Read Capitán de navío Online

Authors: Patrick O'BRIAN

Tags: #Narrativa Historica

Capitán de navío (55 page)

—¿Hay alguien que sepa nadar?

Ni una palabra, ninguna respuesta.

—Probaré con un enjaretado —dijo una voz ansiosa.

—Déme el cabo —dijo, y se dirigió a la escala de popa.

—¿Por qué no se sienta, señor, y bebe algo? —dijo Goodridge con una mirada suplicante—. Está usted ensangrentado.

Jack sacudió la cabeza con impaciencia y la sangre salpicó la cubierta. Cada segundo era vital en la bajamar. Ya había seis pulgadas de agua menos alrededor del
Polychrest.
Bajó por la escala, se dejó caer al agua y comenzó a alejarse nadando de espaldas. En el cielo había un centelleo casi constante; la luna asomaba entre los fogonazos, curvada como un escudo. De repente le pareció que brillaban dos lunas y que iban separándose; estaba mirando Casiopea al revés. El agua le llenó la garganta. «¡Dios mío, me estoy cansando! Estoy perdiendo agudeza», pensó. Se dio la vuelta en el agua, levantó con fuerza la cabeza y trató de orientarse. El
Polychrest
estaba bastante lejos, a la izquierda, no frente a él. Sus hombres gritaban; sí, estaban gritando. Viró, con el cabo alrededor de los hombros, y concentró todo su esfuerzo en nadar y localizar el barco; se hundía con cada brazada y volvía a localizarlo. ¡Qué débiles eran ahora sus brazadas! Claro que nadaba contra corriente… ¡Y cómo pesaba el cabo que arrastraba!

«Así, muy bien», se dijo, cambiando de dirección, ahora en favor de la corriente. En las últimas veinte yardas recobró sus fuerzas; llegó hasta la popa, pero no tenía suficiente fuerza en los brazos para subir a bordo. Los marineros, muy agitados, trataban de subirle.

—¡Cojan el cabo! ¡Malditos sean todos! —gritó de tal forma que resonó en la distancia—. ¡Llevarlo a proa y halar, halar!

Bonden, desde el pie de la escala de popa, le sacó del agua y le ayudó a subir y a sentarse, mientras el cabrestante daba vueltas, primero rápidamente y luego más despacio, más y más despacio. Y mientras ellos halaban, las olas, con su movimiento suave y constante, alzaban la popa del
Polychrest
y luego la hacían caer sobre la arena con un golpe seco; y toda la artillería francesa les disparaba. El carpintero pasó corriendo con otro tapa—balazo más para colocar en un agujero de bala; desde que él había subido a bordo de nuevo, al
Polychrest
le habían perforado el casco una docena de veces más o menos, pero ahora le eran completamente indiferentes los disparos, no eran más que un ruido de fondo, un estorbo, un obstáculo para lo realmente importante.

—¡Halar todos juntos! ¡Halar todos juntos! —gritó.

Estaban halando con toda su fuerza, pero el linguete del cabrestante no hacía ningún chasquido. Jack fue tambaleándose hasta un espacio libre en una barra y se apoyó en ella con todo su peso; resbaló por la sangre y volvió a recuperar el equilibrio.
Click;
y el cabrestante rechinó.
Click.

—¡Se mueve! —susurró el hombre que estaba junto a él.

Un movimiento lento, vacilante; y entonces, cuando las olas llegaron por popa, todo el barco subió.

—¡Está flotando! ¡Está flotando!

Se oyeron enérgicos vivas, y desde el otro lado del agua llegaron otros vivas en respuesta.

—¡Halar, halar! —dijo.

Debían separarlo por completo. El cabrestante dio una vuelta, giró bastante, más rápidamente de lo que el cable podía pasar a proa, y el
Polychrest
se alzó y cayó pesadamente en las profundas aguas del canal.

—¡Dejar de halar! ¡Todos a largar velas! Señor Parker, despliegue todo lo que sea posible.

