El monstruo de Florencia (29 page)

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Authors: Mario Spezi Douglas Preston

Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo

Spezi, que tenía mucha experiencia con teóricos conspiradores, dio las gracias a Carlizzi y le dijo que, sintiéndolo mucho, no le interesaba indagar en esa historia. Se la quitó de encima tan rápida y educadamente como pudo.

Spezi recordaba vagamente la historia del médico ahogado. En 1985, un mes después del último crimen del Monstruo, Francesco Narducci, hombre apuesto, miembro de una adinerada familia de Perugia, murió ahogado en el lago Trasimeno. En aquel entonces corrió el rumor de que Narducci se había suicidado porque era el Monstruo, rumor que fue investigado y descartado.

A principios de 2002, la infatigable Carlizzi, tras su fracaso con Spezi en su busca de publicidad, llevó la historia al ministro público de Perugia, Giulano Mignini, cuya jurisdicción incluía la provincia de Perugia. (El ministro público es el fiscal de una región. Representa los intereses del Estado y debate el caso en el juicio en calidad de abogado del Estado.) El juez Mignini sí se mostró interesado. La historia parecía cuadrar con otro caso que estaba siguiendo de un grupo de usureros que prestaban dinero a comerciantes y profesionales a intereses desorbitados y que castigaban la morosidad con represalias brutales. Una pequeña tendera que se había retrasado en los pagos decidió denunciarlos. Grabó una de sus llamadas amenazadoras y envió la cinta a la oficina del ministro público.

Una mañana, mientras trabajaba en el despacho de mi casa de Giogoli, recibí una llamada de Spezi.

—El Monstruo vuelve a ser noticia —dijo—. Voy a tu casa. Prepara café.

Llegó con un montón de periódicos de esa mañana. Empecé a leer.

«Ten cuidado o te haremos lo mismo que al médico que murió dentro del lago Trasimeno», decía el usurero, según los periódicos, en la grabación de la llamada amenazadora. Eso era todo; ni nombres ni datos concretos. No obstante, el ministro público Giuliano Mignini leyó muchas otras cosas en esas palabras. Llegó a la conclusión, al parecer basándose en la información que le había facilitado Carlizzi, de que Francesco Narducci había sido asesinado por los usureros, algunos de los cuales podían estar relacionados con la Rosa Roja u otra secta diabólica. Por lo tanto, era posible que existiera una conexión entre los usureros, el asesinato de Narducci y los asesinatos del Monstruo de Florencia.

El ministro público Mignini informó al inspector jefe Giuttari de esta conexión con el caso del Monstruo, tras lo cual Giuttari y su brigada GIDES emprendieron la tarea de demostrar que Narducci no se había suicidado. Lo habían asesinado para que no contara los terribles secretos que conocía. Mignini ordenó que se reabriera el caso Narducci como un caso de asesinato.

—No le encuentro el sentido —dije, esforzándome por comprender—. Es absurdo.

Spezi asintió con una sonrisa cínica.

—En mis tiempos jamás habrían publicado esta mierda. El periodismo italiano está en crisis.

—Por lo menos —comenté— es beneficioso para nuestro libro.

Pocos días después, los diarios publicaron nuevos detalles sobre la historia. Esta vez, citando siempre fuentes no identificadas, dieron una versión nueva de la supuesta grabación. Por lo visto, en realidad, el usurero había dicho: «Ve con cuidado o te haremos lo mismo que le hicimos a Narducci y a Pacciani». Esta versión de la grabación relacionaba directamente al médico Narducci con el supuesto asesinato de Pacciani y, por tanto, con el caso del Monstruo.

Más adelante, Spezi averiguaría por una fuente que lo que se decía en la cinta era mucho más vago. «Te haremos lo mismo que al médico que murió en el lago». No se mencionaba a Narducci ni a Pacciani. Tras escarbar un poco más se descubrió que había otro médico, un hombre que había perdido más de dos mil millones de liras en el juego, cuyo cuerpo había aparecido en la orilla del lago Trasimeno con una bala en el cerebro poco antes de la llamada amenazadora. La expresión «en el lago», a diferencia de «dentro del lago», parecía apuntar a este médico más que a Narducci, quien, después de todo, había muerto quince años antes de la llamada.

No obstante, para cuando esta información salió a la luz la investigación sobre el difunto doctor Narducci ya era imparable. Giuttari y su brigada de élite, el GIDES, buscaron —¡y encontraron!— numerosas conexiones entre la muerte de Narducci y los asesinatos del Monstruo de Florencia. Las nuevas teorías de los investigadores ofrecían suculentos guiones góticos que se filtraban a la prensa. El doctor Narducci, informaban los diarios, había sido el guardián de los fetiches extraídos a las mujeres y fue asesinado para impedir que hablara. Algunas de las familias más ricas de Perugia pertenecían a sectas siniestras, quizá bajo la tapadera de la francmasonería, hermandad a la que pertenecían el padre y el suegro de Narducci.

