De repente se estiró y se frotó los calambres de las piernas. Se manchó de barro. Se quitó uno o dos de los terrones más grandes de las calzas azules y la miró por el rabillo del ojo.
—¿Te violó?
—No. Ojalá lo hubiera hecho.
Ash levantó la mano y se deshizo las apretadas trenzas que las mujeres de Constanza le habían hecho. El cabello plateado se desenrolló.
Es ahora. Es ahora: si oigo pájaros, son cuervos dando alaridos, no gaviotas
. Es
ahora, y es verano, hace calor hasta cuando llueve. Pero tengo las manos frías por la humillación
.
—Tenía doce años; Godfrey me había sacado de Santa Herlaine un año antes; fue después de haber sido aprendiza de un fabricante de armaduras milanés y de haber vuelto a encontrar la compañía del Grifo en Oro. —Oyó el mar en su cabeza—. Fue cuando todavía llevaba vestidos de mujer si no estaba en el campamento.
Todavía sentada, estiró el brazo hacia un lado y cogió la espada, con el cinto de la espada enrollado pulcramente alrededor de la vaina. El pomo redondo de la rueda le prestó consuelo a su mano cuando posó la palma encima. El cuero de la empuñadura estaba cortado y había que repararlo.
—Había una posada en Génova. Este chico estaba allí con sus amigos y me pidió que me sentara a su mesa. Supongo que debía de ser verano. Había luz hasta tarde. Tenía los ojos verdes y el cabello rubio, no tenía una cara especial, pero era la primera vez que miraba a un hombre y sentía calor y estaba húmeda. Creí que le gustaba.
Cuando tiene que recordar, cuando algo se lo recuerda, es como si mirara lo que ocurre desde lejos. Pero solo hace falta un pequeño esfuerzo para recuperar el sudor y el miedo, y su vocecita quejumbrosa rogándole «¡suéltame! ¡Por favor!». Se apartó de un tirón de aquellas manos y le pellizcaron los pechos, le dejaron moratones que jamás le mostró a ningún médico.
—Creí que era lo más grande, Florian. Me estaba entrenando con la espada y el capitán incluso me permitía ser su paje. Me creí algo.
No podía levantar los ojos.
—Era unos cuantos años mayor, obviamente el hijo de un caballero. Hice de todo para gustarle. Había vino pero yo no bebí; ya me emborrachaba con solo pensar que me deseaba. No podía aguantar las ganas de tocarlo. Cuando nos fuimos, pensé que volvíamos a sus habitaciones. Me llevó a la parte de atrás de la posada, cerca del muelle, y dijo, «Échate». No me importó, podía ser allí o en cualquier otra parte.
Losas de piedra: acolchadas solo por la tela arrugada de la túnica, la falda y la camisa. Sintió su dureza bajo sus nalgas cuando se acostó y separó los talones.
—Estaba de pie sobre mí y se desató la bragueta. Yo no sabía qué estaba haciendo. Esperaba que se echara encima de mí. Se la sacó y meó...
La joven se frotó la cara con las manos.
—Dijo que era una niña que actuaba como un hombre y me meó encima. Sus amigos se acercaron y lo miraron. Riéndose.
Ash se levantó de un salto. La espada emitió un ruido seco sobre los juncos. A paso vivo, se acercó a la entrada de la tienda, miró hacia fuera, giró de golpe y se enfrentó a los dos hombres.
—No se puede evitar la risa. Quería morirme. Me sujetó en el suelo mientras todos sus amigos hacían lo mismo. Sobre mi vestido. En la cara. El sabor... creí que era veneno, que moriría de eso.
Godfrey estiró la mano. La joven dio un paso atrás y rechazó el consuelo sin darse cuenta.
—Lo que aún ahora no entiendo es por qué dejé que ocurriera.
La cólera le aclaraba la voz.
