El mesías ario (32 page)

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Authors: Mario Escobar

Tags: #Aventuras, Intriga

—¿Quién es?

—Señor, por favor, ¿puede abrirme?

Apenas se distinguía al otro lado, como si su visita no quisiera llamar mucho la atención. Hércules entornó la puerta y vio a un hombre de corta estatura, completamente calvo que le miraba fijamente.

—¿Qué desea? No he pedido que me trajeran nada a la habitación.

El hombre se dio la vuelta y giro la cabeza mirando a un lado y a otro.

—¿Puedo entrar?

—¿Qué desea?

—Ustedes estuvieron esta mañana en el palacio. No se acuerda de mí, ¿verdad?

Hércules hizo un esfuerzo pero aquella cara común le parecía absolutamente desconocida.

—Lo siento pero no.

—Es normal, yo era uno de los sirvientes de palacio que le acompañó hasta la sala de audiencias.

—Ah, ahora sí —dijo Hércules localizando la cara por fin.

—¿Me permite? —volvió a decir el hombre pequeño. Hércules se apartó y le dejó entrar.

—¿A qué debo su visita? Sabemos que tenemos que abandonar la ciudad en veinticuatro horas, pero hasta mañana temprano no partiremos hacia la frontera sur.

—No vengo por eso. ¿Está sólo?

—Sí, lo estoy.

—¿Puedo hablar con tranquilidad y franqueza?

—Naturalmente, siéntese —dijo Hércules ofreciendo la única silla de la habitación y sentándose en la cama.

—Le pido de nuevo disculpas por presentarme sin avisar en su habitación, pero la urgencia del asunto me obligaba a actuar de esta manera.

—No tiene por qué disculparse. ¿En qué puedo ayudarle?

—Escuché su conversación con el emperador. Normalmente nuestro juramento de confidencialidad nos impide hacer uso de palabras o ideas que se hayan dicho en audiencia privada.

—Entiendo.

—He estado todo el día dándole vueltas a lo que ustedes hablaron y, al final, me he decidido a venir.

—Gracias —dijo Hércules ansioso por saber lo que le había venido a contar aquel criado de palacio.

—Ustedes comentaron con el emperador la existencia de un grupo denominado el Círculo Ario, Francisco José negó conocer la organización y la posibilidad de que ésta tuviera nada que ver en todo el asunto de la muerte del archiduque, pero el Círculo Ario, como usted mismo habrá podido comprobar, existe realmente y tiene mucho poder en Austria y Alemania.

—¿Conoce al Círculo Ario?

—Todo el mundo ha oído hablar de ellos, aunque muy pocos saben sus verdaderas intenciones y su historia.

—¿Y usted si los conoce en profundidad? —preguntó incrédulo Hércules.

El hombre se sintió algo molesto y se levantó de la silla para marcharse.

—Veo que no me cree, no quiero robarle más tiempo.

—Perdone, pero viene a verme y me dice de repente que conoce a una sociedad secreta, que todo el mundo niega conocer. Es normal que desconfíe.

—Déjeme que le cuente y juzgue usted mismo.

—Adelante —dijo Hércules volviendo a invitarle a que se sentase.

—Lo que tengo que contarle es confidencial. Si alguien me interroga negaré que he hablado con usted, espero que lo entienda.

—Por favor, continúe —dijo Hércules afirmando con la cabeza.

—No sé por dónde empezar.

—Comience por el principio, tenemos toda la noche por delante.

—Todo empezó hace mucho tiempo. Cuando Rodolfo II descubrió el manuscrito de Artabán. El era un aficionado a los Mythes et Dieux des Germains.

—¿Cómo?

—Mitos y dioses de los germanos. Creía en el origen sagrado de los pueblos arios y que había que recuperar la antigua religión pagana. Acusaba al cristianismo de haber debilitado al pueblo germano. Había que recuperar Vaterland la tierra de los padres.

—¿Qué es Vaterland?

—Los territorios que alguna vez han sido alemanes.

—Una especie de pangermanismo.

—Podríamos llamarlo así, pero no es del todo correcto. Lo que perseguía Rodolfo II y sus sucesores era construir un imperio alemán, en el que las tradiciones germanas volvieran a florecer y un Mesías Ario devolviera al pueblo su dignidad perdida. Para eso se creo el Círculo Ario.

—¿Se fundó en época de Rodolfo II?

—No, mucho más tarde bajo el reinado de Federico III de Prusia, cuando Alemania estaba todavía dividida en decenas de pequeños territorios.

—Era como una especie de sociedad patriótica.

—El Círculo Ario es mucho más que una sociedad patriótica.

Se sobresaltaron al escuchar un ruido en la puerta, Hércules hizo un gesto al hombre para que no hiciese ruido y se levantó despacio, se dirigió a la puerta y la abrió de golpe. Bernabé Ericeira estaba agachado delante de la entrada de la habitación. Hércules le observó detenidamente y le dijo:

—Creo que escuchará mejor si entra en la habitación sr. Ericeira.

