»Sería normal que ustedes considerasen que la petición de matrimonio invalida la idea de que la acusada tuviera motivo de queja contra Boyes. Cualquiera pensaría que, en tales circunstancias, no habría tenido móvil alguno para desear asesinar al joven, sino todo lo contrario. Sin embargo, ahí está el hecho de la pelea, y la propia acusada ha declarado que una proposición tan honrosa, si bien tardía, no fue bien acogida por ella. No dice, como muy razonablemente podría hacer, y como su defensor ha dicho en su nombre de una forma muy convincente, que esta oferta de matrimonio eliminara todo pretexto para enemistarse con Boyes. Así lo afirma sir Impey Biggs, pero no es lo que dice la acusada. Ella afirma –y ustedes deben intentar ponerse en su lugar y comprender su punto de vista, dentro de lo posible–, que se enfadó con Boyes porque, tras convencerla, para que en contra de su voluntad, adoptase tales principios de conducta, a continuación renunció a ellos, y, según ella, “la dejó en ridículo”.
»Pues bien, sobre esto deben reflexionar: si la oferta podría interpretarse razonablemente como móvil del asesinato. He de recalcar que no se ha apuntado ningún otro móvil en las declaraciones.
En ese momento se vio a la solterona del jurado tomando notas con gran energía, a juzgar por el movimiento del lápiz sobre el papel. Lord Peter Wimsey movió la cabeza lentamente un par de veces y murmuró algo para sus adentros.
–A continuación –añadió el juez–, no parece que ocurriera nada especial con estas dos personas durante unos tres meses, salvo que Harriet Vane se marchó de la casa de la señorita Marriott y alquiló un pequeño piso en Doughty Street, mientras que, por el contrario, Philip Boyes, al no poder soportar la soledad, aceptó la invitación de su primo, el señor Norman Urquhart, para alojarse en la casa de este, en Woburn Square. Aun viviendo en la misma zona de Londres, al parecer Boyes y la acusada no se vieron con frecuencia tras la separación. Se encontraron por casualidad en un par de ocasiones en casa de un amigo. No se puede determinar con certeza las fechas de esos encuentros, al tratarse de reuniones improvisadas, pero existen pruebas de que se vieron hacia finales de marzo, en otra ocasión en la segunda semana de abril y en una tercera en mayo. Conviene recordar estos encuentros, si bien, como el día exacto está sujeto a dudas, no deberían darles demasiada importancia.
»No obstante, ahora vamos a toparnos con una fecha de suma importancia. El diez de abril, una joven que ha sido identificada como Harriet Vane entró en la farmacia a cargo del señor Brown, en Southampton Row, y adquirió poco más de cincuenta gramos de arsénico de uso comercial, alegando que lo necesitaba para eliminar ratas. Firmó en el registro de sustancias venenosas con el nombre de Mary Slater, y se ha comprobado que la letra es la de la acusada. Además, la acusada reconoce haber efectuado tal compra por razones personales. Por este motivo, el hecho de que la encargada del edificio en el que vive Harriet Vane haya venido a declarar que no hay ratas en la finca, y que nunca las ha habido mientras ella ha habitado allí, tiene una importancia relativa, pero quizá deberían ustedes tomar nota.
»Nos encontramos con otra compra de arsénico el cinco de mayo. Como ha declarado la acusada, en tal ocasión adquirió una lata de herbicida a base de arsénico, de la misma marca que apareció en el caso de envenenamiento de Kidwelly. En esta ocasión dio el nombre de Edith Waters. No hay jardín junto al edificio en el que ella vive, y en el interior del mismo no tendría ningún sentido utilizar un herbicida.
»Durante el período comprendido entre mediados de marzo y comienzos de mayo, la acusada compró en diversas ocasiones otras sustancias venenosas, tales como ácido prúsico (con el pretexto de la fotografía) y estricnina. Hubo asimismo un intento de obtener acotinina, pero sin resultados. Se dirigió a otro establecimiento, y en cada caso dio un nombre diferente. El arsénico es el único veneno que nos incumbe directamente en la presente causa, pero estas otras adquisiciones revisten cierta importancia, pues arrojan luz sobre los movimientos de la acusada en aquella época.
»La acusada ha ofrecido una explicación sobre estas compras que ustedes deberían tomar en consideración, ya que quizá les sirva de algo. Dice que en aquellos momentos estaba escribiendo una novela que trataba sobre envenenamientos, y que compró aquellas drogas con el fin de demostrar experimentalmente lo fácil que resultaría para cualquier persona conseguir sustancias mortíferas. Como prueba de lo dicho, su editor, el señor Trufoot, ha presentado el manuscrito del libro. Lo han tenido en sus manos y volverán a tenerlo, si así lo desean, cuando yo haya terminado este resumen, para consultarlo a solas. Se les han leído varios párrafos que muestran que el tema de la obra es el asesinato con arsénico, y aparece la descripción de una joven que va a una farmacia a comprar una cantidad considerable de esta sustancia mortífera. Y voy a añadir algo que debería haber dicho antes, a saber: que el arsénico adquirido en el establecimiento del señor Brown era del tipo comercial, de color carbón o añil, como requiere la ley, con el fin de que no se pueda confundir con azúcar o cualquier otra sustancia inocua.
