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Authors: Eduardo Punset

Excusas para no pensar (19 page)

Myles Allen, profesor en el departamento de Física de la Universidad de Oxford, lleva tiempo investigando el clima y ha demostrado el vínculo existente entre algunas acciones humanas y los daños provocados por los desastres meteorológicos. El petróleo, el carbón y el gas son algunos de estos productos fáciles de identificar y, según este profesor, cuando la gente empiece a sentirse descontenta con los efectos del cambio climático sobre sus vidas, empezará a protestar y entonces se verán los verdaderos cambios.

Qué hacer ahora

Si lanzamos un dado en el casino tenemos una posibilidad entre seis de que nos salga un seis. Si trucamos el dado, podemos doblar la posibilidad de sacar un seis, pero, además, hemos multiplicado por ocho la de sacar un triple seis. Un pequeño cambio en el dado provoca un efecto enorme en las posibilidades extremas.

La ola de calor que padecimos en 2003 fue, sin duda alguna, un triple seis. Si no fuera por el calentamiento de la Tierra, las probabilidades de que hubiera sucedido algo como lo de 2003 serían mínimas. Pero con la influencia de los gases invernadero, estos sucesos ya no son tan improbables. Se ha establecido que la actividad humana ha doblado, como mínimo, el riesgo de que se produzca una ola de calor como la de 2003. De hecho, la probabilidad de que se repita se ha multiplicado de cuatro a seis veces y casi todo el problema se debe a un número relativamente reducido de productos como el petróleo, el carbón o el gas.

La cuestión no es protegerse de la amenaza del cambio climático. Eso lo tendremos que afrontar tarde o temprano. La cuestión es si será nuestra generación la que resuelva el problema de una forma económica o si será la próxima generación —o la siguiente— la que tenga que resolverlo de una forma mucho más cara. Es impensable que la gente vaya a quedarse de brazos cruzados sin hacer nada, viendo cómo el sistema se va, literalmente, al infierno. Cuando la gente empiece a sentirse muy descontenta con los efectos del cambio climático sobre sus vidas, empezará a protestar y es entonces cuando veremos un cambio en la opinión pública que repercutirá sobre las acciones que se tomen con respecto al cambio climático. Ésta es la tesis del gran químico y medioambientalista Lovelock, al que ya he mencionado.

Las hazañas de la evolución

Las innovaciones más espectaculares y trascendentales de la historia de la evolución, la supervivencia de las especies existentes cuando todo apuntaba a su fin, fueron fruto de la intuición de unos microbios recién llegados 2.000 millones de años después de la formación de la Tierra y el sistema solar. Fue una hazaña biomolecular hilvanada por un pacto entre dos bacterias: una grande que actuó de célula huésped y otra más pequeña con alguna función interesante o vital que la otra era incapaz de hacer. Con toda seguridad, si el futuro tiene salvación, llegará de nuevo después de profundizar en el conocimiento y las posibilidades del mundo molecular.

Otra hazaña de la evolución, derivada de la misma época y por el mismo mecanismo, se la debemos a las plantas que habrían inventado la fotosíntesis: la posibilidad de arrancar su propio sustento de la luz del sol. No de los rayos más radioactivos, sino de los haces de luz más suaves y transparentes. Los cloroplastos con los que las plantas fabrican alimentos para sí mismas son, en realidad, cianobacterias que se instalaron hace unos 2.000 millones de años en grandes bacterias huésped y que acabaron alojadas para siempre en lo que serían más tarde las células de las plantas. Ningún contrato de asociación ha resultado tan decisivo como éste para la vida en el planeta.

Muchas veces simplificamos al pensar que los árboles simplemente crecen y dan sombra. Creemos que eso es todo lo que hacen. Sin embargo, albergan más de un secreto. Poseen inteligencia, memoria, y funcionan como el verdadero vínculo entre el cielo y la tierra. Los árboles son los seres vivos más altos y más viejos que conocemos. Cada árbol es un pequeño ecosistema con miles de organismos en interacción. Transforman dióxido de carbono en oxígeno y alimentan la vida.

Pero, a veces, sólo vemos en ellos recursos económicos y nos perdemos el milagro de la vida, porque la fotosíntesis es una maravilla. Tierra, agua y fuego quedan conectados gracias a los árboles por un proceso que ellos sí saben hacer y nosotros, no. Sus hojas atrapan los fotones del sol y utilizan su energía para descomponer moléculas de agua en oxígeno e hidrógeno. El primero permite el proceso de nuestra respiración; del segundo se obtiene toda la materia de la que están hechos los seres vivos, simplemente combinándolo con dióxido de carbono de la atmósfera y añadiendo un poco de nitrógeno de la tierra.

