Florian del Guiz apuntó:
—¿Y?
—¿«Y» qué? —Ash se dejó el yelmo quitado, lo llevaba al revés bajo el brazo con los guanteletes metidos dentro.
—Ash, quizá sea una mujer, pero ya hace cinco años que te conozco. Tienes que hablar con ellos porque confías en ellos... ¿y?
—Y... yo soy la razón por la que ellos no vuelven a ser curtidores, pastores, escribanos o amas de casa. Así que será mejor que me ocupe de que no se mueran de hambre.
Florian del Guiz lanzó una risita.
—¡Esa es mi chica!
Ante la solapa de la tienda, cuando ya se iba, Ash dijo.
—Florian, es el matrimonio del Emperador... estoy acabada si no llego hasta el final. Y condenada si llego.
UNAS BRIOSAS ZANCADAS llevaron a Ash al terreno central y despejado del estandarte del león Azur. Se encaramó de un salto a la parte de atrás de una carreta abierta y miró a su alrededor, a los hombres sentados de varias formas en barriles, balas de paja y el suelo húmedo, o de pie con los brazos cruzados y los rostros serios levantados hacia ella.
—Permitidme recapitular. —No forzaba la voz; hablaba con claridad y sin dudas, no le parecía que nadie tuviera problemas para oírla—. Hace dos días libramos una escaramuza contra los hombres del Duque. No obedecíamos las órdenes de ningún patrón. Fue cosa mía. Fue precipitado, pero somos soldados, tenemos que precipitarnos. A veces.
Bajó la voz en la última frase y oyó unas risitas procedentes de un grupo de hombres de armas que había al lado de los barriles de cerveza: Jan-Jacob, Gustav y Pieter, flamencos de la lanza de Paul di Conti.
—Nuestro patrón tenía entonces dos alternativas. Podía romper nuestro contrato. En ese caso cruzaríamos directamente al otro lado y firmaríamos con Carlos de Borgoña.
Thomas Rochester levantó la voz:
—Quizá ahora deberíamos pedirle al Duque Carlos un contrato, si aquí hay paz. Él siempre está guerreando en alguna parte.
—Aún no. —Ash hizo una pausa—. Quizá será mejor que esperemos un día o dos, ¡hasta que olvide que estuvimos a punto de matarlo!
Otra risotada, más alta; y los muchachos de van Mander se unieron a ella; crucial porque era gente a la que consideraban muy dura y por lo tanto respetaban.
—Ya nos ocuparemos de eso más tarde —siguió Ash con tono vivo—. A nosotros no nos importa quién es el obispo de Neuss así que Federico sabía que nos iríamos en cuanto dijera algo. Esa era su primera alternativa y no la aprovechó. La segunda, podría habernos dado dinero.
—¡Sí! —Dos arqueras (las llamaban las «mujeres de Geraint» solo cuando ellas no estaban presentes) la vitorearon.
A Ash el corazón le latió más rápido. Colocó la mano izquierda sobre la empuñadura de la espada mientras con el pulgar acariciaba el ribete de cuero rasgado.
—Bueno, como ya sabéis a estas alturas, tampoco conseguimos dinero.
Hubo silbidos. La parte de atrás de la multitud se acercó aún más; arqueros y ballesteros, los que manejaban las alabardas y los arcabuces; todos hombro con hombro y prestándole toda su atención.
—Para los que estuvisteis conmigo en la escaramuza, por cierto, bien hecho. Fue asombroso, joder. Asombroso. —Una pausa deliberada—. ¡Jamás he visto un encuentro ganado por alguien que hizo tantas cosas mal!
Risotadas. Ash habló por encima de las risas para ir apuntando a individuo por individuo.
—Euen Huw, uno no se baja del caballo para despojar los cadáveres de sus pertenencias. ¡Paul di Conti, no se empieza una carga desde tan lejos, que tu caballo va con muletas cuando por fin llegas a la altura del enemigo! Me sorprende que no te bajaras y siguieras a pie. ¡Y en lo que se refiere a mirar a tu comandante a la espera de órdenes! —Dejó que los comentarios fueran muriendo—. Debería añadir algún comentario sobre eso de vigilar el puto estandarte en todo momento... —Carraspeó.
Robert Anselm, de forma deliberada y tono amable, levantó la voz por encima del estruendo de varios cientos de voces:
—¡Pues sí, deberías!
Hubo risas y la chica supo que la crisis más inmediata había llegado a su fin. O había quedado en suspenso, en cualquier caso.
