Pero las noches aún son frías», apunta Ali. «Sí, las noches aún son frías…» concede Sara alcanzando la puerta del local y abriéndola. Ambas pasan a su interior. Sara se deja caer en uno de los mullidos sofás rojos de imitación de cuero dejando a Ali la única opción de sentarse en una silla frente a ella. Como apenas hay clientela un camarero acude raudo y veloz a tomarles nota. Piden sendos cafés con leche que les traen enseguida.

—Bueno, cuéntame, ¿qué tal todo? —le pregunta Sara desenvuelta mientras remueve el azúcar en su café. Ali enarca una ceja al escuchar esa pregunta y tarda más de lo debido en contestar.

—Bien, bien. Todo bien. Vamos, como siempre… —le dice clavando una inquisitiva mirada en Sara—. ¿Y tú qué tal?

—Bien también… —y continúa removiendo el café.

—Sara… —le dice Ali en tono cómplice—. El azúcar ya se ha disuelto, puedes dejar de darle vueltas y decirme qué te pasa…

Sara saca la cucharilla de la taza súbitamente y la deja sobre el platillo. Mira a Ali con expresión de sorpresa.

—¿Cómo?

Ali se echa a reír.

—Llevas más de un mes sin dar casi señales de vida y ahora de repente llamas para quedar conmigo a solas. No te lo tomes como un reproche pero me parece que sólo lo has hecho porque te pasa algo…

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