El monstruo de Florencia (17 page)

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Authors: Mario Spezi Douglas Preston

Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo

En lugar de repasar una vez más las pruebas y releer los miles de páginas de interrogatorios, Perugini optó por resolver el caso por la vía moderna: con ordenadores. Estaba entusiasmado con los métodos científicos empleados por el FBI para seguir la pista de asesinos en serie. Finalmente, desempolvó el IBM que el Ministerio del Interior había facilitado a la SAM y lo encendió.

Elaboró una lista con los nombres de todos los hombres de la provincia de Florencia de entre treinta y sesenta años, que hubieran sido detenidos alguna vez por la policía y pidió al ordenador que redujera la lista a los condenados por delitos sexuales. A renglón seguido, cotejó los períodos de encarcelamiento con las fechas de los homicidios del Monstruo, con lo que identificó a los que estaban en prisión cuando el Monstruo no asesinaba y fuera de prisión cuando el Monstruo mataba. La lista, que al principio contenía miles de nombres, quedó reducida a unas pocas docenas. Y allí, formando parte de ese particular grupo, apareció el nombre de Pietro Pacciani, el agricultor denunciado por una carta anónima tras los últimos asesinatos del Monstruo.

Perugini hizo otra criba en el ordenador para determinar cuántos de los sospechosos habían vivido en las zonas donde el Monstruo había actuado, o alrededores. El nombre de Pacciani asomó de nuevo después de que Perugini ampliara generosamente la definición de «en y alrededor» para incluir casi toda Florencia y sus aledaños.

La aparición del nombre de Pacciani en esta segunda criba reforzó el mensaje anónimo que había llegado el 11 de septiembre de 1985, donde se aconsejaba a la policía que interrogara «al ciudadano Pietro Pacciani, natural de Vicchio». Así fue como el sistema de investigación criminal más avanzado de la historia, el ordenador, se unió con el más antiguo, una carta anónima. Ambos sistemas señalaban al mismo hombre: Pietro Pacciani.

Pietro Pacciani se convirtió en el sospechoso predilecto de Perugini. Solo quedaba reunir las pruebas contra él.

El inspector Perugini ordenó un registro de la casa de Pacciani y obtuvo lo que, en su opinión, eran pistas más que incriminatorias. Entre ellas destacaba una reproducción de la
Primavera
de Botticelli, el famoso cuadro de la galería de los Uffizi donde, entre otras cosas, aparece una ninfa pagana con flores brotando de su boca. La imagen hizo que Perugini recordara la cadena de oro que descansaba sobre los labios de una de las primeras víctimas del Monstruo. Tanto lo cautivó esta pista que la utilizó para la cubierta del libro que más tarde publicaría sobre el caso; aunque en ella, la ninfa de Botticelli aparece vomitando sangre en lugar de flores. Reforzando esta interpretación, Perugini tomó nota del póster central de una revista pornográfica colgado en la cocina de Pacciani, rodeado de imágenes de vírgenes y santos, que mostraba una mujer en
topless
sujetando provocativamente una flor entre los dientes.

Justo después de que se produjera el último doble homicidio del Monstruo, Pietro Pacciani había sido encarcelado por violar a sus hijas. Esto, para Perugini, era otro dato importante. Explicaba por qué en los últimos tres años no había habido asesinatos.

El asesinato que más atraía la atención de Perugini era el de 1951. Se había cometido en las proximidades de Vicchio, lugar de nacimiento de Pacciani, donde el Monstruo había atacado dos veces. A primera vista hacía pensar en un crimen del Monstruo: dos jóvenes haciendo el amor en un coche, en el bosque de Tassinaia, asaltados por un asesino oculto entre unos matorrales. Ella tenía dieciséis años, era la chica más guapa del pueblo y la novia de Pacciani. Su amante era un vendedor ambulante que iba de pueblo en pueblo vendiendo máquinas de coser.

No obstante, examinado de cerca, se trataba de un crimen distinto: desordenado, rabioso e improvisado. Pacciani golpeó al hombre en la cabeza con una piedra antes de apuñalarle. Luego arrojó a su novia al suelo y la violó junto al cadáver de su rival. Hecho esto, se colgó el cuerpo del vendedor ambulante al hombro para trasladarlo a un lago cercano. Después de andar un rato, desistió y abandonó el cadáver en medio de un campo. Los criminólogos lo llamarían un homicidio «desorganizado», a diferencia de los homicidios bien organizados del Monstruo. Tan desorganizado, de hecho, que Pacciani enseguida fue detenido y condenado.

El asesinato del bosque de Tassinaia parecía un crimen pasional de otra época. Probablemente se trata del último relato de amor y muerte inmortalizado en una canci ón a la manera tradicional tos cana. En aquellos tiempos solo qu edaba un hombre en toda la Tos cana que todavía ejerciera la antigua profesión del
cantastorie,
especie de trovador errante que componía canciones a partir de historias reales. Aldo Fezzi recorría la Toscana luciendo una llamativa chaqueta roja incluso en pleno agosto; iba de ciudad en ciudad, de feria en feria, cantando historias rimadas e ilustrando la acción con dibujos. Fezzi componía la mayoría de sus canciones basándose en historias que recogía en sus viajes. Algunas eran divertidas y picantes; otras eran trágicos relatos de celos y asesinatos, amores imposibles y salvajes
vendettas.