—Así que todos vamos a hacer un montón de prácticas de escaramuza. —Ash miró al horizonte desde la parte de atrás de la carreta—. Lo que hicisteis, tíos, fue asombroso, joder. Contádselo a vuestros nietos. Aquello no era la guerra. Ya no se ven a caballeros cargando contra caballeros en los campos de batalla, ¡porque todo lo que hay ahí fuera son esos putos mamones con arcos! Ah, sí, y los arcabuceros. —Una amplia sonrisa ante lo que parecía un alegre descontento procedente de las filas de los artilleros—. ¡Sería incapaz de reconocer una batalla sin el alegre sonido del petardeo de los arcabuces!
El pelirrojo de la lanza de Aston chilló:
—¡Coged una puta hacha! —Y los soldados de a pie recogieron el cántico. Los artilleros respondieron de forma variada y obscena. Ash le hizo un gesto a Antonio Angelotti para que los calmara.
—Fuera lo que fuera, fue magnífico. Por desgracia, no hemos ganado nada con ello. Así que la próxima vez que tengamos la oportunidad de meterle a Carlos de Borgoña una lanza por el culo, volveré primero a preguntar si os van a pagar algo.
Una voz de la parte de atrás encontró un momento de silencio para gritar:
—¡Que le den por el culo a Federico de Habsburgo!
—¡Qué más quisieras!
Un rugido de carcajadas.
Ash cambió el peso a la otra cadera. La brisa insegura hizo flotar zarcillos de cabello por su rostro. Olió hogueras, estiércol de caballo y el hedor de ochocientos cuerpos sudorosos amontonados en una multitud. La mayor parte llevaba la cabeza descubierta, al estar en el campamento y en teoría a salvo de cualquier ataque; y sus alabardas y hachas estaban apiladas en montones de una docena en cada tienda.
Los niños correteaban por los bordes sin ser capaces de atravesar la masa formada por los hombres y mujeres que combatían. La mayor parte de los hombres y mujeres que no luchaban, las putas, los cocineros y las lavanderas, estaban sentados en los costados de los vagones al borde del campamento, escuchando. Había, como siempre hay, algunos hombres todavía concentrados en sus partidas de dados, o borrachos como cubas y dormidos bajo una lona húmeda, o desaparecidos en alguna otra parte, pero tenía a la mayor parte de su compañía delante de ella.
Al ver tantos rostros que conocía, pensó:
lo mejor que tengo de mi parte es que quieren oírme. Quieren que les diga lo que tienen que hacer. En su mayor parte están de mi lado. Pero todos están bajo mi responsabilidad
.
Por otro lado, siempre hay otras compañías en las que pueden conseguir empleo
.
Se callaron todos y esperaron a que hablara. Una palabras aquí o allí, entre compañeros. Muchos removían las botas sobre el suelo húmedo y la gente la miraba, sin comentar nada.
—Muchos lleváis conmigo desde que formé la compañía hace tres años. Algunos estabais conmigo desde antes, cuando reclutaba hombres para el Grifo en Oro y la Compañía del Oso. Mirad a vuestro alrededor. Sois un montón de bastardos chiflados, ¡y lo más probable es que estéis al lado de otros bastardos chiflados! Tenéis que estar locos para seguirme... pero si lo hacéis —aumentó el volumen de su voz—, si lo hacéis, siempre habéis salido vivos... y con una reputación cojonuda... y además os han pagado.
Levantó un brazo blindado antes de que pudiera subir el nivel de las charlas.
—Y así será esta vez. ¡Aunque nos paguen con un matrimonio! Supongo que hay una primera vez para todo. Tenía que encontrarla Federico.
Bajó la vista para mirar a sus lugartenientes, que permanecían en un apretado grupúsculo mientras intercambiaban comentarios y la miraban.
—Llevo varios días corriendo riesgos. Es mi trabajo. Pero también es vuestro futuro. Siempre hemos discutido en un encuentro abierto los contratos que vamos a aceptar y los que no. Así que ahora vamos a discutir este matrimonio.
Las palabras le salían con tanta fluidez como siempre. Nunca había tenido problemas para hablar con ellos. Detrás de esa fluidez, algo se apretó y le suavizó la voz. Ash fue consciente de que había apretado las manos desnudas y forzaba los nudillos.
¿Qué puedo decirles? ¿Que tenemos que hacerlo pero que yo no puedo hacerlo?
—Y después de discutirlo —continuó Ash—, entonces, vamos a someterlo a votación.
—¿Votación? —Chilló Geraint ab Morgan—. ¿Quieres decir una votación de verdad?
Alguien dijo de forma bastante audible.
—¡La democracia significa hacer lo que te dice el jefe!
—Sí, una votación de verdad. Porque si aceptamos la oferta, son tierras de la compañía e ingresos de la compañía. Y si no la aceptamos... más o menos la única excusa que el emperador Federico va a aceptarme —dijo Ash—, es «¡mi compañía no me deja!»
