El Valle de los lobos (9 page)

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Authors: Laura Gallego García

Kai no dijo nada, pero tampoco hizo nada por marcharse. Quedaron en silencio un buen rato. Cuando él ya pensaba que Dana se había dormido, oyó la voz de la chica, lenta y serena:

—Había una mujer. Me ha dicho...

—Está bien, Dana. Era sólo un sueño.

—No, estoy segura de que eso no lo era. Me ha dicho que estaba prisionera. Se ha comunicado conmigo y me ha pedido que buscase al unicornio.

—¿Que se ha comunicado contigo? ¿Qué quieres decir?

—Parecía una maga, una hechicera de gran poder. Debe de haber mandado una imagen suya desde el lugar donde está prisionera.

—¿Y por qué a ti? ¿No será más bien al Maestro?

—No sé. Pero me ha pedido que no se lo dijera a nadie.

—Me lo acabas de decir a mí —observó Kai—. ¿Es que yo no soy nadie?

El chico volvía a mostrarse mordaz, y Dana se puso a la defensiva, lamentando que hubiese acabado ya aquel momento en que todas las barreras parecían haber desaparecido.

—Hay gente que no cree en lo que no puede ver —replicó secamente—. Por ejemplo, para Maritta no eres nadie; y para la inmensa mayoría de las personas, tampoco.

Se arrepintió inmediatamente de haberlo dicho cuando percibió la mirada, profundamente dolida, que le dirigió Kai.

—Lo siento —se apresuró a decir ella—. No quería herirte...

—Llevas mucho tiempo haciéndolo —le reprochó él.

—Lo siento. Yo... no sé qué me pasa —sintió de pronto un acuciante deseo de hacer las paces con él, de que todo volviese a ser como antes—. Nunca podrás perdonarme.

—Ni tú a mí tampoco —respondió Kai tras un momento de silencio—. Me he portado fatal contigo. Sólo pensaba en mí mismo.

Dana respiró profundamente. No había imaginado que terminarían diciendo aquellas cosas, y sólo se le ocurrió algo para concluir:

—Entonces, ¿volvemos a ser amigos, como antes?

—¿Es lo que quieres?

—No sé. Me da miedo. No sé quién eres.

—Antes no te importaba.

—Antes no es ahora. Sé muchas más cosas sobre todo, pero sigo sin saber nada de ti.

—Todo a su tiempo —susurró él, acariciándole el pelo—. Ahora debes dormir y descansar. Y mañana buscaremos al unicornio.

—¿Buscar al unicornio?

—¿No es eso lo que te ha pedido esa mujer que hicieras?

—También me ha pedido que no diga nada a nadie. Pero yo no puedo actuar a espaldas del Maestro, Kai. Nadie puede. Él lo sabe todo.

—Ya pensaremos en algo. Buenas noches.

Dana se acurrucó junto a él. De pronto, todo parecía mucho más sencillo.

—Buenas noches, Kai —respondió, y cerró los ojos, contenta de poder ser por una noche de nuevo una granjera, y no una seria aprendiza de maga.

Mucho después de que Dana se durmiera, Kai seguía despierto, a su lado, siempre a su lado, velando su sueño y sumido en una tristeza que su amiga nunca llegaría a comprender, una tristeza infinitamente mayor que la que jamás sentiría ella.

Los días siguientes fueron mucho más confusos. Dana había decidido —para desencanto de Kai— no volver a pensar en la mujer de la túnica dorada que le pedía ayuda desde la distancia. Tenía muchas cosas que hacer, y no quería meterse en problemas.

Pero la prisionera no pensaba como ella.

Se le apareció muchas otras veces: en su cuarto, en las escaleras, en el patio, en el estudio, en la biblioteca... a veces eran imágenes de gran precisión y claridad, y otras veces Dana apenas podía distinguir los contornos de su figura. A veces ella no hablaba, pero cuando lo hacía siempre repetía el mismo mensaje: «Busca al unicornio...».

