Read El Camino de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Se quedaron en silencio, Kylar meditando sobre la luz completamente distinta que había arrojado sobre su vida la muerte de Durzo. Resultaba desconcertante pensar en lo equivocado que había estado acerca de su maestro, al considerarlo odioso hasta el extremo de verlo capaz de mutilar a Muñeca. Pero le gustaba el retrato que iba surgiendo. Durzo Blint, la leyenda, había sido Acaelus Thorne, el héroe. Se preguntó qué otros nombres de héroe habría tenido su maestro. Sintió una punzada de dolor, un vacío en el estómago, un impulso de llorar que contuvo.
—Lo echaré de menos —dijo, con un nudo en la garganta.
Los ojos de Mama K eran un reflejo de los suyos.
—Yo también. Pero todo saldrá bien. No sé por qué, pero lo creo de verdad.
Kylar asintió.
—De modo que decidiste vivir —dijo, parpadeando para ahuyentar las lágrimas. No quería venirse abajo delante de Mama K.
—Lo mismo que tú. —Lo miró con una ceja alzada, con una mirada que de algún modo lograba combinar pena, alegría y humor a la vez—. Ella te quiere, Kylar. Se dé cuenta o no. Te sacó a rastras del castillo ella sola. Se negó a abandonarte. Los hombres de Jarl la encontraron. No fue hasta que llegaron aquí cuando Uly vio que tus heridas estaban sanando.
—Está enfadada conmigo —dijo Kylar.
—Enfadada como se enfada una mujer enamorada. Eso lo sé.
—¿Le has contado a Uly quién es su madre? —preguntó Kylar.
—No, y nunca lo haré. No quiero criarla en medio de todo esto.
—Necesita una familia.
—Tenía la esperanza de que Elene y tú estuvierais interesados en el puesto.
La noche llegó a la orilla oriental del río Plith en una nube sofocante. La ciudad llevaba todo el día ardiendo y los vientos nocturnos extendieron el olor por las calles. Las llamas se reflejaban en el Plith, y las nubes bajas apretaban el aire cargado de ceniza como una almohada contra la cara de la ciudad.
Un carro avanzaba traqueteando por una calle, conducido por un hombre encorvado que se tapaba el rostro para protegerse del aire pestilente. Alcanzó a una anciana jorobada que tenía un pie torcido hacia un lado.
—¿Te llevo? —preguntó con voz rasposa.
La mujer se volvió, expectante. También llevaba la cara tapada, pero sus ojos eran jóvenes, pese a estar ambos amoratados.
Se suponía que su carretero khalidorano sería moreno y gordo. Ese hombre tenía el pelo blanco, ni un gramo de grasa, iba encorvado y la ropa le venía enorme. La mujer negó con la cabeza y le dio la espalda.
—¿Por favor, Elene? —preguntó Kylar con su propia voz.
Ella se estremeció.
—Debería tenerte miedo, ¿no?
—Yo nunca te haría daño —dijo él.
Elene alzó las cejas con incredulidad por encima de los ojos que él le había dejado morados.
—Bueno, no te haría daño de verdad.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Elene, mirando a su alrededor. No había nadie más por la calle.
—Me gustaría sacarte de aquí —dijo Kylar, apartándose de la cara el pelo teñido y sonriendo a través del maquillaje—. A ti y a Uly. Podemos ir a cualquier parte. Lo siguiente que haré será recogerla a ella.
—¿Por qué yo, Kylar?
Se quedó atónito.
—Siempre has sido tú. Yo...
—No digas que me quieres —lo atajó ella—. ¿Cómo podrías querer esto? —Se bajó el pañuelo de un manotazo y señaló sus cicatrices—. ¿Cómo podrías querer a un monstruo?
Kylar meneó la cabeza.
—No quiero a tus cicatrices, Elene. Las odio...
—Y nunca verás más allá de ellas.
—No he acabado —dijo él—. Elene, me he preocupado por ti desde que éramos pequeños. Durante mucho tiempo, tienes razón, no podía ver más allá de tus cicatrices. No voy a salirte con la idiotez de que son bonitas. Tus cicatrices son feas, pero tú no, Elene. La mujer que veo cuando te miro es asombrosa. Es lista, ocurrente y tiene un corazón tan grande que me hace creer que la gente puede ser buena a pesar de todas las pruebas en contra que he visto en mi vida.