Nosotros sólo somos sus parásitos: tenemos que comerlos, o comer los animales que se alimentan de ellos, para aprovecharnos de este proceso básico. Sin la fotosíntesis se habría interrumpido la evolución porque lo que de verdad nos alimenta se cuece en el interior de las hojas de los vegetales. ¿No se ha preguntado nunca de dónde proviene la energía que tiene después de comerse, por ejemplo, un muslo de pollo? Pues del grano que ese pollo comió en su día. O sea, de las plantas. Al principio de cualquier cadena de alimentación hallaremos siempre los vegetales que fabrican en silencio la materia que transmitirá la energía a todos los seres vivos.

La principal tarea de un árbol es mantener las hojas bien arriba en el cielo, donde pueda obtener mucha luz, muchos fotones. Para ello es imprescindible un material resistente. De ahí surge el invento maravilloso de los árboles, la madera, necesario para el desarrollo de la civilización. Barcos, arquitectura compleja…, la vida sería inimaginable sin esta mezcla entre celulosa y lignina, dos materiales blandos que, combinados, dan la rigidez necesaria a la madera, del mismo modo que dos metales ligeros como el cobre y el estaño dan lugar a un metal muy duro como el bronce.

El tronco acerca las hojas al cielo, y las raíces lo conectan con la tierra —hasta treinta metros pueden llegar a descender en busca del nitrógeno y de las sales minerales—. En algunos casos sólo lo consiguen gracias a la cooperación con las bacterias, un ejemplo más de que en la naturaleza la cooperación es una fuerza tan poderosa como la competición.

Cooperación natural

El naturalista y escritor británico Colin Tudge dice que hay una idea generalizada —y errónea— de la naturaleza: que las criaturas se pasan todo el tiempo peleando, lanzándose al cuello de las demás.

Incluso el propio Darwin sabía que esto no era así, que en gran medida los animales y las plantas cooperan; y la cooperación es una fuerza tan poderosa como la competición. Si las plantas o los animales fueran por la vida solamente compitiendo, fracasarían; pero tienen éxito, porque cooperan.

Los árboles tienen que pelear por su espacio, para que no se los coman las ardillas, los insectos, los pájaros…, pero también deben encontrar maneras de cooperar. Tudge pone como ejemplo un fenómeno llamado fijación de nitrógeno. Para convertir azúcares básicos obtenidos con la fotosíntesis en proteínas hay que añadir nitrógeno. Y el nitrógeno procede del suelo. La mayoría de árboles y plantas obtienen su nitrógeno en forma de nitratos y hay grupos de árboles curiosos, como los leguminosos, que tienen bacterias en las raíces que extraen el nitrógeno del aire y lo convierten en nitrato. De esta forma, el árbol puede utilizar esta fuente de nitrógeno para fabricar proteínas. Así, el árbol está obteniendo, en realidad, el nitrógeno de las bacterias y éstas lo obtienen de la atmósfera. Es una colaboración realmente maravillosa.

Los árboles se las ingenian para hacer todo esto, todo lo que necesitan, sin cerebro, sin mente, sin sistema nervioso. Pero no están simplemente ahí, inertes. Los árboles tienen que anticiparse a los cambios de estación: a lo largo del invierno se preparan para el brote de hojas cuando llegue la primavera, y en pleno verano anticipan ya la llegada del otoño. ¿El secreto? ¡Ah!…, miden la duración de las noches, segundo a segundo, para saber cuándo cambiarán las estaciones. No tienen cerebro, pero los cambios de estación no les sorprenden nunca porque son capaces de
recordar
. Cuando uno se ha visto expuesto a un viento que lo ha hecho tambalearse, no lo olvidará nunca y, por asombroso que parezca, se volverá más grueso. Si un año lo atacan las orugas, al año siguiente producirá unas hojas muy cortas que las incomodan.

Tudge también ha investigado por qué en Gran Bretaña hay sólo 39 especies autóctonas de árboles o en el norte de Canadá 9 especies comunes mientras que en los Trópicos, en su conjunto, hay unas 60.000 especies.

Una primera explicación posible tiene que ver con la historia. En el norte, las glaciaciones arrasaron con todo y eso exterminó totalmente los árboles. Así que han tenido diez mil años para volver a aparecer. Y no muchos de ellos lo han hecho. En cambio, en los trópicos, las glaciaciones tuvieron su impacto, pero no acabaron con todo; lo que hicieron, probablemente, fue fragmentar la selva. Así que, en lugar de tener una selva continua, todo pasó a ser mucho más árido y surgieron muchas parcelas distintas. Y las selvas poco uniformes dan lugar a las condiciones ideales para crear más especies.

