Ash, La historia secreta (11 page)

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Authors: Mary Gentle

Tags: #Fantasía

—Dinero —dijo una voz pragmática detrás de Ash. La joven no se atrevió a desviar los ojos de Federico para obligar a Angelotti a guardar silencio con una mirada furiosa.

La piel que rodeaba los ojos pálidos de Federico se arrugó un poquito. Aquel hombrecito de cabello rubio que ahora lucía unas túnicas plisadas azules y doradas, juntó las manos llenas de anillos y la miró desde su altura.

—Oro no —dijo Federico—, porque no me sobra ninguno. Y tampoco haciendas, porque no sería adecuado dárselas a una mujer que no tiene hombre que las defienda por ella.

Ash levantó la vista con una expresión de total y completo asombro, se olvidó de todo decoro y dijo:

—¿Tengo aspecto de necesitar defensa alguna?

Intentó tragarse sus palabras antes de haber terminado de pronunciarlas. La dominó la voz seca:

—Y tampoco he de nombrarte caballero porque eres una mujer. Pero te recompensaré con haciendas, si bien de segunda mano. Te casarás, Ash. Te casarás con este, mi noble señor; le prometí a su madre, que es prima mía en cuarto grado, que dispondría un matrimonio para él. Y eso es lo que hago. Este es tu prometido, Lord Fernando del Guiz.

Ash levantó los ojos y miró hacia donde indicaba el Emperador. Allí no había nadie salvo el joven caballero de las calzas de color verde y blanco y la coraza gótica estriada. El Emperador sonrió con expresión alentadora.

Se quedó sin aliento sin querer. Lo poco que podía ver del rostro del joven estaba totalmente quieto bajo la cimera de acero, y tan pálido que se dio cuenta entonces de que tenía pecas en las mejillas.

—¿Casarme? —Ash se lo quedó mirando, aturdida y se oyó decir—. ¿Con él?

—¿Os complace, capitán?

¡Por el dulce Cristo!
, pensó Ash.
Estoy en medio del campamento de Su Gracia el Sacro Emperador Romano, Federico III. El segundo gobernante más poderoso de la Cristiandad. En corte abierta. Estos son sus súbditos más poderosos. Me están mirando todos. No puedo negarme. ¿Pero casarme? ¡Ni siquiera había pensado jamás en el matrimonio!

Era consciente de que la tira de las polainas le cortaba la parte posterior de la rodilla al arrodillarse; y de los hombres enjoyados y vestidos con armaduras, hombres poderosos que la contemplaban. Sus manos desnudas, que ahora reposaban juntas sobre el muslo blindado, parecían muy bastas, con manchas rojas bajo las uñas. El pomo de la espada le golpeteaba contra la coraza. Solo entonces se dio cuenta de que estaba temblando.
¡Maldita sea, niña! Te olvidas. Siempre se te olvida que eres una mujer. Y a ellos nunca. Y ahora es sí o no
.

Hizo lo que siempre lo sacaba todo, (el miedo, la humillación, el horror) de su cuerpo.

Levantó la cabeza inclinada, y miró sin miedo hacia arriba, perfectamente consciente de la imagen que daba. Una mujer joven, con la cabeza descubierta, las mejillas atravesadas por las líneas finas y blancas de tres viejas cicatrices, el cabello plateado precipitándose de forma gloriosa por los hombros blindados y suelto como una capa hasta los muslos.

—No puedo decir nada, Su Majestad Imperial. Tal reconocimiento, tal generosidad y tal honor, van más allá de todo lo que había esperado y de todo lo que podría merecerme.

—Levántate. —Federico la cogió de la mano. La joven sabía que el Emperador debía de notar la palma sudada. Quizá aquellos labios finos hubieran esbozado una mueca divertida. Extendió la otra mano con gesto dominante y tomó la mano mucho más blanca del joven, luego la colocó sobre la de Ash—. Que ya nadie lo contradiga, ¡serán marido y mujer!

Ensordecida por un aplauso tumultuoso y adulador y con unos dedos cálidos, húmedos y varoniles sobre los suyos, Ash volvió los ojos para mirar a los oficiales de su compañía.

¿Qué cojones hago yo ahora?

Capítulo 2

POR LA VENTANA de la sala del palacio imperial de Colonia, se veía la lluvia que caía en torrentes por los canalillos y gárgolas sobre las losas del patio. Se estrellaba estruendosa, irregular como los disparos de un arcabuz
[16]
, contra los costosos cristales de las ventanas. Unos florones de piedra, de suave color dorado, relucían con cada brecha que se abría entre las nubes altas.

Dentro de la sala, Ash miraba a la que pronto sería su suegra.

—Todo esto está muy... bien... —protestaba Ash con la cara cubierta por un trozo de terciopelo de color azur. Se deshizo de la tela y añadió—: ¡pero tengo que volver a mi compañía! ¡La escolta me sacó ayer tan rápido de Neuss que aún no he tenido oportunidad de hablar con mis oficiales!