Sus palabras le estaban calando, lo notaba. «Oh, Mama K, dime que he aprendido de ti algo sobre las palabras. Dime que he aprendido algo a pesar de mí mismo.»
Las manos de Elene se movieron como pajaritos.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡No me conoces!
—¿No sigues siendo Muñeca?
Las manos bajaron, los pajaritos se posaron tras un aleteo.
—Sí —respondió—. Pero no creo que tú sigas siendo Azoth.
—No —reconoció él—. No lo soy. No sé quién soy. Ahora mismo, solo sé que no soy mi maestro y que no viviré como hizo él.
A Elene pareció que se le escurría la esperanza.
—Kylar —dijo, y él vio que elegía el nombre a conciencia—. Siempre te estaré agradecida, pero seríamos un desastre. Me destruirías.
—¿De qué estás hablando?
—Mama K me dijo que tu maestro interceptó todas mis cartas.
—Sí, pero he tenido una tarde la mar de ocupada poniéndome al día —dijo Kylar.
Elene sonrió con tristeza.
—¿Y todavía no lo entiendes?
«¿Es que las chicas nunca dicen nada que tenga sentido?» Negó con la cabeza.
—Cuando éramos pequeños, tú eras quien me protegía, quien cuidaba de mí. Fuiste tú quien me colocó en una familia de verdad. Yo quería estar contigo para siempre. Después, cuando fui creciendo, tú eras mi benefactor, que me hacía especial. Eras mi joven señor secreto, al que amaba de forma tan boba y desesperada. Eras mi Kylar, mi noble empobrecido sobre el que las Drake me contaban anécdotas. Después fuiste quien me salvó en el calabozo.
Kylar esperó un buen rato.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—Ay, Kylar. ¿Qué será de esa niña tonta cuando resulte que no soy lo bastante buena para el hombre al que he amado toda mi vida?
—¿Tú? ¿Que no serás tú lo bastante buena?
—Es un cuento de hadas, Kylar. No me lo merezco. Pasará algo. Encontrarás a otra más guapa o te cansarás de mí, y entonces me dejarás y yo nunca me recuperaré, porque el único tipo de amor que tengo para ofrecer es estúpido y ciego, y tan profundo y poderoso que me siento como si fuese a reventar solo por llevarlo dentro. No puedo despistarme y caer en la cama contigo como si tal cosa, porque tú te levantarás y seguirás adelante con tu vida, y yo nunca lo lograré.
—No te estoy pidiendo que hagas el amor conmigo.
—O sea que soy demasiado fea para...
No había maldita manera de decir algo bien.
—¡Basta! —rugió, con la voz cargada de emoción tan de repente que Elene se quedó callada—. Creo que eres la mujer más hermosa que he visto nunca, Elene. Y la más pura. Y la mejor. ¡Pero no te estoy pidiendo que follemos!
A Elene se le nublaron las facciones, pero era evidente que no le gustaba que le gritasen.
—Elene —prosiguió Kylar con voz más pausada—. Siento haberte chillado. Siento haberte pegado... aunque fuese para salvarte. He creído morir dos veces en los últimos días; a lo mejor hasta morí, no lo sé. Lo que sí sé es que, cuando pensé que me moría, tú fuiste lo único que lamentaba. ¡No! No tus cicatrices —aclaró al ver que Elene se tocaba la cara—. Lamenté no haberme convertido en la clase de hombre con el que podrías estar. Que no sería justo que estuviese contigo, aunque me aceptaras. Nuestras vidas empezaron en el mismo agujero inmundo, Elene, pero de algún modo tú te has convertido en lo que eres y yo me he convertido en esto. ¿Que no te mereces un cuento de hadas? Yo sí que no me merezco otra oportunidad, pero te la estoy pidiendo. ¿Tienes miedo de que el amor sea demasiado arriesgado? He visto lo que pasa cuando no corres ese riesgo. Mama K y mi maestro se amaban, pero tenían demasiado miedo de correr el riesgo y eso los destruyó. Lo arriesgamos todo hagamos lo que hagamos.
