Excusas para no pensar (17 page)

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Authors: Eduardo Punset

Pobreza y criminalidad

Cuando mis amigos más progres quieren tranquilizarme ante las manifestaciones violentas de algunos sectores muy jóvenes, aluden al contexto social de pobreza y marginación en el que viven esos grupos. «Eduardo, la pobreza es la causante de estas aberraciones y eso es culpa nuestra por un reparto equivocado de los bienes.» Nunca me convencieron esos argumentos. Las hermanitas de la caridad eran muy pobres y nunca se caracterizaron por dosis estentóreas de violencia. Sectores de la mafia rusa superan con creces los niveles de renta promedio y han dado muestras de comportamientos delictivos sin precedentes. ¿No tendrá que ver el recurso continuado a ideas trilladas con el anquilosamiento del pensamiento dogmático, de las ideologías políticas del pasado? ¿Dónde están las ideas nuevas sobre situaciones nuevas?

Hace unos diez años, expertos en custodia de prisiones y programas de rehabilitación empezaron a cuestionar la tesis que busca en la pobreza la fuente del mal. Pero eran voces aisladas que ni siquiera consiguieron segmentar regímenes indiferenciados de rehabilitación. A los psicópatas, a los que ya me he referido varias veces, con una inteligencia superior al promedio y una capacidad de empatía netamente inferior, se les sometía —y se les somete— a la misma rehabilitación que al carterista común. Resultado: el psicópata dispone después del curso de mayor información para criminalizar su capacidad intacta de ignorar el sufrimiento de los demás.

La antropóloga brasileña Teresa Caldeira, profesora en la Universidad de Berkeley, empezó a investigar esa paradoja hace más de diez años en ciudades como São Paulo, Buenos Aires y Los Ángeles. Sus conclusiones son irrefutables. «Eduardo, más que esa supuesta vinculación entre pobreza y criminalidad, es una determinada cultura que puede o no acompañar a la pobreza: las drogas, el dominio del mito machista, la discriminación, el fanatismo religioso…».

Una de las mayores preocupaciones de Caldeira ha sido ir en contra de la idea de que la pobreza genera violencia. Esta antropóloga está convencida de que no es eso. Es gracias al trabajo de investigadores como Caldeira en terrenos novedosos y no a la repetición de lugares comunes por lo que, por fin, podemos arrumbar mitos que han paralizado los avances del conocimiento.

El peso del dogma tiene unos efectos perversos muy superiores a los sugeridos por la pobreza. En la India, nada menos que 160 millones de personas soportan el peso de un sistema de castas que les encierra en el reducto en que nacieron. Es más fácil buscar un único culpable a tanto desvarío, como la pobreza o el cambio climático. Pero esto no nos exime de buscar las nuevas causas de los viejos desmanes. Parece que, amenazados por la violencia creciente, no nos queda tiempo para escrutar sus motivos.

¿Cómo distinguimos a un psicópata del resto?

A menudo, la gente me pregunta: ¿de todos los científicos del mundo con los que has conversado, cuál de ellos te ha impresionado más? Siempre contesto que la pregunta debería formulárseme de otra manera: ¿de cuál has aprendido más? En los primeros números de la lista está Jonathan H. Pincus, profesor de neurología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Georgetown, en Washington D. C. Ha examinado a docenas de asesinos en serie. ¿Cuáles son, según él, los factores que desatan los instintos violentos?

Tal vez la mejor manera de resumir su pensamiento sea: los niños maltratados no serán necesariamente psicópatas de adultos, ni tampoco las personas con enfermedades mentales o las víctimas de una lesión que haya afectado al funcionamiento de su cerebro. Pero si se dan las tres circunstancias, es muy probable que uno acabe comportándose como un psicópata.

Descendemos de antepasados comunes de monos y homínidos que eran tremendamente agresivos. Aunque parezcamos afables —saludamos a desconocidos; ningún reptil u otro mamífero lo hace—, podemos ejercer el poder sin miramientos. Tal vez porque somos conscientes de ello, nos preocupa mucho el efecto que las escenas violentas reproducidas en los medios de comunicación pueden tener sobre la juventud. Cuanto más popular se hace un medio de comunicación —primero, fueron los periódicos; luego, el cine, la radio, la televisión, y, ahora, los videojuegos—, más se incrementa el miedo al impacto que las escenas violentas tienen en el comportamiento de los jóvenes. Al acabar el instituto, cada chico habrá pasado unas veinte mil horas viendo la televisión, frente a unas catorce mil consumidas en aprendizaje en clase.