–¡Por Dios bendito! ¿Cuánto se va a tirar con esas paparruchas del arsénico de uso comercial? ¡Si los asesinos lo aprenden en las faldas de su madre! –gruñó Salcombe Hardy.
–Desearía que recordasen de forma muy especial estas fechas que voy a repetirles: el diez de abril y el cinco de mayo.
Los miembros del jurado lo apuntaron. Lord Peter murmuró:
–Todos han apuntado en sus pizarras: «Ella no se cree que nada de esto tenga ni pizca de sentido»
[1]
.
El honorable Freddy dijo:
–¿Qué? ¿Cómo?
El juez pasó otra página de sus notas.
–Por esa época Philip Boyes empezó a padecer de nuevo fuertes accesos de gastritis, que había sufrido de vez en cuando durante toda su vida. Han leído el testimonio del doctor Green, que lo había atendido por un incidente similar en la época de la universidad. Eso ocurrió hace tiempo, pero también tenemos al doctor Weare, que tuvo que recetarle algo en mil novecientos veinticinco por una situación parecida. No es una enfermedad grave, pero sí molesta, agotadora, por los vómitos y demás y el dolor en las extremidades. Hay muchas personas que padecen tales indisposiciones de vez en cuando, pero en este caso existe una coincidencia de fechas que podría ser importante. Los accesos, consignados en el registro del doctor Weare, son el treinta y uno de marzo, el diez de abril y el doce de mayo. Tres coincidencias, podrían pensar ustedes: Harriet Vane y Philip Boyes se ven “hacia finales de marzo”, y él sufre un acceso de gastritis el treinta y uno de marzo; el diez de abril Harriet Vane compra unos cincuenta gramos de arsénico; vuelven a verse “en la segunda semana de abril”, y el quince de abril él sufre otro acceso; el cinco de mayo está registrada la compra del herbicida… “Otro día de mayo” vuelven a tener un encuentro, y Philip Boyes se pone enfermo el doce de mayo, por tercera vez. Quizá les resulte extraño, pero no deben olvidar que la corona no ha podido demostrar la adquisición de arsénico antes del encuentro de marzo. Han de tener en cuenta este extremo.
»Tras el tercer acceso, el de mayo, el médico aconseja a Boyes que cambie de aires, y el paciente elige el noroeste de Gales. Se va a Harlech, donde experimenta una notable mejoría y pasa una buena temporada, pero, según un amigo que lo acompañó, el señor Ryland Vaughan, a quien ustedes han visto, “Philip no era feliz”. Aun más; el señor Vaughan llegó a la conclusión de que Boyes estaba obsesionado con Harriet Vane. Su salud física mejoró, pero mentalmente se deprimió. Y sabemos que el dieciséis de junio le escribe una carta a la señorita Vane. Es una carta muy importante, y por tanto se la leeré una vez más:
Querida Harriet:
La vida es un verdadero asco. No aguanto más aquí. He decidido cortar por lo sano y liar los bártulos. Pero antes de irme quiero verte otra vez para saber si es posible volver a poner las cosas en su sitio. Tú harás lo que quieras, por supuesto, pero sigo sin entender tu actitud. Si en esta ocasión no puedo hacerte ver las cosas con la perspectiva debida, tiraré la toalla para siempre. Estaré en la ciudad el veinte. Envíame una nota para decirme cuándo puedo pasar a verte.
Un abrazo,
P.
»Como habrán comprobado, es una carta sumamente ambigua. Con argumentos de gran peso, sir Impey Biggs insinúa que con expresiones tales como “cortar por lo sano y liar los bártulos”, “no aguanto más aquí” y “tiraré la toalla para siempre”, el autor de la carta daba a entender su intención de acabar con su vida si no lograba reconciliarse con la acusada. Señala que “liar los bártulos” es una metáfora muy conocida para morir y, por supuesto, puede resultarles convincente. Pero al ser interrogado al respecto por el fiscal general del Estado, el señor Urquhart dijo que suponía que se refería a un proyecto, que él mismo había propuesto al finado, de hacer una travesía por el Atlántico hasta Barbados para cambiar de aires. Y el ilustre fiscal señala asimismo que cuando el autor de la carta dice: “No aguanto más aquí”, se refiere a Gran Bretaña o quizá solo a Harlech, y que si la frase hiciese referencia al suicidio diría simplemente “No aguanto más”.
»Sin duda ya se habrán formado una opinión al respecto. Es importante tener en cuenta que el finado solicitase una cita para el veinte. Tenemos ante nosotros la respuesta a esta carta. Dice lo siguiente:
Querido Phil:
Puedes venir hacia las nueve y media del 20 si lo deseas, pero ten en cuenta que no me harás cambiar de opinión.
