Un ataúd reposaba vacío en el suelo. La tapa estaba apoyada en el módulo de nichos en forma vertical, con la cruz que un día fuera dorada boca abajo. Los restos óseos estaban esparcidos. Formaban un círculo casi perfecto dentro del cual se encontraba un pequeño camping gas con una olla mediana de metal sobre el fuego. El fuego, por supuesto, estaba apagado. La espita del gas estaba abierta, igual que en las anteriores inspecciones oculares. La olla contenía los restos de caldo de un envase tetrabrik que se hallaba vacío junto al fogón. Una pequeña taza metálica de color azul reposaba en el suelo, también junto al fogoncillo. La taza estaba llena hasta la mitad del mismo líquido que quedaba en la olla.
Grau aplicó «Blanco indestructible», un reactivo mecánico en polvo, a los enseres de acampada. Intentaba revelar huellas dactilares con posible valor lofoscópico. Encontró algunas en la taza. La localización no era una novedad y enseguida se dio cuenta de que eran las mismas aparecidas en las otras denuncias, aunque habría que esperar a su estudio posterior para que esa afirmación pudiera ser utilizada en un informe. En esa taza también encontró las huellas inequívocas de varios labios, unas superpuestas con otras hasta el punto de hacer imposible precisar si habían sido dos o más personas las que habían tomado ese brebaje.
El resto de caldo que quedaba en el interior del cazo de cocina fue retirado y etiquetado en un recipiente especial para la recogida de muestras. Más tarde lo enviaría al laboratorio central para descartar cualquier sustancia nociva o psicoactiva en el caldo. Al volcar el líquido en el recipiente, los huesecillos del fondo golpetearon las paredes. El resultado fue un sonido metálico diferente al que harían unas cuantas piedras pequeñas. Parecían los restos de una tibia y un fémur, pero era difícil de decir dado el estado en el que se encontraban. El olor de todo ello era repulsivo.
El sepulturero municipal había observado toda la acción policial en un silencio compasivo y supersticioso. Finalmente, recogió los restos óseos y los jirones de ropa raída. Con las manos cubiertas con un par de guantes de goma lo metió todo dentro de lo que quedaba del ataúd y lo encajó otra vez en el nicho. El hombre enterraba por segunda vez en su vida a aquella pobre difunta, de espíritu ajeno a la corrupción de su sueño eterno. Aplicó cemento rápido recién elaborado a la lápida a la vez que Grau introducía los indicios en un saco de plástico azul con el número de diligencias policiales pintado en rotulador negro. Con el brik de caldo de carne vacío aún en la mano llamó a Casanovas para informarlo de un último hallazgo:
—Oye, ¿por qué no te dejas de sospechosos por el momento? Olvida todo el asunto de las huellas, que ya sabemos que no llevan a ninguna parte —dijo el agente de científica.
—¿Qué quieres decir?
—Fíjate en este detalle. —Le mostró el dorso del tetrabrik de caldo en el que aparecía un código de barras y un número de nueve cifras—. Tal vez nos concentramos demasiado en buscar las cosas que nos resultan obvias y este estúpido número en el que no se fija nadie quizá sirva para algo más que para adornar el recipiente.
—¡Me cago en la puta! Creo que acabas de encontrar el hilo que nos hacía falta. Acaba que nos vamos enseguida.
—Ya estoy, recojo la maleta y nos vamos. Por cierto, ¿adónde?
—A la comisaría, ¿adónde va a ser?
* * *
En el viaje de vuelta, de poco más de veinte minutos, escucharon la radio policial en silencio. Oír el desarrollo operativo de una intervención policial era como disfrutar de un buen partido de fútbol; ponía los pelos de punta conocer los acontecimientos que sucedían de forma cronológica a lo que el oyente hacía, sin poder intervenir más que con algún que otro comentario.
La operación se saldaba con siete detenidos, un kilo y medio de cocaína y cinco kilos de hachís intervenidos.
* * *
Casanovas disponía del resto de la mañana para poder dedicarse a trazar las diferentes líneas de investigación que no había sido capaz de ver hasta ese momento. Grau realizó averiguaciones sobre algún posible juego de rol relacionado con rituales de este tipo. El cabo encargó al mosso de análisis de la información que buceara en el mundo de la magia negra, por ver qué encontraba. Él seguiría tratando de enfocar todo aquel macabro caso como una gamberrada. Al principio, con la aparición de la primera profanación, había pensado que el móvil era una rencilla familiar, pero esta teoría perdió fuerza con la aparición del segundo caso, sin relación aparente con el primero y mucho menos con esas hipotéticas rencillas familiares. Ahora se trataba de ampliar las posibilidades mucho más allá de los típicos motivos delincuenciales. Este caso era como tratar con un asesino sin más interés en la muerte que el propio placer de matar. Sin móvil, las investigaciones se centran en la localización de un nexo de unión entre los diferentes casos conocidos. Ir un paso por delante era la única vía posible de atrapar al autor. La investigación había tomado un giro inesperado con la localización de ese punto en común: los enigmáticos números junto al código de barras que ahora le hablaban de hechos nada casuales. Se trataba de averiguar si servían de algo en toda aquella investigación.