Al principio Dana había tratado de preguntarle más cosas, pero parecía que el poder de la dama era limitado, porque la imagen no era capaz de decir mucho más. Al final, cansada, Dana decidió actuar como si no existiera. Estaba harta de ver cosas que nadie más podía ver.

Sin embargo, así era imposible concentrarse. Cuando una tarde Dana salió chamuscada de su estudio tras conjurar a un genio del fuego, se dio cuenta de que tendría que hacer algo y rápido. Si no lograba centrarse en sus estudios, podía peligrar incluso su propia vida.

VI. PREGUNTAS

De modo que Dana se encerró en la biblioteca y se puso a buscar datos sobre los unicornios.

Reunió bastante información, pero nada que le resultase realmente de utilidad: había tantas leyendas acerca de los unicornios que no sabía cuáles eran verdaderas y cuáles no.

Un día se encontró con Fenris en la biblioteca, y, venciendo su reticencia, se acercó a preguntarle por los unicornios. El mago elfo estaba de buen humor aquella mañana, y sonrió.

—Me preguntaba cuánto tardarías en interesarte por el tema.

—¿Por qué?

—Porque todos los magos buscan un unicornio en algún momento de sus vidas. Se dice que su cuerno mágico proporciona un poder casi ilimitado a quien lo posee.


Se dice
—observó ella sagazmente—. ¿Y eso es cierto o es una leyenda? Se ha escrito tanto acerca de los unicornios que cualquier cosa podría ser falsa. La información a veces se contradice. ¿Cómo sé qué libros dicen la verdad, y cuáles son sólo cuentos de hadas? Es frustrante.

—La simple búsqueda del unicornio es ya de por sí algo frustrante. Muchos magos y aprendices antes que tú ya intentaron atrapar uno, sin resultado. Incluso hay quien dice que se han extinguido.

—¿Y es así?

—Es posible. Pero la opinión más extendida es que simplemente quedan muy pocos, pese a lo difícil que es capturarlos.

—¿Y por qué es tan difícil?

—Porque son criaturas mágicas, sobrenaturales, salvajes y libres como el viento, y mucho más inteligentes que cualquier mortal. Nadie puede verlos a menos que ellos quieran —la miró con fijeza—. ¿O es que acaso te has topado con alguno?

—No. ¿Debería?

El mago sonrió.

—Es lo que pasa siempre —comentó—. Conoces el bosque de punta a punta y, en cambio, nunca has visto al unicornio del Valle de los Lobos.

Dana era ahora toda oídos.

—¿Quieres decir que hay un unicornio en este bosque, el bosque del Valle de los Lobos?

El elfo sacudió la cabeza.

—No me atrevería a jurarlo —dijo—. Hay muchas leyendas que afirman que es así, pero yo no conozco a nadie que lo haya visto.

Dana no dijo nada, pero meditó bien aquella nueva información.

—Puedes probar a buscarlo —añadió Fenris—. Pero yo apostaría a que no lo encontrarás. Casi seguro que lo único que hay en ese bosque son lobos.

Pronunció la palabra «lobos» con tanta amargura y resentimiento que Dana se sobresaltó. Nunca había oído a Fenris decir nada en un tono desagradable o más alto de lo correcto. Miró al elfo con suspicacia, pero él ya había vuelto a su trabajo.

Con un suspiro, Dana recogió sus cosas y se dirigió a la puerta de la biblioteca.

—Buena suerte —oyó la voz del mago elfo a sus espaldas.

—Gracias —se limitó a contestar ella.

Salió de la sala y cerró suavemente la puerta tras ella, absorta en sus pensamientos.

El unicornio... ¿se refería la dama al que, según las leyendas, vivía en el bosque del Valle de los Lobos, aquel bosque que rodeaba la Torre y que ella conocía tan bien? ¿Y cómo encontrarlo, si nadie hasta entonces lo había visto?

