—Sí, me di cuenta de ello. Y no, no me molestó; más bien me sorprendió.
—Lo comprendo perfectamente. Bety, verá, si no me hubiera mostrado el retrato que le hizo Craig no habría sido lo mismo.
—No entiendo…
—Concédame un minuto.
Mary continuó pasando las páginas, evidentemente buscando alguna en concreto. Aunque su propósito estaba muy definido, ocasionalmente se recreaba en alguna de las instantáneas.
Hasta que encontró lo que buscaba.
Señaló una foto en concreto. Tres jóvenes cogidos por los hombros, en un plano de medio cuerpo. Ellos, el torso desnudo; ella, con un bikini. Un día soleado, con el río, o quizás el mar, al fondo. Expresión de felicidad en sus morenos rostros, casi rozando la carcajada. El joven de la izquierda, un Craig veinteañero, con sus alegres ojos azules irradiando vida. La foto encarnaba a la perfección la fuerza de la juventud, la alegría de vivir, la plenitud propia de ese momento en el que la vida parece puesta, como un juguete, a nuestra entera disposición.
Bety miró la fotografía; la atención dejó paso a la sorpresa y esta a la estupefacción cuando, por fin, comprendió la intención de Mary Ann al mostrársela.
—Pero ¡si soy yo!
E
ra ella misma, en efecto, con quince años menos. Casi idéntica en todo, solo muy pequeños detalles casi inapreciables las diferenciaban: no la edad o el corte de pelo, que por supuesto la situaban en los años setenta, sino las pestañas, más largas las de la joven; o su piel un tanto pecosa; o los hombros, más anchos y musculosos, por el mayor pecho de Bety; o la nariz, un poco más ancha; o la forma de los pómulos, algo más esquiva.
—¿Me comprende ahora? Le dije antes que Craig jamás dibujaba nada que no le impresionara. Prácticamente nunca hizo retratos, excepto los dos que le comenté. No sabía si decírselo, pero, cuando me enseñó su retrato, no tuve dudas. ¡Bety, usted es su auténtica doble!
—¡Es increíble!
—Un parecido en verdad asombroso.
—¿Y quién es ella?
—Se llamaba April Evans.
—April… Craig la amaba. ¡Me lo contó! Estuvieron a punto de casarse. Pero ella…
—Una historia triste: un accidente de tráfico truncó su destino. Perdió el control de su coche y se estrelló contra un camión. Murió en el acto. Una tragedia, ¡tan joven! Todos la queríamos: ¡era perfecta! Y Craig nunca más volvió a hablar de matrimonio. A lo largo de su vida tuvo otras relaciones, más o menos duraderas, pero siempre pasajeras.
Bety extrajo el dibujo del portafolio y lo comparó con la fotografía. Los trazos, suficientes y sugestivos pero incompletos en el detalle, reforzaban la similitud al máximo. April era Bety y Bety, April. Se frotó los ojos, aún incrédula.
—Puedo imaginar la impresión que le causaría a Craig verla a usted, su gran amor revivido.
—Ahora comprendo porque apenas me miraba cuando estaba dibujando. No lo necesitaba.
—Craig y yo manteníamos cierto contacto. Realizó un viaje relámpago a Nueva York poco tiempo antes de su muerte pero no pudimos vernos porque yo tenía un compromiso previo en la Costa Oeste. Nos cruzamos varios correos, y recuerdo un detalle concreto que me llamó la atención: dijo que había encontrado en San Sebastián motivos para la sorpresa y la alegría, tal cual suena. Ahora, viéndola a usted, no me extraña lo más mínimo.
Bety estaba desconcertada, la sobrepasaban las circunstancias. Toda su relación con Craig cobraba una nueva dimensión: ¿cuánto hubo de natural en ella? ¿Es que solo veía en ella a la mujer ausente? ¿Qué pudo sentir cuando ella elogió sus cualidades y el rio, contestando que, si tuviera treinta años menos, no hubiera hablado de esa manera? Prefirió dejar esas cuestiones para más tarde, centrándose en la fotografía.
