Read El monstruo de Florencia Online
Authors: Mario Spezi Douglas Preston
Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo
Cientos de supuestos detectives privados aterrizaron en Florencia, procedentes de todos los rincones de Italia, algunos con la solución de los crímenes en el bolsillo. Los había que se paseaban por las colinas florentinas armados hasta los dientes, buscando al Monstruo o haciéndose fotos posando amenazadoramente con sus pistolas, que luego aparecían en los periódicos.
Algunos se presentaban en la jefatura de policía asegurando que eran el Monstruo. Un individuo incluso logró acceder a la radiofrecuencia del servicio de ambulancias florentino para anunciar: «Soy el Monstruo y atacaré de nuevo».
Muchos florentinos observaban horrorizados el alto grado de perversidad, pensamientos conspiradores y simple locura que los asesinatos del Monstruo parecían despertar en sus conciudadanos. «Jamás pensé que en Florencia hubiera gente tan extraña», declaró Paolo Canessa, uno de los fiscales a cargo de la investigación.
«El principal temor —dijo con amargura el inspector jefe Sandro Federico— es que en algún lugar de este cenagal de locura anónima se encuentre la pista que necesitamos y nos pase inadvertida.»
Muchas cartas anónimas iban dirigidas a Mario Spezi, el «monstruólogo» de
La Nazione.
Entre ellas destacaba una, escrita en letra de imprenta. Spezi no sabía decir por qué, pero le había helado la sangre. Era la única que, en su opinión, sonaba verosímil.
ESTOY MUY CERCA DE TI. NUNCA ME ATRAPARÁS A MENOS QUE YO LO QUIERA. LA CIFRA FINAL AÚN QUEDA LEJOS. DIECISÉIS NO SON MUCHOS. NO ODIO A NADIE, PERO TENGO QUE HACERLO SI QUIERO VIVIR. SANGRE Y LÁGRIMAS SERÁN PRONTO DERRAMADAS. POR EL CAMINO QUE VAS NO LLEGARÁS A NINGÚN LADO. LO HAS INTERPRETADO TODO MAL. LO LAMENTO POR TI. NO COMETERÉ MÁS ERRORES, PERO LA POLICÍA Sí. DENTRO DE MÍ, LA NOCHE ES ETERNA. LLORÉ POR ELLOS. ESPÉRAME.
La referencia a las dieciséis víctimas resultaba desconcertante, pues el doble asesinato de Vicchio elevaba la cifra tan solo a doce (catorce contando los asesinatos de 1968). Parecía la carta de otro loco fantasioso. No obstante, alguien recordó que el año anterior, en Lucca, otra pareja de amantes había sido asesinada en su coche. No fue con una Beretta calibre 22 ni hubo mutilación, por lo que la policía nunca atribuyó oficialmente el crimen al Monstruo de Florencia. Pero hoy día sigue pendiente de resolverse.
Los rumores siguieron circulando a sus anchas por Florencia hasta que un incidente pareció aunar la opinión pública. La tarde del 19 de agosto de 1984, casi tres semanas después de los asesinatos de Vicchio, el príncipe Roberto Corsini desapareció en el extenso bosque que rodeaba el castillo familiar de Scarperia, situado a unos doce kilómetros de Vicchio. Vástago de la última línea principesca que quedaba en la Toscana, el príncipe Roberto pertenecía a una adinerada familia de largo linaje. Los Corsini habían dado al mundo un papa, Clemente XII, y construido un inmenso y bello palacio en Florencia frente al río Arno. En el Palazzo Corsini, la familia conservaba intacta la suntuosa sala del trono del papa Clemente XII, junto con una valiosísima colección de arte renacentista y barroco. Aunque en los últimos años la familia andaba escasa de dinero contante y sonante —hasta el punto de que la mayor parte del Palazzo Corsini sigue todavía hoy día sin instalación eléctrica—, a lo largo de los siglos había acumulado extensas fincas. El príncipe Neri, padre de Roberto, solía alardear de que podía viajar a caballo desde Florencia hasta Roma —unos trescientos kilómetros— sin salir de sus tierras.
El príncipe Roberto era un hombre hosco y taciturno que detestaba las obligaciones y la vida social propias de un aristócrata. Prefería vivir en el campo, en el castillo familiar, y verse únicamente con algunos amigos íntimos. No estaba casado y no parecía tener amigas especiales. Quienes le conocían bien se referían cariñosamente a él como «el oso» por su carácter áspero y solitario. Para otros era, sencillamente, extraño.
En torno a las cuatro de la tarde del domingo 19 de agosto de 1984, el príncipe Roberto dejó a unos amigos alemanes que se hospedaban en su castillo y se adentró solo en el bosque. No iba armado pero llevaba unos prismáticos. A las nueve de la noche, al ver que no regresaba, sus amigos se inquietaron; llamaron primero a la familia y luego a los carabinieri de Borgo San Lorenzo, el pueblo vecino. Los carabinieri y los amigos rastrearon el bosque durante gran parte de la noche. Cuando detuvieron la busca, no habían encontrado rastro alguno del príncipe.
