—¡Espero que tengas algo convincente que contarles!
—Confía en mí.
Anselm salió justo detrás de Geraint. La tienda se fue vaciando hasta que solo quedó Ash, su cirujano, el sacerdote y el paje.
—Rickard, cuando salgas, dile a Philibert que entre a vestirme. —Ash vio cómo salía su paje mayor pisando fuerte.
—Rickard ya se está haciendo mayor. —le dijo a de Lacey con aire ausente—. Tendré que pasarlo a escudero y encontrar otro paje de diez años. —Le brillaron los ojos—. Ese es un problema que tú no tienes, Florian... Yo tengo que tener sirvientes personales que no hayan llegado a la pubertad o vuelven a empezar todos esos rumores sobre lo puta que soy. «No es una auténtica capitana, solo se folla a todos los oficiales de la compañía y ellos la dejan hacer unas cuantas cabriolas con la armadura». ¡Por todos los fuegos del infierno! —Lanzó una carcajada—. En cualquier caso, el pequeño Rickard es demasiado guapo para tenerlo a mi alrededor. ¡Jamás te tires a tus empleados!
Florian de Lacey se reclinó en la silla de madera con las dos manos apoyadas en los muslos. El cirujano esbozó una sonrisa sardónica.
—La atrevida capitana mercenaria se come con los ojos al jovencito inocente... salvo que no recuerdo la última vez que te echaron un polvo y Rickard ya ha pasado por la mitad de las putas del campamento imperial y ha venido a mí porque cogió ladillas.
—¿Sí? —Ash se encogió de hombros—. Bueno... no puedo follarme a nadie de la compañía porque es favoritismo. Y cualquiera que no sea soldado dice «eres una mujer y eres una ¿qué?».
Florian se levantó y se acercó a la entrada para mirar al exterior mientras acunaba una copa de vino. No era, después de todo, un hombre especialmente alto, tenía esa cargazón de espaldas que le queda a un muchacho cuando crece más que sus contemporáneos y aprende que no le gusta destacar en medio de una multitud.
—Y ahora te vas a casar.
—¡Yupiii! —dijo Ash—. Eso no va a cambiar nada, salvo que tendremos los ingresos de las tierras. Fernando del Guiz puede quedarse en su castillo y yo me quedaré en el ejército. Puede hacerse con alguna rubia tonta con un tocado relleno de lo que sea y yo estaré encantada de mirar hacia otro lado. ¿Matrimonio? No hay problema.
Florian levantó una ceja llena de ironía.
—¡Si eso es lo que piensas, no has prestado ni la menor atención!
—Sé que tu matrimonio fue difícil.
—Oh. —El hombre se encogió de hombros—. Esther prefería a Joseph antes que a mí, las mujeres ponen con frecuencia a sus bebés por delante de sus maridos. Al menos no me desatendió por un hombre...
Ash renunció al intento de desatarse el corpiño ella sola y le presentó la espalda a Godfrey. Mientras los dedos sólidos del sacerdote le tiraban de los cordones, la joven dijo:
—Antes de salir ahí a hablar con los chicos, hay una cosa a la que sí le he estado prestando atención, Florian. ¿Cómo es que últimamente no dejas de desaparecer? Me doy la vuelta y ya no estás ahí. ¿Qué relación tiene contigo Fernando del Guiz?
—Ah. —Irritado, Florian se paseó alrededor de la tienda atestada de equipo. Se detuvo y miró con frialdad a Ash—. Es mi hermano.
—¿Tu qué? —A Ash se le salían los ojos de las órbitas.
A su espalda, los dedos de Godfrey se habían quedado quietos un momento sobre las lazadas del corpiño.
—¿Hermano?
—Medio hermano, en realidad. Compartimos padre.
Ash se dio cuenta entonces que la parte superior del vestido se había soltado. Sacudió los hombros bajo la tela para sentir cómo se deslizaba por su cuerpo. Los dedos de Godfrey Maximillian empezaron a desatar los broches de las enaguas.
—¿Tienes un hermano noble?