—Has de tener ropa de mujer para la ceremonia nupcial —dijo Constanza del Guiz con brusquedad, y se atragantó en la última palabra.

—Con todos mis respetos, señora, tengo más de ochocientos hombres y mujeres que han firmado un contrato conmigo y se han quedado en Neuss. ¡Están acostumbrados a que les paguen! Tengo que volver a explicarles cómo les va a beneficiar este matrimonio a ellos.

—Sí, sí... —Constanza del Guiz tenía el pelo rubio y unos rasgos indolentes y atractivos, pero carecía de la constitución ágil de su hijo. Era diminuta. Un traje de suave terciopelo rosa le ajustaba el pequeño pecho, salía disparado de las caderas y caía entre voluminosos drapeados hasta las chinelas de raso. Llevaba enaguas de brocado rojas y plateadas. Rubís y esmeraldas le adornaban el tocado acolchado y el cinturón de oro que le colgaba de las caderas formando una V. Un monedero y unas llaves pendían de la cadena del cinturón.

—Mi sastra no puede trabajar si no dejas de moverte —le rogó Constanza—. Por favor, quédate quieta.

La rueda acolchada del tocado de Ash se asentaba sobre su cabello plateado como un animal pequeño pero pesado.

—Puedo hacer esto más tarde. ¡Ahora tengo que irme y encargarme de la compañía!

—Pero mi querida niña, ¿cómo esperas que organice una boda en solo una semana? ¡Es para matar a Federico! —Llena de reproches, Constanza del Guiz levantó la mirada y contempló a Ash con unos ojos azules llenos de lágrimas. Ash tomó nota del familiar «Federico»—. Y tú no me ayudas, niña. Primero quieres casarte con la armadura...

Ash bajó los ojos y miró a la sastra, que se afanaba arrodillada con su dobladillo, con alfileres y tijeras.

—Esto es un vestido de ceremonia, ¿no?

—Unas enaguas. Con los «colores de tu librea». —La anciana, cincuenta años, quizá, se llevó los dedos a los labios temblorosos, a punto de echarse a llorar—. ¡Me ha llevado todo el día convencerte para que te quitaras el jubón y las calzas!

Sonó un golpe en la puerta. Las sirvientas hicieron entrar a un hombre de constitución cuadrada y barba. Ash se volvió hacia el padre Godfrey Maximillian y se le enredó el pie en la camisola de lino puro que le enmarañaba los tobillos bajo el ropón largo de seda. Dio un tropezón.

—¡Joder!

Todas las mujeres que había en la sala (la sastra, la aprendiza de la sastra, dos sirvientas de Colonia y la mujer que pronto sería su nueva madre) dejaron de hablar y se la quedaron mirando. El rostro de Constanza del Guiz adquirió un tono rosado.

Ash se encogió, respiró hondo y se puso a mirar por la ventana, a la lluvia, hasta que alguien decidiera empezar a hablar.


Fiat lux
, mi señora. Capitán. —A Godfrey Maximillian le chorreaba el agua por la capucha de lana que le llegaba a los hombros. Se la quitó con gesto flemático e hizo la señal de la cruz ante el Hombre Verde tallado en un delicado relieve de piedra en el altar de la sala. Les sonrió radiante a las sastras y a las sirvientas, incluyéndolas así en su bendición.

—Loado sea el Madero.

—Godfrey —lo saludó Ash—. ¿Has traído a Florian y a Roberto contigo?

Anselm había pasado mucho tiempo en Italia, al principio, junto con Antonio Angelotti; todavía eran miembros de la vieja compañía que no utilizaba el inglés Robert. Si tuviera que nombrar al oficial con el que más ansiaba hablar en ese momento, era él.

—No encuentro a Florian por ninguna parte. Robert está al mando de la compañía mientras tú estás aquí.

¿Y dónde has estado tú? Te esperaba hace ocho horas
, pensó Ash con severidad.
Y con aspecto respetable. ¡Al menos podrías haberte quitado el barro de encima! Estoy intentando convencer a esta mujer de que no soy un bicho raro, ¡y tú apareces con esa pinta de cura de campo!

Godfrey debió de leer algo en su rostro porque le dijo a Constanza del Guiz:

—Disculpad mi desaliñado aspecto, mi señora. He venido a caballo desde Neuss. Los hombres del capitán Ash necesitan su consejo sobre varias cosas, con cierta urgencia.

—Oh. —La sorpresa de la anciana fue tan sincera como genuina—. ¿La necesitan? Creí que para ellos era una figura decorativa. Yo me habría imaginado que una banda de soldados funciona con más suavidad cuando no hay mujeres por allí.

Ash abrió la boca y la sirvienta más joven le puso de inmediato un ligero velo de lino sobre la cara.