Fezzi compuso una canción sobre el asesinato del bosque de Tassinaia, que cantaba por el norte de la Toscana.

Voy a cantaros una historia trágica y sensacional,

de la ciudad de Vicchio, en el Mugello.

En la granja Iaccia de la región de Paterno,

habitaba un mancebo cruel y violento.

Quedaos a escuchar y las lágrimas os saltarán,

Pier Pacciani era su nombre, veintiséis años su edad.

Oh, escuchad la historia que me dispongo a contar;

os garantizo que la sangre os helará…

Perugini interpretó como una pista clave que Pacciani, según contó a los investigadores, hubiera montado en cólera, mientras espiaba a los amantes desde los matorrales, cuando su novia se destapó el seno izquierdo para disfrute de su seductor. Fue en ese momento cuando atacó. A Perugini, aquella historia le recordaba el seno izquierdo arrancado a las dos últimas víctimas del Monstruo. El destape del seno izquierdo, sostenía el inspector jefe, era el acontecimiento que había desatado la ira homicida de Pacciani, y esta ira había permanecido en su inconsciente para reaparecer años más tarde, cada vez que se repetía la situación, cada vez que veía a dos jóvenes haciendo el amor dentro de un coche.

Hubo quien señaló que el seno izquierdo era el más fácil de cercenar por un asesino diestro, y se sabía que el Monstruo era diestro. Pero esa explicación era demasiado simple para Perugini.

Perugini descartó las reconstrucciones realizadas hasta la fecha de los crímenes del Monstruo, las cuales no parecían señalar a Pacciani como el asesino. Por ejemplo, resultaba difícil imaginar a un agricultor achacoso, gordo, bajo y alcohólico, que no medía más de metro sesenta, en la escena del crimen de Giogoli, donde el asesino había apuntado a través de una ventanilla que se hallaba a un metro setenta y cinco centímetros del suelo. Más aún costaba imaginarlo en la escena del último crimen, el claro de Scopeti, donde el asesino había dado alcance a un hombre de veinticinco años aficionado a las carreras de cien metros lisos. En el momento del crimen de Scopeti, Pacciani tenía sesenta años, había sufrido un ataque al corazón y le habían hecho un
bypass.
Su historial médico revelaba que tenía escoliosis, una rodilla atrofiada, angina de pecho, enfisema pulmonar, infecciones de oído crónicas, múltiples hernias discales, espondiloartrosis, hipertensión, diabetes y pólipos en la garganta y los riñones, entre otros males.

La otra «prueba» incriminatoria que Perugini y su equipo recuperaron de la casa de Pacciani consistía en una bala de una escopeta de caza, dos cartuchos de la Segunda Guerra Mundial (uno de los cuales empleaba como jarrón), una fotografía de Pacciani posando de joven con una pistola automática, cinco cuchillos, una postal enviada desde Calenzano, un libro de registro en cuya primera hoja aparecía toscamente dibujada una carretera imposible de identificar y una pila de revistas pornográficas. Perugini también interrogó a varios testigos, que describieron a Pacciani como un cazador furtivo y un hombre violento que en las fiestas populares no podía tener las manos quietas en los bolsillos y molestaba a todas las mujeres.

Pero la prueba reina hallada en la casa de Pacciani era un cuadro inquietante. En él aparecía un gran cubo abierto con un centauro dentro. La mitad humana del centauro era un general con un cráneo por cabeza y un sable en la mano derecha. La parte animal representaba un toro cuyos cuernos adquirían la forma de una lira. Esta extraña criatura tenía órganos sexuales femeninos y masculinos y enormes pies de payaso. También había momias con aspecto de policías, una de ellas haciendo un gesto vulgar. En un rincón, con un sombrero en la cabeza, había una serpiente sibilante enroscada. Y, delante de todo eso, lo más significativo: siete cruces plantadas en el suelo y rodeadas de flores.

Siete cruces. Siete crímenes del Monstruo.

El cuadro lo firmaba «PaccianiPietro», y el título estaba mal escrito:
Sueño de ciencia ficción.
El inspector jefe Perugini entregó el cuadro a un psicólogo para que lo analizara. La conclusión: el cuadro era «compatible con la personalidad del supuesto Monstruo».

En 1989, Perugini ya tenía prácticamente cercado a Pacciani. Pero antes de poder colgarle el letrero de «Monstruo» en el cuello, tenía que explicar cómo había llegado a manos de Pacciani la pistola utilizada en el crimen de 1968. Perugini no se anduvo con rodeos: acusó a Pacciani de ser también el autor de los asesinatos de 1968.

Mario Rotella, el juez instructor, había estado observando la investigación de Perugini con consternación, ya que la veía como un intento de crear un monstruo de la nada utilizando como punto de partida la personalidad convenientemente violenta de Pietro Pacciani. Pero intentar acusar a Pacciani del doble homicidio de 1968 sin disponer del menor indicio era ir demasiado lejos. Era un claro desafío a la investigación de la prueba sarda. Como juez instructor, Rotella se negó a dar su aprobación.