* * *
El despacho del sargento Montagut había sido un hervidero de llamadas toda la mañana y parte de la tarde. Todos los servicios centrales del cuerpo querían información, al minuto, del resultado del operativo antidroga realizado en el barrio negro de Figueres. Casanovas no pudo entrevistarse con él hasta bien pasadas las seis de la tarde. El estrés operativo hizo mella en la cara cuadrada del jefe; se le estiraron unas pequeñas arrugas que habían vencido al tiempo junto a sus ojos. El revuelo de unas horas antes le había concedido el respiro telefónico y, aunque estaba deseando irse a casa con su flamante esposa, se hallaba dispuesto a escuchar lo que tuvieran que decirle aquellos tres policías sobre el caso del necrófago.
Casanovas acababa de detallar el hallazgo de esa mañana sobre el campo santo cuando Flores tocó a la puerta y abrió sin esperar a ser invitado.
—¿Qué toca, Monti? —preguntó, ansioso de más acción.
—Estamos con el tema del necrófago, puedes irte a casa —se adelantó Casanovas.
—¡Coño, Casanovas, que aún te faltan seis meses para volver a intentar que te regalen el galón de sargento!
—Flores —intercedió el sargento Montagut ante la subida de color de Casanovas—, ¿qué quieres? ¿No te sientes satisfecho con haber cruzado la cara a dos de los detenidos?
—Sargento, ya sabes que yo no he tocado en toda mi vida a un detenido.
—Claro, se la cruza antes de detenerlos —acusó Casanovas.
—Casanovas, guarda tus estupideces habituales para conspirar en los pasillos, sólo quiero ayudar en lo que se pueda.
—Venga, chicos —volvió a interceder Montagut—, dejaos de peleas de patio de colegio y comportaos como profesionales; os necesito a ambos en el mismo equipo, no a dos individuos que parece que se peleen por una mujerzuela.
—Lo que yo decía —acabó Flores—. Soy todo oídos.
A Casanovas no le gustó nada tener que reiniciar las explicaciones con Flores de oyente, pero no quedaba otra que aguantarlo. Tomó aire e inició de nuevo el discurso:
—Está bien, a lo que iba. Llevamos cuatro meses acumulando denuncias sobre daños en algunos cementerios de la comarca, eso lo sabe ya todo el mundo. En éstos se abandonan diferentes elementos destinados a cocinar varios huesos humanos, previamente exhumados por nuestro merodeador nocturno, como se desprende de las diferentes inspecciones oculares de Grau. Sabemos que las huellas dactilares que se hallan no pertenecen a ninguna persona con antecedentes. Para extraer los féretros hacen falta como poco un par de personas, aunque creemos que tres o cuatro serían más que deseables para llevar a cabo la acción con absoluta impunidad. Mientras uno vigila los otros tres perpetran el acto en sí. Escogen cementerios pequeños y apartados, con un acceso sencillo.
—Un pichafloja, lo que yo te diga. —Flores se calló ante el gesto de Montagut, que se impacientaba con las explicaciones que ya conocía.
—Al grano, Casanovas, que todo eso ya lo sabemos.
—La línea de investigación inicial se ceñía a lo vulgar del acto; buscábamos a los gamberros que ya habían efectuado actos vandálicos en el cementerio de Perelada un par de años atrás. Casi al mismo tiempo, seguíamos la posible venganza de un familiar de los difuntos, quién sabe si por motivos relacionados con las expectativas sobre una herencia. El eco del juego de rol entre muchachos de Figueres tomó fuerza cuando apareció el tercer hallazgo: todos los cementerios afectados eran de la periferia de la ciudad.
—Ahora viene cuando te meas fuera del tiesto…
—Monti, no puedo continuar si este impertinente sigue interrumpiendo —apuntó Casanovas. Montagut no habló esta vez, una mirada bastó para acallar de nuevo a Flores—. Nos hemos repartido las líneas de investigación entre los tres —continuó Casanovas, al tiempo que señalaba a Grau y Andreu Rovira, el mosso analista.
—¿Qué líneas de investigación? —preguntó el sargento.
—A eso voy, Monti. Hemos encontrado unos números bajo los códigos de barras de los tetrabriks de caldo hallados junto a los restos óseos. Hasta hoy los habíamos obviado. Caímos en la trampa de la investigación sencilla; las cuatro gestiones típicas: testigos, cámaras de vídeo, huellas dactilares o chivatazos.
—En eso estoy de acuerdo contigo,
nen
: algunos habéis convertido esta profesión en una mecánica sin utilidad. Ya sólo nos falta que nos apliquen un certificado de calidad ISO para garantizar las detenciones —apostilló Flores. Esta vez, Casanovas ni lo miró. Un ligero movimiento semicircular de su cabeza expresó por él su desagrado.