—Todos sabemos que Florian es aristócrata. —Godfrey dudó—. ¿Verdad? —Rodeó la mesa de caballete y se sirvió una copa de vino—. Toma. Creí que lo sabías, Ash. Florian, siempre pensé que tu familia provenía de una de las Borgoñas, no del Imperio.
—Y así es. Dijon, en Borgoña. Cuando mi madre murió en Dijon, mi padre volvió a casarse con una noble de Colonia. —El hombre levantó un hombro con un gesto despreocupado—. Fernando es unos cuantos años más joven que yo, pero es mi medio hermano.
—¡Por el Cristo Verde en el Madero! —dijo Ash—. ¡Por los Cuernos del Toro!
—Florian no es precisamente el único hombre que tenemos en la compañía con nombre falso. Delincuentes, deudores y fugitivos, hasta el último hombre. —Al ver que la joven no iba a coger el vino, se lo bebió él de un trago. Puso cara de asco—. Ese vivandero está vendiéndonos basura otra vez. Ash, supongo que Florian se mantiene lejos de su familia porque ninguna familia aristocrática toleraría jamás que su hijo fuera cirujano-barbero, ¿es eso, Florian?
Florian esbozó una amplia sonrisa. Volvió a sentarse y se repanchigó en la silla de madera de Ash al tiempo que ponía las botas sobre la mesa.
—¡Qué cara pones! Es cierto. A toda la familia del Guiz, alemana y borgoñona, le daría un ataque si supieran que soy médico. Me preferirían muerto en una zanja de cualquier parte. Y al resto de la profesión médica no le gustan mis métodos de investigación.
—Algún cadáver de más que se ha perdido en Padua
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, supongo. —Ash recuperó parte de su compostura—. ¡Coño! ¿Cuánto tiempo hace que te conozco...?
—¿Cinco años? —dijo Florian.
—¿Y me lo dices ahora?
—Creí que lo sabías. —Florian dejó de mirarla a los ojos. Se rascó la pantorrilla de las calzas rotas con una mano en la que había arraigado la suciedad—. Creí que sabías todo lo que tenía que esconder.
Ash se quitó de un tirón las enaguas y la falda de los hombros y salió del ingente montón de seda y brocado arrugado para luego dejarlo allí tirado sobre los juncos. La camisola de lino era lo bastante fina como para mostrar bajo ella el fulgor rosado de la piel y descubrir la hinchazón redonda de los senos y la oscuridad de los pezones.
Florian le dedicó una amplia sonrisa, distraído por un momento.
—Eso es lo que yo llamo un buen par de tetas. ¡Por todos los santos, mujer! A saber cómo consigues meterlas bajo un jubón de armadura. Algún día tienes que dejarme echar un vistazo más de cerca...
Ash se quitó la camisa por la cabeza. Se quedó allí plantada, desnuda y llena de confianza, con un puño en la cadera y sonriéndole también al cirujano.
—Sí, claro, tu interés por el cuerpo de las mujeres es puramente profesional. ¡Eso es lo que me dicen todas las chicas del campamento!
Florian la miró con impudicia.
—Confía en mí. Soy médico.
Godfrey no se rió. Miró al exterior de la tienda.
—Aquí está el joven Philibert. Florian, ¿no es ridículo? Podrías... mediar con tu hermano. ¿No es la ocasión ideal para una reunión familiar?
Todo el humor había desaparecido, Florian dijo de plano:
—No.
—Podrías reconciliarte con tu familia, bendice a los que te persiguen; bendice y no maldigas
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. Y luego podrías sugerirle con firmeza a tu hermano que no se case con Ash.
—No. No podría. Reconocí quién debía de ser ahí fuera por la librea. No nos hemos visto cara a cara desde que yo era niño, y por lo que a mí respecta va a seguir así.
Algo cortaba el aire, había tensión en sus voces. Ash miraba a un hombre y al otro, sin darse cuenta de que estaba desnuda.