Mientras subía la escalera de caracol en dirección a su cuarto se le apareció de nuevo la dama de la túnica dorada. Dana estaba acostumbrada a ver aquella imagen, y a menudo la había ignorado por completo; pero en aquella ocasión tenía muchas preguntas que hacerle, así que fue a reunirse con ella.

—Señora —le dijo—. Lleváis ya tiempo acudiendo a mí. Si no queréis revelarme vuestro nombre y condición, decidme al menos qué debo hacer, dónde he de buscar al unicornio. ¿Se trata del unicornio que vive en este valle? Y, si es así, ¿cómo puedo llegar hasta él?

La dama la miró y sonrió con infinita tristeza. Dana enmudeció, impresionada, y cada vez más intrigada ante aquel misterio.

—Plenilunio —dijo ella.

—¿Qué significa eso? —preguntó Dana, pero de pronto la imagen desapareció tan súbitamente como había llegado.

La aprendiza intuyó una presencia a su espalda y se giró. Tras ella estaba el Maestro.

—Buenas tardes, Dana. ¿Con quién hablabas? ¿Practicabas con alguna invocación, tal vez?

Ella al principio no supo qué responder. Después asintió en silencio.

—Son hechizos muy avanzados —comentó el viejo mago, clavando en su alumna sus inquisitivos ojos grises—. ¿Cómo van tus ejercicios?

—Bien. Ya he comenzado con el Libro del Fuego y, si sigo a este ritmo, tal vez pueda examinarme dentro de un año.

El Maestro negó con la cabeza.

—Demasiado pronto.

Dana se encogió de hombros.

—Trabajo mucho.

—Lo sé —el Maestro le dirigió una mirada tranquilizadora—. Avanzas rápido, aprendes bien. Eres una alumna aventajada. Pero es necesario que te prepares muy bien antes del último examen. Con el fuego no se juega.

Dana asintió. Se despidió de él y siguió su camino, subiendo la escalera de caracol.

El Maestro se quedó mirando cómo se marchaba su pupila. Cuando ella se perdió de vista, el viejo hechicero sonrió.

—Por fin parece que vamos a alguna parte —murmuró.

Dana llegó a su cuarto y se sentó junto a la ventana, para pensar.

Plenilunio. ¿Significaba aquello que sólo podría ver al unicornio bajo la luna llena? A pesar del tiempo transcurrido, Dana recordaba muy bien la advertencia del Maestro de no salir de la Torre de noche. «Pero entonces yo era una niña», pensó la chica. «Y ahora ya domino tres elementos y conozco muchas formas de vencer a una jauría de lobos hambrientos.»

—Sé que podría enfrentarme a ellos —murmuró a media voz.

—¿Enfrentarte a quién?

Dana no necesitaba volverse para saber que se trataba de Kai, que acababa de entrar.

—A los lobos.

Kai se reunió con Dana en la ventana, y ella le contó enseguida todo lo que había averiguado. Inmediatamente en los ojos verdes del muchacho se encendió una chispa que Dana conocía muy bien: el ansia de aventuras.

—¡Qué bien, un misterio! La vida en este sitio empezaba a ser demasiado aburrida. ¿Cuándo es el próximo plenilunio?

—Aguarda un momento, Kai. Antes que nada deberíamos averiguar quién es esa mujer y desde dónde se pone en contacto con nosotros. Tal vez sea una trampa.

—¿Lo crees así?

En el tono de voz de Kai había un cierto matiz irónico. Dana suspiró, rendida. Su amigo la conocía demasiado bien.

—De acuerdo, no —admitió—. No parece malvada. Pero, entonces, ¿por qué se oculta del Maestro?

—Tienes que reconocer que tu Maestro tiene algo de siniestro, Dana.

—Qué va; es sólo severo y poco hablador, pero no es malo. A mí siempre me ha tratado bien.

—Te ha visto hablando con la prisionera. ¿Crees que la ha visto a ella?

—No tengo ni idea. En todo caso, ha pensado que era una invocación, un ser de otro plano que yo había traído mediante un hechizo.

—Tal vez lo sea.