—Los tres son nadadores… Sus espaldas no dejan lugar a dudas. Son April, Craig y este tercero solo puede ser Chris.
—En efecto. Veo que Craig le explicó muchas cosas de su vida. Es Chris, sí. Una foto tomada en tiempos mejores, antes de que su amistad se trocara en odio.
—¿Odio? Pero ¡si eran los mejores amigos! ¡Chris le salvó la vida en Vietnam, durante la ofensiva del Tet!
—Ya, pero eso fue antes de que… Ah, caramba, ¡ya comprendo! ¡Craig no le explicó el motivo de su enemistad!
—No, no lo hizo.
Mary Ann observó a Bety; estaba expectante, pero también aturdida, como si hubiera sido víctima de un engaño por parte de alguien muy querido. Y era posible que esos fuesen precisamente sus sentimientos.
—Bety, se está haciendo tarde. Llevamos un buen rato hablando, y pienso que esta conversación va a prolongarse más de lo que ambas pensábamos. ¿Qué le parece si comemos juntas, aquí, en mi casa? Los trenes a Nueva York salen cada hora y si no tiene inconveniente podría viajar más tarde.
—Se lo agradezco, Mary Ann. Pero pongo una condición: déjeme colaborar en la cocina.
—¡Nada de eso! No hay gran cosa, lo justo para hacer una ensalada y unos huevos revueltos. No aprender a cocinar fue una de las contrapartidas de mi vida profesional: ajetreados horarios de informativos y cocinas en los estudios para todo el personal. No, yo la prepararé. Quédese hojeando el álbum: las fotos de familia dicen poco a quien no pertenece a ella, pero, en su caso, seguro que satisface cierta curiosidad.
Mary Ann se fue a la cocina no sin antes encender más lámparas en el salón, dejándola acompañada por el crepitar del fuego. Bety se sumergió en el álbum, contemplando en especial las fotografías en las que aparecía April. Estaban captadas en dos ocasiones diferentes, separadas en el tiempo. Las primeras estaban tomadas en verano y las segundas más adelante, en otoño o en invierno. Si en las primeras estaban los tres, en las segundas solo aparecían April y Craig. Y, si en las primeras todos sonreían felices, en las segundas ellos dos lo hacían con cierta languidez e, incluso, Bety creyó apreciar un pesar oculto. ¿Una premonición de lo que estaba por venir? Rechazó esa idea por novelesca, reconociéndola como muy propia de la mentalidad narrativa de Enrique. Nadie prevé el futuro; si en sus rostros se adivinaba una pena, era porque la vivían en el aquel lejano presente.
Bety sintió un deseo incontrolable y, aunque sabía que no era lo correcto, fue incapaz de reprimirse. Capturó la imagen de los tres jóvenes con su móvil; dos, tres fotos seguidas, asegurándose de haberlas tomado correctamente. Después cerró el álbum y esperó. Era paciente y Mary Ann tenía todas las respuestas a sus preguntas.
M
ary Ann no tardó en regresar con un gran bol de ensalada y unos huevos revueltos. Bety la ayudó a disponer la mesa, y continuaron charlando mientras comían. Mary Ann comenzó su historia situándola justo tras el retorno de Chris y Craig de Vietnam.
—Nos comunicaron que Craig estaba herido el 15 de febrero del 68. Dio la casualidad de que cuando recibimos la comunicación yo estaba en casa estudiando; supe que había ocurrido algo malo de inmediato, en cuanto mi madre contestó a la llamada. Una corazonada, un gesto, un sobresalto en su voz; no sabría decirte cómo lo supe. Estaba sentada en aquel sofá y me puse de pie, expectante. Recuerdo a la perfección a mi madre aguantándose las lágrimas hasta haber colgado el teléfono. Después, me abrazó, mientras murmuraba que Craig estaba herido y que lo traerían a casa en unos días. La noticia nos dejó a todos desorientados. Nos dijeron que había recibido disparos en ambas piernas, pero que su gravedad era relativa. De momento no podía caminar, y no sabíamos si debíamos estar tristes por las heridas o alegres porque regresaba.