—No pongáis objeciones a este matrimonio, tíos. Puedo abrir todo un mundo nuevo para la compañía. Podemos tener una posición permanente. Tendremos tierras a las que volver en invierno. E ingresos.
La mirada de Florian se clavó en el rostro del sacerdote.
—Escúchala, padre Godfrey. Tiene razón.
—¡Pero no debe casarse con Fernando del Guiz! —La voz desesperada del sacerdote subió una octava; se parecía al joven ordenando que Ash recordaba haber conocido en el convento de Santa Herlaine ocho años antes—. ¡No debe!
—¿Por qué no?
—Sí, ¿por qué no? —Ash se hizo eco de la pregunta de su cirujano—. Phili, ven aquí y búscame una camisa, jubón y calzas. El verde con los ojales de plata será lo bastante impresionante para la ocasión. Godfrey, ¿por qué no?
—He estado esperando, pero tú no... ¿Es que no reconociste su nombre? ¿No recuerdas su rostro? —Godfrey era un hombre grande, no es que estuviera gordo, y tenía todo el carisma de un cuerpo grande y poderoso, fuera sacerdote o no. Ahora había impotencia en sus gestos. Se dio la vuelta para mirar a Florian y para apuntar con un dedo al hombre cimbreño espatarrado en la silla—. ¡Ash no puede casarse con tu hermano porque ya lo conoce!
—Estoy seguro de que nuestra despiadada líder mercenaria ha conocido a muchos nobles idiotas. —Florian se hurgó las uñas sucias—. Fernando no será el primero, ni el peor.
Godfrey se quitó del medio para hacerle sitio al paje Philibert. Ash se pasó una camisa por la cabeza y se sentó en el cofre de madera para ponerse el jubón y las calzas juntos, dos tonos de lana verde desparejados; todavía atados en la cintura con doce pares de cordones terminados en garcetas de plata. Estiró los brazos, el niño le puso las mangas y a continuación las ató a los agujeros para los brazos que tenía el jubón en los hombros con más pares de ojales.
—Vete a ver el fútbol, Phili; ven a avisarme cuando estén terminando. —La joven le revolvió el pelo. Cuando se fue el niño y ella empezó a atarse los cordones de la parte delantera de su mejor jubón de mangas abullonadas, dijo—. Venga, Godfrey, ¿qué pasa? Sí, ya sé que lo conozco de algo. ¿De qué lo conoces tú?
Godfrey Maximillian se dio la vuelta para evitar encontrarse con sus ojos.
—Él... ganó el gran torneo, en Colonia, el verano pasado. ¿Lo recuerdas, niña? Desarzonó a quince; no luchó en el combate a pie. El Emperador le regaló un semental bayo. Reconocí... la librea y el nombre.
Ash lo cogió por el hombro y le dio la vuelta para que la mirara. Luego dijo sin más.
—Sí. Y el resto. ¿Qué tiene de especial, Godfrey? ¿Dónde conocí yo a Fernando?
—Hace siete años. —Godfrey cogió aliento—. En Génova.
El vientre le dio un vuelco. Se olvidó de la compañía que la esperaba. Así que de ahí toda esa alegría y adrenalina que he sentido durante los últimos dos días.
Me pongo así cuando intento ocultarme algo a mí misma. Solo que no siempre sé que eso es lo que estoy haciendo
.
Y probablemente por eso he estado dirigiendo la compañía como un capitán de medio pelo; permitiendo que me llevaran a Colonia
...
El recuerdo, masticado hasta secarse, vuelve como siempre lo hacía, en los mismos fragmentos. El agua de mar derramándose contra los escalones de piedra de un muelle. La luz de los faroles en las losas húmedas. Hombros masculinos contra la luz. Volvió corriendo al campamento después, el campamento de su antigua compañía, bajo el estandarte del Grifo en Oro, medio asfixiada, demasiado avergonzada para mostrar su ira de forma abierta.
—Ah. Sí. ¿Y? —La voz de Ash parecía, incluso ante ella misma, demasiado apresurada para ser casual. Desvió la mirada para no encontrarse con los ojos de Godfrey y miró al exterior—. ¿Fue ese del Guiz? Eso fue hace mucho tiempo.