—¿Qué? ¿Qué decía, señor? No he…

No importaba. Los marineros habían oído y ya estaban arriba. Desplegaron la vela mayor, que estaba hecha jirones, y la carbonera, que era casi un agujero; entonces el
Polychrest
ganó velocidad. Jack lo sentía vibrar bajo sus pies y su corazón estaba rebosante de alegría.

—¡Señor Goodridge! —gritó, nuevamente animado—. ¡Leve ancla y sáqueme de aquí por la Punta del Raz. Lance una espía
27
en cuanto gane velocidad.

—Sí, sí, señor.

Cogió el timón y lo viró hacia el lado de barlovento del canal, de modo que el abatimiento del barco no lo hiciera encallar de nuevo. ¡Dios santo! ¡Qué pesado estaba y cómo se mecía con el oleaje! ¡Y qué hundido en el agua! Aparecieron algunas velas más, la de estay de mesana, un trozo de la cangreja y raros pedazos de lona, que le hicieron alcanzar dos nudos, y con el movimiento de la corriente, en dirección a la salida del canal, podría sacarlo de allí en diez minutos.

—¡Señor Rolle!

—El señor Rolle está muerto, señor.

—Entonces, su ayudante. Colocar de nuevo los cañones en su lugar. (No servía de nada llamar a Parker, que apenas podía mantenerse en pie.) Señor Pullings, vaya a proa con un grupo de marineros hábiles y trate de coger la espía. ¿Qué pasa, señor Gray?

—Seis pies de agua abajo, señor, con su permiso. Y dice el doctor que si puede llevar a los heridos a su cabina. Les sacó de la enfermería y los llevó a la sala de oficiales, pero ahora está inundada.

—Sí, naturalmente. ¿Puede usted tapar más agujeros? Haremos funcionar las bombas enseguida.

—Haré todo lo posible, señor; pero me temo que el problema no está en los agujeros de los disparos. El barco se está abriendo como una flor.

Furiosos disparos ahogaron sus palabras. Algunos despidieron llamaradas rojas, pues provenían de lanzallamas, y la mayor parte cayeron lejos y por popa; pero dos alcanzaron el barco inundado, sacudiéndolo de la roda a la popa, y cortaron el último de los tres obenques del palo de mesana. Babbington vino a popa tambaleándose, mientras su manga colgaba vacía, para informarle que ya la espía estaba atada a las columnas del bauprés.

—Muy bien, señor Babbington. Allen, vaya con algunos marineros abajo y ayude al doctor Maturin a hacer el traslado de los heridos a la cabina.

Se dio cuenta de que estaba gritando mucho y que no era necesario gritar. Todo, excepto un cañón largo de la batería de Convention, estaba en silencio, en silencio y oscuro, pues la luna estaba ocultándose. Sentía cómo se tensaba la espía y tiraba del
Polychrest,
Y de repente el tirón se hizo más fuerte; en la corbeta, justo delante de ellos, habían desplegado las mayores, la gavia mayor y el velacho, y estaban atareados quitando los restos del mastelero de sobremesana. ¡Qué hermosa estaba, con sus velas bien orientadas y tensas! ¡Qué empuje tenía! Seguramente era muy rápida.

Navegaban por el lado de East Anvil más cercano a tierra —el banco estaba ahora por encima de la superficie del mar y las suaves olas pasaban sobre él— y enfrente tenían la entrada de Punta del Raz, llena de transportes de guerra. Aparentemente, tampoco ellos se habían percatado del cambio de la
Fanciulla;
eran un blanco facilísimo… la oportunidad de su vida.

—¡Eh, señor Goodridge! ¿Cómo son sus cañones?

—¡Excelentes, señor, excelentes! ¡De bronce, de doce libras, y cuatro de ocho libras! ¡Muchos cartuchos llenos!

—Entonces, ¡apunte hacia los transportes de guerra! ¿Me ha oído?

—¡Sí, sí, señor!

—Jenkins, ¿cómo está nuestra pólvora?

—Empapada, señor. La santabárbara está inundada, pero sacamos tres cargas para cada cañón y muchas balas.

—Entonces dispararemos una andanada doble, Jenkins, y les saludaremos al pasar.