»Quien se lo tomó peor fue nuestro padre. Una vez conoció la noticia no hizo sino gritar que había sido culpa suya, que debería haber evitado su alistamiento. No tenía razón, porque Craig era mayor de edad y fue su decisión, pero cuando se lo comentamos dijo que los problemas venían de antes, que él debería haber cortado sus amistades tiempo atrás, cuando era más joven.
—Craig me contó que se alistó junto a Chris…
—Y a él le echó la culpa nuestro padre. Parece ser que el padre de Chris era un anticomunista furibundo, casi un extremista, y había transmitido esa ideología a su hijo.
—Creo recordar que al principio solo se alistaban soldados procedentes de extracciones sociales más bajas.
—Sí, para muchos el ejército era una manera de encarrilar su vida. Fue un asunto muy polémico en su momento. Craig acababa de terminar sus estudios, y cuando comenzaba a estudiar alguna oferta laboral ya en serio apareció en casa diciéndonos que se había alistado… Pero me estoy alejando del asunto. No mucho, porque también Chris tiene que ver en esta segunda parte de la historia.
»El 20 de febrero regresó a casa. Lo trajo una ambulancia militar; se abrió la puerta trasera y dos soldados bajaron la silla de ruedas hasta el suelo. Nos precipitamos a abrazarlo cuando otro soldado bajó de un salto tras ellos.
—¿Chris?
—En efecto. Mi madre ni lo vio, no hizo sino abrazar y besar a Craig como si aún no creyera que estaba allí, pero papá se detuvo en seco y yo, que estaba en segundo plano, pude contemplar toda la escena. Papá se fue hacia Chris con el dedo extendido, gritándole que había ocurrido por su culpa y Craig, desde la silla de ruedas, apartó como pudo a mamá gritando que fue precisamente Chris quien le había salvado la vida.
—Debió ser una situación muy violenta.
—Lo fue. Mi padre echó a Chris mientras Craig intentaba impedirlo. Mamá lloraba, por todos ellos, intentando mediar. Y yo no sabía qué hacer. Al final, la ambulancia se fue, con Chris en su interior. Entramos todos en casa con la sensación de haber vivido un clímax. ¡Qué equivocados estábamos! La velada no resultó alegre: Craig nos contó lo sucedido, cómo Chris se había quedado junto a él arriesgando su vida, y papá reconoció sus méritos, pero continuó acusándolo de ser el instigador de su alistamiento.
»Pasaron los días y recuperamos cierta normalidad. Las heridas de Craig cicatrizaban correctamente y comenzó a andar y, un mes después, incluso a nadar. ¡Esa fue la mejor medicina posible! Sus amigos venían a verlo, a excepción de Chris, claro, y comenzó a salir de nuevo.
—Pero ¿y April?
—April pasó muchos días aquí, acompañando a Craig. Parecía lógico, porque era una sus compañeras del equipo de natación… Y también la novia de Chris.
—¿Qué?
—Lo que has oído. Nunca supimos si venía a visitarlo en representación de Chris, al que, cuando aún no salía de casa, no podía ver. Pero lo cierto es que April cada vez venía más… Y acabó por venir a buscarlo con su coche. Pasaban juntos días enteros y, salvo que uno estuviera ciego, era evidente lo que estaba sucediendo.
—Se estaban enamorando.