Capítulo 80

Múnich, 15 de julio de 1914

Después de varias cervezas la cara de von Liebenfelds estaba completamente amoratada. La música sonaba estrepitosa por la inmensa sala y algunos clientes, animados por la cerveza, entonaban canciones populares. Adolfo se sentía como pez fuera del agua en aquel ambiente alegre y desinhibido. Él no bebía ni fumaba y nunca se le había ocurrido cantar o bailar en público. En cambio su mentor era un hombre alegre, austríaco como él, pero de Viena, una ciudad caduca y degenerada para la mentalidad de Adolfo.

—Estimado maestro, me estaba contando acerca de Rudolf von Sebottendorff y de la sociedad que fundó, la Germanenorden.

—Es verdad —dijo von Liebenfelds colocándose sus anteojos sucios y llenos de huellas.

—¿Por qué no se unen al Círculo Ario? Al parecer sus creencias son muy similares a las nuestras.

—Bueno, hay algunas diferencias notables —contestó volviendo a entretenerse con la música y el ruido de la sala.

—¿Cómo cuales? —preguntó Adolfo algo enfadado del poco interés que ponía su mentor en la conversación.

—Diferencias, Adolfo. No sé. Por ejemplo en su manía de hablar de «Thule» como el país originario de los Arios; interpretan mal a Virgilio, que en su poema épico La Eneida, menciona a Thule, y la llama la región más al norte, pero todo el mundo sabe que Virgilio posiblemente estaba hablando de Escandinava.

—Pero von List también cree que la capital de la Hiperbórea estaba en la Ultima Thule en el extremo norte cercano a Groenlandia o Islandia.

—Von List es un gran ariosofista, pero no ha investigado como yo las runas de Prusia Oriental y Escandinavia.

—Entonces las teorías sobre el origen atlante de la raza aria son falsas.

—Yo no digo eso, lo que digo es que son improbables.

—Pero Helena Blavatsky habla de ello en sus libros.

—¿Y que pruebas aporta? Ninguna, ¿verdad? Los misterios tienen siempre una explicación, sólo hay que saber donde buscar.

—Der Weg ist in Dir (El camino está dentro de ti).

—Exacto Adolfo, veo que lo entiendes. La autorrealización y la posición suprema de la persona humana son esenciales. Tienes que profundizar en la sabiduría por ti mismo y encontrar ese camino. Cuando lo hayas encontrado sólo tienes que recorrerlo hasta el final, sin vacilaciones. Alemania no es grande porque vacila. Rusia nos provoca y ¿qué hace el káiser? Esperar, dejar que sus enemigos se hagan más fuertes y se burlen de nosotros.

Adolfo asintió con la cabeza y por primera vez en toda la tarde empezó a sentirse cómodo. Su maestro comenzaba a conversar en serio y el ruido y la música desaparecieron por unos momentos de su mente. Imaginaba a aquellos caballeros germánicos cabalgando por una Alemania salvaje, a salvo todavía de curas y mojigatos moralistas cristianos.

—La Germanenorden creo que ya tiene más de 250 seguidores en Múnich y más de 1.500 en toda Baviera. Hoy mismo tienen una reunión en el Hotel Vier Jahreszeiten (Las Cuatro Estaciones).

—Puede que ellos sean más brillantes, pero nosotros tenemos la esencia, Adolfo —dijo visiblemente molesto von Liebenfelds.

—¿Es verdad que los seguidores de Rudolf von Sebottendorff no creen en las fuerzas ocultas?

—Ese es otro de sus errores. La fuerza del germanismo está en su religión ancestral. El racionalismo es una degeneración del pensamiento contaminado por los judíos. Rudolf von Sebottendorff habla en contra de los judíos pero en el fondo piensa como uno de ellos. Sólo les interesa la política, y la política es importante, pero si no está acompañada de poder espiritual, de qué sirve.

Adolfo asintió y sorbió su insípido té frío.

»Rudolf von Sebottendorff está rodeado de perdedores, de pequeños burgueses de mentalidad estrecha, que buscan un poco de folclore y una excusa para meterse en política. Ahí tienes a gente como tu amigo Dietrich Eckart, Gottfried Feder, Hans Frank, Karl Harrer, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg y Julius Streicher.

—Pero Rudolf von Sebottendorff ha conseguido que varios aristócratas se interesen por su grupo; la condesa Helia von Westarp es la secretaria de la sociedad, y el príncipe Gustav von Thurn und Taxis es un destacado miembro del grupo.

—Ya te lo decía. Un grupo folclórico que no busca la verdadera esencia del genio alemán.

—Lo que no entiendo es, si no creen en las ideas ocultistas ¿por qué tienen entre sus filas a Maria Orsic, la vidente? Ella defiende que la raza aria no era originaria de la tierra, sino que venía de la estrella Aldebarán en Tauro, a unos 65 años luz de distancia. Todo eso son fantochadas.

—No ves Adolfo, sus ideas son contradictorias. En cambio, nosotros creemos en un futuro mejor, donde la raza aria gobernará el mundo —dijo von Liebenfelds.