Al alba reanudaron el rastreo. Uno de los amigos divisó una rama manchada de sangre. Se abrió paso hasta una quebrada próxima a un arroyo caudaloso y allí encontró las gafas rotas del príncipe. Unos pasos más adelante, la hierba estaba teñida de rojo. En la orilla, hundidos en el fango, encontró los prismáticos, y a unos metros un faisán muerto de un disparo. Y entonces tropezó con el príncipe, que estaba tendido boca abajo, muerto, con medio cuerpo en el agua y la cabeza atrapada en la hendidura de una roca.
El hombre giró el cuerpo; la cara del príncipe aparecía desdibujada por un disparo hecho a quemarropa.
Los rumores se extendieron por Florencia como el fuego. Mucha gente llevaba tiempo pensando que el Monstruo, por el hecho de parecer inteligente, astuto, frío y meticuloso, era un rico aristócrata. En opinión de muchos, la misteriosa muerte del príncipe, un individuo con fama de raro que vivía solo en un oscuro y siniestro castillo en la zona donde habían tenido lugar algunos de los asesinatos del Monstruo, no dejaba lugar a dudas: el príncipe Roberto Corsini era el Monstruo de Florencia.
Ni los investigadores ni la prensa habían insinuado en ningún momento que el asesinato del príncipe estuviera relacionado con el Monstruo de Florencia. La opinión pública interpretó este silencio como una prueba más de su culpabilidad: una familia extensa y poderosa como los Corsini tenía que proteger su reputación a toda costa. ¿Acaso no resultaba muy conveniente para la familia que el príncipe, puesto que era el Monstruo, hubiera muerto y ya no pudiera ir a juicio y mancillar su apellido?
Dos días más tarde, otro misterioso suceso reavivó los rumores. Alguien había entrado a robar en el castillo de los Corsini pero, por lo visto, no se había llevado nada. Nadie entendía por qué unos ladrones querrían entrar en una residencia abarrotada de agentes de policía que investigaban un asesinato. Se dijo que quienes habían entrado en el castillo no eran ladrones sino gente contratada para deshacerse de algunos objetos importantes, y probablemente truculentos, antes de que la policía los encontrara.
Los rumores continuaron incluso después de que se detuviera al asesino del príncipe cuatro días más tarde y confesara. Se trataba de un joven cazador furtivo que perseguía faisanes en la propiedad de los Corsini. El príncipe lo vio justo cuando estaba guardando un faisán en la bolsa y fue tras él. El cazador explicó que intentó dispararle en las piernas para que dejara de perseguirle, pero que Corsini, al ver que le apuntaba con la escopeta, se agachó para protegerse y recibió el tiro en plena cara.
Absurdo, dijo la opinión pública. Nadie mata a un hombre por tan poco. La historia no podía ser cierta; de hecho, era una prueba más de que la familia Corsini intentaba encubrir algo. Además, la historia del cazador furtivo no explicaba el misterioso allanamiento que había tenido lugar dos días más tarde.
Desde los salones de la aristocracia florentina hasta las trattorias de la clase trabajadora, un intrincado relato —la
verdadera
historia— empezó a circular. El príncipe Roberto Corsini era el Monstruo de Florencia. Su familia lo había descubierto y había hecho lo posible por ocultarlo. Pero otra persona —nadie sabía quién— también había descubierto el terrible secreto, si bien, en lugar de informar a la policía, se lo había callado y hacía chantaje al príncipe, de quien obtenía periódicamente generosos pagos por no desvelar la verdad. El domingo 19 de agosto, veinte días después de los asesinatos de Vicchio, el príncipe y su chantajista quedaron junto al arroyo y discutieron. Lucharon encarnizadamente y el chantajista disparó al príncipe.
Pero, continuaba el relato, alguien más sabía que Corsini era el Monstruo, de modo que el chantaje prosiguió, esta vez dirigido a la familia. No obstante, para que funcionara como era debido, los chantajistas necesitaban una prueba de que el príncipe Roberto era el Monstruo; una prueba espeluznante escondida en las profundidades del castillo. Eso explicaba el allanamiento de morada: los ladrones necesitaban encontrar una prueba, probablemente la Beretta, quizá algunas balas Winchester serie H, y puede que hasta los trofeos que el Monstruo había arrancado de los cuerpos de sus víctimas.
El rumor; fruto de la enrevesada imaginación de los florentinos, era completamente falso, imposible de creer, y tanto la prensa como los informes de los investigadores lo descartaban. La fantasía duró un año, hasta que la realidad la destruyó de la forma más contundente posible: con otro asesinato.
P
ara finales de 1984, el caso del Monstruo de Florencia se había convertido en una de las investigaciones criminales más notorias y comentadas de Europa. Jean-Pierre Angremy, un intelectual francés miembro de la Academia y en aquellos tiempos cónsul en Florencia, estaba fascinado con la historia y publicó una novela,
Une ville immortelle.
La escritora italiana Laura Grimaldi escribió una célebre novela sobre el caso,
La sospecha.