—Sabía luchar. Aunque eran más fuertes y si ellos eran más, sabía correr. —Se frotó las cicatrices de la mejilla con fuerza—. Es cierto que le grité a un hombre que pasaba por allí pero no me hizo caso. Vio lo que estaban haciendo y no hizo nada para ayudar. Sólo se rió. No me puedo enfadar por eso. Ni siquiera me hicieron daño.
Un miedo enfermizo en la boca del estómago le impedía mirar a cualquiera de los dos hombres: Godfrey, al que ahora le recordaba una jovencita sollozante, mojada y maloliente; y Florian, con el que las cosas ya no serían igual, jamás, ahora que lo sabía.
—Cristo —dijo Ash, dolorida—, si ese era Fernando del Guiz, no es posible que lo recuerde o habría dicho algo. Me habría mirado de forma diferente. ¿Crees que aún tiene los mismos amigos? ¿Crees que alguno de ellos lo recordará?
Unas manos poderosas se cerraron sobre sus hombros desde atrás. Godfrey no dijo nada pero la siguió apretando hasta que ella estuvo a punto de gritar. Sintió que el sacerdote apelaba en silencio a Florian. Ash se frotó las mejillas, que le ardían.
—Joder.
Me he pasado cinco años matando hombres en el campo de batalla, y aquí estoy pensando como una novicia recién llegada al convento y no como un soldado
...
La voz de Godfrey susurró por encima del hombro de la mujer, con intensidad:
—Florian, averigua si lo recuerda. Habla con él. Es tu hermano. ¡Cómpralo si no te queda más remedio!
Florian se acercó a Ash y se detuvo cuando se quedó justo delante de ella. Bajo la luz del interior de la tienda, su rostro parecía gris.
—No puedo hacerlo. No puedo intentar convencerlo de que no lo haga. Me quemarían.
Ash solo fue capaz de decir con tono incrédulo:
—¿Qué? —Todavía estaba temblando por la conmoción que le había provocado el recuerdo. El hombre que tenía delante extendió el brazo. La joven sintió que le tomaban la mano. Godfrey la apretó aún más por la espalda.
Los dedos largos de cirujano de Florian le abrieron la mano. El hombre abrió los cordones de su jubón y hundió la mano de Ash bajo el cuello recogido de su fina camisa de lino.
La joven estaba tocando una carne cálida antes de decir:
—¿Qué?
Bajo la camisa del hombre, los dedos y la palma de Ash rodearon el pecho lleno, redondo y firme de una mujer.
Ash se quedó mirando el rostro del hombre. Aquel cirujano sucio, inquebrantable y pragmático le apretó la mano con fuerza y era con toda claridad una mujer, tan claro como el día, una mujer alta vestida de hombre.
La voz confusa de Godfrey bramó.
—¿Qué...?
—¿Eres una mujer? —Ash se quedó mirando a Florian.
Godfrey las miró a las dos con la boca abierta.
—¿Por qué no podías decírmelo? —Gritó Ash—. ¡Por Cristo, necesitaba saberlo! ¡Podrías haber puesto en peligro a toda la compañía!
El paje Philibert volvió a meter la cabeza por la solapa de la tienda. Ash quitó la mano de un tirón.
El niño los fue mirando de uno en uno: cirujano, sacerdote de campo, capitán.
—¡Ash!
El chiquillo siente la tensión
, pensó Ash, y luego:
no, estoy equivocada. Está demasiado absorto en lo que tiene que decir para notar nada más
.
El niño chilló:
—No están jugando al fútbol. Los hombres. Ninguno. ¡No quieren! ¡Están todos juntos y dicen que no piensan hacer nada hasta que salgáis y habléis con ellos!
—Allá vamos. —Murmuró Ash. Volvió la vista hacia Florian, hacia Godfrey.
—Vete a decirles que ya voy. Ahora. —Y cuando el pequeño Philibert salió corriendo—. No puede esperar. No quieren esperar. Ahora no. Florian... no... ¿cómo te llamas?
—Floria.
—Floria...
—No lo entiendo —dijo Godfrey con franqueza.