A veces, mientras hablaba, Adolfo no podía dejar de ver en él al monje cisterciense que había sido en su juventud. Su forma de mover las manos, de terminar las frases le recordaban a los profesores católicos de su colegio en Hafeld. Von Liebenfelds le había contado los secretos de su vida monástica y como durante aquellos años había podido realizar estudios muy interesantes e investigaciones sobre textos gnósticos y apócrifos que la Iglesia había intentado ocultar durante siglos. Cuando vio la falsedad romana, renunció a sus votos y continuó con la elaboración de una teología gnóstica y zoomorfa. Adolfo también había sido católico, pero desde su estancia en Viena y su relación con el Círculo Ario había terminado por desvincularse de la Iglesia.

Von Liebenfelds hacía una clara distinción entre las razas arias y no arias; el mal era identificado con las razas no arias y el bien con la pureza de los rasgos raciales arios. Liebenfelds abandonó el monasterio de Heilligenkreuz en 1899, poco después ya era admirado y respetado por los lectores de numerosas publicaciones nacionalistas, que veían en sus ideas, el aire fresco que necesitaban los alemanes.

Adolfo había leído en una de la bibliotecas públicas de Viena el famoso ensayo de Teozoología, o la herencia dé los brutos sodomitas y el elektrón de los dioses (1905). Había quedado prendado de las ideas de von Liebenfelds y su conocimiento sobre ciencia y religión. En el libro, von Liebenfelds indagaba sobre diversas teorías e ideas científicas que confirmaban sus teorías raciales.

—Su artículo titulado Antropozoon bíblico es una obra maestra.

—Gracias Adolfo. Otros muchos lo han elogiado, pero pocos lo conocen como tú —dijo von Liebenfelds mostrando su satisfacción.

—La idea de que en el origen existieron dos humanidades absolutamente diferenciadas y ajenas la una de la otra, es brillante. No sé como no le han nominado al premio Nobel.

—Esos suecos son unos esnob.

—Los «Hijos de los dioses » o Teozoa y por otra parte los «Hijos de los hombres» o Antropozoa. De ellos habla el libro del Génesis, ¿verdad maestro?

—Efectivamente. Los primeros eran los arios, dotados de una espiritualidad pura, son los Hijos de los dioses. Sin embargo las otras razas proceden de la evolución biológica de los animales. Darwin estaba en lo cierto pero sólo a medias.

—El pecado original es la mezcla de razas, y a raíz de esta caída, la raza aria degeneró en parte debido a ese mestizaje, perdiendo las facultades divinas, el orden superior y las capacidades paranormales como la clarividencia o la telepatía, entre otras.

—Eres mi mejor discípulo Adolfo, con otros pierdo el tiempo, pero dentro de poco estarás preparado para tu misión. Pero por favor, continua —dijo von Liebenfelds recreándose en las palabras de su acólito.

—El proceso de mezcla racial limitó estas cualidades a unos pocos descendientes arios, por lo que recuperar la pureza racial aria equivalía a recuperar el carácter espiritual de los primeros arios. Pero su obra maestra es su Teosofía y dioses asirios. Aún recuerdo cuando sentado en el banco de la biblioteca pública, sin un franco en el bolsillo y con un futuro incierto leí sus palabras: «Tomaron animales hembras muy bellos pero descendientes de otros que no tenían ni alma ni inteligencia. Engendraron monstruos, demonios malvados». Entonces comprendí que como alemán y como ario, tenía la misión de devolver a nuestro pueblo la pureza.

—¿Y qué le parece mi idea sobre la formación del homo sapiens?

—Magistral. Sobre todo cuando dice: «El error fatal de los antropoides, la quinta raza o de los arios —los homo sapiens— había sido mezclarse repetidamente con los descendientes de los monos».

—En cambio la comunidad científica me da la espalda.

—Es envidia, maestro. Sus investigaciones sobre los rayos X y su «teología científica» en la que los dioses representan la forma más elevada de vida y poseen poderes especiales de recepción y transmisión de señales eléctricas, no ha sido superada.

—Y la Iglesia se apropió de la idea de Cristo. El Cristo verdadero, el que ha de venir, será de origen ario. El mensaje de salvación no es otra cosa que un llamado a la purificación de la raza aria, que supone la necesaria destrucción de un mundo corrupto para restaurar la Edad de Oro original —dijo con vehemencia. Sus ojos se le salían de las órbitas cuando hablaba. Adolfo escuchaba embelesado la verborrea de su maestro y su trastornada mentalidad racista. Idea tras idea era aceptada sin pestañear, confirmando su propia ideología fanática.

—Debemos proceder a la purificación y salvaguarda racial de los arios, así como lanzar una grandiosa cruzada contra la amenaza y la expansión de las «razas demoníacas».

—¿Cómo podemos parar la degeneración, maestro?

—Mediante la adopción de una doctrina eugenésica, de esta manera se conseguiría en la práctica hacer renacer al ario, la raza aria original en su más extrema pureza.

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