No sería una descarga modelo —casi no había hombres suficientes para disparar por los dos costados, y mucho menos para mover y cargar los cañones con rapidez—, peno le permitiría lograr su objetivo. Y ese tipo de acción estaba en sus órdenes. Se rió estruendosamente; y más aún cuando vio que estaba enganchado al timón y éste le llevaba hacia arriba.

La luz de la luna se extinguía. La Punta del Paz estaba cada vez más cerca. Pullings había puesto un aparejo provisional a proa y se había desplegado otra vela más. Parslow estaba profundamente dormido debajo del destrozado cabillero.

Ahora había movimiento, agitación, entre los transportes. Jack oyó una llamada y la apagada respuesta de la
Fanciulla,
seguida de algunas risas. Aparecieron las velas, y con ellas la confusión.

La
Fanciulla
estaba a cien yardas delante de ellos.

—¡Señor Goodridge! —gritó Jack—. ¡Gire un poco hacia atrás la vela mayor!

El
Polychrest
avanzaba pesadamente, y la distancia se reducía. Los transportes de guerra se movían en varias direcciones; al menos tres habían chocado entre sí en el estrecho canal. Los minutos pasaban como en un sueño, y de repente, con furia, empezó el combate real; con una furia increíble después de tanta violencia y tanto estrépito. Uno de ellos estaba por la amura de babor, a doscientas yardas; tres estaban encallados a estribor, muy juntos.

—¡Fuego! —dijo Jack bajando el timón dos grados.

En ese momento, la
Fanciulla
se llenó de llamaradas y humo; el sonido de sus disparos era mucho más estridente. Ahora estaban en medio de ellos, disparando por los dos costados. Los barcos encallados agitaban faroles y gritaban algo que no podía oírse. Otro, que había perdido los estayes y estaba a la deriva, pasó junto al
Polychrest
después que habían disparado la última carga de las carroñadas. Sus vergas se engancharon en los pocos obenques que le quedaban al
Polychrest,
y algunos marineros se apresuraron a atar fuertemente la verga mayor; y allí, ante la boca de los cañones vacíos, el capitán dijo que se rendía.

—Tome posesión, señor Pullings—dijo Jack—. Manténgase cerca de mí, a sotavento. Sólo puede llevarse a cinco hombres. ¡Señor Goodridge, señor Goodridge! ¡Siga adelante!

Después de media hora, ya no quedaban transportes de guerra en el canal. Tres habían encallado juntos. Otros dos aisladamente. Uno se había hundido —una destructora bala de veinticuatro libras desde muy cerca—, y los restantes habían pasado al fondeadero exterior o habían regresado a Chaulieu, y allí uno se había incendiado a causa de un disparo de lanzallamas desde Saint Jacques. Después de media hora, el tiempo de recorrer el canal y provocar aquel desastre, el
Polychrest se
movía con tanta dificultad, forzando tanto la espía, que Jack llamó a la
Fanciulla
y al transporte de guerra para que se abordaran con ellos.

Luego bajó, mientras Bonden le sujetaba por un brazo, y confirmó el desesperado informe del carpintero. Ordenó que pasaran a los heridos a la corbeta, ataran a los prisioneros y le trajeran sus documentos. Entonces se sentó y, mientras los tres barcos se balanceaban entre las suaves olas de las aguas muertas, observaba cómo los cansados marineros sacaban a sus compañeros, sus pertenencias y todo lo necesario del
Polychrest.

—Es hora de irse, señor —dijo Parker, con Pullings y Rossall a su lado, los tres preparados para ayudar a su capitán a levantarse y pasar por la borda.

—Vayan ustedes —dijo Jack—. Yo les seguiré.

Vacilaron, pero al advertir la ansiedad que había en su tono y su mirada, cruzaron, y se quedaron de pie sobre el pasamanos de la corbeta. Ahora el viento inestable soplaba desde tierra y el cielo comenzaba a iluminarse por el este; ya estaban fuera de Punta del Raz, lejos de los fondeaderos; el agua en alta mar tenía un intenso color azul. Jack se puso de pie, y con paso decidido fue hasta una destrozada porta; dio un pequeño salto, cayó en la
Fanciulla
tambaleándose y se volvió para mirar su barco, que no se hundió hasta pasados más de diez minutos. Y para entonces, la sangre —la poca que le quedaba— había formado un charco a sus pies. Se hundió muy lentamente, mientras el aire susurraba en las escotillas, hasta asentarse en el fondo, con la punta de los mástiles rotos sobresaliendo un pie de la superficie.