La investigación del inspector Perugini contaba con dos poderosos respaldos: el fiscal Vigna y la policía. Los carabinieri, por su parte, apoyaban a Rotella.

El forcejeo entre Vigna y Rotella, entre la policía y los carabinieri, alcanzó finalmente su punto álgido. Vigna dirigió la ofensiva. Declaró que la investigación de la pista sarda no era más que el resultado estéril de haber prestado atención a los desvaríos de Stefano Mele. Era una pista falsa que había desviado la investigación durante más de cinco años. Rotella y los carabinieri defendieron la investigación de la pista sarda, pero estaban en el bando perdedor. Habían permitido que su principal sospechoso, Salvatore Vinci, se les escurriera de las manos tras obtener la absolución en Cerdeña. Rotella, con sus discursos condescendientes y su falta de carisma, se había granjeado la antipatía de la prensa y el público. Vigna, por el contrario, era visto como un héroe. Por último, estaba Pacciani —asesino despiadado, violador de hijas, alcohólico, hombre que maltrataba a su esposa y obligaba a su familia a alimentarse con comida para perros—, un ser absolutamente monstruoso. Para muchos florentinos, si no era el Monstruo, se le parecía mucho.

Vigna ganó. Al coronel de los carabinieri encargado de la investigación del Monstruo lo trasladaron a otro destino y Rotella recibió la orden de cerrar los expedientes, elaborar un informe final y retirarse del caso. El informe, le indicaron, debía absolver a todos los sardos de cualquier implicación en los asesinatos del Monstruo.

Los carabinieri, furiosos con este giro de los acontecimientos, abandonaron oficialmente la investigación del caso del Monstruo. «Si un día —dijo un coronel de los carabinieri a Spezi—, el verdadero Monstruo llegara a nuestro cuartel con su pistola y hasta con un pedazo de su víctima, nuestra respuesta sería: "Vaya a la comisaría de policía, no tenemos el más mínimo interés en usted o en su historia".»

Rotella preparó el informe final. Era un documento curioso. A lo largo de más de cien páginas, exponía de forma clara y lógica la acusación contra los sardos. Explicaba detalladamente los asesinatos de 1968, cómo se llevaron a cabo y quién participó en ellos. Trazaba la posible ruta seguida por la Beretta calibre 22 de Holanda a Cerdeña y de ahí a la Toscana, y la colocaba en las manos de Salvatore Vinci. Argumentaba de forma convincente que los sardos que participaron en el crimen de 1968 sabían quién se llevó la pistola a casa y, por tanto, conocían la identidad del Monstruo de Florencia. Y esa persona era Salvatore Vinci.

Y de repente, en la última página, añadía: «P.Q.M.
[Per quiesti motivi,
Por estas razones] no se proseguirá con la investigación». Descartaba todas las pruebas y acusaciones contra los sardos y los absolvía oficialmente de cualquier implicación en los asesinatos del Monstruo de Florencia y el crimen de clan de 1968. Mario Rotella abandonó el caso y fue destinado a Roma.

«No tenía otra salida —explicó Rotella a Spezi en una entrevista—. Este final ha sido motivo de gran amargura para mí y para muchos otros.»

Era evidente entonces, como lo es ahora, que Rotella y los carabinieri, pese a sus desaciertos, se hallaban en el buen camino. Eran muchas las probabilidades de que el Monstruo de Florencia fuera un miembro del clan sardo.

Descartar oficialmente la pista sarda significaba que a partir de entonces la investigación del Monstruo podía tomar cualquier dirección salvo la correcta.

24

L
os carabinieri sacaron a sus hombres de la SAM y la unidad especial anti-Monstruo se reorganizó, bajo el mando del inspector jefe Perugini, como una fuerza exclusiva de la policía. Pacciani era ahora el único sospechoso, por lo que procedieron a perseguirlo sin tregua. El inspector jefe no dudaba de que el final se hallaba cerca y estaba decidido a acelerarlo.

Corría el año 1989 y el Monstruo llevaba cuatro años sin matar. Los florentinos empezaron a creer que la policía, finalmente, había dado con el hombre acertado.

Perugini asistió a un popular programa de televisión y se convirtió en una celebridad cuando, al final del mismo, miró fijamente a la cámara con sus Ray-Ban de cristales ahumados y habló directamente al Monstruo en un tono firme pero comprensivo: «No estás tan loco como la gente dice. Tus fantasías, tus impulsos, se han apoderado de tu mano y dirigen tus actos. Sé que incluso en este momento estás intentando combatirlos. Queremos que sepas que te ayudaremos a superarlos. Sé que el pasado te enseñó a ser discreto y suspicaz, pero en este momento no te estoy mintiendo y nunca te mentiré. Si decides liberarte de ese Monstruo que te tiraniza —pausa—, ya sabes cómo, cuándo y dónde encontrarme. Te estaré esperando».

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