»Y va firmada simplemente con “H”. Podrían pensar que es una carta muy fría, con un tono casi hostil, y, sin embargo, hay una cita a las nueve y media.
»No tendré que rogarles que me presten atención mucho más tiempo, pero sí especialmente al llegar a este punto, si bien me han estado atendiendo con paciencia y diligencia extraordinarias, pues a continuación llegamos al día de la muerte.
El anciano juntó las manos sobre el montón de notas y se inclinó un poco hacia delante. Lo tenía todo en la cabeza, a pesar de no haber sabido nada del asunto hasta hacía tres días. No había llegado a la fase de contar batallitas ni de comportarse como una criatura; aún mantenía un firme control sobre el presente: lo tenía sujeto bajo sus dedos arrugados de uñas grises, terrosas.
–Philip Boyes y el señor Vaughan volvieron juntos la tarde del diecinueve, y no existen dudas de que Boyes disfrutara de excelente salud. Pasó la noche con el señor Vaughan y desayunaron juntos lo de costumbre: panceta y huevos, tostadas, mermelada y café. A las once, Boyes tomó una Guinness, comentando que, como dice el anuncio, es «buena para la salud». A la una almorzó bien en su club y por la tarde jugó varias mangas de tenis con el señor Vaughan y otros amigos. En el transcurso de una de las mangas, uno de los jugadores comentó lo bien que le había sentado Harlech a Boyes, a lo que él replicó que no se sentía tan sano desde hacía muchos meses.
»Fue a cenar con su primo, el señor Norman Urquhart, después de las siete y media. Ni el señor Urquhart ni la criada que sirvió la mesa observaron nada insólito ni en su aspecto ni en su actitud. La cena se sirvió a las ocho en punto, y creo que convendría que anotaran la hora (si es que no lo han hecho ya), y también la lista de lo que se comió y lo que se bebió.
»Los dos primos cenaron juntos, a solas, y en primer lugar, a modo de aperitivo, ambos tomaron una copa de jerez. Se trataba de un fino oloroso de mil ochocientos cuarenta y siete; la criada lo pasó directamente al decantador una vez abierta la botella, y lo sirvió en las copas, en la biblioteca. El señor Urquhart mantiene la decorosa y anticuada costumbre de que el servicio esté presente durante toda la comida, de modo que contamos con la ventaja de dos testigos en esa parte de la velada. Han visto en el estrado a la doncella, Hannah Westlock, y creo que coincidirán en que da la impresión de ser una testigo sensata y observadora.
»Pues bien, tras el jerez tomaron una taza de caldo frío, que sirvió Hannah Westlock de la sopera que estaba en el aparador. Era muy bueno, consistente, reducido a gelatina clara. Lo tomaron ambos, y después de la cena lo terminaron la cocinera y la señorita Westlock en la cocina.
»Después del caldo se sirvió rodaballo en salsa. Las porciones fueron cortadas en el aparador, la doncella les pasó la salsera a ambos, uno tras otro, y en la cocina dieron cuenta del resto del plato.
»A continuación tomaron
poulet en casserole
, es decir, pollo troceado y guisado a fuego lento con verduras en un utensilio refractario. Ambos comieron un poco y las criadas lo terminaron.
»El último plato consistió en una tortilla dulce, que hizo el propio Philip Boyes en un hornillo sobre la mesa. Tanto el señor Urquhart como su primo siempre exigían comer la tortilla recién salida de la sartén, una norma muy conveniente. Les aconsejo que traten así las tortillas y que no las dejan reposar, pues se ponen correosas. Llevaron a la mesa cuatro huevos con su cáscara; el señor Urquhart los rompió uno a uno, los puso en un cuenco y espolvoreó azúcar. Después le dio el cuenco al señor Boyes, diciendo: “Tú eres quien de verdad sabe darle el toque a las tortillas, Philip. Encárgate tú”. Boyes batió los huevos con el azúcar, hizo la tortilla, la rellenó de mermelada caliente, que le había llevado Hannah Westlock, y después la cortó en dos porciones; le dio una parte al señor Urquhart y él tomó el resto.
»He puesto cierto cuidado en recordarles todas estas cosas con el fin de demostrar que tenemos pruebas suficientes de que al menos dos personas, y en la mayoría de los casos cuatro, fueron partícipes de todos y cada uno de los platos servidos en esa cena. La tortilla, el único plato que no acabó en la cocina, fue preparada por Philip Boyes y compartida por su primo. Ni el señor Urquhart, ni la señorita Westlock, ni la señora Pettican, la cocinera, tuvieron molestias de ninguna clase tras la comida.
»He de mencionar asimismo un elemento de la comida que solo consumió Philip Boyes: una botella de borgoña. Era un excelente corton añejo, que llegó a la mesa en la botella. El señor Urquhart la descorchó y se la dio intacta a Philip Boyes, diciéndole que no iba a beber porque le habían aconsejado que no bebiera durante las comidas. Philip Boyes tomó dos copas y, por suerte, se conservó el resto de la botella. Como ya saben, el vino fue analizado posteriormente y se descubrió que era totalmente inocuo.