Magdalen Nabb, autora inglesa de novelas de misterio, escribió
The Monster of Florence.
Era el comienzo de una producción literaria que vería la publicación de numerosos ensayos y novelas basados en el caso. Este atrajo incluso la atención de Thomas Harris, que incluyó la historia del Monstruo en su novela
Hannibal,
la secuela de
El silencio de los corderos.
(En
Hannibal,
Hannibal Lecter se ha trasladado a Florencia, donde vive bajo el seudónimo de «doctor Fell» y trabaja de conservador de la biblioteca y los archivos del palacio de la familia Capponi, después de haber asesinado a su predecesor para que quedara vacante el puesto.) La editorial más importante de Japón pidió a Spezi que escribiera un libro sobre el Monstruo; y este lo hizo. (Sigue imprimiéndose y va por la sexta edición.) Se han publicado más de una docena de libros sobre el caso del Monstruo, así como un espantoso cómic para chicos adolescentes titulado
II Monello
(«El granuja»), que provocó un gran escándalo. El creador se abstuvo, sabiamente, de firmarlo con su nombre.
Como era de prever, también se hicieron películas sobre el caso: en 1984 se estaban rodando dos al mismo tiempo. El director de la primera optó por poner nombres ficticios a los personajes a fin de evitar problemas legales, pero la segunda era un documental categórico que terminaba diciendo que el Monstruo era miembro de una familia incestuosa y que la madre sabía que él era el asesino. La mayoría de los florentinos se indignó cuando se enteró de que los cineastas estaban rodando en las auténticas escenas de los crímenes. Los padres de las víctimas contrataron a un abogado para intentar detener el rodaje del documental. No lo consiguieron, pero su esfuerzo produjo un extraño fallo: el juez dictaminó que la película podía exhibirse en cualquier lugar de Italia excepto en Florencia.
En respuesta a las protestas públicas, la policía y los carabinieri reorganizaron la investigación en torno a una unidad especial, la Squadra Anti-Mostro o SAM, dirigida por el inspector jefe Sandro Federico. La SAM pasó a ocupar buena parte de la cuarta planta de la jefatura de policía de Florencia y recibió cuantiosos fondos y recursos, entre ellos una de esas máquinas que parecían casi milagrosas por su habilidad para encontrar la respuesta a cualquier problema: un ordenador IBM. La máquina, sin embargo, estuvo un tiempo acumulando polvo en un rincón; nadie sabía cómo funcionaba.
En la misma época en la que se produjeron los asesinatos de Vicchio, pareció que otro asesino en serie actuaba en Florencia. Seis prostitutas fueron asesinadas, una detrás de otra, en el centro de la ciudad. Pese a los crímenes del Monstruo, el homicidio seguía siendo un fenómeno raro en Florencia, por lo que la ciudad estaba horrorizada. Aunque los modus operandi de los asesinatos de las prostitutas eran distintos los unos de los otros y no guardaban parecido alguno con el de los asesinatos del Monstruo, ciertos elementos llevaron a la policía a pensar que podían estar relacionados. Todas las prostitutas aparecían asesinadas en el piso donde dirigían su negocio. Los crímenes destacaban por su sadismo y el asesino, o asesinos, nunca se llevaba el dinero o las joyas. El robo no constituía un móvil.
Mauro Maurri, el médico forense que había realizado las autopsias de las víctimas del Monstruo, se quedó perplejo cuando examinó las heridas de una de las prostitutas, a la que habían matado con un cuchillo después de torturarla. En opinión del doctor Maurri, las heridas de cuchillo recordaban a las de algunas de las víctimas del Monstruo, y era posible que hubieran sido efectuadas con un cuchillo de submarinismo.
¿Existía la posibilidad de que el Monstruo estuviera matando de otras formas, eligiendo otras víctimas?
—No lo sé —contestó Maurri cuando Spezi le formuló la pregunta—. Sería aconsejable realizar exámenes comparativos entre las heridas de cuchillo de los cadáveres de las prostitutas y las heridas de las víctimas del Monstruo.
Los investigadores, por razones que se desconocen, jamás solicitaron un examen comparativo.
La última prostituta asesinada vivía en un cuchitril de la via della Chiesa, en esos tiempos una calle muy pobre del barrio florentino de Oltrarno. En el piso había unos pocos muebles destartalados y en las paredes colgaban dibujos sencillos hechos por su hija, que el Estado le había arrebatado unos años atrás. Encontraron a la prostituta estirada en el suelo junto a la ventana. El asesino había utilizado un jersey a modo de camisa de fuerza para sujetarle los brazos y la había asfixiado introduciéndole un trapo en la garganta.
La policía registró hasta el último centímetro del piso en busca de pistas. Observaron que el calentador de agua se había reparado no hacía mucho y que la empresa, Quick House Repair, había pegado su etiqueta en el tanque. Uno de los detectives, al ver el nombre, hizo una importante conexión y regresó a la sala, donde el inspector Sandro Federico seguía examinando el cuerpo de la prostituta asesinada.