En busca de pistas, Giuttari y sus investigadores del GIDES reconstruyeron minuciosamente el último día de la vida de Narducci.

El doctor Francesco Narducci provenía de una rica familia de Perugia. Hombre inteligente y talentoso, a sus treinta y seis años era el catedrático de medicina en la especialidad de gastroenterología más joven de Italia. En las fotografías aparece bronceado y sonriente, esbelto y elegante, con un gran atractivo juvenil. Narducci estaba casado con Francesca Spagnoli, la bella heredera de la fortuna de Luisa Spagnoli, diseñadora de ropa femenina de alta costura.

Pese, o quizá debido, a su poder y riqueza, la familia Narducci no era querida en Perugia. Bajo esa fachada de opulencia y distinción había, como suele ocurrir, infelicidad. Francesco Narducci llevaba tiempo tomando, en dosis cada vez mayores, meperidina (Demerol). Según un informe médico, cuando falleció la estaba tomando a diario.

La mañana del 8 de octubre de 1985 era soleada y calurosa. El médico hizo su ronda en el Policlinico di Monteluce de Perugia hasta las 12.30, momento en el que una enfermera le dijo que tenía una llamada. Lo que ocurrió después de eso es confuso. Un testigo declaró que, después de la llamada, Narducci parecía nervioso y preocupado e interrumpió su ronda. Otro aseguraba que terminó la ronda y se marchó tranquilamente del hospital tras preguntar a un colega si quería dar una vuelta en su lancha por el lago Trasimeno.

A la una y media llegó a casa y comió con su esposa. A las dos, el propietario del puerto deportivo donde Narducci tenía un chalet recibió una llamada del médico para preguntarle si su lancha estaba lista para navegar. El hombre le dijo que sí. Pero al salir de casa Narducci mintió a su mujer, ya que le dijo que regresaba al hospital y que llegaría pronto a casa.

El médico se subió a su Honda 400 de motocross y se dirigió al lago, pero no al puerto deportivo. Primero pasó por la casa de su familia, en San Feliciano. Se rumoreaba que allí escribió una carta que dejó sobre el alféizar dentro de un sobre cerrado, rumor que los investigadores no pudieron corroborar. La carta, si realmente existió, nunca salió a la luz.

A las tres y media el médico llegó finalmente al puerto deportivo. Subió a su lancha, una Grifo roja de líneas elegantes, y puso en marcha el motor de setenta caballos. El propietario del puerto deportivo le aconsejó que no se alejara demasiado porque solo tenía medio depósito de gasolina. Francesco le dijo que no tenía por qué preocuparse y partió hacia la isla Polvese, a kilómetro y medio de la costa.

Nunca regresó.

En torno a las cinco y media, cuando empezaba a oscurecer, el dueño del puerto deportivo se inquietó y llamó al hermano de Francesco. A las siete y media, los carabinieri salieron en barca para colaborar en la busca. Pero el lago Trasimeno es uno de los más grandes de Italia, por lo que no fue hasta la noche siguiente cuando encontraron la Grifo roja vacía y a la deriva. Dentro había unas gafas de sol, una cartera y un paquete de cigarrillos Merit, la marca que fumaba Narducci.

Cinco días después encontraron el cuerpo. Solo se tomó una foto de la escena, en blanco y negro, cuando el cuerpo había sido trasladado a la orilla. En la foto aparecía el cadáver tendido sobre un muelle y rodeado de gente.

Carlizzi había contado al ministro público que el cadáver de Narducci fue sustituido por otro cadáver, que arrojaron al lago como señuelo. A fin de investigar esta afirmación, Giuttari encargó un análisis pericial de la fotografía. Tomando como medida de referencia el ancho de uno de los tablones del muelle, los peritos concluyeron que el cadáver de la fotografía pertenecía a un hombre diez centímetros más bajo que Narducci. También calcularon que la cintura del cadáver era demasiado ancha para ser la del estilizado Narducci.

Otros peritos disintieron. Algunos señalaron que un cuerpo que pasa cinco días en el agua tiende a hincharse. Los tablones de los muelles no poseen todos el mismo ancho, y el muelle en cuestión había sido restaurado por completo. ¿Quién sabía cuánto medían los tablones diecisiete años atrás? La gente congregada alrededor del cadáver, incluido el médico forense, juraban que era el cuerpo de Narducci. En su día, el forense declaró que el hombre había muerto ahogado y que la muerte se había producido ciento diez horas antes, aproximadamente.

Contrariamente a lo que dictamina la ley italiana, no hubo autopsia. La familia de Narducci, con su padre a la cabeza, había conseguido eludir ese proceso. Los habitantes de Perugia pensaron en su día que era porque la familia temía que la autopsia demostrara que Narducci estaba hasta las cejas de Demerol, pero para Giuttari y el GIDES, la falta de autopsia era sumamente significativa. Dijeron que la familia había querido eludir la autopsia para que no se descubriera que no era el cuerpo de Narducci. La familia era, de algún modo, cómplice no solo de su asesinato, sino de que se sustituyera su cuerpo por otro a fin de ocultar el crimen.