Floria, alta para ser mujer, volvió a atarse el cordón del cuello de la camisa.
—Me llamo Floria del Guiz. No soy medio hermano de Fernando, no tiene hermanos varones. Soy su medio hermana. Esta es la única forma que tengo de poder trabajar de cirujano y no, mi familia no va a darme precisamente la bienvenida a casa, no en Borgoña y desde luego no en la rama alemana imperial de los del Guiz.
El sacerdote la miró fijamente.
—¡Eres una mujer!
Ash murmuró.
—Por eso te mantengo en la compañía, Godfrey. Tu perspicacia. Tu inteligencia. La rapidez con la penetras en el corazón del asunto. —Le echó un rápido vistazo al farol y a la vela con las horas marcadas, que se quemaba sin pausa en su lugar habitual de la mesa de caballete—. Ya es casi Nonas
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. Godfrey, vete a decirle a esa ingobernable multitud de ahí fuera una misa de campo. ¡Hazlo! Necesito tiempo.
La mercenaria lo cogió por la manga marrón de la túnica cuando el cura se dirigió a la solapa de la tienda.
—No menciones a Florian. Quiero decir a Floria. Lo has oído Bajo el Madero. Y dame tiempo suficiente para armarme.
Godfrey la miró durante un largo minuto antes de asentir.
Ash se quedó mirando la espalda que se alejaba cuando Godfrey salió y empezó a cruzar la tierra húmeda que empezaba a humear, ahora, bajo el sol vespertino.
—Mierda mangada en un palo...
—¿Cuándo me voy? —dijo Floria del Guiz tras ella.
Ash se apretó los dos índices con fuerza en el caballete de la nariz. Cerró los ojos. La oscuridad que veía tras los párpados estaba salpicada de luz.
—Tendré suerte si no pierdo a la mitad de la compañía, por no hablar ya de ti. —Abrió los ojos otra vez y dejó caer las manos a los lados—. Has dormido en mi tienda. Te he visto borracha como una cuba, vomitando. ¡Te he visto meando!
—No. Solo tienes la impresión de que me has visto, eso es todo. Llevo haciéndolo desde los trece años. —Floria apareció en la visión periférica de Ash con una copa de vino arrastrándose entre sus largos dedos—. Salerno ya no prepara a judíos, ni libios negros, ni mujeres. Me hago pasar por hombre desde entonces. Padua, Constantinopla, Iberia. Medicina militar porque a nadie le importa quién eres. Estos hombres y tú... Estos últimos cinco años son el periodo de tiempo más largo que he podido quedarme en un mismo sitio.
Ash sacó medio cuerpo de la tienda y voceó:
—¡Philibert! ¡Rickard! ¡Venid aquí! No puedo tomar ninguna decisión apresurada, Florian. Floria.
—Limítate al Florian. Es más seguro. Es más seguro para mí.
El tono triste penetró en el aturdimiento que inundaba a Ash. Miró a la mujer directamente.
—Yo soy mujer y el mundo me soporta. ¿Por qué no iba a soportarte a ti?
Florian fue contando con los dedos.
—Eres una mercenaria. Eres una campesina. Eres ganado humano. No tienes una familia rica e influyente. Yo soy una del Guiz. Yo importo. Soy una amenaza. Aunque solo sea porque soy la mayor: podría heredar por lo menos la hacienda de Borgoña... Todo este escándalo al final se reduce a una cuestión de propiedades.
—No te quemarían. —Ash no parecía muy segura—. Quizá solo te encerrasen y te diesen una paliza.
—Yo no tengo la misma facilidad que tú para que me peguen sin que me importe. —Florian alzó las cejas rubias—. Ash, ¿estás segura de que te toleran? Esta idea del matrimonio no salió de la nada. Alguien se la ha metido a Federico en la cabeza.