—Ven, amigo mío —le dijo Stephen al oído, como en un sueño—. Vamos abajo. Debes venir abajo, aquí hay demasiada sangre. Abajo, abajo. ¡Bonden, ayúdeme a llevarle!

CAPÍTULO 12

Fanciulla

Frente a los downs

20 de septiembre, 1804 Estimado señor:

De acuerdo con los deseos de su hijo William, valiente y respetable guardiamarina, le escribo unas breves líneas para informarle de la escaramuza que mantuvimos la semana pasada con los franceses. El galardón concedido al navío bajo mi mando debo atribuirlo, después de a Dios, al entusiasmo y la fidelidad de mis oficiales, entre los que su hijo destaca sobremanera. Él se encuentra bien, y espero que continúe así. Tuvo la desgracia de resultar herido unos minutos después de que abordáramos la
Fanciulla, y tiene tales fracturas en el brazo que me temo que deberá serle amputado. Sin embargo, como es el brazo izquierdo y, además, todo saldrá bien gracias a la gran destreza del doctor Maturin, espero que lo considere usted una marca, honrosa y no una desgracia.

Entramos en el fondeadero de Chaulieu el 14 del corriente y tuvimos la desdicha de encallar, a causa de la niebla, bajo el fuego cruzado de las baterías, y esto hizo necesario que nos apoderáramos de un barco para que nos sacara a remolque. Elegimos uno amarrado cerca de una de las baterías y con celeridad nos acercamos en los botes. Fue al apresarlo cuando su hijo sufrió la herida; el barco resultó ser la corbeta
ligur Fanciulla, de 20 cañones, en la que se encontraban algunos oficiales franceses. Entonces procedimos a atacar los transportes de guerra, y en todo momento su hijo combatió con ahínco y gran valentía. Apresamos uno, hundimos otro e hicimos volver a cinco a la costa. Entonces, desafortunadamente, el Polychrest se hundió, después de ser alcanzado por más de 200 disparos en el casco y de dar bandazos en el banco de arena durante cinco horas. Así pues, nos dirigimos a bordo de las presas a los downs, donde un Consejo de guerra reunido en el Monarch ayer por la tarde muy justamente declaró inocentes a los oficiales del Polychrest por la pérdida de su barco, no sin cubrirles de elogios. Encontrará una descripción más detallada de esta corta acción de guerra en mi carta a la Gazette, que aparecerá en el periódico de mañana, en la cual tengo la satisfacción de nombrar a su hijo. Y puesto que en estos momentos me dirijo al Almirantazgo, tendré el placer de mencionar su nombre al First Lord.

Mis saludos más cordiales a la señora Babbington.

Queda de usted, estimado señor, su más fiel y seguro servidor, Jack Aubrey.

PS. El Dr. Maturin le envía saludos y desea que le comunique que hay muchas posibilidades de salvar el brazo. A pesar de eso, quiero añadir que si fuera necesario usar la sierra, nadie en la Armada la maneja tan hábilmente como él, lo cual estoy seguro de que será un consuelo para usted y la señora Babbington.

Other books

My Man Pendleton by Elizabeth Bevarly
L. Frank Baum_Aunt Jane 06 by Aunt Jane's Nieces, Uncle John
Sweet Southern Betrayal by Robin Covington
Twitter for Dummies by Laura Fitton, Michael Gruen, Leslie Poston
Rescue Island by Stone Marshall
Unmasking Charlotte (a Taboo Love series) by Saperstein, M.D., Large, Andria
Colonial Prime by KD Jones
Greta's Game by K.C. Silkwood
The White Spell by Lynn Kurland
Shadows at Midnight by Elizabeth Jennings