Francesco Narducci —o eso especulaba Giuttari— había sido asesinado porque era miembro de la secta satánica que estaba detrás de los asesinatos del Monstruo de Florencia, secta en la que su padre le había introducido. Tras ser nombrado guardián de los espeluznantes fetiches arrebatados por Pacciani y sus compañeros de merienda, el joven médico, impresionado por las atrocidades de las que era partícipe, se volvió indeciso, inestable y depresivo. Los líderes de la secta decidieron que ya no era de fiar y era preciso eliminarlo.

La investigación sobre la secta satánica, dirigida por el inspector jefe Giuttari, se reactivó. Giuttari había identificado por lo menos a un miembro de la detestable secta que se hallaba detrás de los asesinatos del Monstruo: Narducci. Solo quedaba encontrar a su asesino y llevar a los demás miembros de la secta ante la justicia.

38

C
uando la investigación del Monstruo empezó a ponerse al rojo vivo, las llamadas telefónicas de Mario Spezi se convirtieron en algo habitual.

—¿Has leído la prensa de hoy? —me preguntaba—. Todo esto es cada vez más extraño.

Luego disfrutábamos de otro café en mi casa mientras leíamos las noticias y meneábamos la cabeza. En aquel entonces todo ese asunto me parecía divertido, incluso simpático.

Spezi estaba menos encantado que yo. Deseaba, más que cualquier otra cosa en el mundo, que la verdad sobre el caso del Monstruo saliera a la luz. Su dedicación a desenmascarar al Monstruo se había convertido en una pasión. Él había visto los cadáveres de las víctimas; yo no. Él había conocido a casi todas las familias y había visto su padecimiento. Yo me había enjugado algunas lágrimas al salir de la lóbrega casa de Winnie Rontini, mientras que Spezi llevaba más de veinte años secándose lágrimas. Había visto cómo vidas de gente inocente quedaban arruinadas por falsas acusaciones. Lo que yo encontraba deliciosamente peculiar e incluso curioso a él le parecía terriblemente grave. Ver que los investigadores se adentraban cada vez más en el terreno de la absurdidad le apenaba profundamente.

El 6 de abril de 2002, ante la presencia de la prensa, se abrió el féretro de Francesco Narducci. Dentro estaba su cuerpo, reconocible al instante incluso después de diecisiete años. Una prueba de ADN lo confirmó.

Este revés a sus teorías no detuvo al GIDES, a Giuttari ni al ministro público de Perugia. Hasta en el hecho de que no se hubiera reemplazado el cadáver encontraron una evidencia. El cuerpo era
demasiado
reconocible para haber pasado cinco días en el agua y diecisiete años en un ataúd. Giuttari y Mignini llegaron enseguida a la conclusión de que el cuerpo se había cambiado una segunda vez. Evidentemente. El cadáver de Narducci, escondido durante diecisiete años, había sido devuelto a su ataúd después de retirar el otro cadáver porque los conspiradores se habían enterado de que se avecinaba una exhumación.

Se envió el cuerpo de Narducci a la oficina del médico forense de Pavía para comprobar si mostraba signos de haber sido asesinado. En septiembre llegaron los resultados. El médico forense determinó que el cuerno izquierdo del cartílago laríngeo estaba fracturado, por lo que era «más o menos probable» que la muerte se hubiera producido por una «violenta asfixia mecánica provocada por la opresión del cuello (ya fuera por estrangulamiento manual o por estrangulamiento con otros métodos homicidas)». En otras palabras, Narducci había sido asesinado. Los periodistas, una vez más, se dieron un festín.
La Nazione
anunció:

HIPÓTESIS DE ASESINATO

SECRETOS CANDENTES

¿Fue Narducci asesinado porque sabía algo o había visto algo que no debía ver? Hoy día, los investigadores están convencidos, en su mayoría, de que detrás de los dobles homicidios perpetrados por Pacciani y sus compañeros de merienda hay una secta secreta… Un grupo integrado por unas diez personas encargó los asesinatos a una banda de secuaces compuesta por Pacciani y sus compañeros de merienda… La investigación de grupos secretos y esotéricos que practican espantosos «sacrificios» ha atraído incluso a investigadores de Perugia.

Una vez más, Spezi y yo no dábamos crédito al banquete de especulaciones a medio cocer con las que se cubría el caso, calificadas de sorprendentes verdades por periodistas que no sabían absolutamente nada de la historia del Monstruo de Florencia, que nunca habían oído hablar de la pista sarda y que se limitaban a repetir lo que filtraban los investigadores o la fiscalía. Apenas empleaban el condicional, y aún menos expresiones del tipo «presunto» o «de acuerdo con». Lanzaban interrogantes con la única intención de ser sensacionalistas. Spezi volvió a lamentarse de la penosa situación del periodismo italiano.

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