Godfrey Maximillian levantó la vista tras sacudir sin querer su manto embarrado sobre las balas de tela de la sastra.

—Los soldados no funcionan con una figura decorativa al mando, mi señora. Y desde luego no consiguen reclutar más de mil hombres durante tres años seguidos y tener a la mayor parte de los principados alemanes licitando por sus servicios.

Aquella noble imperial parecía sobresaltada.

—No iréis a decir que en realidad...

—Estoy al mando de unos mercenarios —la interrumpió Ash—, y por eso tengo que volver. Jamás nos han pagado con un matrimonio. Los conozco. No les va a hacer gracia. No es dinero contante y sonante.

—Está al mando de mercenarios —dijo Constanza como si su mente estuviera en otro sitio, y luego volvió a mirar de golpe a Ash. Aquella boca suave se endureció de forma inesperada—. ¿En qué estaba pensando Federico? ¡Me prometió un buen matrimonio para mi hijo!

—¡Y a mí me prometió tierras! —dijo Ash con pesimismo—. Ya veis lo que son los príncipes.

Godfrey soltó una risita sofocada.

Constanza soltó en tono seco:

—Ha habido mujeres que han intentado tomar el mando en batalla. Esa perra asexuada de Margarita de Anjou perdió el trono de Inglaterra de su pobre marido. Jamás consentiría que le hicieras eso a mi hijo. Eres basta, maleducada y seguramente de estirpe campesina, pero no eres malvada. Puedo enseñarte modales. Te darás cuenta que la gente se olvidará pronto de tu pasado cuando seas la esposa de Fernando, y mi hija.

—¡Y una mi... tonterías! —Ash levantó los brazos como respuesta al suave codazo de la sastra. Un traje de terciopelo azul se asentó sobre las enaguas bordadas con hilo dorado, le pesaba sobre los hombros.

Una sirvienta empezó a tirar de los cordones de la espalda del apretado corpiño. La otra arregló los pliegues de las mangas colgantes de brocado dorado hacia un lado y abotonó las mangas más apretadas de las enaguas desde los puños guarnecidos de piel hasta el codo. La sastra abrochó un cinturón a las caderas de Ash.

—He tenido menos problemas para meterme en una armadura. —Murmuró Ash.

—Vuestro hijo Fernando podrá enorgullecerse de Lady Ash, estoy seguro —dijo Godfrey con expresión solemne—. Proverbios, capítulo catorce, versículo uno: «Toda mujer sabia construye su casa, pero la necia la derriba con sus manos»
[17]
.

Hubo algo en el tono con el que dijo las últimas palabras que hizo que Ash lo mirara con intención.

Constanza del Guiz levantó la vista (y Ash se dio cuenta de que tuvo que levantarla de verdad) para mirar al sacerdote.

—Un momento, padre, decís que esta muchacha es dueña de una compañía de hombres.

—Bajo contrato, sí.

—¿Y es por tanto una persona acaudalada?

Ash sofocó una carcajada y se limpió la boca con la muñeca bronceada. Las mangas de seda y los puños de piel de lobo no le sacaban demasiado partido a su piel curtida por el tiempo. La joven dijo con alegría.

—¡Acaudalada si pudiera conservarla! Tengo que pagar a esos hijos de puta. A esos hombres. Oh, mierda. ¡No sirvo para esto!

—Conozco a Ash desde que era niña, mi señora —dijo Godfrey con astucia—, y es perfectamente capaz de adaptarse a la corte al salir del campamento.

Gracias
. Ash le lanzó al escribano una mirada cargada de ironía. Godfrey hizo caso omiso.

—Pero es mi único hijo... —Constanza se llevó los finos dedos a la boca—. Sí, padre, lo siento, es que... me enfrento a una boda en menos de una quincena... y sus orígenes... y sin familia...

Se enjugó un ojo con la esquina del velo. Fue un gesto calculado, pero luego, cuando miró a Ash, que luchaba bajo los bordados del tocado, la tensión desapareció de sus rasgos y Constanza esbozó una sonrisa bastante genuina.

—No esperábamos esto, pero creo que podemos arreglárnoslas. Tus hombres serán una valiosa adición al prestigio de mi hijo. Y podrías estar encantadora, pequeña. Déjame vestirte como debe ser y ponerte un poco de plomo blanco para ocultar tus máculas. Querría que te presentaras ante la corte como el orgullo de la familia del Guiz, no como su vergüenza. —Constanza frunció las cejas depiladas—. Sobre todo si viene Tante Jeanne desde Borgoña, cosa que podría hacer, aún habiendo guerra entre nosotros. La familia del padre de Fernando siempre cree que tienen todo el derecho a venir a criticarme. Los conocerás más tarde.

—No lo haré. —Ash sacudió la cabeza—. Voy a coger un caballo para volver a Neuss. Hoy.

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