»Estoy dispuesto a jugármela para ver el mundo con tus ojos, Elene. Quiero conocerte. Quiero ser digno de ti. Quiero mirarme en el espejo y que me guste lo que veo. No sé qué viene a continuación, pero sé que quiero afrontarlo contigo. Elene, no te estoy pidiendo que follemos. Pero a lo mejor, algún día, me ganaré el derecho a pedirte algo más permanente. —Se volvió hacia ella, y afrontarla era más duro que vérselas con treinta montañeses. Extendió la mano—. Por favor, Elene. ¿Vienes conmigo?
Elene lo miró con el entrecejo fruncido y luego apartó la vista. Le resplandecían los ojos de lágrimas, pero tal vez fuera por la ceniza del aire. Parpadeó con rapidez antes de volver a mirarlo. Le escudriñó la cara durante un buen rato. Kylar sostuvo la mirada de sus grandes ojos castaños. ¿Cuántas veces les había dado la espalda, temeroso de que Elene viera lo que era en realidad? Le había dado la espalda, por miedo a que no soportara la visión de su inmundicia. En esa ocasión, aguantó la mirada. Se abrió a ella. No ocultó su oscuridad. No ocultó su amor. Dejó que su mirada lo atravesara de parte a parte.
Para su asombro, los ojos de Elene se llenaron de algo más suave que la justicia, algo más cálido que la piedad.
—Tengo miedo, Kylar.
—Yo también —dijo él.
Elene le cogió la mano.
A partir del séptimo curso, todo fue sobre ruedas. Aquel fue el año en que mi profesora de Lengua, Nancy Helgath, de algún modo me convirtió en el centro de la clase cuando me animó a leer los cuentos de Edgar Allan Poe a mis compañeros durante la comida. Todos se quedaban boquiabiertos mientras leía «El pozo y el péndulo», «Berenice» y «El cuervo», pero yo solo tenía ojos para una... la chica alta y lista de la que estaba enamorado, y aterrorizado: Kristi Barnes.
Pronto empecé mi primera novela. Más adelante me convertiría en profesor de Lengua y Literatura y escritor, y me casaría con Kristi Barnes.
Este libro no existiría sin mi madre, por más motivos además de los obvios. Empecé a leer tarde y, cuando lo hice, no me gustó nada. No ayudó mucho que un profesor me gritara «¡Te trabas!» cada vez que me costaba leer en alto durante el primer curso. Mi madre me sacó del colegio durante un año para enseñarme en casa (inserten aquí sus chistes sobre la inadaptación social), y su dedicación y paciencia me inculcaron el amor por la lectura.
Gracias a mis hermanas pequeñas, Christa y Elisa, que suplicaban cuentos para irse a dormir. Un público entregado y comprensivo resulta imprescindible para el narrador adolescente primerizo. Cualquier princesa que salga en mis libros es culpa de ellas.
Una cosa es la pasión por leer y otra muy distinta escribir. Mi profesora de Lengua y Literatura del instituto, Jael Prezeau, es una profesora entre un millón. Ha inspirado a centenares de alumnos.
Es el tipo de mujer que podía reñirte, animarte, hacerte trabajar más duro de lo que habías trabajado nunca para ninguna asignatura, ponerte un notable y que te encantara. Me dijo que no tenía permiso para saltarme las reglas gramaticales hasta que hubiera publicado algo. Fue una norma que no pude respetar. Ella lo intentó.
En la universidad tuve unos breves escarceos con la política. Qué horror. Un puñado de personas me apartaron del desastre. Una de ellas fue un espía industrial al que conocí en Oxford. Cuando leyó un cuento que yo había escrito, me dijo: «Ojalá pudiera hacer lo mismo que tú». ¿Cómo? Más tarde mi mejor amigo Nate Davis se convirtió en el director de la revista literaria de nuestra facultad y organizó un concurso de cuentos. Maravilla de maravillas, me llevé el dinero del premio y caí en la cuenta de que había ganado algo un poco mejor que el salario mínimo. La experiencia me enganchó. (No volvería a irme tan bien hasta al cabo de mucho, mucho tiempo.) Empecé a escribir otra novela y, siempre que intentaba hacer mis deberes, podía estar seguro de que Jon Low llamaría a la puerta: «Oye, Weeks, ¿tienes ya otro capítulo para mí?». Era irritante y halagador a la vez. No tenía ni idea de que me estaba preparando para cuando tuviera un editor.