Los árboles se las ingenian para hacer todo lo que necesitan sin cerebro, sin mente, sin sistema nervioso.

© Karsten Moran / Getty Images

Otra explicación muy interesante es que vivir en el norte, por ejemplo en Canadá, supone enfrentarse al frío y al clima extremo. Los únicos seres que pueden vivir en el norte son los que son muy resistentes y eso reduce el número de especies que pueden hacerlo. Todos los árboles de Canadá tienen adaptaciones increíbles para vivir en condiciones de mucho frío.

En el trópico, en cambio, puede vivir cualquiera.

Después de años dedicado al estudio de la Tierra, Colin Tudge asegura que para que nuestra especie sobreviva lo que necesitamos es una agricultura orientada a alimentar y a dar trabajo a la gente, y a cuidar el medio ambiente. Esta idea de la agricultura se aleja de su concepción actual: produce mucho dinero de manera totalmente insostenible. Para él la fórmula de las sociedades agrarias tradicionales, donde había cientos y cientos de personas trabajando en una misma zona, es mucho mejor que la actual, porque se aprovecha más la tierra, de un modo mucho más seguro, y se consigue más de los animales y las plantas.

El secreto del canto de los pájaros

Aunque nos perdemos el significado profundo del olfato —el código de las impresiones de la orina y los excrementos que reconocen otros mamíferos—, los seres humanos y las aves vivimos en el universo de los colores y los sonidos. No se puede enseñar a un chimpancé a cantar; sin embargo, el pájaro lo aprende desde pequeño, porque no nace sabiendo cantar. Según el filósofo y compositor David Rothenberg, los pájaros pueden aprender a cantar de varias maneras: a veces aprenden de los machos adultos; a veces de sus padres; y en algunas especies se lo imaginan y lo improvisan. Pero siempre tienen que aprender.

Ahora hemos descubierto que sus trinos tienen muchos atributos similares a la música de los seres humanos: patrones, repeticiones, cantos virtuosos, ornamentación, inversión… Usan la siringe —nosotros usamos la laringe— y por ello hacen cosas maravillosas con el sonido, ya que disponen de dos cámaras que permiten emitir dos sonidos a la vez. Lo curioso es que, cuando están en cautiverio, los pájaros cantan, en ocasiones, incluso mejor que cuando están en libertad. El neurobiólogo Fernando Nottebohn descubrió que cuando un canario aprende una nueva canción está generando nuevas neuronas, nuevas conexiones neuronales en su cerebro. Es un descubrimiento increíble porque no hay muchos pájaros que puedan hacerlo; en cambio, los canarios adultos —sólo durante determinados períodos del año— pueden aprender nuevas canciones.

El canto más complejo que existe tal vez sea el del Albert Lyer Bird de Australia. Tarda seis años en aprender a cantar. Con la siringe imita el sonido de las alas volando y otros sonidos extraños. Como cría en invierno, y la selva está en silencio, cuando otros machos empiezan el canto para marcar el territorio él imita todo tipo de sonidos, con una estética de fragmentos: un sonido muy de vanguardia. Con ello alberga, tal vez, la esperanza de que alguna hembra le haga caso; pero ellas, que sólo ponen un huevo cada dos años, no están muy interesadas en escucharlo. Sin embargo, el pájaro sigue cantando. Si no está defendiendo un territorio ni seduciendo a la pareja, ¿por qué canta?

Otro fenómeno fantástico relacionado con los pájaros me lo contó Rothenberg. Existen unas aves del sur de Asia llamadas tordos garrulos (
Garrulax leucolophus
) que pueden improvisar un canto cuando le oyen a uno cantar. Este compositor estaba en el aviario nacional en Pittsburg, tocando su clarinete junto a los pájaros. Se dio cuenta de que ellos cantaban sus propias melodías hasta que algunas de las notas de su clarinete empezaron a interesar a un grupo de pájaros que reaccionó y empezó a interactuar con él, respondiendo y cantando las mismas melodías, como si fueran músicos de jazz.

Mientras surgen más descubrimientos acerca de las similitudes entre los cantos de los pájaros y la música de los seres humanos, la biología de los pájaros y la de los humanos, inevitablemente nos preguntamos: ¿representamos una diferencia de grado en este proceso o estamos muy separados? La música es posible que evolucionara mucho antes que el lenguaje y que sea algo que compartimos con los pájaros y con los cetáceos.

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