—He llamado al fabricante de los caldos, el mismo en todos los casos, y hemos descubierto cosas interesantes. Para empezar, ese número permite la trazabilidad del producto. Este
palabro
significa que el fabricante puede controlar el tránsito de las unidades desde el mismo momento de fabricación hasta la venta al comercio minorista. —Casanovas guardó un instante de silencio para saborear el pequeño avance en la investigación. El sargento lo miró, entre cansado e interesado. Flores se miró las uñas sin replicar, un gesto que a Casanovas le pareció muy ajeno a aquel policía a la antigua y que interpretó como una señal de interés, lejos de la pretendida fachada de escocido que pretendía representar—. Desde el fabricante hasta el minorista —repitió—. Después de no pocas llamadas telefónicas a lo largo del día estoy en disposición de comunicaros que estos paquetes de caldo fueron vendidos por la empresa Aliments Miquel de Vilamalla a la empresa Gros Mercat de Figueres. Desde ahí podemos determinar que los cuatro tetrabriks se han vendido a tres establecimientos diferentes de la ciudad.
—¿Todo este rollo para decirnos que no tienes nada?
—Flores, cállate de una vez —ordenó el jefe—. Supongo que habréis tratado de averiguar si quien compró los paquetes pagó en efectivo o con tarjeta, ¿no?
—Efectivamente, la mala noticia es que no hay forma de saber si esos minoristas vendieron esos productos a alguien que hubiera pagado con tarjeta. La buena es que hemos alertado a esos comerciantes para que nos avisen en caso de que alguien compre un paquete de este tipo. Por lo menos podremos hacernos una idea de cuándo se podría producir un nuevo acto vandálico.
—Casanovas, ¡uf!… sin comentarios. ¿Las otras líneas de investigación acaban como ésta? —preguntó Montagut.
—Verás, sé que no quieres oír hablar de magia, pero…
—No te equivoques, Casanovas, una cosa es que no te acepte elucubraciones paranormales y la otra, muy distinta, es que acepte una investigación en toda regla que acabe con unos chalados que se creen herederos de las tinieblas entre rejas.
—Pero primero nos soltarás el rollo del juego de rol, ¿no, Mágnum? —preguntó el sarcástico Flores.
—A eso voy, Colombo —Casanovas cambió de postura y cedió la palabra a Rovira—. Andreu detallará lo que ha averiguado sobre el rol.
Andreu era un mosso joven y dinámico, enamorado de los ordenadores y las cifras. Había solicitado el puesto de analista de la comisaría para poder lucirse con gráficas y mapas delincuenciales y codearse con la plana mayor de la comisaría. Era un muchacho ambicioso y directo, que no solía andarse por las ramas.
—Celebro esta incorporación tan ilustrada a este caso tan macabro —asintió Montagut—. Tú dirás.
—Gracias, sargento —respondió el agente Andreu Rovira—. No hay mucho que decir. El mundo del juego de rol ha sido marginado desde que se supo que un grupo de jugadores mató a puñaladas a un trabajador que esperaba el autobús. Siempre que se comete algún delito de los considerados poco normales o muy raros se les señala desde los medios de comunicación, y en este asunto no va a ser menos. El popular juego de rol
Warcraft
, que se expande en Internet como una mancha de chapapote en Galicia, incluye una raza de personajes a los que se llama, precisamente, Necrófagos. El necrófago es un personaje mitológico…
—Un momento —interrumpió el sargento—, antes de que sigas explicándonos con todo lujo de detalles toda la mitología griega, fenicia o egipcia, que estoy agotado, ¿esta línea de investigación nos lleva a unos sospechosos que podamos detener?
—No —respondió, azorado, Rovira—, la verdad es que sólo sirve para apoyar la tercera hipótesis.
—La magia negra.
Casanovas esperaba que Montagut no los echara del despacho en ese mismo instante. El cabo miró de reojo a Flores, que hacía ver que dormitaba en su silla. El sargento se pasó ambas manos por la cara, parecía limpiar cualquier vestigio de impaciencia.
—Tienes cinco minutos más, Casanovas; después me largo.
—Gracias jefe. Grau, sáltate toda la presentación y explica al sargento dónde, cómo y por qué creemos que los autores volverán a atacar.
—¡Joder, Casanovas! Haber empezado por ahí —Flores volvió a tensar los nervios de su compañero.
—Es muy sencillo. —Grau extendió un mapa del Alt Empordà sobre la mesa del sargento Montagut y señaló una población al noroeste de Figueres—. Creemos que atacarán el cementerio de Les Escaules la noche del 20 al 21 de abril. Después de eso, podría ser que planeasen cometer un asesinato para culminar su obra.
Montagut levantó la cara del mapa, totalmente despejado y muy cabreado. Flores también se había incorporado de la silla en la que aparentaba dormitar. Casanovas cruzó los brazos y Rovira le sonrió.