Las últimas investigaciones indican que no son sólo los medios de comunicación los que influyen en el comportamiento de la juventud. Hay muchos otros factores. La opinión pública, a comienzos del siglo XX, estaba convencida de que los periódicos norteamericanos de tirada masiva exacerbaban el sistema nervioso de la gente. Esta preocupación se trasladó a las primeras películas en movimiento, a los cómics y a la radio. Pero lo que realmente ha disparado la polémica ha sido la televisión y, ahora, los videojuegos y los móviles.

Steven Kirsch, profesor de psicología de la Universidad de Geneseo, Estados Unidos, asegura que lo que ha aumentado hoy en día es la cobertura de la violencia y de la agresión. Ahora, los niños tienen teléfonos móviles. En el pasado, cuando un chaval agredía a su vecino, por muy terrible que eso fuera, nadie lo colgaba en
YouTube
, pero ahora sí, y por esto tenemos este clamor público sobre la violencia juvenil.

Durante mucho tiempo se creyó que ciertos tipos de música, como el
heavy metal
o el
rap
, podían influir en los comportamientos violentos. Pero ahora se sabe que no importa tanto el tipo de música que escucha un joven, sino el motivo por el que la escucha. A los muchachos agresivos les atrae la agresividad. Un estudio reciente revela que quienes escuchan ópera tienen más probabilidades de no condenar el suicidio. Una vez más constatamos la importancia de la configuración de la mente individual. Las personas con ciertas ideas se sienten atraídas hacia determinados tipos de música.

El impacto de las escenas violentas en los niños con psicopatologías tiende a ser más acusado, porque no se inhiben con la misma facilidad que el resto frente a la excitación y violencia que perciben.

Indicios de maltrato

La admirable intuición del médico y filósofo Albert Schweitzer también se confirma a medida que se empieza a desvelar la relación entre maltrato infantil y animal. Un estudio revela cómo en un grupo de hogares con denuncias de maltrato infantil demostrado, el 88 por ciento de los animales de estos hogares eran maltratados; en otro estudio, el 71 por ciento de un grupo de mujeres maltratadas afirmaba que sus maltratadores también habían agredido o matado a animales de la casa. Existen otros indicios, como que los convictos de cárceles de máxima seguridad condenados por actos violentos tienen más probabilidades que los convictos no violentos de haber cometido en su infancia maltrato animal. En Estados Unidos y en Gran Bretaña, pioneros en estos estudios, se empieza a admitir el maltrato hacia los animales como un indicador útil para detectar maltrato infantil y violencia en el hogar. La del neurólogo Pincus es una conclusión inquietante que tiene el mérito de llamar la atención sobre la trascendencia de los malos tratos infligidos a los niños. Estamos hablando de malos tratos lesivos, abusos sexuales, torturas… Cuando se dan, es probable que se generen comportamientos violentos en la pubertad o la edad madura.

Hay muchos factores ciertos que determinan la conducta agresiva de los jóvenes. Uno de los más importantes es el papel que desempeñan los padres en la crianza de los hijos. Un niño del que se ha abusado, que ha sido privado de amor o azotado tendrá más probabilidades de ser agresivo. Terapeutas de prestigio reconocen, por ello, que la mejor manera de luchar contra las enfermedades mentales y la violencia es ocuparse de la educación emocional de los bebés y de los niños. Otro factor cierto es la compañía de los amigos con los que el niño se relaciona: si tiene amigos agresivos, aumentará la probabilidad de que él también lo sea, ya que estará expuesto a un entorno que no condena la violencia. Los niños que reciben golpes a manos de sus hermanos también pueden acostumbrarse a usar la agresión para resolver sus problemas.

Esto se ha visto confirmado por investigaciones recientes que ponen de manifiesto la vinculación entre la ansiedad de la separación maternal sufrida por el niño y el desamparo generado por el desamor en una pareja. Los circuitos cerebrales afectados son los mismos y, lo que es peor, las defensas psicológicas disponibles siguen siendo las que eran de pequeño. Tanto es así que, hoy por hoy, la mejor manera de luchar contra la violencia consiste en evitar el maltrato infantil. Estamos muy lejos de haber reflexionado seriamente sobre las consecuencias de lo que estoy sugiriendo. Las instituciones tampoco responden adecuadamente frente a los resultados de las investigaciones científicas al respecto. Algunos países, en cambio, hace ya años que han abordado con éxito algunos de estos desafíos. Por ejemplo, hay casos en los que se puede acceder gratuitamente a prestaciones sociales para madres con problemas evidentes: enfermedades mentales o depresiones agudas, entornos violentos o situaciones muy marginales. Creíamos que una cosa era la niñez y otra, la etapa adulta. Hoy sabemos que están íntimamente trabadas. Pero no actuamos en consecuencia.

La fascinación de lo virtual

Desde que adquirimos la capacidad de intuir lo que piensan los demás podemos ayudar al otro o manipularle, y lo hacemos a cada instante.