—Sí. Conocíamos a April desde que era una niña; habíamos acompañado a Craig a muchísimas competiciones: escolares, regionales, estatales, federales y al fin las eliminatorias para el equipo olímpico. Era muy, muy hermosa. ¡Como tú! Pero, además, era dulce como la miel sin resultar nada empalagosa. La veía como una hermana pequeña de Craig… Hasta esos días. Yo ya había conocido por aquel entonces el amor y el desamor, y vi en sus ojos ese brillo tan especial que brilla tan pocas veces en nuestras vidas. Hablé con Craig. No lo negó. Y también conocía las consecuencias.
—Chris… ahora comprendo por qué dijiste que pasaron del amor al odio.
—Craig se la levantó en sus mismísimas narices. ¡Bueno, no fue exactamente así! Las cosas del querer son ingobernables, especialmente durante la juventud. Pero, a los ojos de todo el mundo, es lo que sucedió. Y claro, cuando se enteró, Chris no se lo tomó nada bien.
—¿Qué hizo?
—Se presentó aquí una noche. Era tarde, y estaba bebido; entró con su coche en el jardín embistiendo la cerca. Mis padres aún no sabían lo que había sucedido, y fui yo quien detuvo a papá: no apreciaba nada a Chris, pero en esta ocasión la razón estaba de su lado. Papá no pintaba nada en esa historia, era algo que debían arreglar ellos dos.
»Era una noche de luna llena y el cielo estaba despejado. Pude ver que Chris iba vestido de militar. Discutieron. Chris gritaba y Craig intentaba calmarle. Chris estaba muy borracho y apenas se entendía lo que decía, pero bien podía imaginármelo. De repente, Chris golpeó a Craig: un puñetazo directo al rostro. Mi hermano no lo devolvió. Agachó la cabeza y Chris le propinó un segundo puñetazo. Craig lo encajó de nuevo, sin responder. ¡No quería pelear! Chris le dio varias bofetadas, cada vez con menos fuerza, y acabó sacudiéndolo por las solapas de la chaqueta. Después, se deslizó a sus pies, abrazándole las piernas. Craig quiso levantarlo, pero Chris se deshizo de sus manos y se alejó hacia el coche, tambaleándose.
—¿Volvieron a verse?
—Sí. Después de este incidente, no hubo más problemas, o al menos no fueron públicos. Para mis padres era un asunto desagradable ya finalizado, pero yo contaba con la confianza de mi hermano y me contaba cosas que ellos ignoraban. Chris volvió a ver a mi hermano, comportándose como si nada hubiera sucedido: Craig había prometido regresar con él a Vietnam, reengancharse por un periodo de dos años más, pero, cuando Chris le recordó esta promesa, Craig se negó. Le dijo que April y él habían decidido casarse. Habían fijado la fecha de forma inmediata: lo harían tres semanas más tarde. Y… hay un detalle que…
—Ella estaba embarazada.
Mary Ann dio un respingo en su asiento; la certeza con la que Bety había dado forma a su inacabada frase la dejó completamente perpleja. Bety tenía sus propios motivos para haber llegado a esta conclusión, pero por el momento no iba a compartirlos ni con Mary Ann ni con nadie más.
—¿Cómo…? ¿Cómo lo has sabido?
—Imaginé que eso lo explicaba todo.
—Sí, April estaba embarazada, pero su boda iba a ser por verdadero amor, no como consecuencia de su embarazo. Ese detalle no lo supe hasta después del accidente, cuando consolaba a Craig y entendí lo ocurrido.
—Las fotos del álbum… Mientras preparaba la cena pude ver algunas en las que tanto April como Craig mostraban una alegría melancólica, con un poso de tristeza en sus miradas.
—Ese era su estado de ánimo. Tuve ocasión de charlar con los dos, tanto juntos como por separado. Recuerde que yo era mayor que April, no mucho, es cierto, pero sí lo suficiente para que pudiera encontrar en mí cierto apoyo y consejo. Ambos estaban tristes porque, aunque se amaban, sentían que habían traicionado a Chris. Y eran personas lo suficientemente buenas y honradas para sentirse infelices por ello.