—Me encargué después de averiguar su nombre.
—¿Ah, sí? —La parte posterior de su garganta se llenó de malicia—. Eso es el tipo de cosas que te gusta hacer, ¿verdad, Godfrey? Incluso entonces.
En un extremo de su campo de visión, Florian de Lacey (ahora Florian del Guiz, un cuñado en potencia, qué raro), se levantó. Se quitó de los ojos el cabello rubio, sucio, flojo, con un gesto tan conocido.
—¿Qué pasa, niña?
—¿Nunca te lo he contado? Fue antes de que te unieras a nosotros. Creí que me habría emborrachado alguna noche y te lo había contado. —Una mirada inquisitiva, Florian sacudió la cabeza a modo de respuesta.
Ash se levantó del baúl y se acercó a la entrada de la tienda. La lona húmeda estaba empezando a secarse bajo el sol vespertino. Estiró la mano para comprobar la tirantez creciente de una cuerda. Una vaca mugió, allá por los rediles del senescal Henri Brant. El viento traía aromas a estiércol. Las tiendas y los otros refugios... estructuras con forma de A hechas de lona sujeta con estacas a astiles de alabarda... estaban inusualmente vacíos. Agudizó el oído para escuchar el sonido de las voces que gritaban en el fútbol y no oyó nada.
—Bueno —dijo—. Bueno.
Se volvió para mirar a los dos hombres. Los dedos de Godfrey amasaban de forma obsesiva el cordón que le rodeaba la cintura de su túnica marrón. Aún se podía ver, tras los rasgos curtidos por el tiempo, a aquel joven pálido y gordito que había sido en aquel tiempo. La ira de la joven, como fuego pendiente de un hilo, se soltó.
—¡Y ya te puedes quitar esa expresión de cordero degollado! Jamás te he visto tan feliz. Te encantó que me castigaran. ¡Podías consolarme! No te gusto tanto cuando no estoy derrumbándome, ¿verdad? ¡Maldito virgen!
—¡Ash!
La ira se va reduciendo y la deja seca, libre de la convicción de que el mundo está lleno de rostros que ocultan dolor, perversidad, persecución.
—¡Jesús, Godfrey, lo siento!
El rostro del sacerdote se despojó de un poco de angustia.
Florian dijo:
—¿Qué hizo mi hermano?
Ash sintió los juncos secos bajo los pies desnudos cuando volvió a cruzar la tienda. Las sombras de las nubes cruzan lentas la lona; el mundo brilla, luego se atenúa y luego vuelve a brillar. Se sentó en el cofre de madera y se puso las botas sin mirar al cirujano.
—Vino.
—Toma. —Una mano sucia entró en su campo de visión: Florian sujetaba una copa.
Ash la cogió y contempló las ondas rojas y plateadas que se formaban en la superficie del líquido.
—No se puede oír sin reírse. Nadie podría. Ese es el problema. —La joven levantó la cabeza cuando Florian se agachó delante de ella; el hombre y ella ahora al mismo nivel, cara a cara—. ¿Sabes?, no te pareces a él. Jamás te habría aceptado en los libros de la compañía si te parecieras.
—Sí que lo habrías hecho. —Florian bajó una mano para apoyarse, sin importarle el barro que se había quedado pegado a los juncos. Sonrió. La sonrisa mostró la suciedad que se había metido en las arrugas de la piel que le rodeaba los ojos, pero hizo que todo su rostro reluciera con afecto—. ¿De qué otra forma te podrías permitir un médico graduado en Salerno, salvo encontrando uno al que le gusta abrir en canal a las víctimas del campo de batalla para ver cómo funcionan los cuerpos? ¡Toda compañía de mercenarios debería tener el suyo! ¿Y dónde ibas a encontrar tú a alguien lo bastante sensato como para decirte cuándo te estás comportando como una idiota? Eres idiota. No conozco a mi medio hermano, ¿pero qué podría haber hecho...?