No puedo dejar de pensar en ello cuando veo esos nuevos robots afectivos diseñados para establecer relaciones con los humanos.
Paro
, un robot japonés que simula una cría de foca diseñado en el año 2006, sorprende. Y no por su supuesta inteligencia, sino por estar programado para mostrar los indicadores propios de una relación afectiva: mantiene contacto visual, responde ante diferentes tonos de voz y gestos, y hasta es posible influir en su estado mental. Hay que esforzarse para recordar que no es más que una máquina; si nos dejamos llevar, nos da la sensación de que nos comprende. Acabamos creyendo que intuimos lo que está pensando. ¿Pero qué hay en su mente? Nada. No hay nada en la mente de esta criatura.

Paro
es fruto del interés que hay en Japón en diseñar robots que puedan hacer compañía a los mayores; y funciona. Con los niños se produce un efecto igualmente sorprendente. Hace unos años, una exposición sobre Darwin en el American Museum of Natural History anunciaba la presencia de unas auténticas tortugas de las Galápagos. Un animal icónico en el desarrollo de la única teoría jamás propuesta capaz de explicar la vida: la evolución por selección natural. Y ahí estaban las tortugas, descansando tranquilamente, casi sin abrir los ojos. «¡Podrían haber utilizado un robot! —dice una niña de catorce años—. ¡Con todo el lío que ha supuesto traerlas! ¡Si prácticamente no se mueven!» Para esa muchacha, la presencia de las tortugas suponía mucho trastorno para tan poca expresión de vida. Por eso, tal vez debamos preguntarnos cuáles son los propósitos de la vida para esta generación de niños que ha crecido con robots.

El circuito de la búsqueda y recompensa en nuestro cerebro es básico para entender nuestra felicidad. Y los actuales videojuegos de simulación están constantemente activándolo. A cada instante deben afrontarse retos —tomar decisiones, priorizar, elegir— con los que se logran recompensas inmediatas —vidas extra, pasos de pantalla— . Se liberan torrentes de dopamina a la vez que se potencian unas herramientas cerebrales muy útiles que se desarrollan como un aprendizaje colateral al juego: lo importante no es lo que piensa el jugador, sino cómo lo piensa.

Lo virtual nos atrae porque la gente se siente sola, y tiene miedo de la intimidad. El ordenador ofrece una solución aparente a esta paradoja, porque con el ordenador puedes estar solo, pero nunca tienes que sentirte de esa manera; puedes obtener la gratificación de cierto tipo de amistad sin las exigencias de una verdadera intimidad. Esto resulta muy tentador. Ahora bien, ¿qué relación mantenemos con los robots afectivos si son puro artificio de nuestra proyección?

El principal reto para nosotros y para esta nueva generación que se siente tan cómoda en lo virtual es unir la realidad virtual y la biológica. Estamos en una cultura en la que el ordenador constituye un objeto central en nuestras vidas. Y no podemos permanecer ajenos a esta corriente. Por eso insistí tanto en comprarle un ordenador a mi nieta. Y después de batallar mucho con su madre, lo conseguí.

El escritor y especialista en videojuegos, Mark Prensky, me explicó en una entrevista que hasta ahora la prensa ha insistido en contar todo lo malo posible acerca de los videojuegos y evitando explicar lo bueno. Según dice, «la opinión pública tiene una idea totalmente opuesta de lo que realmente son los videojuegos. Creen que conllevan peligros grandes y pocos beneficios, pero, en realidad, los beneficios son muchos y los peligros son escasos, reales, pero escasos». Prensky asegura que las personas que hoy en día tienen treinta o cuarenta años y crecieron con videojuegos «son mejores médicos, sobre todo aquellos médicos que operan por cirugía laparoscópica. Hay estudios de investigación que lo demuestran científicamente. Son mejores músicos, mejores constructores de montañas rusas, porque son literalmente constructores de montañas rusas, mejores hombres de negocios, mejores empresarios, y la razón es que los videojuegos te enseñan a asumir riesgos. Aprendes a actuar a partir de un
feedback
. Aprendes a tomar buenas decisiones. Este tipo de cosas que luego transmitimos a todas nuestras profesiones». Para este experto, existen «nativos digitales», que son los que ya han nacido en un entorno digital e «inmigrantes digitales», que son los que han tenido que adaptarse a los cambios que conlleva esta nueva realidad. Para los nativos digitales los videojuegos son parte fundamental de su educación. Prensky dice que «es importante que todos los padres entiendan que un videojuego no es más que un gran problema que cuesta cincuenta euros. Y a los chicos les gusta resolver esos problemas. Si lo pensamos bien, si se tratara de problemas que les plantearan en el colegio, los padres estarían encantados. Es posible que los niños inviertan meses o una hora en resolver el problema y cuando lo consiguen deberíamos felicitarlos ¡en lugar de decirles que dejen de jugar!».

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