Debo agradecerle al Programa de Escritores de Iowa que me rechazara. Aunque a veces todavía me visto todo de negro y bebo cafés con leche, ellos me ayudaron a decidirme a escribir el tipo de libros que me gustan, en vez de los que deberían gustarme.
Es imposible exagerar mi deuda con mi esposa, Kristi. Su fe me ha hecho salir adelante. Sus sacrificios me sobrecogen. Su sabiduría me ha rescatado de más de un callejón sin salida narrativo. Para que te publiquen hay que desafiar a un sinfín de dificultades; para casarse con una mujer como Kristi, hay que machacarlas.
Mi agente Don Maass posee una comprensión de la narrativa que no tiene parangón. Don, has sido un contacto con la realidad, un sabio maestro y una fuente de ánimo. Me has hecho mejor escritor.
Un enorme agradecimiento al asombroso equipo editorial de Orbit. Devi, gracias por tus muchas sugerencias, tu entusiasmo y tu orientación a lo largo de un proceso desconocido. Tim, gracias por correr un riesgo conmigo. Jennifer, fuiste mi primer contacto en Orbit y debo decirte que el hecho de que te mandara una pregunta por correo electrónico y recibiera la respuesta esa misma mañana supuso mucho para mí. Claro que entonces empezaste a mandarme papeleo... y entonces supe que no estaba soñando. Alex, gracias por tu brillante diseño de la página web, los preciosos carteles, los anuncios a página completa en The New York Times y esos ingeniosos expositores pequeños de cartón en la cadena de librerías Borders. Son fabulosos. Lauren, gracias por tomar mis unos y ceros y hacer algo real. Hilary, prodigio de las correctoras, un agradecimiento especial por dos palabras: daga testicular. Son la clave de la novela.
También querría dar las gracias al resto de las personas de Orbit y Hachette que hacen el verdadero trabajo mientras los artistas tomamos cafés con leche vestidos de negro. Os mencionaría por vuestros nombres, pero no me los sé. Sin embargo, agradezco lo que hacéis para coger mis palabras y sacar algo de ellas. Así pues, maquetadores, diseñadores (por cierto, ¡uau!), recaderos, contables, abogados y el chico del correo, gracias.
Los soñadores locos necesitan mucha gente que los anime. Kevin, que estuvieras orgulloso de mí viene a ser lo mejor que puede recibir un hermano pequeño. Papá, uno de mis primeros recuerdos es el de compartir contigo mi preocupación de que las lanzaderas espaciales fueran a agujerear la atmósfera y dejar escapar todo el aire de la Tierra. En vez de corregirme enseguida, me escuchaste, y todavía lo haces. Jacob Klein, tus palabras de ánimo y tu amistad a lo largo de los años han tenido un valor inestimable. Estuviste en el principio mismo (cuatro de la madrugada en Niedfeldt, creo). A los compañeros de cabaña de la universidad de Hillsdale (Jon «Eslabón perdido» Low, Nate «Mi cabeza parece el trasero de PK» Davis, AJ «Mi novia lo limpiará» Siegmann, Jason «Me encanta la mantequilla» Siegmann, Ryan «Potador misterioso» Downey, Peter «GQ» Koller, Charles «Chaleco de arena» Robison, Matt «Sin salsa especial» Schramm), no podría haber compartido una pocilga con mejores capullos. Dennis Foley, fuiste el primer escritor profesional que me concedió tiempo y consejo. Dijiste que si debía dejarlo y buscarme un trabajo de verdad me lo dirías, y que no era el caso. Cody Lee, gracias por el entusiasmo desenfrenado; todavía me hace sonreír. Shaun y Diane McNay, Mark y Liv Pothoff, Scott y Kariann Box, Scott y Kerry Rueck, Todd y Lisel Williams, Chris Giesch, Blane Hansen, Brian Rapp, Dana Piersall, Jeff y Sandee Newville, Keith y Jen Johnson: gracias por creer en nosotros y ayudarnos a hacer que los años de trabajo y espera fueran no solo tolerables, sino divertidos.