—No. No hago invocaciones de ese tipo.

Calló un momento, mientras pensaba intensamente.

—¿Quién puede ser? Quizá viva en una de las dos o tres Escuelas de Alta Hechicería que quedan en el mundo aparte de la Torre. ¿Pero, entonces, por qué trataría de comunicarse conmigo?

—O tal vez sea alguien como yo —murmuró entonces Kai a media voz.

Dana se sobresaltó, y se volvió hacia él; pero la expresión del chico le indicó que él no estaba dispuesto a hablar del tema que tanto interesaba a Dana: quién o qué era Kai, de dónde procedía, por qué sólo ella podía verle.

Suspiró, y apartó la mirada. El comentario de Kai le parecía demasiado importante como para ser casual. La imagen de Kai era mucho más real, más completa, más nítida que la de la dama, hasta el punto de que Dana no la distinguía de la de las otras personas, mientras que la imagen de la prisionera era como una niebla que permitía ver a través de ella.

Pero en ambos casos sólo Dana los veía y oía.

¿No serían los dos, Kai y la mujer de la túnica dorada, un producto de su imaginación? ¿Distinguía ella lo que era real de lo que no lo era? ¿Estaba loca, al fin y al cabo?

Fijó su mirada en Kai.

—¿Existes de verdad, amigo mío? —le preguntó en un susurro.

Él sonrió.

—Depende de lo que entiendas por «existir» —replicó—. Aventajada aprendiza de maga, déjame que te recuerde dos reglas básicas de la magia: todo es posible y las cosas no siempre son lo que parecen.

Dana apartó la mirada, confundida.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó entonces Kai.

—No lo sé —Dana dejó su mirada prendida en algún punto de las montañas más lejanas—. Quiero saber más. Quiero saber si vale la pena arriesgarse, porque tal vez no sea cierto que hay un unicornio aquí. Y, aun en el caso de que lo hubiera, si mi Maestro no lo ha encontrado, ¿cómo voy a hacerlo yo?

—Supongo que esa mujer no perdería el tiempo pidiéndote imposibles —comentó Kai.

Quedaron un rato en silencio. Después, Dana murmuró:

—¿A quién podría preguntar? Si no debo hablar al Maestro del asunto, y ya he preguntado a Fenris... no sé. No creo que Maritta sepa de unicornios. Probablemente ni siquiera crea en su existencia. «Eso son cuentos de hadas, jovencita», me diría.

—Entonces no te queda nadie más en la Torre —dijo Kai, y Dana se volvió hacia él.

—¿Qué insinúas?

Kai no respondió enseguida. Seguía con el dedo las rugosidades del alféizar de piedra, como si aquello fuera tremendamente entretenido.

—¿Cuánto tiempo hace que no visitas el pueblo? —dijo al fin.

Dana respiró hondo, comprendiendo lo que el muchacho quería decir. Sólo había pasado por aquel pueblo una vez en su vida, al llegar al Valle de los Lobos con el Maestro, cinco años atrás. Tenía recuerdos muy confusos de aquella noche; pero sí sabía que los lugareños miraban con desconfianza a los habitantes de la Torre.

—No sé si me recibirían bien.

Kai se encogió de hombros.

—Son gente sencilla que teme lo que no comprende. Pero estoy seguro de que no te harán daño.

—No podrían —sonrió Dana—. Soy una aprendiza de cuarto grado, ¿recuerdas?

Y no se lo pensó más. Al día siguiente fue a hablar con su Maestro para pedirle un día libre. No debía contarle sus motivos, pero no podría ocultárselos si él se empeñaba en averiguarlo. Por eso trató de buscar una excusa alternativa, y pensó en ella lo bastante como para creérsela. Así que, cuando habló con el Maestro, se concentró en sus deseos de salir de la Torre, de tomar un poco el aire y descansar de sus estudios, de explorar un poco más allá de su universo diario, y dejó que todo aquello flotase en su consciencia por encima del misterio de la dama y el unicornio.

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