No les dejó pensarlo mucho sino que continuó:
—Habéis estado conmigo y habéis estado con compañías de mercenarios que no aguantan unidas una temporada, no digamos ya años. Siempre os he puesto en el camino del suficiente botín para mantener una armadura sobre vuestras espaldas.
Las nubes, al cambiar, dejaron que la luz barriera la tierra húmeda y sacaron destellos de su armadura milanesa. Fue tan oportuno que la joven le lanzó una mirada suspicaz a Godfrey, que permanecía a los pies de la carreta con las manos unidas sobre su Cruz de Espinos.
El barbudo levantó los ojos hacia el cielo y sonrió distraído, seguido por una mirada rápida y satisfecha a la imagen que ofrecía la joven, de pie, por encima de sus hombres, ataviada con una brillante armadura, el león Azur una llamarada en el cielo, encima de ella. Un milagro muy discreto.
Ash permaneció callada durante un momento para dejarlos apreciar su armadura: lo cara que era y por tanto todo lo que implicaba.
Puedo permitirme esto, es decir, soy buena. De verdad, queréis que yo os dé trabajo: en serio, tíos
...
Dijo:
—Si me caso con este hombre, podemos tener nuestra propia tierra a la que volver durante el invierno. Podemos quedarnos con sus cosechas, la madera y la lana y podemos venderlo todo. Podemos —añadió con tono sutil—, dejar de aceptar contratos suicidas solo para conseguir el dinero necesario para volver a equiparnos cada año.
Un hombre con el pelo oscuro y lacio que llevaba una brigantina verde dijo en voz alta:
—¿Y qué pasa el año que viene si nos ofrecen un contrato para luchar contra el Emperador?
—Sabe que somos mercenarios, no me jodas.
Una arquera se abrió paso a codazos hasta la parte frontal de la multitud.
—Pero eso es ahora, que tenéis un contrato con él. No cuando estéis casada con uno de sus súbditos feudales. —Estiró el cuello hacia atrás para mirar a Ash—. ¿No esperará que le seáis leal al Sagrado Imperio Romano, capitán?
—Si quisiera que me dijeran por quién debo luchar —gritó un arcabucero—, ¡me habría unido a la leva feudal!
Geraint ab Morgan gruñó.
—Ya es demasiado tarde para preocuparse por eso; la oferta ya se ha hecho. Yo voto por que nos unamos al juego de propiedades y no cabreemos al Emperador.
Ash bajó la vista.
—Supongo que seguiremos como estamos.
Un rumor de protesta se hizo oír por todo el campo. La arquera giró sobre los talones.
—¿Es que no podéis darle una oportunidad, so mamones? Capitán Ash, estaréis casada.
Ash la reconoció al fin, la mujer rubia de nombre extraño: Ludmilla Rostovnaya. Tenía la manivela de una ballesta colgada del cinturón.
Ballesteros de Génova
, pensó Ash y puso las dos manos en el costado de la carreta, mareada y enferma.
¿Por qué estoy intentando persuadirlos para que sigamos adelante con esto?
No puedo hacerlo
.
Ni por todo el oro del mundo, por no hablar ya de una estúpida finca bávara
...
Geraint ab Morgan se abrió paso hasta la parte frontal. Ash vio que su sargento de arqueros miraba a Florian, luego al sacerdote, como si les preguntara por qué no decían nada.
Geraint aulló:
—Jefe, joder, está claro que alguien nos ha metido en esto porque no le gustan los mercenarios. ¿Te acuerdas de los italianos, después de Héricourt
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? No podemos permitirnos que Federico se cabree con nosotros. Vas a tener que hacerlo, capitán.
—¡Pero no puede! —le gritó Ludmilla Rostovnaya a la cara. Cada vez se hablaba más alto y no todos podían oír la disputa que se libraba en la parte frontal. La voz de Ludmilla se elevó con claridad por encima de todo el ruido—. Si se casa con un hombre, la propiedad que ella tenga se convierte en propiedad de él. ¡No al revés! Si se casa con él, ¡el contrato de esta compañía le pertenecerá a la familia de del Guiz! ¡Y del Guiz le pertenece al Emperador! ¡Federico acaba de comprarse una compañía de mercenarios por nada!
Las palabras se transmitieron a la parte posterior de la muchedumbre, se veía cómo se iba pasando la información.
Ash bajó la vista y miró a la mujer del este, siempre tranquila, incluso en situaciones de crisis o de pánico y vio otra mujer combatiente. Esta, con su cota de malla forrada y las calzas rojas, con las polainas atadas a las rodillas y la tez clara y quemada del rostro, levantó de repente un brazo y la señaló.
—¡Decidnos que habéis pensado en eso, jefe!
La propiedad de ella se convierte en la de él
.