—Mierda. El matrimonio. —Ash volvió a cruzar la tienda y levantó su espada de los juncos. Parecía distraída, dijo—: Oí, en Colonia, que el Emperador nombró caballero a Gustav Schongauer. ¿Te acuerdas de él y de sus tipos, hace dos años en Héricourt
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?
—¿Schongauer? ¿Caballero? —Florian, distraída por un momento por la indignación, la miró furiosa—. ¡Eran bandidos! ¡Se pasó la mayor parte de ese otoño destruyendo las granjas y aldeas tirolesas! ¿Cómo ha podido Federico convertirlo en noble?
—Porque no existe eso de una autoridad legítima o una autoridad ilegítima. Solo hay autoridad. —Ash se enfrentó al hombre que era una mujer, todavía con la espada envainada entre las manos—. Si eres capaz de controlar a un montón de luchadores, lo harás. Y los otros controladores te reconocerán y ratificarán. Y eso es lo que yo necesito. Salvo que a mí no me va a nombrar caballero ningún rey ni noble.
—¿Un título de caballero? ¡Juegos de niños! ¡Pero si un violador asesino puede terminar siendo un Graf...!
Ash desechó la conmoción de Florian con un gesto de la mano.
—Sí, vale, tú eres noble... ¿Cómo crees que se hacen nobles nuevos? Los otros Grafs le tienen miedo. Y el Emperador también, si a eso vamos. Así que lo convierten en uno de ellos. Si se pone demasiado amenazador, se juntan y lo hacen matar. Ahí está el equilibrio.
Cogió la copa de los dedos de Florian y la bebió de un trago. Era alcohol suficiente para relajarse, no lo suficiente para que se le fuera la cabeza.
—Es la ley que rige la caballería. —Ash miró la copa vacía—. No importa lo generoso y virtuoso que seas. Ni lo brutal que seas. Si no tienes una base de poder, te tratarán sin respeto y si tienes una base de poder, todos acudirán a ti por encima de cualquier otro. Y el poder viene de tu capacidad de hacer que los hombres armados luchen por ti. Para recompensarlos con dinero, sí, pero con más... con títulos, matrimonios y tierra. Yo no puedo hacer eso y necesito hacerlo. Este matrimonio...
Ash enrojeció de repente. Estudió el rostro de Floria y sopesó los secretos conocidos y las pasadas confidencias no traicionadas. Floria, tan parecida al Florian que ha compartido su tienda durante tantas noches, hablando casi hasta el amanecer.
—No te vas, Florian. A menos que quieras hacerlo. —Se encontró con la mirada de Floria y sonrió con ironía—. Eres un cirujano demasiado bueno, aunque solo sea por eso. Y... nos conocemos desde hace demasiado tiempo. Si confío en ti para que me hagas de veterinario, ¡ahora no puedo dejar de confiar en ti!
Un poco agitada, la mujer dijo:
—Me quedaré. ¿Cómo lo vas a hacer?
—No me preguntes. Ya se me ocurrirá algo... ¡Por el dulce Cristo, no puedo casarme con ese hombre!
Una lejana confusión de voces empezó a oírse con toda claridad fuera.
—¿Qué les vas a decir, Ash?
—No lo sé. Pero no piensan esperar. ¡Hay que moverse!
Ash esperó solo el tiempo suficiente para que Philibert y Rickard la desvistieran y la metieran en el jubón y las calzas de la armadura y luego en la armadura, le abrocharan la espada alrededor de la cintura, la empuñadura dorada de la espada captaba la luz filtrada por la lona. Los muchachos lo hicieron sin un titubeo, y sus dedos rápidos ataron ojales, ciñeron correas, empujaron el cuerpo y los miembros de la chica al lugar que mejor los ayudase a meterla en su caparazón de acero, todo con la facilidad que da la práctica. Un arnés milanés completo.
—Tengo que hablar con ellos —añadió Ash, en un tono que mezclaba el cinismo y la burla—. Después de todo, por ellos el Sacro Emperador romano me llama «capitán». Y por ellos puedo atravesar un campamento lleno de hombres armados sin que me linchen.